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No soy capaz de recordar en qué ciudad bajo el control del DAESH se produjo aquella noticia: un niño al que habían sometido a tantas perrerías que solo deseaba morirse para contarle a Allah todo lo que le habían hecho.
Y a veces pienso que nos pasa lo mismo con la Unión Europea. Si se le retira a un diputado su acta de manera atrabiliaria y caciquil después de una condena a todas luces trucada y torticera solo nos queda encomendarnos a Europa y a sus tribunales infalibles de derechos humanos, garantías procesales y control democrático. Lo que por otra parte suele saldarse con un multaco que pagamos a escote, también te digo. Eso es una señal clara de que consideramos que la justicia está escorada hacia un lado que es opuesto al de la democracia y los derechos humanos y nos parece más rentable esperar a que un poder superior enmiende sus arbitrariedades que no arremangarnos en el esfuerzo de reformarla o de construir unos contrapesos que moderen sus excesos. Esto nos parece una tarea titánica fuera de nuestras capacidades y de las de las personas que hemos elegido para representarnos. Es como si concibiéramos esos poderes del Estado como predemocráticos, como un sustrato rocoso sobre el que, en su magnanimidad, un poder atávico, forjado en la misma fragua que el hierro de las espadas de los héroes medievales, ha permitido que se construya una democracia, pero menos, para que parezcamos Europa.
Las primeras ciudades del sur de Mesopotamia anotaron en tablillas de barro un montón de datos económicos que nos permiten conocer algunos periodos con bastante exactitud, sus rutas comerciales y sus intercambios con lugares tan remotos como las actuales Turquía e India, u Omán, sobre todo el periodo de la tercera dinastía de Ur. La Unión Europea es por un estilo para sus cosas pero en el siglo XXI de nuestra Era, así que no acumula tablillas sino que desarrolla mapas, estudios estadísticos y movidas así.
Y se ven cosas interesantes. Si comparamos el mapa de porcentaje de población en riesgo de pobreza con el de porcentaje de descontento con la Unión expresado en votos vemos que casi se superponen pero al revés: allí donde mayor es el riesgo de pobreza más conformidad hay con las políticas de la Unión, incluso allí donde el dextropopulismo rampante está intentando socavar esto.
Desde las regiones más pobres de Europa vemos en la UE una especie de garantía de que nuestras democracias no van a seguir vaciándose de contenido y de que nuestra deuda va a ser tratada con benevolencia en los mercados internacionales.
No tiene por qué ser así, desde que la democracia y el capitalismo se dieron cuenta de que se estorbaban mutuamente. Y, de repente, a las ayudas se les cuelan contrapartidas que avanzan en el sentido del desmantelamiento de las pensiones públicas, de la sanidad pública, de la educación pública.
Cuando escuchamos declaraciones extemporáneas de quienes se dicen constitucionalistas sobre que no se puede garantizar la educación pública a todo el mundo porque “no dan las cuentas”, no vamos a la Constitución de los constitucionalistas a leer el punto 4 del artículo 27: “La enseñanza básica es obligatoria y gratuita”. No sentimos que esta disposición nos proteja tanto como una posible intervención ex machina de la justicia europea. Y a lo mejor no es tan de fiar. Digo yo.
Pero hay un mapita que recoge los resultados del Quality of Government Index de 2021, que elabora la Universidad de Gotemburgo, sobre confianza en el prójimo, el grado de confianza que unas personas tenemos en otras en diferentes lugares de la Unión. Y eso sí que parece algo que está en nuestra mano cambiar. Este mapa muestra que las zonas donde más se desconfía del vecino, aparte de algunas regiones ultraperiféricas de la Unión como Reunión, Martinica o Guadalupe, son Croacia, cuatro regiones de Bulgaria, Cataluña y la comunidad de Castilla y León.
Estos días, con la popularidad de las noticias que alertan sobre un gran apagón, y las evidencias de que algo está pasando cuando escasean los microchips, el transporte marítimo se encarece porque se encarece el combustible y te compras un coche hoy y te lo sirven en nueve meses, lo que se pone de manifiesto es la incómoda certeza de que el mundo que considerábamos suelo firme es en realidad muy frágil. Para enfrentarse a esto hay dos mentalidades distintas, dos culturas, dos formas de estar en el mundo. La de los preparacionistas, que hacen acopio de lo que consideran que va a escasear (que nunca es agua potable, a juzgar por la cantidad de alimentos deshidratados que acumulan), es la opción individualista, consistente con la educación neoliberal, el sálvese quien pueda y el yo voy a mi rollo. Y la otra es la de los huertos urbanos, la de la solidaridad, la del tejido social, la cultura de lo común, que es la que se ha venido criminalizando desde el poder porque entorpecía el desarrollo de una sociedad basada en la propiedad privada y la iniciativa personal.
Si yo tuviera que apostar, lo apostaría todo a la segunda porque una persona sola puede sobrevivir con lo acumulado hasta que se le acabe, pero es prácticamente incapaz de producir alimentos en cantidad suficiente para sí misma, mientras que una comunidad es capaz de producir y hasta de obtener excedentes. Y así llegó nuestra especie hasta aquí. Gracias a la solidaridad, la colaboración y el mutualismo.
Una sociedad que cuida sus redes de solidaridad y su tejido social es más resistente a los cambios. A lo mejor lo de las asambleas en las plazas era una buena idea.
No soy capaz de recordar en qué ciudad bajo el control del DAESH se produjo aquella noticia: un niño al que habían sometido a tantas perrerías que solo deseaba morirse para contarle a Allah todo lo que le habían hecho.
Autora >
Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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