TRIBUNA
La piedra en la babucha
Marruecos preside el Consejo para los DDHH de la ONU pese a su historial de vulneración de los mismos. Los derechos fundamentales salen a subasta; quien logra adquirirlos, entra en el club de los deseables
Karima Ziali 5/03/2024
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Yo no quiero escribir sobre los presos políticos. Porque son invisibles y lo invisible es una molesta mancha en el ojo que emborrona el horizonte. Yo no quiero escribir sobre política, pero quienes habitan la cárcel del día a día se han convertido en un silencio de decibelios imperceptibles al oído humano. Yo quisiera escribir sobre su libertad inminente y por el abrazo ardiente que quemará todas las distancias impuestas. Pero la realidad, la evidencia, me dice que debo escribir sobre los presos políticos, sobre la política y sobre la libertad.
A principios de enero, Marruecos fue elegido líder del Consejo para los Derechos Humanos de la ONU. Omar Zniber, diplomático de larga trayectoria y representante permanente del país ante la oficina de la ONU en Ginebra, fue el escogido para ocupar este cargo. Los treinta votos le concedían una mayoría aplastante, frente a los llamativos diecisiete votos a Sudáfrica, que parecía reunir todos los requisitos para tomar las riendas de esta entidad. El liderazgo de Marruecos en materia de Derechos Humanos ha despertado (tímidas) críticas por su largo historial en materia de vulneración de los mismos y, dicho sea de paso, por desplegar todos los mecanismos posibles que impidieran sus garantías.
En mi universo, Europa, más que la tierra de las oportunidades, es la tierra de los derechos; entendemos que, sin los últimos, lo primero es una quimera, un despropósito. La tierra de los derechos es una forma, entre encubierta y veraz, de hablar sobre el otro país del que venimos, donde los derechos carecen de tierra donde arraigar. Una tierra que sufre de una sequía prolongada quiere devenir madre de los Derechos Humanos. Algunas brisas parecen asolarla de vez en cuando y la empujan hacia un cambio de rumbo; el horizonte, no obstante, siempre es el mismo. Marruecos dio un giro con la reforma de la Constitución en 2014: el monarca ya no es sagrado, sino un ciudadano más con el privilegio de la inviolabilidad. A esto se suman otras reformas penales como la derogación de la cláusula del artículo 475, que dejaba una puerta abierta a los jueces para anular condenas a los violadores a cambio de casarse con su víctima. Vientos suaves para una tierra llena de huracanes.
En 2017 el Hirak, el movimiento social que estalló en la ciudad rifeña de Alhucemas, fue barrido como una mota de polvo. La ola de detenciones y los juicios irregulares fueron el sello de un poder que maneja muy bien sus cartas a la hora de sesgar cualquier atisbo de revuelta. En este contexto, las libertades de expresión, de opinión y de prensa estuvieron en el punto de mira. Así la detención y condena a cinco años de cárcel del periodista Mohamed El Asrihi, y el cierre de su portal Rif24, fueron un claro aviso a navegantes: tierra hostil para el ejercicio periodístico, y brutal para la voz disidente. “Si vemos los casos en los que los medios, comprometidos con la independencia de sus líneas editoriales, han sido silenciados, se hace evidente un método coercitivo que se repite. Este siempre va dirigido a agotar a los y las periodistas denunciados, en batallas judiciales bajo acusaciones que en principio no tienen nada que ver con su labor periodística, pero con una gran carga moral y social destinada a difamarlos públicamente”, subraya El Asirhi.
De fondo, resuena el caso de Omar Radi, reconocido por su labor periodística de investigación que destapó el caso del pederasta español Daniel Galván. Además, expuso la corrupción sistemática del país que llegó a salpicar a un buen número de personalidades cercanas a la corona. Su compromiso con el Movimiento 20 de Febrero y con el Hirak colmaron la paciencia de las autoridades. A pesar de lo lejos que han quedado estos movimientos, sus consecuencias siguen vivas. Hoy, siguen sin esclarecerse las circunstancias en las que murieron cinco jóvenes que fueron hallados calcinados en una sucursal bancaria en la ciudad de Alhucemas durante las protestas. Sea como sea, la responsabilidad civil y periodística de Radi le ha valido una larga persecución judicial y una condena a seis años de cárcel por delitos de espionaje y violación.
A esto hay que añadirle el cierre del diario Akhbar El Youm en 2021 –uno de los pocos medios escritos independientes del país–, debido al constante acoso al que estaba sometido su equipo. El proceso empezó con la detención de su director Toufik Bouachrin, bajo los cargos de acoso, violación y trata de seres humanos, así como de Suleiman Raïsuni, su redactor jefe, acusado de agresión sexual contra un joven homosexual (ambos periodistas cumplen condena a día de hoy), y de la periodista Hajar Raïsuni, bajo la acusación de aborto ilegal y de mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio (excarcelada por indulto real).
Para Mohamed El Asrihi, “Marruecos no está en una posición favorable para defender los derechos humanos. Cabría plantearse liberar primero a los presos políticos y a los periodistas que siguen en la cárcel, para abrir un diálogo nacional real con la participación de todos los sectores, con garantías y con la seguridad de que no se repitan estos hechos”. Pero la opinión de El Asrihi contrasta con el punto de vista de AbdelKader Chaoui, quien cree que los años de plomo han quedado atrás y que se abren nuevas perspectivas para el país. Chaoui, escritor, crítico y diplomático, cumplió dieciséis años en la cárcel por su participación en el Movimiento 23 de marzo y por su firme posicionamiento para una autodeterminación del Sáhara Occidental. Actual miembro del Consejo Superior de la Comunicación Audiovisual de Marruecos, Chaoui conoce de primera mano los cauces por los que navega la diplomacia marroquí, y ve con cierto optimismo este nuevo liderazgo del país en el Consejo de los DDHH de la ONU, dado que puede jugar una papel de enorme relevancia en cuanto a las libertades individuales y colectivas. “Siempre me he pronunciado abiertamente y a favor de la liberación de los presos políticos”, afirma Chaoui, “y ahora sería un momento oportuno”.
Marruecos se mueve en un océano de corrientes –y contracorrientes–. Es como un espacio de inestabilidades que siempre logran reconducirse hacia un puerto seguro y estable. Pero más allá de la incongruencia de que sea este país africano, y no otro, el que haya sido elegido para dirigir este Consejo, esta realidad revela un nuevo espacio de negociaciones, un nuevo objeto susceptible de intercambios que no es otro que el de los Derechos Humanos. O como dice Chaoui “a veces la cuestión de los Derechos Humanos es una cuestión de contexto y estrategia”. Y tal vez, como una mercancía de valor indefinido, los Derechos Humanos salen a subasta. Quien logra adquirirlos a un precio satisfactorio entra en el club de los deseables, y abandona el banquillo de los sospechosos que se alinean contra el mundo que dio nombre a una Declaración convertida en moneda de cambio.
Hace ya tiempo que el orden de las cosas no se limita a salir al campo y jugar, ahora hay que parecer buen jugador. Porque, ¿quién quiere meterse en un partido con jugadores que presumen de juego sucio? Nadie. El juego limpio queda acreditado por la pulcra camisa del club de los Derechos Humanos. Solo hay que andarse con cuidado porque el campo por naturaleza está plagado de piedras molestas.
Yo no quiero escribir sobre los presos políticos. Porque son invisibles y lo invisible es una molesta mancha en el ojo que emborrona el horizonte. Yo no quiero escribir sobre política, pero quienes habitan la cárcel del día a día se han convertido en un silencio de decibelios imperceptibles al oído...
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Karima Ziali
Escritora, filósofa y antropóloga. Nacida en Marruecos y criada en Catalunya, se dedicó a la docencia hasta que decidió tomarse en serio como escritora e investigadora. Colabora con diferentes publicaciones y con una escuela feminista. Instalada en Granada desde hace unos meses, se dedica a la investigación sobre sexualidad e Islam.
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