imperios combatientes
El alegato de Schmidt
¿Qué pasaría hoy si un político propusiera un día a la semana sin internet? Una jornada entera sin maravilla ‘online’. Sería una bonita manera de soñar. Y de perder unas elecciones
Rafael Poch 13/07/2023
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El 26 de mayo de 1978, hace 45 años, el entonces canciller federal alemán, Helmut Schmidt, publicó un artículo en el semanario Die Zeit que llevaba por título ‘Alegato por un día sin televisión’. Hoy su lectura produce vértigo. Schmidt fue un canciller de la derecha socialdemócrata, el hombre del establishment que participó en la operación de derribo de su predecesor, Willy Brandt, hombre de izquierdas, éste sí, que quería cambiar las cosas y se granjeó por ello la hostilidad de lo que ahora se llama deep state (‘Estado profundo’ o ‘cloacas del Estado’), es decir de los que mandan de verdad en nuestros regímenes sin la menor relación con elecciones.
Produce vértigo porque, pese a todo ello, en aquel inocente artículo, Schmidt decía cosas que hoy serían completamente impensables en boca de nuestros impotentes políticos. Impotentes porque no solo son, como era Schmidt hace 45 años, rehenes de los poderes fácticos, sino que ni siquiera son soberanos sobre lo más básico de la acción política y la vida de la ciudadanía, hoy mucho más en manos de las instituciones oligárquicas y no electas que determinan los contenidos. Por ejemplo: el BCE en materia de política monetaria, la OTAN en el ámbito de la política exterior y militar, o la Comisión Europea en tantas otras cosas. Quiero decir con esto que, leído hoy, el artículo de Schmidt es un ejercicio de pura arqueología política.
El canciller reflexionaba sobre “la distancia que existe entre las personas y los grupos de nuestro país que no hablan entre sí” y se desmarcaba del dicho aquel de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero constataba la paradoja de que “esa falta de comunicación coexiste con un enorme aumento del consumo de medios de comunicación”.
En 1964, los alemanes dedicaban el 34% de su tiempo de ocio al consumo de tales medios. En 1974 ya era el 40%, con el grueso del consumo absorbido por la televisión.
Entre las negligencias de la tele y el entretenimiento, Schmidt apuntaba al culto a la violencia
“El 73% de los alemanes encienden el televisor todos los días laborables, y el 80% los fines de semana. El tiempo de visionado diario es de dos horas los días laborables y más de tres horas los fines de semana (…) Más del 80% de nuestros niños ven la tele todos los días durante hora y media, uno de cada tres preferiría ver la tele todo el día y la misma proporción prefiere ver la televisión a jugar al aire libre”, explicaba el canciller hace casi medio siglo.
La televisión “sustituye la posibilidad de tener experiencias sensoriales en muchos ámbitos, genera la ilusión de formar parte, de participar, de tener voz y voto: en realidad delante del televisor la persona está sola”. Se crea así una “pseudocomunidad”, decía.
Entre las negligencias de la tele y el entretenimiento, Schmidt apuntaba al culto a la violencia. “La frecuente pretensión de que los conflictos son especialmente fáciles de resolver mediante la violencia debe tener un efecto devastador en la estructura política de una democracia. El esquema en blanco y negro no debe convertirse en un modelo para nuestra sociedad”, decía.
“La tele está en el salón y basta con pulsar un botón para encenderla, es difícil escapar a esa atracción y dar paso a otras formas de comunicación. Por eso, creo que cada individuo, cada familia debería darse la oportunidad de probar, experimentar lo que podrían hacer en un día sin televisión”.
Anticipando la lluvia de reproches que su artículo generó, Schmidt decía: “Dirán que pretendo restringir la libre elección personal, que quiero intimidar a la gente o negarle su libertad de elección, [pero] nuestro país ganaría si la televisión se apagara más a menudo, si estuviéramos más pendientes los unos de los otros”. Sin la “televisión permanente”, muchos ganarían “mayor libertad e independencia”. “Me gustaría dar un impulso a eso”, concluía.
Todo eso se dijo antes de que los Estados europeos abandonaran su monopolio de radiodifusión y de que Alemania, sin ir más lejos, ascendiera en la escala de la calamidad por unos peldaños llamados: Kabel1, MTV,n-tv,Nick, Prosieben, RTL, Sat1, SuperRTL, Sky,Vox, Sport1, Disney Channel, etc., etc. hasta llegar a la completa basura informativa y de entretenimiento. Una época en la que los políticos aún no actuaban fundamentalmente para la imagen y en la que ésta aún no era tan determinante para ellos. Un tiempo en el que, cuando el presidente de Francia viajaba, pongamos por caso, a América Latina, invitaba a su avión al experto en ese continente del diario Le Monde, que entonces aún ofrecía una perspectiva francesa del mundo en lugar de llenar su aparato con la disciplinada legión de ignorantes cacatúas de toda esa uniforme sopa de letras.
Es necesario “aprender más soberanía en nuestro trato con la tecnología moderna”, decía Schmidt hace 45 años. ¿Qué diría hoy el viejo canciller fallecido en 2015 sobre nuestros móviles, nuestras “redes sociales” y su “inteligencia” cómodamente instalada en nuestros bolsillos, sobre la enfermiza adicción de nuestros adolescentes?
“Hoy en casa hemos tenido una avería con el internet y he pasado el día charlando con la familia. Parece gente agradable”, dice el chiste.
¿Qué pasaría hoy si un político (atlantista y pseudoneoliberal por imperativo del marco político, pero sin duda de “izquierda radical”) propusiera un día a la semana sin internet? Un Ramadán del entretenimiento. Una jornada sin maravilla online, incluso sin electricidad. Sería una bonita manera de soñar. Y de perder unas elecciones.
El 26 de mayo de 1978, hace 45 años, el entonces canciller federal alemán, Helmut Schmidt, publicó un artículo en el semanario Die Zeit que llevaba por título...
Autor >
Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí