DESINFORMACIÓN
El peligroso y conveniente optimismo de las élites
Hannah Ritchie, divulgadora de referencia de Gates y Musk, ofrece “soluciones” al paradigma emergente del decrecimiento, que cuestiona calificándolo de “innecesario”
Juan Bordera / Antonio Turiel / Fernando Valladares / Alejandro Pedregal 19/12/2024
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Las personas que seguimos con desasosiego la situación climática del planeta Tierra sabemos que, en el mejor de los casos, el punto de no retorno está muy cerca. Es física básica, en realidad. El balance radiativo de la Tierra está aumentando exponencialmente por las emisiones de gases de efecto invernadero y por el deshielo creciente, dos fenómenos que se realimentan.
Se acaba de registrar el récord de extensión mínima de hielo tanto en el Ártico como en el hielo marino global para estas fechas. Mientras, James Hansen, uno de los científicos del clima más respetados por su trabajo, advierte de que los modelos han estado infraestimando la situación por no tener en cuenta el efecto de los aerosoles –que estamos retirando– en la temperatura oceánica. Pero saber todo esto no nos desanima; al contrario, nos empuja para actuar aún con más convicción. Quizá porque sabemos que esto no va de ganar o perder, sino de cuánto de lo uno y de lo otro. De qué porcentaje podemos salvar. No es una disyuntiva binaria made in Hollywood en la que, o salvamos todo lo construido, o lo perdemos todo al final de la película. Lo que nos desanima es más bien el exceso de optimismo que se desprende de la mayoría de las propuestas y análisis de la situación, que convenientemente omiten los detalles anteriores, generando una parálisis tranquilizante que lo acaba inundando todo y a (casi) todos.
Decía el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, que la humanidad estaba abriendo las puertas del infierno con la dejadez respecto al caos climático. Y en la periferia de la ciudad de Valencia acabamos de comprobar cuánta razón tenía. Sintiéndolo mucho, las posibilidades de más eventos catastróficos van a aumentar en los próximos años, especialmente en lugares como el mar Mediterráneo, que está 4ºC por encima de la temperatura esperable para esta época del año.
Los patrones de estaciones, de corrientes atmosféricas y marinas, se están desestabilizando, y seguirán haciéndolo mientras nos mintamos sobre las dos cosas más cruciales de este reto planetario: la dimensión del problema y las “soluciones” que hemos ingeniado para frenarlo. Con esas mentiras nos medicamos la ansiedad creciente y, sobre todo, toleramos mejor el no estar actuando en consecuencia.
Además de enfrentar a negacionistas de la realidad y de la ciencia más elemental, también tenemos que enfrentar que una buena parte de la gente, que comprende el caos climático que ya hemos generado, prefiere mentirse antes de asumir que muy probablemente no haya solución de tipo técnico. Y es que eso les deja desnudos ante una realidad dura de tragar: no hay solución dentro de la búsqueda de crecimiento perpetuo del mismo sistema capitalista que generó el problema.
No hay solución dentro de la búsqueda de crecimiento perpetuo del mismo sistema capitalista
Cuando la élite empieza a venderte optimismo, tiembla
Un caso flagrante de “optimismo de la conveniencia” nos lo ofrece Hannah Ritchie, autora de Not the end of the world y divulgadora de referencia de Bill Gates y Elon Musk, que la financian abiertamente, como ella misma reconoce en esta entrevista en la que la periodista Rachel Donald la desmonta punto por punto. Su trabajo ofrece todo un despliegue de “soluciones” que, según ella, ya existen, como contrapeso al paradigma emergente del Decrecimiento, que cuestiona insistentemente calificándolo de “innecesario: no solucionará nuestros problemas”.
Recientemente se ha viralizado un vídeo breve en el que Ritchie condensa parte de su conveniente discurso: como ha habido soluciones técnicas en el pasado a problemas graves, afirma, seguro que las habrá por siempre jamás. Añádanle unas cuantas tergiversaciones aderezadas con medias verdades sobre logros en descarbonización y desacoplamiento entre emisiones y crecimiento económico, sin mencionar que los pocos países que algo han logrado, lo han hecho deslocalizando sus industrias mientras las emisiones globales siguen creciendo, y ya está. Ya tienen su receta optimista para todos los públicos que puede venderse en cualquier medio respetable sin ser cuestionada.
Sus estadísticas son toda una fantasía: se apoyan sobre períodos muy extensos sin tener en cuenta que ha sido precisamente en los últimos 20 años cuando las cosas han empezado a torcerse más seriamente.
Lo más tramposo del discurso de Ritchie es que, si se critica su sesgo en la presentación de los datos, siempre responde igual: ¿pero no has visto el progreso que ha habido en el siglo XX? ¿Progreso? Será para unos pocos… entre los que están aquellos que la financian. Progreso alimentado por un consumo acelerado de recursos, con los combustibles fósiles en el centro, y gestionado desde la extrema desigualdad sobre el trabajo barato y el expolio material de las periferias geográficas y sociales. Seguramente sin la avaricia desmedida de unos pocos, ese “progreso” habría sido otra cosa, bastante mejor.
Otra de las características de su discurso es compartida con los negacionistas climáticos: el “cherry picking”, o escoger los datos que favorecen su posición mientras ignora aquellos que la cuestionan y hasta la desmontan por completo. Algunos de ellos con implicaciones muy graves. Por ejemplo, muestra lo ventajoso en ocupación del territorio y bajas emisiones de la energía nuclear, pero olvida el problema de gestionar miles de toneladas de residuos radiactivos de alta actividad durante miles de años o que la extracción de uranio está cayendo a un ritmo acelerado por agotamiento geológico (un 23% desde 2016).
En realidad, el vídeo entero está plagado de puntos ciegos deliberados: los impactos ambientales del coche eléctrico van más allá de las emisiones de CO2; los recursos que hay en el subsuelo de materiales críticos para la transición no son las reservas (lo verdaderamente extraíble), y estas no equivalen a la producción que, por limitaciones técnicas y físicas, se puede extraer cada año; y así podríamos seguir y seguir, pero un texto como este tiene que tener límites también.
El discurso de Ritchie –y de tantos otros– quiere proyectar la imagen de un control ficticio
Lo verdaderamente peligroso del discurso de Ritchie es que es una banalización de una discusión técnica compleja, seria e intensa que desde hace años mantienen académicos de especializaciones muy diversas, desde la geología, la física o la química, hasta la economía o la sociología. Un debate con muchas aristas que, hasta ahora, lo único que ha dejado claro es que no hay ni se va a dar ninguna transición rápida y económicamente viable. Todo apunta que lo que va a suceder es más bien todo lo contrario: un cúmulo de dificultades y desastres de todo orden que nos exponen ante el mayor reto de nuestra historia, en el que, literalmente, nos va la vida. Ante una situación así, más peligrosa aún que la inacción es la creencia de que se va en la dirección correcta cuando se va en la contraria.
En realidad, el discurso de Ritchie –y de tantos otros– quiere proyectar la imagen de un control ficticio, una fantasía de datos que, puestos en línea, demostrarían que todo va bien bajo el capitalismo global, con el fin último de no cuestionar el mismo sistema que nos está llevando al matadero. Aún hay vidas que se pueden sacrificar antes de aceptar que este orden debe acabarse con una transición planificada y lo más democrática posible.
Una última pista definitiva para los que aún queden algo despistados por su ilusionante discurso: la plataforma que difunde su vídeo esta vez es Big Think, un canal de difusión de contenidos financiado nada más y nada menos que por Peter Thiel, uno de los seres más peligrosos que pueblan este planeta que se desangra, aquí tienen un perfil más amplio de este capitalista militante. Pero da igual que sea evidente su sesgo de élite. Mucha gente está viralizando su vídeo. El virus del optimismo bien financiado es lo que tiene: hasta a nosotros nos encantaría creer que Hannah Ritchie y sus seguidores tienen razón.
El problema es que, si no tienen razón –que no la tienen–, seguir ese camino asfaltado por los futuristas, que hace un siglo creerían en el progreso sin fin y en este siglo creen en la transición sin fisuras, nos aparta la mirada de soluciones más simples, pero más difíciles de ver y de asumir porque no tienen apenas luces de neón que las anuncien. Soluciones que van, además, en contra de lo que mucha gente quiere creer para poder dormir mejor por las noches. Temporalmente, eso sí. Hasta que llegue el siguiente desastre climático, o el siguiente conflicto bélico en busca de esos recursos que, para los optimistas, nos siguen sobrando, aunque por lo que sea los países nos seguimos pegando por ellos sin cuartel. Una transición es posible e imprescindible, pero dentro de unos límites materiales reales que necesitamos definir con precisión para no equivocar el rumbo.
Las personas que seguimos con desasosiego la situación climática del planeta Tierra sabemos que, en el mejor de los casos, el punto de no retorno está muy cerca. Es física básica, en realidad.
Autor >
Juan Bordera
Es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició. Es coautor del libro El otoño de la civilización (Escritos Contextatarios, 2022). Desde 2023 es diputado por Compromís a las Cortes Valencianas.
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Antonio Turiel
Investigador científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC.
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Fernando Valladares /
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Alejandro Pedregal
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