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En el momento en que escribo estas líneas, veo algunos de los vídeos que se grabaron durante la noche del pasado 31 de diciembre en los alrededores de la sede del PSOE en Madrid. 2024 llegó con un muñeco del presidente del Gobierno siendo apaleado mientras se escuchaban gritos como “hay que acabar así con él” y se coreaba “colgado por los pies”. La piñata de esta fiesta del fascismo, efectivamente, colgaba, cumpliendo a medias la fantasía expresada en público por el líder de Vox. A medias porque lo que Abascal pidió es que quien cuelgue por los pies sea el propio Pedro Sánchez, y no un muñeco, castigado por el inaceptable pecado de ganar unas elecciones de forma democrática.
Que el máximo representante de una de las principales fuerzas políticas se atreva a sugerir algo así, y, sobre todo, que hacerlo no conlleve ningún tipo de consecuencia negativa para él, debería bastar para entender que nos encontramos en una situación gravísima. Fascistas ha habido siempre, pero la novedad es que ahora su odio descerebrado está siendo aceptado y abrazado por una cantidad creciente de personas que, hasta este momento, se movían dentro de ciertos límites democráticos. Al menos en lo que concierne a la esfera pública.
Hace unos pocos años nos habría parecido impensable escuchar el Cara al sol cantado a coro por cientos de personas durante una manifestación en la que, a pesar de tener por objetivo la protesta contra una ley de amnistía, los gritos más repetidos llamaban putas a las ministras y coreaban “moros no, España no es un zoo”. Dos consignas que, acompañadas como estaban del himno, las banderas y el espíritu golpista propios del franquismo, evidencian la existencia de un repliegue reaccionario que está encontrando cobijo en la extrema derecha.
El sociólogo François Dubet se refiere a este clima de crispación en el que tan bien se desenvuelven los fascismos como “la época de las pasiones tristes”, y sitúa su origen en un cambio estructural en el reparto de las desigualdades: “Mi hipótesis es que las iras, los resentimientos y las indignaciones de nuestros días encuentran su explicación no tanto en la amplitud de las desigualdades como en la transformación del régimen de desigualdades. Si bien estas parecían inscriptas en la estructura social, en un sistema percibido como injusto pero relativamente estable y legible, en nuestros días se diversifican y se individualizan”.
Durante muchas décadas, las desigualdades, aunque crecientes, se concebían como un fenómeno inevitable, casi natural, cuya aceptación dependía de que solo afectase a quienes lo merecen. Las mujeres, las personas racializadas, las disidentes sexuales. Su miseria existía, pero lo hacía más allá de unos márgenes dibujados por nosotros –los hombres blancos, heterosexuales, privilegiados– que ofrecían una separación aséptica y segura. Una donación por aquí, un tuit condenando el enésimo asesinato machista por allá. Qué insoportable su desgracia y a ver quién ha ido a divertirse esta noche a El Hormiguero.
Pero la propia lógica de acumulación y crecimiento infinitos situada en el núcleo mismo del neoliberalismo hace que, antes o después, la desposesión sistémica empiece a llamar a las puertas de quienes siempre habían vivido ajenos a la precariedad. Si esto, además, coincide con un cuestionamiento radical de los privilegios simbólicos que justificaban las desigualdades estructurales y ayudaban a reproducirlas, el resultado es un cóctel de miedos cuya explosión estamos viviendo en nuestras carnes.
La pobreza estructural a la que se relegaba a ciertos grupos sociales amenaza a cada vez más españoles de bien que nunca se habían preguntado qué pasa cuando no puedes afrontar el recibo de la luz. Simultáneamente, la impunidad a la hora de humillar a personas racializadas o violentar a cualquier mujer que se les ponga por delante se está viendo confrontada. Y es ahí donde empiezan a bullir las pasiones tristes.
Que estos señores sientan que su identidad está siendo gravemente atacada es una fantástica noticia, puesto que esta se funda en una serie de discriminaciones inaceptables. De la misma manera, el hecho de que comiencen a sentir la amenaza de la desposesión –esa que siempre habían aceptado como algo ajeno– debería suponer una oportunidad única para probar la necesidad de cambios sistémicos urgentes. Sin embargo, el panorama en la izquierda española, que es quien debería aprovechar la coyuntura, es un erial.
Pedro Sánchez habla de sus amigos asustados por el feminismo y Sumar no tiene valentía o capacidad para proponer un programa político que persiga la configuración de un modelo sostenible de producción y consumo que nos conduzca hacia otra forma de habitar el planeta. Nadie –al menos en el mainstream– le explica a esos supuestos hombres asustados que la igualdad de género también traerá ciertas libertades para ellos, y que aunque no fuera así, sus privilegios matan y tienen que terminarse. Nadie les cuenta que la inflación o las subidas de los precios de la electricidad y los combustibles tienen que ver con un capitalismo insostenible que colapsa por momentos. Y cuando alguien intenta hacerlo, todos los mecanismos del fango se ponen en marcha para silenciar y estigmatizar esas voces. Como resultado, muchas personas se aferran al repliegue identitario que ofrece la extrema derecha, absolutamente accesible gracias a la complicidad mediática –incluidas las redes sociales y su estimulación descarada del odio fascistoide–, y mucho más cómodo. En lugar de entender de dónde viene la desposesión, toca defender con uñas y dientes esas desigualdades que asfixiaban a las otras y le dejaban a uno tan tranquilo: así que las ministras son putas y los inmigrantes pobres deberían estar encerrados en un zoo.
Las pasiones tristes amenazan con envenenarlo todo con su odio. Ya lo están haciendo. Y frente al inmovilismo de la política institucional progresista, en CTXT estamos dispuestas a dejarnos la piel para ofrecer una alternativa a la defensa violenta de una serie de privilegios que, sencillamente, ya no van a volver. Gracias a vuestro apoyo, seguiremos explicando que el tiempo de las discriminaciones aceptadas que fundamentaban identidades rígidas ha terminado, y deberíamos estar felices de que así sea.
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En el momento en que escribo estas líneas, veo algunos de los vídeos que se grabaron durante la noche del pasado 31 de diciembre en los alrededores de la sede del PSOE en Madrid. 2024 llegó con un muñeco del presidente del Gobierno siendo apaleado mientras...
Autor >
Diego Delgado
Entre Guadalajara y un pueblito de la Cuenca vaciada. Estudió Periodismo y Antropología, forma parte de la redacción de CTXT y lee fantasía y ciencia ficción para entender mejor la realidad.
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