tras el terremoto
Yo hui, otros se quedaron
La tierra se mueve y desajusta las vidas. Preocupa que en el turismo asustado crezca la desconfianza sísmica hacia un país del que descubren las pésimas condiciones en las que vive su gente
Karima Ziali 12/09/2023
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Yo hui. Escapé del pueblo, de la miseria, del tener nada y mirar cómo lo demás tienen todo. Me fui de la mejor manera: sin saber, con los ojos de la inconsciencia y de la inocencia. Escapé de Marruecos a una edad en la que no sabía contar. Quizás si hubiera aprendido los números, uno por uno, habría contado la cantidad de cubos de agua que mi abuela, mis tías y mi madre sacaban del pozo. A pulso, con un pie apoyado en la roca para tirar con fuerza de la cuerda húmeda que hacía chirriar la polea. Me fui cuando apenas sabía pronunciar leche, aceite, pan, amor. De haberlo sabido, habría conocido las palabras para hablar de la escasez de alimento, de la falta de lluvia, de la urgencia de la vida que sepulta los gestos de cariño. Deserté con un pasaporte verde. Me lo pusieron en las manos, como un regalo que se reclama en el futuro. Solo más tarde supe que ese privilegio me evitaba un mundo: descender hasta el río con la colada a lomos del burro, agrietar mis manos entre el jabón amarillo y la roca lisa, barrer el polvo de mediodía, encalar la pared que se cae, soplar el humo para avivar la llama, maldecir a las gallinas que se entrometen en el camino, bendecir a los corderos que comen el pasto irrisorio. Mi pasaporte verde fue mi primer libro sagrado.
Me fui con tres años en el cuerpo, de una casa hecha de barro, piedra y paja. Y cada verano regresaba a ella como una niña en busca de su primer diente de leche, pero lo único que encontraba mi lengua era el surco que había dejado en mi encía. Dormía con mis primas en el patio interior abierto al cielo repleto de estrellas. No había noche en la que una de ellas no se deslizara veloz y fugaz sobre nosotras. La electricidad llegó cuando yo tenía 15 años. Los interruptores lucían brillantes en la pared irregular. Cada mañana mi tía los sacudía de cualquier partícula que pudiera obstruir el placer de alumbrar sin apestar a parafina. Luego, más tarde, un teléfono móvil acortó distancias y ya no hacía falta esperar la carta o la cinta de casete con los tímidos arrumacos grabados a cientos de kilómetros. Las noticias llegaban más rápido: la muerte de, el nacimiento de, la boda de, el divorcio de... aparecían casas modernas de un año para otro, con techos sólidos y muros rectos.
Sé que esta última escena es el paraíso roto de todo turista. Lo sé, me reconozco en esa actitud malsana de pensar que el mundo está ahí para nosotros. El mundo tal y como deseamos que sea, tal y como aparece en nuestras ensoñaciones románticas de un etnoturismo al servicio de quien tiene una lavadora en casa. Solo quien disfruta de unos privilegios que no reconoce como tales es incapaz de entender que quien no los tiene también los desea. Y esto es lo que ha sacudido el terremoto de Marruecos: ha destapado la vergüenza personal que cada uno tiene en mayor o menor medida con este país.
La pobreza ni siquiera pertenece a los pobres. Su relato está en manos de quien los observa constreñido
Preocupa mucho que Marraquech no vuelva a ser la misma y que en el turismo asustado crezca un halo de desconfianza sísmica hacia un país del que descubren, entre sorprendidos y enfadados, las pésimas condiciones en las que vive su gente. En este miedo, quizás es bueno rebuscar la ligera pero extendida esperanza de que esos pueblos perdidos del Atlas no se modernicen y sigan siendo tan irresistiblemente fotogénicos y hospitalarios como lo han sido siempre, a pesar por supuesto de la miseria en la que viven. Quizás, haciendo este análisis de conciencia, uno pueda hallarse entre mosqueado y preocupado porque los pueblos del Atlas reclamen casas más seguras y menos estéticas. ¿Quién quiere sacarse una foto con una casa de cemento y ladrillo de fondo? ¿Cómo lucir entre like y like que has estado en el Tíbet marroquí si has llegado ahí en una cómoda carretera en lugar de por el camino de cabras que permite erigirte en el Robinson Crusoe del Atlas? ¡Qué aburridas tus vacaciones si no has podido ver un poco de miseria!
La pobreza ni siquiera pertenece a los pobres. Su relato está en manos de quien los observa constreñido. El peligro de todo esto no solo es que esta forma de relato no contribuye a superar la pobreza, sino a integrarla como una seña de identidad, como una segunda piel rígida y acartonada que impide cualquier movimiento. Una segunda capa epidérmica que cubre el vasto territorio rural de Marruecos y del que solo escuchamos hablar por boca de sus habitantes cuando ocurre una desgracia. Paradójicamente, cuando ya no se puede acceder a estos lares a través del tour organizado, entonces solo nos queda cederles temporalmente la narrativa de la desgracia y la pobreza.
La tierra se mueve y desajusta las vidas, las rompe en tantos pedazos que toca buscarlos uno por uno. El resultado, después de pegar todas las piezas, es un rostro lleno de cicatrices. Todo está en el suelo. Entre escombros. Entre piedra, barro y paja. Y el nudo de empezar de nuevo. Cómo, cuándo. Por qué. Pienso en la singularidad radical de no ocupar el lugar del otro, de no ser la mujer del llanto paralizado, que ya se ha convertido en la imagen representativa de este terremoto. Habitar quienes somos a veces es vertiginoso, imaginar que podríamos caber en el hueco que ocupa cualquier otro es sencillamente eso, una fantasía. Al fin y al cabo, yo hui, otros se quedaron.
Yo hui. Escapé del pueblo, de la miseria, del tener nada y mirar cómo lo demás tienen todo. Me fui de la mejor manera: sin saber, con los ojos de la inconsciencia y de la inocencia. Escapé de Marruecos a una edad en la que no sabía contar. Quizás si hubiera aprendido los números, uno por uno, habría contado la...
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Karima Ziali
Escritora, filósofa y antropóloga. Nacida en Marruecos y criada en Catalunya, se dedicó a la docencia hasta que decidió tomarse en serio como escritora e investigadora. Colabora con diferentes publicaciones y con una escuela feminista. Instalada en Granada desde hace unos meses, se dedica a la investigación sobre sexualidad e Islam.
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