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Castelar vs Pi: cara y cruz del republicanismo español del XIX

Confluyeron en la lucha contra la Monarquía, pero acabaron enfrentados por el fracaso de una Primera República en la que estallaron sus grandes diferencias políticas y sociales

Diego Díaz (El Salto) 11/02/2023

<p>Retratos de Francisco Pi i Margall (Rosales, hacia 1870) y Emilio Castelar (Sorolla, 1901).</p>

Retratos de Francisco Pi i Margall (Rosales, hacia 1870) y Emilio Castelar (Sorolla, 1901).

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Se cumplen 150 años de la proclamación de la olvidada Primera República española. Una experiencia democrática tan breve como intensa, que despertó el interés y la admiración de Walt Withman, Marx o Engels, y cuyo fracaso sin paliativos arrastraría durante más de medio siglo al republicanismo español a las catacumbas, mientras en dos países vecinos, Francia y Portugal, sus respectivas repúblicas lograban consolidarse.

Aunque en sus escasos 11 meses de vida la Primera República tuvo cuatro presidentes, dos nombres propios emergen de ella con especial fuerza: Emilio Castelar y Francisco Pi i Margall. Ambos coincidieron en la apuesta por la República como palanca para la democratización de España, contribuyeron a fundar la primera república de nuestra historia, pero discreparon sobre tácticas, estrategias, objetivos y alianzas, hasta convertirse en enemigos íntimos e irreconciliables en un movimiento roto y atomizado tras la fallida experiencia de 1873. Sus ideas y trayectorias políticas ejemplifican grosso modo las dos vías del republicanismo en la España del siglo XIX.

Dos intelectuales revolucionarios

El 29 de abril de 1824, en Barcelona, en las inmediaciones de la basílica de Santa María del Mar y del Fossar de les Moreres, nacía Francesc Pi i Margall. Hijo de una familia obrera, Francesc llegaba al mundo en una ciudad que comenzaba a industrializarse con los primeros compases del siglo XIX. Inquieto y despierto, con una curiosidad intelectual precoz, pero nacido en un ambiente que ofrecía pocas posibilidades para su desarrollo, el seminario sería el único lugar accesible a las ansias de estudio y conocimiento del hijo de Francesc Pi i Veler y de Teresa Margall. Ingresaría con siete años, y lo abandonaría con 17 para estudiar leyes en la Universidad de Barcelona, convirtiéndose en uno de los primeros hijos de la clase obrera en acceder a los estudios superiores. 

Tras trabajar algún tiempo como profesor particular de la burguesía barcelonesa, oficio en el que vive un amor imposible con una joven de buena familia, en 1847 parte a Madrid, la ciudad en la que vivirá el resto de su vida. En la villa y corte el joven Pi i Margall cambia la abogacía por el periodismo político y cultural. También viaja por todo el país para escribir varios de los tomos de Recuerdos y bellezas de España, obra ilustrada de autoría colectiva, algo así como una guía de viajes de la época destinada a dar a conocer los paisajes y monumentos y tesoros artísticos españoles. En opinión de Gerardo Pisarello, diputado de En Comú Podem y autor del ensayo Dejar de ser súbditos (Akal, 2021), la escritura de varios tomos de esta obra sería una experiencia clave en su comprensión de España como un país marcado por la diversidad económica, social y cultural. Algo a lo que ayudaría también su matrimonio con la vasca Petra Arsuaga, con la que viviría durante algún tiempo en Vergara, descubriendo allí el foralismo vasco que le interesaría como precedente de su idea de pacto federal.

En 1849 el joven periodista ingresa en el Partido Democrático, escisión del Partido Progresista, y algo así como la fuerza política ubicada más a la izquierda durante el reinado de Isabel II. Será en este partido en el que Pi i Margall coincida algunos años más tarde con quien será primero su compañero y después su enemigo y adversario: Emilio Castelar.

Castelar había nacido en Cádiz en 1832, nueve años después del catalán, en una familia de clase media, culta, liberal y muy politizada. Sus padres Manuel Castelar y María Antonia Ripoll, amigos de Rafael Riego, habían sufrido la represión del último monarca absolutista, Fernando VII. La prematura muerte del progenitor deja a la familia en una situación económica muy precaria. A pesar de ello Emilio cursará estudios superiores, y tras pasar por el instituto en Alicante y la universidad en Madrid, obtiene la plaza de catedrático en esta con tan solo 26 años.

No será ni una rata de biblioteca ni un sabio alejado del mundanal ruido. Castelar enseña historia de España, pero además quiere contribuir a cambiarla, y a hacer progresar a un país marcado por la corrupción del sistema político isabelino. El joven Castelar va a combinar desde muy pronto la docencia universitaria con el periodismo político y con una extensa labor como conferenciante. Su capacidad retórica y oratoria le abre las puertas de auditorios cada vez más amplios hasta consagrarle como uno de los intelectuales más prestigiosos e influyentes del país. A partir de 1854 su entrada en la vida política es total.

La lucha contra la Monarquía

Los dos futuros presidentes de la I República participan en la revolución de 1854, que acaba con el exilio de María de Cristina de Borbón, madre de Isabel II, e injerencia permanente en la vida política española. La revolución, iniciada por un pronunciamiento militar, pero secundada por un levantamiento popular que forma juntas revolucionarias en Barcelona, Madrid, Valencia, Valladolid y otras ciudades, obligando a la reina a entregar el gobierno al general progresista Espartero, así como a convocar unas Cortes Constituyentes que redactan la Constitución de 1856.

Ya durante esta revolución, todavía respetuosa con la idea de una Monarquía constitucional, Pi i Margall, que está en el ala izquierda del Partido Democrático, defiende ir un paso más allá y proclamar la República. Se quedará en franca minoría. Los republicanos son todavía muy pocos en España. En su libro La reacción y la revolución el catalán advierte frente a la ingenuidad de quienes creen que Isabel II va a comportarse como una monarca constitucional muy diferente de su padre y de su madre. El tiempo no tardará en darle la razón.

Tras el fugaz bienio progresista la hija de Fernando VII volverá a las andadas. La oposición política e intelectual a la corrupción y el despotismo de su reinado seguirá creciendo, y la prensa jugará un papel básico en esta. Tanto Castelar como Pi se incorporarán al periódico La Discusión fundado en 1856 en Madrid para servir de portavoz a las ideas democráticas. Aunque ambos son republicanos en un partido que no lo es, no comparten el mismo proyecto de República.

En la prensa madrileña de la década de 1860 Castelar y Pi i Margall van a protagonizar una importante polémica sobre el contenido político y social que debe tener el republicanismo. En aquel momento son dos de los intelectuales políticos más influyentes del país. Castelar dirige el periódico La Democracia y Pi i Margall La Discusión. Mientras el primero aboga por una República liberal, respetuosa con la propiedad privada y el orden social capitalista, el segundo considera inseparable el proyecto republicano de la persecución de la igualdad social y el reparto de la riqueza.

Mientras Castelar aboga por una República liberal, respetuosa con el orden social capitalista, Pi i Margall considera innegociable el reparto justo de la riqueza

A la altura de 1860 Pi es ya un socialista declarado. En España apenas existen. Su obra sin embargo está en contacto y discusión con el socialismo europeo de la época, que tiene en el francés Pierre-Joseph Proudhon a su figura más internacional. En uno de sus escritos sobre España Friedrich Engels calificará a Pi i Margall como “de todos los republicanos oficiales, el único socialista, el único que comprendía la necesidad de que la República se apoyara en los obreros”.

A pesar de sus diferencias doctrinarias, Castelar y Pi i Margall están juntos en la lucha contra la Isabel II. Padecen por ello las consecuencias de su compromiso político. En junio de 1866 participan en la sublevación del cuartel de San Gil, un movimiento de civiles y militares demócratas que se conjuran en Madrid para derrocar a la reina. El movimiento fracasa y ambos se ven obligados a exiliarse huyendo de la represión isabelina. En 1868, con el triunfo de la revolución democrática y la huida de Isabel II, regresan a España. Prim, el general y arquitecto político de la revolución Gloriosa, les ofrece integrarse en un gobierno de unidad conformado por demócratas, progresistas y liberales: las tres corrientes que se habían conjurado contra la reina. Ambos sin embargo rechazan la oferta de participar en un gobierno que sigue sin apostar por la República y prepara en cambio la instauración de una monarquía democrática con una nueva dinastía en el trono.

Convencidos de que no es el momento de buscar nuevos reyes, Castelar, Pi i Margall y Estanislao Figueras se escinden del Partido Democrático, partidario todavía de dar una nueva oportunidad a la Monarquía constitucional, y fundan el Partido Republicano Democrático Federal. Desde las filas del nuevo partido se opondrán a la coronación del príncipe italiano Amadeo de Saboya como Rey de España, la opción defendida por el general Prim. Su posición es no obstante minoritaria dentro de las fuerzas de la revolución democrática española, donde todavía se teme a la palabra República, y mucho más si lleva el apellido de federal.

La República que no pudo ser

El 16 de noviembre de 1870 Amadeo de Saboya es escogido Rey por 191 votos frente a los 60 favorables a la República federal. Castelar y Pi representan los extremos de un partido muy plural, en el que el rechazo a la Monarquía es el común denominador. Grosso modo, uno es la derecha y el otro la izquierda del republicanismo federal. No solo les separa la cuestión social, sino también la manera de entender el federalismo. Para Pisarello, mientras Pi entiende el federalismo como la construcción de la nación española “de abajo a arriba”, partiendo de la autonomía de los municipios y los antiguos reinos, que deciden libremente pactar, cediendo al Estado central parte de su soberanía inalienable, “Castelar considera que la nación española ya existe, y que si acaso se trata de descentralizar un poco el Estado”.

A pesar de sus diferencias políticas, la convivencia entre ambos durará todavía hasta 1873. Y es que los acontecimientos políticos están a punto de precipitarse. A principios de ese año Amadeo I, hastiado de los políticos españoles, carente de base social y superviviente de un atentado que casi acaba con su vida, presenta su renuncia al trono. Tras el fracaso de quien mejor podía encarnar una monarquía democrática, nadie aboga por volver a buscar otro rey. El 11 de febrero las Cortes votan otra vez: 258 votos por la República frente a 32 en contra. “Nadie trae la República, la traen las circunstancias; la traen una conspiración de la sociedad, de la naturaleza, de la historia” reconocería Emilio Castelar sobre la fragilidad del nuevo régimen.

El republicano federal Estanislao Figueras será el primer presidente de gobierno. Dura cinco meses y deja una frase para la posteridad: “Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros”.

A pesar de sus diferencias doctrinarias, Castelar y Pi i Margall están juntos en la lucha contra la Isabel II

Los debates sobre la forma unitaria o federal de la República, los conflictos dentro del propio republicanismo federal, la nueva revuelta carlista, los intentos de golpe de Estado y la guerra colonial en Cuba marcan una tormentosa experiencia que se convierte en una máquina de triturar presidentes de Gobierno.

A Figueras le sucederá Pi i Margall. Durará algo poco más de un mes en el cargo. El presidente es desbordado por los sectores más intransigentes del republicanismo federal, que, sin esperar a la nueva Constitución republicana federal, inician la llamada revolución cantonal. Cartagena, Alcoy, Málaga, Cádiz y otras localidades se declaran soberanas para constituir la República federal de abajo a arriba. Una parte del movimiento obrero, de tendencia bakuninista, se une a la revolución, y los intentos de negociación por parte de Pi fracasan. Poco tiempo antes, como ministro de Gobernación había contenido la proclamación del Estado catalán de la República federal española, pero el nuevo movimiento es mucho más inflexible y precipita su caída. Engels escribiría que con ello los republicanos federales intransigentes y sus aliados bakuninistas herían de muerte a la República. El 18 de julio de 1873 Pi i Margall dimite. Su sucesor, Nicolás Salmerón, tendrá que encargarse de la represión al cantonalismo, pero tras dos meses en el poder dimitirá por su negativa a firmar ejecuciones de rebeldes.

Será el cuarto y último presidente republicano, Emilio Castelar, el que, en palabras de Pisarello “entregue la República a los represores”. El político republicano toma poderes excepcionales, suprime libertades, pacta con los sectores conservadores y emplea toda la fuerza del Estado para reprimir al movimiento cantonalista. Si el modelo era la represión republicana a la Comuna de París, origen de la Tercera República francesa, en este caso la violencia estatal no servirá para salvar a la República de su autodestrucción. El 3 de enero de 1874 el golpe de Estado del general Pavía pone en la práctica fin a la experiencia republicana. Aunque esta sobrevive algunos meses más de manera nominal, en realidad ha muerto. La dictadura del general Serrano será el preámbulo a la Restauración borbónica encarnada en Alfonso XII, hijo de Isabel II. Ningún político de 1873 iba a vivir lo suficiente como para lograr ver la Segunda República del 14 de abril de 1931.

Diferentes tácticas en la larga travesía por el desierto

El fracaso de la Primera República sumirá al republicanismo español en una profunda división muy difícil de resolver. Durante la Restauración el movimiento seguirá existiendo, pero fracturado en cuatro partidos, uno por cada presidente, algo que según la historiadora Florencia Peyrou “está muy relacionado con el personalismo típico de la política del siglo XIX”. Castelar y Pi representan las posiciones más antagónicas. Mientras el primero mira a la burguesía, las clases medias y la Tercera República francesa, que se consolida en esos años como República de orden, centralista e imperialista, el Partido Republicano Federal mira a las clases populares, al movimiento obrero y al federalismo norteamericano y suizo.

Frente a la deriva conservadora y centralista de Castelar, Pi profundizará durante la Restauración en sus ideas federalistas. Pisarello destaca “la modernidad” de los escritos posteriores a la Primera República. En 1877 publica Las nacionalidades, su obra más conocida, un alegato en favor de una España federal partiendo de las regiones históricas y los antiguos reinos peninsulares. Para Pi democracia y federalismo son inseparables, y recela de un régimen republicano pero centralista, algo que considera poco menos que una Monarquía tocada con gorro frigio.

Aunque dentro de su proyecto federal se incluían las colonias españolas de ultramar, para las que defendía una consideración de estados federales, el auge del independentismo en Cuba, Puerto Rico y Filipinas le llevará a ir modificando su posición y dar por imposible su permanencia en España. Durante la Guerra de Cuba, Pi será el único líder republicano que no apoye el enfrentamiento bélico, abogando en cambio por dar la independencia a la isla para conformar con ella una relación confederal en una suerte de comunidad hispánica, algo parecido a la futura Commonwealth británica.

Castelar, defensor del imperialismo español, adoptará en cambio una progresiva integración en el sistema político de la Restauración. Funda el Partido Demócrata Posibilista que en 1890 se integra en el Partido Liberal de Sagasta tras lograr su principal reivindicación: el sufragio universal masculino.

Peyrou, autora del libro La Primera República (Akal, 2023), señala la “mala relación personal” entre los dos expresidentes. Mientras el líder de los republicanos federales, fallecido en 1901, será hasta su muerte un outsider, el último presidente republicano, muerto en 1899, llegará a ser incluso rehabilitado como figura pública. Una división que según Pisarello se ha mantenido también en la posterior memoria pública de ambos, y que para el autor de Dejar de ser súbditos, ha tratado mejor a Castelar dejando a Pi, padre de las múltiples tradiciones de las izquierdas españolas, orillado en un rincón del que considera necesario sacarlo. Tal vez este 150 aniversario de la República por la que tanto luchó y que solo presidió durante un mes pueda servir para ello.

Se cumplen 150 años de la proclamación de la olvidada Primera República española. Una experiencia democrática tan breve como intensa, que despertó el interés y la admiración de Walt Withman, Marx o Engels, y cuyo fracaso sin paliativos arrastraría durante más de medio siglo al republicanismo español a las...

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Diego Díaz (El Salto)

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