El sexo del islam
Salah Abdesalam, tu nombre es el mal
La brutalidad y la violencia son las íntimas consortes del sexo y esto se nos escapa, porque no tiene raza, ni religión, ni fundamentalismo, sino carne y sudor
Karima Ziali 28/02/2022
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Necesitamos identificar el mal. Sí, el demonio que se enfrenta a dios. Salah es un demonio perfecto. Varón, barbudo, con nombres y apellidos difíciles de pronunciar; Salah es la cara retorcida del mal. El reflejo del dolor, del mal sabor que los ansiolíticos dejan en la lengua, del nudo que se atraganta cada vez que nos cruzamos con un rostro que parece musulmán. El mal con carne, grasa, fluidos; vísceras vivas de un cerebro adormecido por la yihad. Este hombre que se viraliza cada vez que aparece en pantalla, este mensajero de un dios malvado, porque en efecto, Allah es el mal de occidente, la piedra en su zapato, el árido desierto que impide a la tierra crecer. Y por muy laica que sea la amada princesa fenicia de Zeus, la idea de un mal indomable la aterra, la mantiene en jaque, la esteriliza de su propia creatividad.
El mal en los ojos de un hombre, en la mirada de Salah, entre la carne que sigue adherida a sus huesos. ¿Por qué no te inmolaste? Se preguntan los letrados y medio mundo. Su vida es el regalo a Europa, es la pesadilla de un kamikaze tardío, de un botón que se resigna a dejarnos con la muerte, de una mano que nos hace pender del hilo de la vida. Sus miembros siguen tan unidos como Europa lo sigue a este momento letal. Esta es su entrega y quizás, a sabiendas de esta herencia, su acto toma un cariz descomunal.
Salah fue un joven que sudaba éxtasis en las discotecas; éxtasis y euforia por el sostén de un mundo que se le abría a medias, infranqueable con su “h” fricativa, un mundo en el que siempre era sospechoso de ser nada. Salah no era distinto a Guillaume o a Carlos. Por mucho que intentemos trazar sus caminos de perdición, Salah era el chico que aprobaba pelado lo que le aburría en clase y destacaba en lo que le hacía bullir por dentro. Salah era el que miraba a la chica de las piernas largas, y luego revertía su fantasía en la cama de su cuarto de Molenbeek.
Salah pertenece al Estado del sexo roto y la yihad es el canal por el que imagina restaurar esta ruptura, esta herida vieja y universal
Salah pertenece al Estado del sexo roto y la yihad es el canal por el que imagina restaurar esta ruptura, esta herida vieja y universal. La yihad es la discoteca llena de sangre, iluminada por la pólvora que rebota contra la vida. Ahora que el juicio de Salah se ha abierto como una llaga que no logra cicatrizar, pensamos en quién es Salah y cuántos como él existen en nuestro cercano y domesticado mundo. He observado su cara durante treinta largos minutos, repasando sus cejas, sus ojos como botones cosidos a corta distancia, esa nariz de pájaro de jardín adosado, su boca infinitamente vulgar, su gesto de travesura insignificante. El cabello recortado en la barbería que garantiza un parecido razonable a DiCaprio y, si no, te devuelven a la realidad de la que quieres salir: inmigrante, nacionalizado; la realidad del adoptado por el orfanato de la identidad. Salah, libertino sin pecado, quiso ser hombre antes de ser niño, quiso alcanzar el paraíso antes de ensuciarse en la tierra. Porque a Salah le protege la piel escamosa de un animal abrumado por los empujes del ecosistema sexual: su radicalización es una brecha sexual.
El sexo sin paraíso de Salah Abdesalam
¿Rozó el botón? El botón de la felicidad con el que el índice puede lograr un gemido, un aullido, un orgasmo extensible. Salah en la celda recordando su sexo sin sexo, porque esta impotencia es el origen de la inadaptación o, como gusta a los medios, de la incapacidad de integración. Salah leía el Corán mientras en la otra mano sujetaba un porro “de vez en cuando”. ¿En qué momento la marihuana es sinónimo de estar integrado en los valores occidentales? No lo sé, pero es un detalle que desenfoca el verdadero problema. Salah soñaba con una boda a lo grande con su novia, con un amor de 18 años al que propuso fugarse al paraíso de los enamorados, la Siria del Daesh. Ella rechazó el cuento de Romeo y Julieta. Shakespeare tendría material dramático para tomates y rosas. Nosotros solo tenemos balas perdidas de daños sinlaterales. A Salah no le importa la crítica del día siguiente, la obra siempre puede seguir en el olimpo de Allah donde el sexo se sublima hasta alcanzar el gozo sincrético de los soldados desvirgados en la contienda de la inmolación.
Porque si quisiéramos navegar en la causa, en la verdad de lo cuerpos esparcidos por doquier en la ciudad de las luces, deberíamos rendirnos a la evidencia del asco a la piel aceituna, al pelo de coliflor que se oxida bajo las nubes aguadas de Europa, a la certeza de un diálogo cultural que encandila, pero enmudece ante el apagón del último escenario en París. Y no es un asco políticamente racial, no es un escupir sobre el moro que pasa porque roba, porque se come las subvenciones como un famélico tercermundista. No. Es mucho más intenso que todas estas futilidades. Es el asco a la excitación conjunta, a mezclar fluidos, a oler en comunión las heces de la verdadera integración.
A Salah le espera el eterno orgasmo que no encontró en las discotecas insulsas de un Occidente que pervierte el cielo sexual, arrastrándolo al fango terrenal
A Salah le esperan en el paraíso, para eso ha sobrevivido, para lastrar la espera de su deseo. Su libido en una caja de acero, su cuerpo cercenado de ese rostro que circula por los suburbios virtuales, porque de Salah solo nos queda una cara flotante que ya no se corresponde con la actual. Es el rostro vivo de un cuerpo que aspira a un paraíso frustrado y anhelado. El edén de las huríes, de ojos oscuros y cabello azabache, donde cada erección encuentra su cobijo de satisfacción y redención. Es el paraíso sexual del Islam. A Salah le espera el eterno orgasmo que no encontró en las discotecas insulsas de un Occidente que pervierte el cielo sexual, arrastrándolo al fango terrenal. Que humilla a las huríes entregándolas a extáticas danzas epilépticas abrumadas por el desfase del alcohol. La cárcel es solo la antesala de la gloria y Salah se mantiene en una calma tensa que asume como una condena liberadora.
Este es el estado de la cuestión Salah y de todo lo que entorpece entender el yihadismo como guerra al sexo sin paraíso. Por eso Salah es una puerta para comprender: no se trata de buscar conciencias radicalizadas sino sexos desbaratados, tampoco se trata de hallar jóvenes en barrios periféricos que respondan al subalterno socioeconómico del capital moderno. No, nos equivocamos con este razonamiento, siempre paternalista, siempre demagógico. Se trata de jóvenes que hablan sin acento, de colegas con ropa igual de cara que la tuya, de hombres o proyectos de hombre que revierten su ira contra un continente que le cierra las piernas, pero que tampoco encuentran unas paredes húmedas y calientes cuando miran hacia el suyo. La brutalidad y la violencia son las íntimas consortes del sexo y esto se nos escapa, porque no tiene raza, ni religión, ni fundamentalismo, sino carne y sudor, y esto, aunque nos disguste, es universal.
Necesitamos identificar el mal. Sí, el demonio que se enfrenta a dios. Salah es un demonio perfecto. Varón, barbudo, con nombres y apellidos difíciles de pronunciar; Salah es la cara retorcida del mal. El reflejo del dolor, del mal sabor que los ansiolíticos dejan en la lengua, del nudo que se atraganta cada vez...
Autora >
Karima Ziali
Escritora, filósofa y antropóloga. Nacida en Marruecos y criada en Catalunya, se dedicó a la docencia hasta que decidió tomarse en serio como escritora e investigadora. Colabora con diferentes publicaciones y con una escuela feminista. Instalada en Granada desde hace unos meses, se dedica a la investigación sobre sexualidad e Islam.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí