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Imperios combatientes

Hacia la Tercera

Estamos ante la mayor estupidez de la historia y es un escándalo histórico que en Europa aún no haya signos de un movimiento popular por la paz

Rafael Poch 13/06/2023

<p>Traducción al inglés de una viñeta publicada en 1953 en la revista soviética <em>Krokodil</em> en referencia a Estados Unidos.</p>

Traducción al inglés de una viñeta publicada en 1953 en la revista soviética Krokodil en referencia a Estados Unidos.

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La guerra de Ucrania escala hacia la posibilidad de una especie de tercera guerra mundial. Y eso en tiempos de antropoceno, de cambio global inducido por el hombre, que precisa, para ser revertido, de una nueva mentalidad y una intensa integración y cooperación internacional entre grandes potencias. Estamos ante la mayor estupidez de la historia y es un escándalo histórico que en Europa, continente reincidente en esta materia, aún no haya signos de un movimiento popular por la paz.

Debería de haberlo. Un movimiento amplio, que, más allá de las diferencias sobre el reparto de responsabilidades en este conflicto entre grandes potencias por país interpuesto, proclamara que el enemigo es la guerra. Al mismo tiempo, en las instituciones europeas, independientemente de su sesgo neoliberal y oligárquico, se debería recordar aquel sentido común que el presidente Kennedy expresaba en junio de 1963, hace exactamente sesenta años, desde el mismo corazón del imperio: 

“Defendiendo nuestros propios intereses vitales, las potencias nucleares deben evitar, sobre todo, aquellos enfrentamientos que llevan a un adversario a elegir entre una retirada humillante o una guerra nuclear. Adoptar ese tipo de curso en la era nuclear sería solo evidencia de la bancarrota de nuestra política, o de un deseo colectivo de muerte para el mundo”.

En lugar de eso los políticos europeos, no ya los traumatizados bálticos, los delirantes polacos y los europeos del Este en general, con la excepción de Hungría, correas de transmisión de Estados Unidos en el continente, sino los alemanes y franceses, los nórdicos, los belgas, y detrás de ellos los mediterráneos seguidistas, no dejan de echar leña a este fuego insensato. No es una mera cuestión de “ciclo político”, remediable con un cambio electoral, sino que es algo mucho más profundo que obliga a interrogarse y a repasar con detalle todo lo que ha ocurrido en Europa en los últimos treinta años.

En ese examen, por supuesto, se deberá incluir la ciega desorientación de toda esa “izquierda de derechas” que apoya el envío de armas a Ucrania. Que esa sea la posición oficial de Yolanda Díaz puede ser anecdótico en el contexto europeo –dado el seguidismo de nuestra política exterior en Bruselas–, pero no lo es en Alemania, un país central en la definición de la ruta a seguir. Allí, la línea de la política exterior no la marca el timorato canciller Scholz, sino la incalificable ministra del partido verde, Annalena Baerbock, partidaria de “arruinar” a una potencia nuclear. Y a nivel de la OTAN y su Unión Europea subsidiaria, quienes más peso tienen en el plano de las ideas y las decisiones son los bálticos y los polacos.

¿Qué ha pasado estos treinta años para que el conjunto de Europa haya llegado hasta aquí? Ahí queda la pregunta, pero seamos conscientes de que lo que hace sesenta años, cuando la cita de Kennedy, conocíamos como “civilización europea” –de la que la cultura norteamericana era filial–, hoy es algo subsidiario de una “civilización americana” que ha impuesto, tras décadas de penetración “cultural”, una nueva mentalidad en el viejo continente, hasta hacerse más dominante e influyente que nunca. Es curioso, pero es un hecho que el dominio “cultural” de Estados Unidos en Europa se ha multiplicado paralelamente al proceso de declive de su peso específico en el mundo. La mentalidad “gringa”, con sus guerras imperialistas revestidas de combates por la libertad y los derechos humanos, contra la dictadura, la autocracia y hasta por la igualdad de género (Afganistán, Irán), se ha instalado en Europa. Aquel infantilismo de guion hollywoodense con final feliz, el maniqueísmo moralizante y el periodismo que designa villanos, han sustituido a la racionalidad de las preguntas sobre recursos e intereses, sobre historia, tendencias de dominio y geografía, que en los años sesenta del siglo XX aún lograban hacerse oír entre la polvareda que el rebaño levantaba a su paso por la cañada. 

La mentalidad “gringa”, con sus guerras imperialistas revestidas de combates por la libertad y los derechos humanos, se ha instalado en Europa

La radiografía de esta miseria europea es compleja, pero en las últimas décadas las ideas fuerza de los neocon de Estados Unidos que guían la política exterior occidental fueron externalizadas hacia organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación y laboratorios de ideas, que llevan la impronta gringa grabada en su constitución. El marco general del fenómeno no es, por tanto, un exceso sino más bien un defecto de Estado, consecuencia de una especie de privatización de los Estados y los gobiernos. El resultado son poderes públicos y gobiernos impotentes, aún más dependientes de las oligarquías empresariales privadas y con menos capacidad de defensa de intereses “públicos”, por más que estos siempre estuvieran determinados por los privilegios de los de arriba.   

Resultado, por un lado, y sobre todo, de treinta años de provocación y extensión de la OTAN, de acuerdo con la prioridad de mantener la hegemonía político-militar estadounidense en Europa tras el fin de la Guerra Fría y, por el otro, del ilusorio deseo de la élite rusa de integrarse en pie de igualdad en el capitalismo dominado por Occidente –que en el Moscú de los noventa llamaban “civilización”–,  la guerra de Ucrania evoluciona, decíamos, hacia una suerte de tercera guerra mundial. Aumenta la posibilidad de una intervención militar directa de tropas de la OTAN y de una mayor implicación de China, con posibles extensiones en Asia Oriental. Es importante recordar el proceso para comprender lo que está por venir.

Contando desde el principio con la plena colaboración de los oídos y los ojos de la OTAN sobre el terreno de batalla, y con ocho años de formación y financiación de su ejército a sus espaldas, la ayuda al gobierno de Kiev se planteó, a partir de febrero de 2022, en forma de suministro de “armas defensivas” para detener la “no provocada agresión rusa”, que fue, efectivamente, una agresión en toda regla, pero ciertamente provocada e inducida. Ir más allá era “arriesgarse a una tercera guerra mundial”, dijo en marzo el presidente Biden. El fracaso de la inicial invasión suave rusa, lo que el Kremlin bautizó como “Operación militar especial”, una estrategia contenida que buscaba un desmoronamiento del régimen ucraniano, provocó una mayor implicación occidental ante la demostrada debilidad rusa y abrió la puerta al paulatino suministro de material pesado, blindados, artillería, munición, recursos de defensa antiaérea, viejos aviones de fabricación soviética de los países del Este, y, finalmente, los anunciados y no tan vetustos aviones F-16. 

Las sanciones económicas contra Moscú, que fueron una “declaración de guerra” en toda regla, en palabras de la esperpéntica presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, o del ministro de Economía francés, Bruno Leclerc; los atentados personales en ciudades rusas como Moscú, San Petersburgo o Nizhni Novgorod, en la mejor tradición “terrorista” de la OTAN, o contra los “colaboracionistas”, es decir ucranianos prorrusos, en las zonas ocupadas de Ucrania; las incursiones militares en territorio ruso a cargo de mercenarios ultras financiados por Occidente, con el objetivo de despertar un foco de guerra civil en Rusia, o los ataques contra dos bases de la aviación estratégica rusa, e incluso contra el Kremlin, todo ello razonablemente impensable sin la cooperación / dirección de potencias occidentales; las decenas de miles de millones en armas y ayuda financiera al Estado ucraniano; todo eso, ha resultado insuficiente para impedir la derrota militar ucraniana, tal como sugiere, por lo menos de momento, el fracaso de la postergada contraofensiva ucraniana.

En julio de 2022, el presidente Zelenski anunció el objetivo de “un ejército de un millón de hombres”. Llegaron a ser 700.000 y hoy son 400.000. La diferencia ha huido, desertado o ha sido aniquilada, mientras Rusia se ha ido reorganizando, con mayor o menor fortuna, y configurando una clara superioridad numérica, artillera, aérea, con su industria de guerra funcionando a todo vapor. 

Con centenares de asesores y soldados occidentales combatiendo en las filas del ejército ucraniano, entre ellos varios miles de polacos, y entre imágenes de tanques Leopard alemanes, blindados Bradley americanos en llamas en el campo de batalla, así como informes de baterías Patriot fuera de uso por el fuego ruso, la perspectiva que abre ahora una eventual fiasco de la contraofensiva ucraniana es la de un escalón más en el esfuerzo para derrotar a Rusia: “La posibilidad de que Polonia se implique aún más a un nivel nacional y que sea seguida por los países bálticos, incluido con tropas en el terreno”, ha dicho en junio el ex secretario general de la OTAN Anders Rasmussen, que habla de una “coalition of the willing”. Si esa nueva fase tampoco resultara, la lógica de escalada dicta una intervención militar, directa y oficial, de tropas de la OTAN, como la que sugieren las maniobras “Air Defender 23”, las mayores de la historia de la OTAN, que recrean tal guerra desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro. 

Una mayor presión militar occidental contra Rusia incrementará no sólo la propia acción militar rusa, con una ampliación de la ocupación hasta la frontera rumana que privará por completo a Ucrania de salida al mar, si se dieran las condiciones y los actuales inquilinos el Kremlin siguen aguantando, sino también una mayor implicación industrial-militar china hacia Rusia, mientras en Asia Oriental se prepara el segundo frente. La espiral belicista está servida.

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(*)Prólogo al libro La guerra es la salud del Estado, Ediciones El Salmón.

La guerra de Ucrania escala hacia la posibilidad de una especie de tercera guerra mundial. Y eso en tiempos de antropoceno, de cambio global inducido por el hombre, que precisa, para ser revertido, de una nueva mentalidad y una intensa integración y cooperación internacional entre grandes potencias. Estamos ante...

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Autor >

Rafael Poch

Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania  de la eurocrisis.

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7 comentario(s)

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  1. juan-luis-alvarez-menendez

    Estoy hasta los mismísimos cojones de que salgan mi nombre y apellidos, así, sin ton ni son, un comentario correcto, otro a la puta mierda. Me cago en todo, joder, ya.

    Hace 1 año 2 meses

  2. juan-luis-alvarez-menendez

    ...cuando en 2008 Berlusconi volvió a ganar las elecciones en Italia después de saberse lo que había hecho, recuerdo haber leído en un foro la pregunta «¿Cómo se dirá tonto de los cojones en italiano?». Luego, en 2009, cuando el PP volvió a ganar las elecciones a la Junta de Galicia a pesar del Nunca Mais, aprendí cómo se decía tonto de los cojones en galego. Más tarde fui aprendiendo cómo se decía en madrileño, en andaluz, en valenciano; en italiano otra vez, en inglés, en alemán, etc. Dice Igantius Farray que la democracia es el sistema que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos; pues eso, tenemos gobernantes estúpidos, mediocres y pusilánimes porque nosotros mismos somos un atajo de estúpidos, mediocres y pusilánimes. Y el Barça de baloncesto volvió a ganar al Real Madrid...

    Hace 1 año 2 meses

  3. Pintaius

    La deuda impagable de Occidente solo se puede mantener si todo el mundo obedece las «reglas»; en el momento que haya un par de rebeldes (Rusia y China), y sobre todo si se salen con la suya, el castillo de naipes se desmorona y sería el fin del dominio de esas súper élites que han convocado la leva. Los dueños de todo, en Occidente, llaman a la guerra y ningún dirigente de ningún país occidental se atreve a desobedecer; por otro lado, la ciudadanía europea estamos tan estupidizados como lo estaban (y están) los estadounidenses cuando hace unos años nos reíamos de ellos porque no sabían señalar Ucrania en el mapa...

    Hace 1 año 2 meses

  4. jmhuertas

    Tengo que rectificar sobre la primera observación que hago: efectivamente, el fragmento de Rafael Poch está bien, es "impedir la derrota militar ucraniana". 

    Hace 1 año 2 meses

  5. jmhuertas

    Quiero decir, "por eso no hay movimiento popular contra la guerra y a favor de la paz".

    Hace 1 año 2 meses

  6. jmhuertas

    Estimado Rafael Poch, gracias una vez más por tú maravilloso análisis de los entresijos de esta guerra sin sentido que nos está llevando al Apocalipsis. Como siempre, aportas lucidez y un punto de vista distinto al de la información oficial, y por eso se puede decir que contribuyes a desarrollar el espíritu crítico en la mayoría de quienes te leemos o escuchamos. Quisiera hacerte algunas observaciones, aunque sé que ya las sabes. En primer lugar, llamar la atención sobre lo que creo que es un lapsus cuando afirmas “todo eso, ha resultado insuficiente para impedir la derrota militar ucraniana”, creo que quieres decir “derrota militar rusa”. En el subtítulo de tu artículo te sorprendes de que “aún no haya signos de un movimiento popular por la paz”. Aunque contestas de alguna manera en el desarrollo de tu escrito, quisiera apuntar algunas de las causas de por qué la paz ha muerto. La paz ha muerto porque EEUU, la OTAN y sus perros de Europa han construido una propaganda que arrolla cualquier atisbo de disentimiento porque está construida sobre una evidencia: la invasión de Rusia en Ucrania. A partir de ahí, desde que empezó la guerra, esa propaganda ha combatido con mayor ferocidad aún que las armas, asesinando las conciencias de los ciudadanos (conciencias, por otro lado, proclives a recibir esa propaganda maniquea: Ucrania y sus aliados -EEUU, OTAN, Europa, etc.- igual a la bondad y la verdad, versus Putin y Rusia, la maldad). Es propaganda propalada por los medios de comunicación hegemónicos a través del papel, internet y la televisión; esa propaganda difundida por los políticos occidentales, en los que se incluyen los nuestros -efectivamente, en nuestro gobierno, solo ha sido Belarra quien se ha opuesto a esa propaganda-; esa propaganda que ha gritado la diplomacia europea, contraviniendo así su doble esencia (diplomacia y europea, palabras que rezumaban negociación y paz, y que ahora significan belicismo y guerra); propaganda que ha envenenado y ensuciado no solo la denotación sino la connotación de la palabra paz, llamando fascista, al pacifismo; llamando putinista al que propone la paz… Un discurso en el que la palabra guerra y victoria ha suplantado a la palabra paz, en la que envío de armas significa derecho a defenderse y salvar vidas, y no muerte y destrucción. Una propaganda que ha creado este pensamiento único. Una propaganda que nuestros intelectuales, tanto de izquierdas como de derechas no han sabido superar, sino que se han alineado con ella, firmando un manifiesto que, a pesar de su aparente luz de libertad, coincide con la línea de la política oficial y manipuladora. Esta propaganda (y sus medios de comunicación) efectivamente obvia una de las causas de la guerra al orillar la información veraz sobre el sabotaje del Nord Stream II, especialmente. Ya has hablado del servilismo de Alemania, algo incomprensible, pero que evidencia el poder del Imperio: EEUU. Creo que los políticos tienen como deber principal, llegado el caso, evitar una guerra nuclear, pero no lo van a hacer. Tampoco los ciudadanos porque están cegados y los pocos que se han manifestado por la paz, han sido abucheados y arrinconados, porque esa propaganda oficial y única, que camina junto a la campaña de guerra, está presente desde el principio del conflicto, como he didho. Lo siento, pero ¿cómo va a influir lo mismo un artículo que deberían conocer todos, como es el tuyo, pero difundido a través de un medio como Ctxt, que no cuenta ni con mil suscriptores, que la propaganda única que llega a millones y millones de ciudadanos? Por eso no hay movimiento popular contra la paz. ¿Quién es capaz de construir un discurso que se oponga a esa propaganda, que se difunda como esa propaganda, que llegue a millones y millones, y que suscite a la gente a manifestarse mayoritariamente por la paz? Difícil. Por eso hay que dimensionar la labor crítica que hacéis tú y Ctxt. Hay que seguir por ese camino, hasta conseguir que cada vez sean más los que se cuestionen esta propaganda que nos está aniquilando como personas libres y nos está llevando hacia el fin de la Humanidad. 

    Hace 1 año 2 meses

  7. juan-ab

    “Defendiendo nuestros propios intereses vitales, las potencias nucleares deben evitar, sobre todo, aquellos enfrentamientos que llevan a un adversario a elegir entre una retirada humillante o una guerra nuclear. Adoptar ese tipo de curso en la era nuclear sería solo evidencia de la bancarrota de nuestra política, o de un deseo colectivo de muerte para el mundo”, dijo Kennedy en 1963 y algunos años después comenzó a escucharse la invitación a “Pensar globalmente, actuar localmente” como estrategia de lucha contra el cambio climático: si todo a la vez no puede solucionarse, “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Como en la guerra, también hay quien se plantea (desde la soberbia de una potencia ilusoria) las relaciones políticas señalando adversarios (incluso enemigos) e imponiéndoles la aceptación de una retirada humillante aunque con ello se corra el riesgo de dejar a la izquierda “local” como un campo después de la batalla, arrasado y minado. Yolanda Díaz y algunos de quienes la rodean no sólo son partidarios de seguir enviando armas que alimenten la guerra de Ucrania, también lo es de acabar con la única fuerza política -Podemos- que desde el gobierno de España se ha manifestado contra esta guerra, contra la participación española en la misma y a favor de emprender acciones diplomáticas destinadas a conseguir cuanto antes un alto el fuego. Nos quieren como mucho diminutas. Me gusta caminar entre personas diminutas, esas que sin saberlo ni pretenderlo son las más grandes. Mi profunda gratitud (también a Rafael Poch por sus artículos en los que siempre nos muestra un espejo, por si alguien quiere mirarse a los ojos).

    Hace 1 año 2 meses

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