DESERTORA DE GÉNERO
Es una crisis de sistema
Luchamos por el sostenimiento de un sistema que progresa hacia sus límites. Y en esta lucha aparecen élites suicidas que son capaces de arrasar sus países con tal de sostener el modelo que les ha ido tan bien
Marina Echebarría Sáenz 29/09/2021
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Si usted, querido lector, es una persona que sigue habitualmente la prensa, seguro que habrá observado la proliferación en el uso periodístico de una palabra: crisis. Probablemente se haya saturado de leer artículos sobre la crisis del precio de la energía y, si es inquieto, seguramente habrá oído que también hay una crisis energética en países como Brasil, Madagascar, Líbano… o, sin más, que los precios andan disparados por toda Europa. Tal vez usted, como yo, resida en una ciudad con fábrica de automóviles en la que se ha cerrado la cadena de producción por la crisis de los semiconductores. Quizás usted trabaja en la construcción y entonces oirá hablar de la crisis de suministros de materiales y comprobará que llevamos varios meses comprando tablones, vigas, etc. con precio abierto, porque no hay suministros suficientes. Para quienes se muevan en el sector agrícola o les inquiete la ecología, estarán las crisis del café, la crisis de precios de los cereales…. Hay para todos. Si lo que le inquieta a usted es el panorama de la humanidad, seguramente oirá hablar de crisis de alimentos en África, de su crisis de recursos y de la consiguiente crisis de emigración que también sentimos en este lado de la orilla. Espere usted unos días más y le hablarán de la crisis de los juguetes de navidad. Lo raro es que a usted raramente le dirán que todos estos fenómenos aislados no lo son y que, en realidad, usted, todos nosotros, estamos viviendo una crisis de sistema.
Quizás lo que ocurre es que nuestro modelo económico se basó en la extracción masiva de los recursos naturales (fundamentalmente petróleo, metales, cereales…), para integrarlos en un sistema de producción cada vez más masificado y eficiente, que a su vez exigía una sociedad consumista para dar salida a esos ingentes stocks de producción. Un modelo que se basaba, además, en la libre circulación de capitales y recursos materiales, buscando el aprovechamiento de las asimetrías de riqueza entre las distintas regiones del planeta. O si lo prefiere, en que las zonas pobres aportaban materias primas a bajo coste y producían barato y en masa para las zonas más ricas. Y hay que decirlo, este modelo provocó un gran desarrollo económico y nos dio la ilusión, que muchos teóricos del neoliberalismo alentaron, de que era posible un progreso económico exponencial, ilimitado y permanente. La sabia mano del mercado iría repartiendo la riqueza entre los operadores económicos y la ciudadanía en una progresión social eterna.
Se están construyendo grandes fábricas de semiconductores en China y en EE.UU. Bloques como la UE destinan miles de millones a la lucha por el liderazgo tecnológico
Luego las dinámicas generan su propia realidad. Una economía basada en la energía fósil provoca grandes masas de contaminación, que a su vez devienen en un cambio climático con mayor abundancia de desastres naturales y una expansión de la sequía. Las propias fuentes de energía fósil se ven poco a poco forzadas hacia su límite natural y comienzan a hacer perentoria la búsqueda de nuevas fuentes, pero implantar éstas entra en conflicto con el sector energético ya establecido, que aspira a seguir controlando el mercado. Ese mismo cambio climático plantea a países como Brasil o Madagascar una crisis de producción de energía hidroeléctrica, efecto que se ve agravado si resulta que has quemado o talado grandes masas forestales para cultivar soja, lo que acentúa la sequía, que ya de paso afecta a otros cultivos como el café o el chocolate que necesitaban la selva y la humedad previa para prosperar. Por cierto, ese mismo cambio climático nos lleva a un progresivo cambio de las corrientes marinas, y a que en nuestro país se incrementen las tormentas procedentes del sur, con agua más caliente y gotas más pesadas, que penetran más en las playas del norte, lo que mata a los berberechos y ya tiene usted, si quiere, la crisis de las mariscadoras (un saludo a las mariscadoras de O Grove). La producción en masa en países baratos como China, nos lleva por otro lado a la concentración de la extracción de metales y tierras raras para sus grandes macro fábricas y a la necesidad de transportar grandes masas de mercancías de un extremo a otro del planeta. ¡Es que lo transportamos todo! Desde su televisor a las uvas chilenas que se come al mediodía. A medida que la renta se redistribuye un poco, China se incorpora al proceso de consumo y se crea otro cuello de botella; los niveles de consumo global aumentan, no sólo falta energía, faltan minerales como cobre, zinc, hierro… y se desata una lucha encarnizada por las escasas tierras raras necesarias para la alta tecnología como el coltán o el litio. Curiosamente, usted observará que los países productores de estas tierras raras con frecuencia entran en guerra o sufren golpes de Estado… Con la pandemia, la generalización de la tecnología, la incorporación al mercado capitalista de grandes masas de población, con la continua reducción de los recursos naturales, mientras la producción llega a sus límites, la necesidad de consumo se dispara y los precios de los suministros y del transporte suben a máximos inéditos. Un contenedor costaba 1.800 dólares el año pasado, ahora cuesta 5.200. Un flete marítimo costaba 1.000 dólares por término medio en enero, hoy 2.900, ya muy lejos de los 500 que costaba hace tan sólo dos o tres años. Si China ha de ser abastecido al mismo nivel que los países más derrochadores (¿por qué no habría de serlo si son quienes producen todo?), resulta que no hay metales suficientes, y que su producción ya no puede exportarse en su práctica totalidad. La necesidad de consumo interno en cereales, materiales y productos de consumo encarece los precios, obliga a elegir cuando se exporta para no hundir el mercado global externo y cuando se abastece al mercado interno para no provocar un hundimiento doméstico. Esto nos lleva a la crisis de suministros en occidente, a la escasez de semiconductores, a la subida de los alimentos básicos, a que aquellos países que importan sus productos y sus alimentos vean cómo los precios se disparan con la consiguiente crisis social. Si enviarle a usted unas uvas desde Chile cuesta el triple, no todo el mundo puede pagar el precio. Si enviar a su fábrica semiconductores no es posible porque tenemos que dedicarlos a la tecnificación del 5G en China, aunque usted sea una multinacional poderosa, descubre que tiene los pies de barro. Si el juguete que demanda su niña necesita un chip que no se encuentra, soportará el lloro de su niña cuando le sustituya el maxi robot por un bonito juguete de plástico.
Por supuesto el sistema sabe reaccionar y reacciona. Se están construyendo grandes fábricas de semiconductores en China y en EE.UU. Bloques como la Unión Europea destinan varios miles de millones a la lucha por el liderazgo tecnológico y para el fomento de la producción propia. Se construyen apresuradamente gigantescos barcos portacontenedores, con el inconveniente de que ni canales como el de Suez ni la mayoría de los puertos pueden con ellos, pero no importa, acometemos rápidamente reformas gigantescas de infraestructuras. Ponemos fechas al final de las crisis; la de los semiconductores se solucionará en un año y medio a dos años. La del transporte marítimo en dos años… La crisis de los cereales se acomete talando más selva y abriendo nuevos campos de cultivo masivos… Luchamos por el sostenimiento de un sistema que progresa hacia sus límites. Y en esta lucha aparecen élites suicidas que son capaces de arrasar sus países con tal de sostener el modelo que les ha ido tan bien. Todo menos pararnos, reflexionar y valorar si no estamos ya mismo ante el fin de un modelo económico, energético, ecológico y social. Y es que hablar de una crisis de sistema resulta muy incómodo. Afrontar problemas aislados, diseñar respuestas rápidas a los distintos cuellos de botella que van apareciendo nos da una idea de dinamismo y efectividad; estamos haciendo algo, ¡triunfamos! Mientras que si ponemos nuestras diversas crisis en contacto, si concebimos lo que pasa como un fallo estructural, las preguntas que debemos hacernos son inquietantes y, sobre todo, las respuestas son incómodas para los actores económicos, para el poder político y hasta para nuestras pequeñas pretensiones de vivir como hemos vivido toda nuestra vida y ejercer nuestro derecho a tomar una caña en la terraza de turno.
En mi humilde forma de ver, podemos empeñarnos en prolongar una dinámica de respuestas puntuales a “crisis puntuales”, negar que estemos ante los límites de una economía basada en el crecimiento perpetuo y ante una crisis del sistema extractivo, o podemos admitir que los recursos de nuestro planeta ya son medidos y limitados, que no es posible un crecimiento eterno de los índices económicos y del consumo e incorporar a nuestro lenguaje y a nuestra acción política palabras como sostenibilidad, economía circular, decrecimiento de los recursos, economía de proximidad…
No soy muy optimista en pensar que vayamos a ver una reacción rápida de nuestros líderes sociales y económicos. No creo que nuestras universidades vayan a volverse críticas de la noche a la mañana con el modelo económico que enseñamos a nuestros jóvenes. Pero quizás, si comenzamos todos a hablar de una crisis de sistema, terminaremos por demandar respuestas a largo plazo, por admitir nuestras limitaciones y por exigir a nuestros dirigentes que no actúen como bomberos pirómanos. Mientras tanto, téngalo usted claro, lo del próximo mes no va a ser la crisis de escasez de los juguetes de navidad, es que la mariposa que ya no aletea en la selva brasileña nos ha llevado a una crisis de sistema.
Si usted, querido lector, es una persona que sigue habitualmente la prensa, seguro que habrá observado la proliferación en el uso periodístico de una palabra: crisis. Probablemente se haya saturado de leer artículos sobre la crisis del precio de la energía y, si es inquieto, seguramente habrá oído que también hay...
Autora >
Marina Echebarría Sáenz
Es catedrática de Derecho Mercantil.
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