análisis
Indigenismo para Palestina
Israel ha logrado asentarse sobre la idea indigenista con una legitimación sobrenatural al tiempo que se presenta como un Estado moderno
Karima Ziali 8/05/2024
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Hace unas semanas, la relatora para la ONU de los Territorios Ocupados Palestinos, Francesca Albanese, concedía una rueda de prensa acerca de su último informe sobre la situación en la Franja de Gaza. La letrada en derecho internacional afirma que en este reducto de tierra hay claros indicios de genocidio, acorde a las constantes y múltiples violaciones de la ley humanitaria internacional. Sus declaraciones siempre contundentes y sin muchos resquicios para la duda se basan en múltiples entrevistas y pruebas recopiladas desde el 7 de octubre. Tarea ardua teniendo en cuenta la denegación constante de Israel a que pueda poner un pie en territorio palestino.
Pero escuchar a Albanese es prestar atención a los detalles. Su discurso no es una forma de recrear una narrativa, tampoco pretende redefinir los contornos de una historia. Pienso que va más allá de un posicionamiento político. A Albanese lo que le interesa es el poder del derecho internacional. Pero, ¿acaso Gaza (y por extensión, Palestina) no es el desagüe por el que se vierten los derechos humanos y la ley humanitaria internacional? Se pierden en el mar anodino de nuestras pantallas. El trabajo de Albanese es un pulso, un trabajo de resistencia y de tensión que requiere de grandes dosis de fe en un derecho internacional hecho girones.
Lo que demuestra la historia –pasada y actual– es que ser indígena es imperativo categórico de haber sido un pueblo colonizado
Dada la precisión de las palabras que emplea Albanese, me resulta inevitable rescatar el término “indígenas” que usa una y otra vez para referirse a la población palestina. ¿Qué supone hablar con este término acerca de las personas palestinas? Lo que demuestra la historia –pasada y actual– es que ser indígena es imperativo categórico de haber sido un pueblo colonizado. Por eso, en el caso que nos ocupa, debemos entender y atender a ciertas cuestiones inevitables.
La misma etimología revela lo que esconde el uso y abuso de la palabra, indi-gen, en latín, “la gente de allí”. Para la antropología del siglo XIX (y parte del XX), arropada por la expansión europea, los indígenas eran objeto de estudio en el sentido más cientificista del término, algo mesurable, calculable y predecible… Controlable, a fin de cuentas. Los movimientos indigenistas tomaron fuerza a comienzos del siglo pasado, especialmente en Latinoamérica, pero también en África, Oriente Medio, gran parte de Asia y Australia. En suma, las poblaciones despertaban a una autoafirmación, dominada de forma tácita por un poder mucho más fuerte, sólido y expansivo, que no dejaba resquicios para la autopercepción de grupo, más allá de (sub)agentes al servicio de un orden imperial.
La fuerza que toma esta autoafirmación es la de pertenecer a un tiempo pasado, remoto y profundamente arraigado en una condición originaria. De aquí la particularidad de llamarse a uno mismo indígena: el presente está tremendamente marcado por un pasado que inequívocamente es la marca genuina de la pertenencia y el arraigo a un espacio. Hay algo de poético en la palabra “indígena” si queremos verlo así: en este el tiempo y el espacio se concatenan de forma particular y se expresan en un sentido de legítima pertenencia e identidad en relación a una lengua y a una tierra, a unas formas de hacer y narrar; en suma, a una cultura.
Pero siempre que se halla el lado poético, hay que confrontar el aspecto irónico. Si ser indígena supone establecerse en el presente por un pasado, enseguida se hace evidente la trampa del término. El indigenismo es también un arma de exclusión: ser indígena supone no haber subido al tren de los tiempos modernos. En otras palabras, ser indígena supone ser percibido como una persona no coetánea, como decía el antropólogo Johannes Fabian. Ser indígena es sinónimo de no pertenecer al mismo tiempo moderno (postmoderno, en el mejor de los casos) y conlleva la imposibilidad misma de ser reconocido como un igual.
El término indígena nos confronta con nuestra relación con el otro de forma directa: al no pertenecer al mismo tiempo sentido, se hace inasumible compartir un vínculo común
Todo el fuerte empuje indigenista del último siglo ha comportado un complejo equilibrio entre la inestabilidad de mantener la fuerza de una autopercepción legítima y existir como individuos y grupos que pertenecen al tiempo y a la vida del ahora. Sería más que idóneo cuestionar qué significa este tiempo y cómo algunos caminan a su ritmo y otros solo lo ven pasar. El caso es que este doble prisma con el que nos confronta la palabra indígena sirve para entender cómo nos vinculamos con todo lo que representa.
El término indígena nos confronta con nuestra relación con el otro de forma directa: al no pertenecer al mismo tiempo vivido, experimentado, sentido, se hace inasumible compartir un vínculo común. Roto el tiempo intersubjetivo, solo puede surgir un tiempo mío y un tiempo suyo, pero difícilmente nuestro.
El escritor y periodista palestino Mohamad Bitari añade que “el discurso de una Palestina como territorio vacío e inhabitado que se promocionó con la creación del Estado de Israel, confirma la idea radical de negar la presencia misma del otro”. ¿Qué posibilidad existe de compartir un tiempo cuando se parte de la negación misma de la existencia del otro?, ¿acaso Israel sería capaz de reconocer la misma pertenencia temporal del pueblo palestino? Lo dudo. Lo que ha logrado Israel es asentarse sobre la idea indigenista con una legitimación sobrenatural (Israel es el pueblo original por decreto divino), y a la vez presentarse como el único capaz de absorber la retórica de pertenecer al tiempo moderno (su modernidad viene marcada por designarse como auténtica democracia). La particularidad de Israel es que se autoafirma sobre una paradoja que solo funciona en términos de exclusividad para sí mismo.
El reto (y el riesgo) de anclar el término indígena a Palestina no está en su legitimidad sobre la tierra, sino en quedar atrapada en una distancia brutalmente separadora, a menos que no revisemos nuestra mirada sobre el indigenismo y su sentido de existir hoy. La antropología, que se ha sostenido sobre la distancia temporal del nosotros-otros, fundamental para su existencia como disciplina, necesita de una responsabilidad académica para trazar otros discursos.
Por eso cuando Albanese emplea de forma categórica esta terminología es inevitable pensar en el conflicto, la paradoja y el enorme entramado histórico que guarda. Pues esta distancia temporal que impone la misma categoría es el fundamento de lo que precisamente pretende a veces revertir: indígena también se ha construido sobre el significado de ser colonizable por naturaleza, colonizable por una fuerza que opera en la escala temporal de la (post)modernidad y los otros, siendo indígenas, pertenecen al tiempo premoderno, y por último y quizás lo más complejo, es que ser indígena lleva asociado el dolor de serlo.
Si todo esto reside en el imaginario de lo indígena, subvertir el orden, remar hacia una intersubjetividad temporal, siempre pasa por un proceso de justicia y dignificación. Quizás esto es lo que hay detrás de la fórmula “indígenas palestinos” de Albanese.
Hace unas semanas, la relatora para la ONU de los Territorios Ocupados Palestinos, Francesca Albanese, concedía una rueda de prensa acerca de su último informe sobre la situación en la Franja de Gaza. La letrada en derecho internacional afirma que en este reducto de tierra hay claros indicios de genocidio, acorde...
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Karima Ziali
Escritora, filósofa y antropóloga. Nacida en Marruecos y criada en Catalunya, se dedicó a la docencia hasta que decidió tomarse en serio como escritora e investigadora. Colabora con diferentes publicaciones y con una escuela feminista. Instalada en Granada desde hace unos meses, se dedica a la investigación sobre sexualidad e Islam.
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