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Últimamente tiendo a pensar que, por más que algún spin doctor se tire el pisto, los hechos suelen ir por delante de los discursos.
En nuestras vidas como individuos el proceso es nítido. Alguien toma una decisión que quizás no estaba en sus planes, como opositar, o casarse, y entonces siente la necesidad de rebozarlo en un relato épico que, en otras circunstancias, jamás se le hubiera pasado por la cabeza.
En la vida pública creo que también pasa. Por ejemplo, ponemos en cuestión lo normalizado que está el consumo excesivo de alcohol aunque lleva una década bajando, especialmente entre los más jóvenes.
Nuestros Estados empezaron a generar muerte a escala industrial en las fronteras antes de que se popularizara tanto la idea de que eso está bien, cuando las fotos aún provocaban indignación en redes.
Las distopías, como observa la escritora Mariana Enríquez, más que negarnos el futuro, reflejan el presente, a nosotros. Los contextos de escasez extrema postapocalíptica permiten explicar con más facilidad los comportamientos relatados, pese a que existen ejemplos reales de comunidades en apuros cuyos impulsos no han sido esos.
Nos resultan verosímiles esos paisajes llenos de ruinas y zombis y sectas donde lo más sensato cuando te cruzas con un desconocido es pegarle un tiro, pero nos resultan extrañamente inverosímiles cosas que forman parte de nuestra vida cotidiana como las bibliotecas, la rampa que se despliega bajo la puerta del bus para que pase la silla de ruedas, las pensiones públicas o los animales del parque.
Hace un par de semanas mantuve una larga conversación con una trabajadora mayor de la sanidad pública, que manejaba con naturalidad conceptos totalmente ajenos a mi propia imaginación, como la idea del centro de salud no únicamente como lugar al que acudes cuando te encuentras mal, sino como punto desde el que los profesionales, sobre todo, vigilan de forma activa y previenen amenazas a la salud de los vecinos, o el recuerdo y la posibilidad de una universidad sin numerus clausus, en la que, con tal de aprobar selectividad (y tener los medios necesarios) podías escoger la carrera que quisieras.
La conversación me dejó melancólica porque no solo había aprendido sobre un gran proyecto inacabado, también, de forma inesperada, había aprendido sobre mí misma, un bebé del neoliberalismo. Y pensé que el proceso que quiero contar se inició mucho antes de lo que yo creía.
Con todo esto también quiero decir que estos días, cuando veas las caras de los fachas ocupando todas las portadas, pienses que el futuro está lleno de cosas que aún no podemos contar, que no se ven desde aquí.
Un saludo,
Elena de Sus
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En nuestras vidas como individuos el proceso es nítido. Alguien toma una decisión que quizás no estaba en sus...
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Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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