POLÍTICA-ESPECTÁCULO
¿Es Vox un partido homófobo?
El partido trata de imitar el discurso homonacionalista de sus pares europeos, pero para ello tendría que acallar las ideas de buena parte de sus miembros y hacer que nos olvidemos de declaraciones pasadas
Nuria Alabao 21/09/2021
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Las recientes agresiones homófobas han puesto bajo la lupa a Vox. Ellos dicen que no son un partido homófobo y hacen todo tipo de aspavientos para quitarse esa imagen de encima. Nada más hacerse pública la denuncia de la agresión de Malasaña –de la que su autor acabó retractándose–, Ortega Smith, secretario general de este partido, se lanzó a condenarla mientras la relacionaba con la entrada “masiva” de inmigrantes ilegales. Abascal, por su parte, intentó parecer extraordinariamente afectado: “Me llena de rabia la brutal agresión homófoba que ayer sufrió un joven”, tuiteó. “Esta agresión se enmarca en la oleada de violencia e inseguridad que se ha adueñado de nuestras calles”, dijo también. La solución a todos esos problemas, por supuesto, solo la tiene su partido: mano dura –más policía y más penas– y fronteras cerradas. Esas son sus propuestas gay-friendly.
En realidad no hay nada nuevo. El marco que han elegido para abordar esta cuestión es el utilizado desde hace años por los partidos de extrema derecha en Europa Occidental, que para resultar más aceptables se han visto obligados a abandonar su discurso homófobo –o a disfrazarlo–. Son países donde, después de décadas de luchas para que así sea, la homofobia se considera un discurso retrógrado y provoca un rechazo generalizado –basta ver los datos de todas las encuestas de opinión–. Estos partidos, además, se han movido en busca del voto de los homosexuales conservadores al presentarse como sus verdaderos defensores contra el Islam, que se pretende fijar como una religión siempre fundamentalista e incompatible con “nuestros valores”. Un relato que también es funcional para hacer más pasable su islamofobia, o su posición antiinmigrantes. En Vox, esta apuesta relativamente reciente constituye un indicio de que están intentando dejar atrás los discursos más agresivos para poder ampliar su base social. ¿Puede funcionarles?
Nacionalismo sexual
Con esta estrategia estos partidos de ultraderecha llevan al extremo la política-espectáculo o la política como comunicación, en la que lo importante es el “marco” que consigues establecer. Cualquier tema es bueno para hablar de su tema central: sus posiciones antiinmigrantes o xenófobas. Así, desvían la atención constantemente: las agresiones sexuales contra las mujeres no responden a un problema estructural o la violencia que reciben las personas LGTBIQ no está relacionada con un orden de género que estas ponen en cuestión. Además, la homofobia no es algo que tenemos que atajar porque no atañe a la población española, es algo que viene de fuera. Por supuesto, y una vez más, la realidad da igual; que los datos de quiénes son los agresores no coincidan con esta interpretación es un problema menor porque todo se soluciona con “relato” –y un poco de desvergüenza–.
Así, en toda Europa, las extremas derechas dibujan al Islam como incompatible con los valores liberales de Occidente como si la homofobia –o el sexismo– fuesen cosa de “otras culturas” y no algo que también se da en nuestra sociedad. Se emplea aquí una suerte de fundamentalismo de la ilustración –o supremacismo occidental– que, mediante la instrumentalización de los derechos de mujeres y personas LGTBIQ, dibuja una nueva frontera entre ellos y nosotros. Mientras, lo relacionan con otro de sus temas favoritos, la cuestión de la “inseguridad”. La okupación, las bandas callejeras, los robos, las violaciones o agresiones a gays dan forma en su discurso a un país fantasma que poco tiene que ver con la realidad. Mucho menos con la realidad de las migraciones.
De esta manera, impulsan su “nacionalismo sexual”, que les permite representar a las personas migrantes –sobre todo a los musulmanes– como una amenaza a las libertades sexuales. Abrir las fronteras significa una amenaza para la identidad española, pero también poner en riesgo a homosexuales y mujeres. Restringir la política de inmigración y asilo sería, según ellos, la mejor política LGTBI. La plantilla antiglobalización y conspiranoica también es útil aquí. Vox es el partido que les defiende de verdad frente a las “élites liberales globalistas” que quieren abrir las fronteras. Para Abascal, “quienes presumen de defender a los homosexuales abren las puertas a inmigrantes que les persiguen y ahorcan en sus países”. “Yo no tengo ninguna duda de que cada vez más mujeres y más homosexuales sienten que el partido que mejor les protege es Vox, concluye. Porque él no ve gays o mujeres, solo españoles. La única lucha identitaria posible para ellos es la nacional, el feminismo o las luchas LGTBIQ dividen a la sociedad española, por eso también se declaran en contra de los “lobbys” gays. Esos que “piden privilegios” –por derechos–. “Nos negamos a que se hable de un colectivo que se quiere arrogar la representación de todos los homosexuales, es como cuando alguien se quiere arrogar la representación de todas las mujeres, o de los inmigrantes… pues mira, muchos votan a Vox, igual que muchas mujeres o que muchos homosexuales…”, dijo también.
Vox, amigo de los gays
El “en Vox hay muchos homosexuales” de Abascal es el nuevo “tengo un amigo gay”. Este partido parece estar haciendo verdaderos esfuerzos para suavizar su discurso e incluso buscar el voto gay, algo que no le ha ido tan mal a sus homólogos. Por ejemplo a Marine Le Pen, que recibió importante apoyo de este sector, según las encuestas. De hecho, en estas formaciones hay asesores, políticos y afiliados homosexuales, muchos de ellos con visibilidad. Alternativa para Alemania, uno de los partidos europeos más derechista en cuestión de valores con representación, mantiene como portavoz en el Parlamento a una lesbiana, Alice Weidel, y tiene un grupo gay propio –Alternative Homosexuals–. A este fenómeno se le conoce como homonacionalismo.
Es posible que Vox esté intentando reconducir su discurso para hacerlo más amable con los homosexuales, pero no lo tiene del todo fácil. Por una parte, la dirección tiene que esconder o acallar las ideas de buena parte de sus miembros y hacer que nos olvidemos de declaraciones pasadas de muchos de ellos. Por ejemplo, circulan capturas de tuits ya borrados de su director de comunicación Juan E. Pflüger que dicen cosas como: “¿Por qué los gais celebran tanto el día de san Valentín si lo suyo no es amor, es solo vicio?”. Como sabemos, este partido debe mucho a las bases ultras católicas y a organizaciones como Hazte Oír, aunque, a medida que se consolida, parece haber ido deshaciéndose de algunos de sus cuadros más ultras, como Francisco Serrano que fue número uno por Andalucía y que acabó expulsado por un caso de corrupción. O quizás solo de aquellos a los que no consiguen lavar su pasado extremista.
Esta composición, y tener que responder también a sus bases católicas, les complica una posición homonacionalista creíble. Basta ver cómo se han opuesto a la prohibición de las terapias de conversión de la orientación sexual, pero también a la educación sexual igualitaria en las escuelas. Este último tema es especialmente sensible y les cuesta mucho no desbarrar cuando hablan de él por el pánico moral que les produce “la infancia amenazada”. Un concejal madrileño de Vox, Pedro Fernández, dijo en enero del 2020: “Aparten sus sucias manos de mi hijo, aparten sus marxistas deseos y apetitos sexuales de mi hijo (…) y pierdan toda esperanza de adoctrinar a nuestros hijos para convertirlos en enfermos como ustedes”.
Por otra parte, los partidos de extrema derecha de Europa occidental pueden tener discursos gay-friendly pero muchos de ellos se oponen a los derechos LGTBI. Vox también. Así, se han opuesto frontalmente a la Ley Trans pero además caminan en el alambre discursivo cada vez que se manifiestan sobre el matrimonio homosexual. Dicen que no se oponen a que puedan acceder a las uniones de hecho, pero que no pueden llamarse “matrimonio”. Sobre la adopción, Abascal dice que lo deseable es que un niño tenga “prioritariamente un padre y una madre”, aunque aceptaría que puedan adoptar a los niños que “que nadie quiere”. Recordemos que este partido proviene de una escisión del PP, la neocón, que se gestó en las grandes manifestaciones antimatrimonio igualitario del 2004-2005. El pasado pesa todavía.
Si profundizamos un poco, estas posiciones homonacionalistas tampoco encajan muy bien en un ideario donde, en el fondo, los homosexuales son vistos como amenazas potenciales para el orden patriarcal y la reproducción de la nación necesitada de “familias heterosexuales normales” –la posición oficial de la Iglesia católica–. Los partidos de extrema derecha pueden llegar a aceptar la existencia de las personas homosexuales mientras no hagan mucho ruido, no demanden derechos y sobre todo, sigan siendo “otros”. Es decir, que puedan quedar encajados como anomalías pero dentro de una normatividad del “buen gay” o la “buena lesbiana” –más problemas tienen aceptando a las personas trans–, gente seria que no cuestiona el binario de género y a ser posible coinciden con el ideario neoliberal.
La asociación discursiva entre izquierda y minorías es el resultado de décadas de luchas políticas contra heterosexismo. Así que resulta difícil concebir que puedan darle un significado conservador a lo LGTBI, al menos en el imaginario público. Pero de sobra sabemos que ser gay no te hace automáticamente de izquierdas. El fenómeno del homonacionalismo implica que podría haber una alianza –aunque sea circunstancial entre sectores LGTBI y la extrema derecha como ha sucedido en otros países–. Por ahora, no hay atisbo claro de estas posiciones en España pero habrá que estar atentas.
Las recientes agresiones homófobas han puesto bajo la lupa a Vox. Ellos dicen que no son un partido homófobo y hacen todo tipo de aspavientos para quitarse esa imagen de encima. Nada más hacerse pública la denuncia de la agresión de Malasaña –de la que su autor acabó retractándose–, Ortega Smith, secretario...
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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