Resiliencia
Refugiados olímpicos: un mensaje de solidaridad y esperanza
Como ya pasó en Río 2016, los Juegos de Tokio contarán con la participación de un equipo de deportistas que tuvieron que huir de sus países por ser zonas en conflicto
Ricardo Uribarri 21/06/2021
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Será difícil verlos en algún podio en Tokio, pero eso, seguramente, es lo menos importante. Los atletas que componen el segundo equipo de refugiados de la historia de los Juegos Olímpicos sentirán que ya han ganado una medalla cuando desfilen el próximo viernes 23 de julio en la ceremonia de inauguración. Sus 29 integrantes, de los que 10 son mujeres y 19 hombres, han dejado atrás la guerra, la persecución, el miedo, el hambre y el exilio. Cuando tuvieron que huir de zonas en conflicto, como Siria, Irán, Sudán del Sur, Afganistán, Irak, Camerún, la República del Congo, la República Democrática del Congo y Eritrea, parecía impensable que algún día pudieran llegar a participar en la gran cita del deporte mundial, pero el Comité Olímpico Internacional (COI) les ha tendido la mano con el objetivo de mandar un mensaje de solidaridad, resistencia y esperanza a todos los que pasan por una situación así.
“En un mundo ideal, no necesitaríamos tener un equipo de atletas refugiados en los Juegos Olímpicos. Pero, desafortunadamente, las razones por las que lo creamos antes de la edición de 2016 persisten. Este es un recordatorio para los refugiados de que no los hemos olvidado”. Con estas palabras, el presidente del COI, Thomas Bach, anunció que la iniciativa que se puso en marcha en Río iba a tener continuidad en la ciudad japonesa. Los datos demuestran la obligación de seguir poniendo el foco sobre este problema. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el número de personas que se habían visto obligadas a abandonar sus hogares para salvar sus vidas era de 79,5 millones en 2019, la cifra más alta registrada por la institución. Cada dos segundos alguien es desplazado de su hogar. Se estima que la mitad de los refugiados en el mundo hoy en día son menores de 18 años.
Repasando las historias de algunos de los componentes del equipo se aprecia lo que han tenido que pasar hasta poder cumplir el sueño de competir en unos Juegos. Yusra Mardini es una nadadora que vio destruida su casa en la guerra civil de Siria. En agosto de 2015, cuando tenía 17 años, decidió huir del país junto a su hermana Sarah. “Para nosotros era: o te vas y quizás mueras durante el camino, o te quedas aquí y mueres cada día”, confesó. Tras pasar por Líbano llegaron a Turquía, donde cogieron un bote en el que iban 18 personas pese a que su capacidad máxima era de siete. El motor se paró en medio del mar Egeo y la embarcación empezó a hundirse lentamente. Yusra, con otras dos personas, no dudó en tirarse al agua para empujarlo durante tres horas, hasta que llegaron a la isla de Lesbos. Posteriormente viajó por Europa hasta llegar a Alemania, donde vive actualmente.
Todos los deportistas integrados en este equipo tienen el estatus de refugiado de las Naciones Unidas
El judoca Popole Misenga perdió a su familia con nueve años por culpa de la guerra en la República Democrática del Congo. Le encontraron después de estar ocho días vagando solo por la selva. En un orfanato de Kinshasa descubrió el judo, pero también el horror de tener a unos entrenadores que le pegaban y le encerraban en una jaula, dándole solo café y pan como alimento durante semanas si era derrotado. Durante una competición en Brasil decidió escaparse. Malvivió durante meses en las calles de Río hasta que se unió a una comunidad de refugiados congoleños en una favela. Logró la condición de refugiado político, se casó, tuvo una hija y recuperó su afición por el judo.
Yusra y Popole son dos de los seis deportistas que ya formaron parte del equipo en la anterior cita olímpica, siendo los únicos que lograron alguna victoria en sus deportes. Ella se impuso en su serie de 100 metros en mariposa, aunque no pudo avanzar hasta semifinales, y él ganó un combate, clasificándose para octavos de final en la categoría de -90 kilos. Los otros cuatro deportistas que se mantienen tras competir en la ciudad brasileña son Rose Nathike Lokonyen, que fue la abanderada en Río, Anjelina Nadai Lohalith, Paulo Amotum Lokoro y James Nyang Chiengjiek, todos ellos atletas de Sudán del Sur.
Para los otros 23 será su primera experiencia. Son los afganos Abdullah Sediqi, Masomah Ali Zada y Nigara Shaheen; los iraníes Dina Pouryounes Langeroudi, Kimia Alizadeh Zenozi, Javad Majoub, Hamoon Derafshipour y Saeid Fazloula; los sirios Ahmad Baddredin Wais, Ahmad Alikaj, Muna Dahouk, Sanda Aldass, Alaa Maso, Aram Mahmoud, Wessam Salamana y Wael Sheub; el iraquí Aker Al Obaidi; el sudanés Jamal Abdelmaji Eisa Mohammed; el congolés Dorian Keletela; los eritreos Tachlowini Gabriyesos y Luna Solomon; el camerunés Cyrille Fagat Tchatchet II; y el venezolano Eldric Sella Rodríguez. La ex atleta olímpica keniana y explusmarquista mundial de maratón, Tegla Loroupe, será la jefa de misión del equipo, repitiendo el papel que ya tuvo en los anteriores Juegos.
Mientras que en Río los deportistas refugiados sólo participaron en tres deportes (atletismo, natación y judo), en la capital japonesa también lo harán en disciplinas como taekwondo, boxeo, bádminton, ciclismo, lucha grecorromana, karate, halterofilia, boxeo, tiro y piragüismo. El COI seleccionó inicialmente a un grupo de 56 deportistas que recibieron una beca para que se formaran deportivamente en los últimos años y, posteriormente, el comité ejecutivo, atendiendo a criterios de rendimiento deportivo, antecedentes personales y una representatividad equilibrada en cuanto a deportes, regiones y género, eligió a 29 de ellos, 19 más que los que participaron hace cinco años en Río. Todos ellos competirán en la capital japonesa bajo la bandera olímpica. El programa Solidaridad Olímpica se hará cargo de los gastos de los deportistas, sus 20 entrenadores y los 15 oficiales. Desde 2016, la inversión destinada para este fin es de dos millones de dólares. Los deportistas han podido, además, incrementar sus ingresos a través de actividades interactivas, que van desde charlas inspiradoras sobre resiliencia hasta clases de autodefensa y entrenamiento.
Todos los deportistas integrados en este equipo tienen el estatus de refugiado de la ONU. De acuerdo con el artículo 1.A.2 de la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, un refugiado es una persona que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él”.
Los componentes del conjunto olímpico de refugiados están acogidos en algunos países de Europa, pero también en Brasil, Israel, Canadá o Kenia, entre otros lugares. Varios de ellos contribuyen a sus comunidades de acogida con actividades en las que ayudan a personas necesitadas. Yusra organizó en Berlín un campamento de natación de dos semanas al que asistieron 30 niños refugiados, con edades de 5 a 11 años, con el objetivo de ponerles en contacto con el deporte. “Siempre recordaré que también me vi obligada a dejar mi país y construir una nueva vida en Alemania. Así que, si veo una oportunidad, devolveré algo”, confiesa. El boxeador Farid Walizadeh, originario de Afganistán y que ahora vive y entrena en Portugal, se reunió con chicos de entre 15 y 17 años procedentes de su país, Egipto o Irán, a los que les dio consejos sobre cómo la adversidad que han vivido les puede hacer más fuertes y ayudarlos a luchar por sus sueños. “Mi consejo fue muy breve y claro: trata de no perder la esperanza y haz tu mejor esfuerzo por aprender el idioma y la cultura del país en que te encuentras. Trabaja lo más duro que puedas, porque tu futuro está en tus manos”, les dijo. El luchador Aker Al-Obaidi, un refugiado iraquí que vive en Austria, ayuda a niños locales con su club de lucha. “Me hace muy feliz ver la alegría del deporte en sus ojos y me motiva cuando veo su talento”, explica. Rose Nathike se ha convertido en una colaboradora de alto perfil de ACNUR en la tarea de brindar oportunidades educativas y deportivas a niñas y niños refugiados. Todos ellos tienen clara, por experiencia propia, la importancia del deporte como forma de desarrollar la confianza y la autoestima en los que lo han pasado mal.
Sería una buena señal que esta fuera la última participación del equipo de refugiados en unos Juegos Olímpicos. Pero por si acaso la situación no acompaña, el COI ya tiene previsto formar uno más para la edición de 2024 en París, así como para los Juegos de la Juventud Dakar 2026. Una noticia cuya trascendencia podemos vislumbrar en las palabras de Rose Nathike: “Cuando desfilamos en el estadio Maracaná de Río nos sentimos como seres humanos. El deporte tiene el poder de cambiar la vida de las personas, especialmente de las desplazadas”.
Será difícil verlos en algún podio en Tokio, pero eso, seguramente, es lo menos importante. Los atletas que componen el segundo equipo de refugiados de la historia de los Juegos Olímpicos sentirán que ya han ganado una medalla cuando desfilen el próximo viernes 23 de julio en la ceremonia de inauguración. Sus 29...
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Ricardo Uribarri
Periodista. Empezó a cubrir la información del Atleti hace más de 20 años y ha pasado por medios como Claro, Radio 16, Época, Vía Digital, Marca y Bez. Actualmente colabora con XL Semanal y se quita el mono de micrófono en Onda Madrid.
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