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De verdad lo digo, no pierdan el tiempo con el prólogo, queridas amigas y queridos amigos, lectoras y lectores de Gerardo Tecé, no se entretengan en esta declaración de admiración, salten por favor la página y vayan a lo que interesa, la forma de mirar de un hombre lúcido que ve y, porque ve, sabe contar. Y de qué manera cuenta este torbellino de ideas y de libertad que va por la calle con aire desmayado, como si estuviera un poco perdido o se hubiera dejado olvidadas las gafas en un bar cualquiera, si es que fuera a bares y llevara gafas. Sin embargo, el despiste es sólo aparente, al hombre torbellino no se le escapa el sentido de las cosas ni las cosas mismas, basta preguntarle qué ha visto hoy en la calle o en el mundo y él organizará el caos en cuando se siente ante el ordenador y se ponga a escribir con la precisión del poeta o del científico y con el sentido del humor que ambos querrían para ellos y solo Gerardo tiene.
Hasta leer a Gerardo Tecé creíamos que se podía mirar de frente o de soslayo, desde arriba o desde abajo, ahora sabemos que también se puede mirar dentro y así enseñar el mundo y a quienes lo habitamos, con nuestros usos, maneras y contradicciones. Mirar dentro no es fácil, hay que tener habilidad para hacerlo, preparación y una dosis fuerte de valor para afrontar las consecuencias. Mirar dentro implica ver las tripas del sistema, sus amaños y sus operaciones estéticas para parecer bonito. También se ve el uso torticero de las palabras que el sistema propone y nosotros asumimos como si fuera verdad revelada, día a día vamos acarreando conceptos y palabras que nos inoculan hasta que, de pronto, irrumpe Gerardo en nuestra mañana y con su crónica desmonta seguridades, resquebraja las murallas de Jericó y nos pone a pensar, pese a estar embotados de tanta comida rápida, perdón, embotados de tantas ideas prefabricadas como se distribuyen a diario en el mundo. El trabajo de Gerardo lleva filosofía dentro.
A veces la imagen de Gerardo Tecé se me confunde con la de Goya. Los veo a los dos trabajando, queriendo poner más luz en la tela o en la pantalla, pero la obstinada realidad se impone, una y otra vez Saturno sigue devorando a sus hijos y experimentando placer por eso. Lo pintó Goya, lo describe Gerardo cuando habla de Salvini, por ejemplo, o de los mil Salvinis que habitan nuestro entorno y que han decidido que el otro, el pobre, es el enemigo, que hay que echarlo porque nos quita trabajo, aunque lo veamos trabajando en los lugares que no queremos para nosotros. También los Salvinis del mundo nos dicen que tenemos que protegernos de quienes podrían ser nuestros vecinos, para eso crean empresas de seguridad que nos venden a base de atiborrarnos con la publicidad más generadora de baja estima nunca diseñada. «El otro es como yo y tiene derecho a decir yo», repetía José Saramago. Los Salvinis y sus cuerdas de seguidores han rebajado el nivel de humanidad hasta lugares que pensábamos desechados tras la experiencias del siglo XX, ahora otra vez el otro es alguien a quien hay que eliminar si no sirve para los intereses del sistema, por eso Gerardo Tecé asume la tarea de desmontar con sus reflexiones la banalización del mal que se extiende, empequeñece y asfixia. Y sigue pintando, como Goya escribía. No dudo de que ambos, si tal cosa les fuera pedida, se autorretratarían como dos perros intentando no hundirse en un monte de tierra que el sistema ha preparado porque nos quiere sepultados y silenciosos, muertos en vida, aunque el perro de Goya —y el de Gerardo también— mantenga levantada la cabeza y los ojos tremendamente abiertos y brillantes para ver por dentro y no callar. También para no cumplir el destino que nos trazan quienes de humanidad no saben ni escribir la palabra.
Las crónicas de mi amigo Gerardo llevan mucha gente dentro y a esas personas les podemos poner nombre, a ellos y a las funciones (políticas, sociales, caritativas, solidarias, creativas, abyectas) que les hacen llegar hasta nosotros. Que no nos asuste la tarea de leer en complicidad, ver y analizar son atributos humanos, nombrar lo que vemos es una exigencia, Dios lo hizo el primer día, las academias el segundo y el tercero, ahora nos toca a nosotros diseccionar y darle nombre a quienes pretenden, una y otra vez, ocupar nuestras vidas y conducirnos hasta un estadio de simple estadística. O por el contrario, como quieren los mejores, a ser protagonistas de una sociedad que creíamos nuestra y tantas veces nos la secuestran mientras discutimos si son galgos o podencos. Gerardo Tecé nos dice que algunas de las personas que han pretendido dirigir nuestras vidas no saben ni repartir caramelos en las cabalgatas de reyes que se montan cada Navidad. También nos habla de otras personas, levantadas y principales, que se construyen a sí mismas desde las orillas del sistema y se convierte en puerto de salvación. ¿Un ejemplo? Varios. Las mujeres que saben nombrarse en femenino y que al día siguiente de la huelga general feminista intentarán, una vez más, enseñar a colocar la funda nórdica en el edredón, cielo santo, que no es tan difícil… Gerardo nos habla también de los trabajadores de la sanidad pública que, pese a tantas deficiencias, saben curar y a veces hasta acarician porque descubren que tenemos miedo y que ellos y nosotros, todos, somos mortales y necesitamos sostenernos. Y escribe mucho nuestro hombre de las campañas de publicidad electoral, del concepto democracia, «gobierno del pueblo para el pueblo», tan demodé, tan mal explicado en la antigüedad, según dicen los técnicos, con lo claro que lo tienen los dueños del sistema aquí o allí, y en otros artículos Gerardo Tecé se ocupa de un partido de fútbol o un concierto que reclama atención porque se está dando mucho. En la viña que es este libro vamos a encontrar muchas castas de uvas, algunas nos darán ganas de no volver a beber, otras nos proporcionarán el placer de la mejor copa, esa que al saborearla se siente la compañía del texto y del autor, este hombre joven que ya se nos acerca, está ahí, sonriente y casi pidiendo perdón, sabio, dinámico, pensador irredento, escritor como pocos, desmitificador bienhumorado y amigo del alma para el que nada es indiferente. Bendito sea.
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De verdad lo digo, no pierdan el tiempo con el prólogo, queridas amigas y queridos amigos, lectoras y lectores de Gerardo Tecé, no se entretengan en esta declaración de admiración, salten por favor la página y vayan a lo que interesa, la forma de mirar de un hombre lúcido que ve y, porque ve, sabe contar. Y de...
Autora >
Pilar del Río
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