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Perfil

Khalida Popal, la salvadora del fútbol femenino en Afganistán

Fundadora de la selección de mujeres y exiliada desde 2011 por amenazas, ha dirigido la operación para sacar del país a las jugadoras del equipo nacional, en peligro tras la llegada de los talibanes al poder

Ricardo Uribarri 11/09/2021

<p>Khalida Popal, durante una conferencia para la FIFA. </p>

Khalida Popal, durante una conferencia para la FIFA. 

@khalida_popal

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Dos cosas han marcado la vida de Khalida Popal. Una es su amor por el fútbol. Hablamos de la fundadora y capitana de la primera selección femenina de fútbol de Afganistán. Y la segunda es la situación política y social de su país. La que le obligó a exiliarse en 2011 ante la persecución y las amenazas de muerte que sufría por practicar el deporte que amaba. Y la que 10 años después, le ha devuelto al primer plano de la actualidad al protagonizar, junto a varios colaboradores, una operación contra reloj para sacar de allí a las actuales componentes del equipo nacional afgano, cuya vida estaba en riesgo ante la llegada al poder de los talibanes. 

Siendo una niña de nueve años se tuvo que marchar por primera vez de Afganistán al entrar los talibanes en Kabul, refugiándose con su familia en Pakistán

A Popal le vinieron dolorosos recuerdos cuando en el pasado agosto empezó a recibir mensajes angustiosos y llamadas de las futbolistas del actual equipo nacional pidiendo ayuda. Se acordó de cuando siendo aún una niña de nueve años se tuvo que marchar por primera vez de Afganistán al entrar los talibanes en Kabul, refugiándose con su familia en la ciudad pakistaní de Peshawar. Allí estuvieron hasta 2001, cuando el país fue liberado. Su madre, una profesora de educación física, quería que tanto Khalida como sus dos hermanos hicieran deporte y a ella la enseñó a jugar al fútbol y la animó a practicarlo, regalándole unas botas. No solo eso, sino que ambas fueron por los colegios buscando chicas que quisieran unirse a su afición.

Poco a poco fueron captando jóvenes y empezando a jugar partidos en el patio de un edificio. Pero lo tenían que hacer en silencio. Ni siquiera podían gritar los goles. Que la mujer practicara deporte seguía estando muy mal visto por los sectores más conservadores de la población. A veces las descubrían, les tiraban piedras, les quitaban los balones y quemaban sus chaquetas deportivas. Entre otras cosas las llamaban ‘perras’ y ‘prostitutas’. También tenían que escuchar que “el fútbol no es cosa de mujeres. Que las mujeres lo practiquen supone un insulto a este deporte”. Popal recuerda que incluso sus profesoras la pegaban y la insultaban por jugar al fútbol. Ante esa situación, algunos padres prohibieron que sus hijas siguieran jugando. 

Nada de eso frenó a Khalida, que se puso en contacto con la federación y gracias a la mediación de ésta logró que pudieran jugar en la base militar de la OTAN. En poco tiempo llegaron a crear una liga femenina y disputaron el primer partido oficioso de la selección frente a un combinado de las Fuerzas Internacionales de Seguridad de Asistencia. Ganaron por 5-0. Después de varios amistosos más, en diciembre de 2010 llegó el primer encuentro internacional oficial, correspondiente al Campeonato Femenino de la Federación de Fútbol del Sur de Asia, jugado en Bangladesh contra Catar, a la que vencieron por 2-0. La imagen de Popal, convertida ya en capitana del equipo nacional, presidenta de la Comisión de Fútbol Femenino y directora financiera de la Federación, siendo la primera mujer que trabajaba en el organismo, se hizo popular en el país. Se convirtió en un símbolo de la lucha de las mujeres, lo que supuso que cada vez estuviera más en el punto de mira de los reaccionarios.

Popal empezó a ser perseguida y acosada por la calle, le tiraban basura, la expulsaron de la escuela donde estudiaba Empresariales y recibía amenazas de muerte. Tenía miedo que le pegaran un tiro. A su hermano y a su entrenador les agredieron para asustarla. El Gobierno no le aseguró protección y prácticamente de la noche a la mañana tomó la decisión de marcharse del país, dejando atrás a su familia. “El fútbol merece una vida, pero no una muerte”, pensó. Comenzó un peregrinaje que la llevó a Pakistán y a la India, país en el que estuvo dos meses escondida por no tener visado. De allí logró viajar a Noruega y finalmente recalar en Dinamarca, donde fue a parar a un centro de refugiados. Viendo el panorama que tenía a su alrededor, con mujeres que sufrían depresión, algo que ella mismo experimentó, recurrió una vez más a la práctica del fútbol como un aliciente para animarlas y ayudarlas a olvidar las circunstancias que vivían en aquel momento.

Popal tuvo un papel fundamental para destapar los abusos sexuales a los que el presidente de la Federación de Afganistán y otros responsables sometieron a varias futbolistas

En aquel centro, Khalida estuvo casi un año antes de que le dieran la residencia. Cuando la consiguió, volvió a jugar en un equipo danés, pero una lesión de rodilla la obligó a dejar el fútbol en activo. Buscó trabajo y lo encontró en la marca de ropa deportiva Hummel, que curiosamente tenía entre sus clientes a la selección de Afganistán. Fue el momento también en que decidió poner en marcha una idea que le rondaba la cabeza: crear una organización que ayudara a las mujeres refugiadas, inmigrantes y miembros de la comunidad LGTBI a mejorar su confianza y autoestima a través del deporte. Así nació Girl Power. Pero no se olvidaba de las futbolistas que continuaban jugando para Afganistán. De hecho, seguía siendo la directora de programas de la Federación. Y pensando que uno de los principales motivos de rechazo de los hombres más conservadores era que las mujeres jugaban sin velo, convenció a Hummel para hacer una indumentaria que lo incluyera sin que generara calor. Además, logró que una entrenadora estadounidense, Kelly Lindsey, se pusiera al mando de la selección. Junto a ella llegaron una asistente, Haley Carter, y una fisioterapeuta, Joelle Muro.

Popal también tuvo un papel fundamental para destapar el episodio negro que supuso los abusos sexuales a los que el presidente de la Federación de Afganistán, Keramuddin Karim, y otros responsables del organismo sometieron a varias futbolistas de la selección, descubiertos en noviembre de 2018. Khalida llevó el tema a la FIFA y después de reunir pruebas de violencia sexual, amenazas de muerte y violaciones sufridas por las futbolistas, Karim fue suspendido de por vida de toda actividad relacionada con el fútbol, además de imponerle una multa de 900.000 euros. La fiscalía del país pidió su arresto, pero se fugó.

Por la ascendencia que sigue teniendo sobre el fútbol femenino afgano pese a no vivir en el país, muchas jugadoras de la actual selección recurrieron a Popal cuando a mediados de agosto los talibanes tomaron Kabul y se hicieron con el control del país. Las jugadoras reconocían en los mensajes que temían por su vida. “Tengo el arma de mi hermano. Cuando los talibanes llamen a mi puerta me pegaré un tiro en la cabeza, porque prefiero suicidarme antes que ser capturada”, decía alguno de ellos. La primera instrucción que les dio Khalida fue que eliminaran sus perfiles en redes sociales, que se deshicieran de cualquier elemento que las identificara, como las camisetas de la selección, y que se escondieran. Al mismo tiempo inició una serie de contactos para organizar la salida de las jugadoras del país. 

Lo más complicado fue lograr que las deportistas llegaran al aeropuerto. Muchas de ellas sufrieron maltratos antes de conseguir su objetivo, que les costó tres días

En una lucha contra el tiempo, organizó un equipo formado por el secretario general del sindicato internacional de jugadores FIFPro, Jonas Baer-Hoffmann, la abogada del sindicato, Kate Craig, la seleccionadora Lindsey y la ayudante Carter. Como contaron al periódico británico The Guardian, cada uno de ellos se encargó de un aspecto: desde monitorizar los movimientos de los talibanes, identificar a los grupos de derechos humanos en la zona, localizar al personal militar y gubernamental presente en Afganistán que podría ayudarles y contactar con los países que estaban evacuando personas más allá de sus propios ciudadanos para exponerles el caso. El primer objetivo era sacar a cuatro jugadoras que eran muy identificables. Encontraron apoyo en el exfutbolista australiano Craig Foster, la exnadadora canadiense Nikki Dryden, abogada de derechos humanos en migración y el deporte, y la directora de la organización Human Rights for All, Alison BattissonAdemás, el exdeportista y miembro del parlamento australiano, Zali Steggall, facilitó que el gobierno de su país diera solicitudes de visado humanitario. A las jugadoras también les hicieron llegar cartas de FIFA y de FIFPro para demostrar que estaban en una situación de riesgo.

Lo más complicado fue lograr que las deportistas, varias de ellas de 16, 17 y 18 años, llegaran al aeropuerto, teniendo que superar los puestos de control de los talibanes. Muchas de ellas sufrieron maltratos y golpes antes de conseguir su objetivo, que les costó tres días. Durante unas horas que se hicieron interminables, en la madrugada del 22 de agosto, las jugadoras y sus familiares se fueron moviendo de un acceso al otro del aeropuerto buscando el lugar donde estaba la ayuda prometida, siguiendo las indicaciones que le daban a Popal y que ella transmitía por mensajes. Lo hacían de noche, intentando abrirse paso entre la multitud que abarrotaba el exterior del aeropuerto y entre las ráfagas de tiros que lanzaban al aire los talibanes. Para evitar las multitudes, algunas buscaron el atajo de una zanja llena de aguas residuales, pero les costaba respirar. A las 10 de la mañana, un grupo de futbolistas encontraron por fin a unos soldados suecos que las ayudaron a entrar en el recinto del aeropuerto. Mediante mensajes, consiguieron que más compañeras llegaran a ese lugar. No todas lo lograron.

Finalmente, 86 futbolistas y sus familias pudieron acceder al aeródromo. Unas salieron del país en un avión fletado por la organización del rabino Moshe Margaretten, que vive en Estados Unidos, y que había ido a Afganistán con la misión de sacar al último judío del país, mientras que otras 75 personas, entre ellas el resto de componentes de la selección, familiares y otros deportistas del país, salieron en un vuelo rumbo a Australia.

Para Khalida es duro pensar que todo el trabajo de tantos años se ha echado a perder. “Actualmente teníamos casi 4.000 futbolistas federadas. Había árbitras y entrenadoras. Todos esos logros con la caída de Kabul han desaparecido. Ellas quizá vuelvan a jugar, pero no lo harán más por Afganistán”.  El consuelo que le queda es que “los talibanes no les podrán quitar a las jugadoras el derecho a soñar y a respirar en libertad”. 

Dos cosas han marcado la vida de Khalida Popal. Una es su amor por el fútbol. Hablamos de la fundadora y capitana de la primera selección femenina de fútbol de Afganistán. Y la segunda es la situación política y social de su país. La que le obligó a exiliarse en 2011 ante la persecución y las amenazas de muerte...

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Autor >

Ricardo Uribarri

Periodista. Empezó a cubrir la información del Atleti hace más de 20 años y ha pasado por medios como Claro, Radio 16, Época, Vía Digital, Marca y Bez. Actualmente colabora con XL Semanal y se quita el mono de micrófono en Onda Madrid.

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