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Gabriele del Grande /autor de ‘Dawla, la historia del EI contada por sus desertores’

“La internacional yihadista ya ha iniciado el reclutamiento para la siguiente guerra”

Gorka Larrabeiti 16/10/2019

<p>Gabriele del Grande.</p>

Gabriele del Grande.

Stephan Röhl

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Ahora que parece que, en ausencia de grandes atentados, el yihadismo ha dejado de ser foco informativo y que incluso el aniversario del 11S es menos evento que nunca, toparse con el Estado Islámico da pereza, remueve fantasmas y evoca pesadillas. Ahora que parece que nos ha entrado prisa por olvidar el yihadismo, es un buen momento para adentrarnos con calma en lo que fue la Historia y las historias del Estado Islámico.

Acaba de salir la traducción al español del libro Dawla, la historia del Estado Islámico contada por sus desertores (Ediciones del Oriente y el Mediterráneo). Gabriele del Grande (Lucca, 1982) la define como “una especie de novela sobre el yihadismo cuando en realidad es un trabajo puramente periodístico”. 

¿Por qué un libro sobre el Estado Islámico? ¿Cómo juzgaría la información a la que tiene acceso la opinión pública?

Hasta hace unos años nos machacaron vivos con noticias sobre el Estado Islámico. Venga libros, y venga artículos, documentales… Sin embargo, poca gente habrá que pueda decir que ha entendido de veras algo al respecto. Se echaba de menos un relato que diera a entender la complejidad de un fenómeno, el yihadismo, que se suele liquidar a menudo con orientalismos facilones desligados de la dimensión social, histórica y política o, peor aún, a base de complotismos y tramas retorcidas según las cuales resulta que al final la culpa de todo la acaba teniendo algún servicio secreto.

¿Por qué centrarlo en los testimonios de desertores?

Periodísticamente porque son los únicos que pueden revelar los secretos de la organización, los únicos que pueden contarla desde dentro. Literariamente porque en nuestro imaginario representan el mal. Precisamente por eso contar la guerra desde su punto de vista descoloca y resulta extremadamente incómodo. No solo porque nos revela los horrores de la máquina de la guerra sino porque nos enseña que los peores criminales no son tan distintos de nosotros, lo cual sacude nuestras certezas sobre la humanidad en general y, de rebote, sobre nosotros mismos.

Ha pasado un año desde que le detuvieron en Turquía. ¿Esa detención tiene que ver con este libro?

Sí. Me detuvieron en abril de 2017 en Reyhanli, una ciudad turca que está en la frontera con Siria, mientras almorzaba con una fuente. Se trataba de un hacker jordano que había huido del Estado Islámico pocas semanas antes de nuestro encuentro. Nos arrestaron a los dos. Era un grupo de agentes de civil. Supongo que eran de los servicios secretos turcos. Las preguntas en el interrogatorio, que duró hasta bien entrada la noche en una comisaría de la ciudad, tenían que ver con el contenido de mi trabajo, mi relación con la fuente y el motivo de mi presencia en la ciudad. Reyhanli era entonces una zona de contrabando. Por allí pasaban armas y yihadistas que se dirigían al frente sirio. Pululaban también contactos de servicios secretos, espías, traficantes de armas y aspirantes a yihadistas, de ahí que las autoridades turcas prohibieran a la prensa entrar en la provincia. La excusa que pusieron para justificar mi expulsión, que tuvo lugar tras 14 días de detención, de los cuales 11 fueron en aislamiento total, fue exactamente esa: como periodista yo no tenía que estar allí. Traducido para la gente no especialista: no tenía derecho a meter las narices en el papel que jugaban en Siria los servicios secretos turcos. Pero ojo: volvería a hacerlo. Con los años he aprendido que los temas más urgentes por investigar son precisamente los que el poder pretende cubrir con el tupido velo de la censura. En cuanto a la experiencia de mi detención, he de decir que me ha dado más de lo que me quitó. Sobre todo, un renovado amor por la libertad y una reforzada crítica del poder. Eso aparte de los relatos de muchos compañeros de celda que conocí antes de que me metieran en aislamiento.

En distintas declaraciones habla de distintos niveles de lectura del libro. ¿Qué significa?

Pues que hay un primer nivel de lectura que se detiene en la superficie del texto narrativo, de las historias, las biografías, las reflexiones sobre el poder, la corrupción, la violencia, los totalitarismos, la guerra, la religión. El segundo nivel transcurre más hondo: revela información –muchas primicias– sobre la organización y la historia del Estado Islámico. Digamos que cuanto más ducho sea el lector en yihadismo y en el conflicto sirio, más fácil dará con el montón de noticias esparcidas a lo largo del texto.

Da la impresión leyendo el libro de que a la población civil en Siria la martirizan dos cosas. Por un lado, los atropellos del régimen de Al Asad o del Estado Islámico a los más elementales derechos humanos; por otro, las oscuras razones de la geoestrategia. ¿Qué pesa más a la hora de analizar la guerra en Siria?

Al analizar una guerra, es preciso abandonar las conspiparanoias y quitarse ropajes de hincha de fútbol. Un buen periodista no se casa con nadie

Para un análisis de la guerra en Siria no se puede prescindir de las tramas de los servicios secretos que han intervenido en apoyo de las distintas corrientes de la oposición ni de los que se han prestado a apuntalar el régimen. La existencia de esos intereses geopolíticos, no obstante, no basta para reducir todo lo ocurrido a un gran complot urdido en las capitales extranjeras, tal y como quisiera la propaganda de Asad. Por lo mismo, sería ingenuo simplificar el escenario y pintarlo como una romántica lucha por la libertad entre un pueblo oprimido y un régimen sanguinario, tal y como hace la propaganda de la oposición. Y todo ello pese a que es cierto que hubo un levantamiento del pueblo que fracasó y a que sigue en pie un violento régimen autoritario. Al analizar una guerra, es preciso abandonar las conspiparanoias y quitarse ropajes de hincha de fútbol. Un buen periodista no se casa con nadie. En todo caso investiga las dinámicas sociales, económicas y políticas que, por encima de los intereses geopolíticos en juego, empujan a una parte de la población a alistarse voluntariamente para combatir en las filas de uno de los bandos enfrentados. Porque esa es la cosa: en la guerra no hay buenos y malos. El enfrentamiento último no es entre las fuerzas del bien y las del mal, sino más bien entre bloques de poder que se disputan la hegemonía de un país y que, con tal de ganar, están dispuestas a todo, aun a costa de manipular a la opinión pública, sacrificar la verdad en favor del engaño y la sospecha, colaborar con los enemigos de los propios enemigos, mandar al matadero a miles de soldados para distraer a las masas, usar a los civiles como escudos humanos un día y al siguiente como carne de cañón.

En el libro desfilan personajes saudíes por el entramado del Estado Islámico ¿hasta qué punto cabe hablar de una relación entre Estado Islámico y Arabia Saudí?

Establezcamos antes una premisa: desde el principio de la guerra Arabia Saudí, además de Qatar y Turquía, pero también Francia, Reino Unido y Estados Unidos financiaban a la oposición siria y a sus fuerzas armadas, incluidas las de inspiración islamista cercanas a los Hermanos Musulmanes con el objetivo de que se produjera un cambio de régimen en Damasco. La aparición del Estado Islámico en ese escenario sucedió de modo gradual y sin relación directa con la financiación del Golfo. El Estado Islámico, de hecho, existía ya desde hacía tiempo. La organización yihadista actuaba en Irak desde que el país fue invadido por EE.UU. en 2003. Acosados por las fuerzas de ocupación estadounidenses y diezmados tras nueve años de guerra fratricida primero contra la población chií y luego contra los clanes tribales suníes insurgentes, los yihadistas del Dawla vieron en el conflicto de Siria la ocasión para volver a poner en pie una gran fuerza. Los primeros grupos de veteranos de la yihad iraquí fueron llegando poco a poco a Siria a partir de la primavera de 2012. Pronto se unieron a ellos aquellos centenares de militantes sirios de Al Qaeda que liberó inexplicablemente el régimen de Al Asad de la cárcel de máxima seguridad de Saydnaya gracias a una serie de amnistías cuyo fin era deslegitimar las protestas. Veteranos y antiguos detenidos fundaron la brigada Jabhat al-Nusra, el Frente de la Victoria, y se unieron a la batalla contra el régimen sirio. La oposición siria y sus patrocinadores no tuvieron muchos remilgos para combatir hombro a hombro con lo que, de hecho, era la derivación de Al Qaeda en Siria. La prioridad era abatir al enemigo común: el régimen. Al cabo de poco, al-Nusra se ganó en el campo de batalla la fama de ser una de las milicias más potentes, con miles de combatientes e ingentes reservas de armas que fueron acumulando en las bases que iban conquistando al ejército sirio. El eco de sus hazañas empezó a atraer a miles de yihadistas de todo el mundo que llegaron a Siria a través de Turquía (país miembro de la OTAN). Esos hombres y esas armas resultaban más que apetecibles al comando iraquí del Dawla, el cual, a fin de hacerse con todo ello entró en conflicto con el mando de Al Qaeda y, entre finales de 2013 y principios de 2014 declaró la guerra tanto a los excompañeros yihadistas de al-Nusra como a todo el resto de brigadas islamistas de la oposición siria, desvelando así al mundo entero su proyecto de fundar un gran estado islámico en los territorios del antiguo califato. A partir de entonces la agenda política del Dawla se volvió totalmente inconciliable con la de la oposición siria y la de sus patrocinadores, a los que les empezó a hacer la guerra tanto en el frente sirio como a través de atentados en Arabia Saudí y Turquía. Así y todo, las relaciones a nivel de servicios secretos no se interrumpieron jamás. Los motivos cabe solo intuirlos. Si bien en una primera fase los yihadistas del Dawla representaron un factor de desestabilización que se podía usar contra Al Asad, de ahí en adelante se convirtieron en la principal justificación de la intervención armada en Siria de la coalición guiada por los Estados Unidos.

Desfila también un personaje de los servicios secretos estadounidenses. ¿Cómo ha evolucionado la actuación de los EE.UU. en esta guerra? ¿Qué cabe esperarse de Trump en este sentido?

El personaje al que te refieres y del que hablo en el libro era un informador sirio infiltrado por la CIA dentro del Estado Islámico en el periodo de los bombardeos, cuando hacía falta hombres en el campo de batalla para mapear los objetivos y trazar los desplazamientos de los vértices del Dawla que eliminar mediante misiles de precisión. No se trataba de un caso único. Muchos exyihadistas eran informadores a sueldo de los servicios, igual que muchos activistas de Raqqa y muchos civiles.

En 2011 la prioridad de Estados Unidos y sus aliados en el Golfo, Turquía y Europa era un cambio de régimen en Damasco

En cuanto a la política estadounidense en Siria, digamos que ha cambiado mucho en estos años, conforme iba cambiando la situación en el terreno. En 2011 la prioridad de Estados Unidos y sus aliados en el Golfo, Turquía y Europa era un cambio de régimen en Damasco. Primero se aprovechó de la oleada de protestas populares que estallaron espontáneamente por todo el país. Luego decidió armar la oposición confiando inicialmente en los oficiales desertores del ejército sirio y posteriormente en las siglas islamistas ligadas a los Hermanos Musulmanes que sufragaba Turquía así como en las brigadas salafitas financiadas por Qatar y Arabia Saudí.

El repentino éxito del Estado Islámico en Siria, tan minusvalorado al principio y en parte favorecido –por motivos opuestos– tanto por los servicios turcos como por los del Golfo y en menor medida por los sirios, cambió las prioridades de la administración estadounidense. Desde 2014 los esfuerzos militares de los Estados Unidos en Siria se concentraron contra el Estado Islámico. En tres años los territorios del Califato en Siria acabaron bajo el control de EE.UU., que instaló enseguida bases militares, y también de sus aliados en el terreno, las denominadas Fuerzas democráticas sirias, de mayoría kurda. El resultado es que Siria está dividida y, por tanto, debilitada, a pesar de que el régimen siga en pie y pese a que su desarticulación ya no esté en el orden del día. Queda una tercera franja de territorio en el noroeste, en la frontera con Turquía, en manos de lo que queda de las milicias de la oposición islamista financiadas por Ankara.

Derrotado el Estado Islámico y troceada Siria, lo que suceda lo decidirán conjuntamente EE.UU, Rusia, Turquía e Irán en futuras negociaciones de paz. Lo que sí que parece seguro es que, por más que Trump haya anunciado repetidas veces que habrá una retirada inminente, resulta difícil imaginar que las fuerzas especiales de EE.UU. salgan de Siria antes que hagan lo propio los iraníes, a quienes Siria garantiza un corredor de acceso al Líbano para armar a Hezbolá y mantener la presión sobre Israel.

¿Cuál es el arma que explica los éxitos militares que ha obtenido a lo largo del tiempo el Estado Islámico?

En los primeros dos años del conflicto Dawla creció así: estableciendo pactos inconfesables con el resto de los bandos en liza. Solo que luego los incumplían, fieles a su verdadero objetivo ideológico: la fundación de un Estado Islámico

Ideología, dinero, experiencia militar, habilidad política, astucia, terror, poder. A diferencia de las otras brigadas de insurgentes, Dawla ofrecía a sus hombres una ideología –el salafismo yihadista– codificada en treinta años de lucha armada a partir de la experiencia en Afganistán de Bin Laden. Una especie de utopía islamista que prometía a los oprimidos una justicia sin compromisos gracias al derrocamiento de las dictaduras y el retorno a la ley revelada por Dios. Una ideología que, en el drama de la guerra, llegaba a las almas de muchos jóvenes sirios tras la sangrienta represión de la protesta democrática. Sin embargo, además de la ideología contaba con una estrategia militar. Y experiencia: los veteranos del Dawla venían de ocho años de guerra en Irak, adonde habían llegado a raíz de la invasión angloestadounidense de 2003. No solo, muchos de los mandos de la organización habían sido altos oficiales de los servicios secretos iraquíes. Por citar uno, Samir Jalifawi, más conocido como Hayi Bakr, fue un poderoso consejero y estratega de Al Bagdadi. Fue tal vez gracias a esa experiencia por lo que Dawla se lanzó antes de nada a controlar los pozos petrolíferos de la Siria oriental. Revendiéndolo de contrabando en Turquía y en la misma Siria, el petróleo les garantizaba ingresos de millones de dólares con los que armaban y financiaban a sus milicias contando con el apoyo directo o indirecto de los otros bandos combatientes. Los yihadistas resultaban cómodos a qataríes y saudíes cuando atacaban al régimen de Al Asad; también a los turcos cuando atacaban a la rama siria del partido kurdo de los trabajadores (PKK); y también al propio régimen sirio cuando en lugar de atacar a las fuerzas gubernamentales abrían un frente interno con las fuerzas de la oposición. En los primeros dos años del conflicto Dawla creció así: estableciendo pactos inconfesables con el resto de los bandos en liza. Solo que luego los incumplían, fieles a su verdadero objetivo ideológico: la fundación de un Estado Islámico. Un estado erigido tanto sobre el terror y la propaganda como sobre la eficiencia y la lucha contra la corrupción. Un estado que, tras la inexplicable retirada del ejército iraquí de las zonas suníes del país y la irrefrenable avanzada de Dawla hasta las puertas de Bagdad, parecía invencible. Los sucesivos bombardeos masivos de la coalición mostrarían enseguida lo contrario. Aunque aún es pronto para cantar victoria. 

¿Se puede, por tanto, hablar de una derrota del Estado Islámico? Y en caso afirmativo, ¿qué lo ha derrotado? En una reunión de responsables de seguridad europea en Berlín, Andrew Parker, director general del MI5 británico, lanzó la alarma de que el Estado Islámico aspiraba a llevar a cabo ataques “devastadores” y “más complejos”.

Militarmente, el Estado Islámico está derrotado. Hoy Dawla ya no controla ningún territorio ni en Siria ni en Irak y ha perdido miles de combatientes bajo las bombas de los aviones rusos y estadounidenses

Militarmente, el Estado Islámico está derrotado. Hoy Dawla ya no controla ningún territorio ni en Siria ni en Irak y ha perdido miles de combatientes bajo las bombas de los aviones rusos y estadounidenses. Con todo, sería un error considerar que haya desaparecido. Es más correcto decir que los yihadistas han abandonado temporalmente el proyecto de su estado para volver a acciones de guerrilla y terrorismo. El Estado Islámico sigue golpeando a diario en Siria e Irak a base de atentados y asesinatos que siguen reivindicando. Las víctimas son oficiales del ejército, alcaldes, informadores de los servicios, policías, colaboracionistas. A nivel internacional, parte de los fondos de Dawla y sus hombres se han transferido a Afganistán, Libia, Sinaí, Mali, Somalia y otros Estados africanos. En cuanto a Europa, es difícil calibrar el riesgo de nuevos atentados clamorosos. La alarma fue muy alta tras la caída de Mosul y Raqqa entre 2017 y 2018. En ese periodo la organización había enviado a Europa a una serie de agentes secretos, reclutadores y expertos de explosivos con el mandato de vengar la caída del califato. El hecho de que ese temido y sangriento plan no haya tenido lugar refleja bien lo debilitada que ha quedado la organización y su capacidad operativa y lo reforzada que se ve la capacidad investigativa de los servicios secretos europeos. Ahora bien: esto aún no ha terminado. En este momento decenas de miles de yihadistas convencidos siguen hacinados en las celdas de las cárceles sirias, kurdas, iraquíes, turcas, saudíes, egipcias, libias, tunecinas, jordanas, afganas y en parte europeas. Condenados por terrorismo en tribunales que ni siquiera reconocen, ante sus compañeros de celda son testimonios de un heroísmo yihadista, apóstoles de epopeyas guerreras y profetas de una presunta utopía de justicia. En esas prisiones de máxima seguridad la internacional yihadista ya ha empezado la campaña de reclutamiento para la siguiente guerra.

Contar estas historias atroces parece un buen modo para tratar de encontrar respuestas al porqué de la banalidad del mal. ¿Has dado con alguna?

Si conociera la respuesta, seguramente me dedicaría a otra cosa. Lo que queda claro es que el mal forma parte de nosotros. Guerra, violencia y poder siguen ejerciendo una gran fascinación en los seres humanos. Lo mismo que el deseo de sacrificar la razón en el altar de los dioses, las verdades absolutas y los totalitarismos. Contar la guerra también sirve para eso: para mirarse en el espejo. Y para no bajar jamás la guardia contra nosotros mismos.

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