Procesando el yuyu
Si le gustó 2024, le gustará 2025
Los hechos han dejado, no de ser importantes, sino válidos. Lo determinante ahora son los mitos. Y las sensaciones. La ira. Si montas el caballo del trumpismo, no hay límites
Guillem Martínez 29/12/2024
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-N DEL T. “Lo hago en 10 minutos, mamá” es una frase mangui, pues en la vida nunca jamás ha sucedido nada en 10 minutos. Lo que nos lleva a la pregunta, dos puntos, ¿cuál es la unidad temporal de la cosas?, ¿cuál es el segmento nimio de tiempo dotado de espacio suficiente como para contener un sentido? Podría ser el año, que es, a primera vista, largo y apañado. Pero la unidad año –Borges: “qué lentas las horas, qué veloces los años”– tampoco es la monda. De hecho, un año, ese parpadeo, solo explica algo cuando alguien va y te explica ese año con cierto ahínco, en modo Sherezade, de manera que llene ese año con el sentido que no tienen las ventanas del tren, esas cosas por las que no dejan de pasar cosas, por lo que en ellas nunca pasa nada. Hola, bienvenidos a Si le gustó etc., la sección más escasa del año –al punto que la escribo una vez al año–, en la que existe y toma forma el año-narrado, esa unidad del conocimiento.
-“PODRÍA DISPARAR A GENTE EN LA QUINTA AVENIDA Y NO PERDERÍA VOTOS” (TRUMP). La noticia del año es el triunfo de Trump. Se trata de la señal que el mundo esperaba para intensificar algo que ya tenía entre manos. Lo que a su vez es mucho y en muchas partes, por lo que resultará difícil describirlo. Tal vez costará años. Pero todo apunta a que vamos sobrados de tiempo. Esta etapa planetaria, que se podría denominar el-fin-de-las-democracias, es posible que a las personas de mediana edad nos ocupe el resto de nuestra vida. El trumpismo, en todo caso, carece de nombre global. Es más amplio, constante e internacional que él mismo. Para empezar, el trumpismo, ese neoliberalismo salvaje y de lenguaje libre, casi obsceno, es lo contrario de aquello que ha derrotado: la socialdemocracia, un neoliberalismo amable, que utiliza un lenguaje encorsetado, prisionero, inoperante, pues su aludida amabilidad transcurre, solo, en el lenguaje. El trumpismo supone también matices en el ciclo neoliberal –ya planteados en la época Biden–, como la vuelta al Estado. ¿Recuerdan la refundación del capitalismo de la que hablaba Sarkozy en 2008? Pues la vuelta del Estado es, básicamente, eso: el recauchutado del Estado, de manera que intervenga en economía evitando que la sangre llegue al río –no toda, al menos–, una vez se volvió a verificar, en el periodo gore 2008-17, que los mercados a su bola son la destrucción mutua asegurada. Esa vuelta a la intervención, por otra parte, no tiene nada que ver con los pactos del 45, ni con la socialdemocracia, ni con la defensa de la sociedad. De hecho, la novedad es que esa vuelta se hará con poca democracia. La justa para que el mercado pite. En China, la que gestione el PC, en USA la que gestione la democracia, ya tocada, tal y como quede con Trump. Y, en Europa, la que gestionen los Estados, en crisis democrática, y la Comisión Europea, un cacharro siempre a punto de ser democrático y que, sin embargo, no lo es. La novedad del trumpismo es, no obstante, otra y más intensa. Es el cambio de mentalidad que supone. Un cambio absoluto: ha accedido a la presidencia una persona declarada culpable de 32 cargos criminales. Esto es: la realidad, los hechos, han dejado, no de ser importantes, sino válidos. Lo determinante ahora son los mitos. Y las sensaciones. Y, quizás en primer lugar, la ira. Para quien monte el caballo del trumpismo, el caballo del mito y de la ira, no hay límites. Ni legales, ni éticos, ni históricos. Se trata de una reformulación del mundo en toda regla. Sin lo real –sin la ciencia, por lo mismo; algo inquietante en una crisis climática–. El siglo XXI pasa a ser una suerte de siglo IV reloaded, un antes y un después, un dejar de creer en algo para pasar a creer en otro algo, un cambio de mentalidad. El mundo como lo conocíamos desde el siglo XVIII puede desaparecer. Puede haber desaparecido hace décadas. Desde que, a finales de los 70 del XX, nuestros antepasados decidieron admitir como animal de compañía al neoliberalismo.
El siglo XXI pasa a ser una suerte de siglo IV reloaded, un antes y un después
-“…PERO SERÁ UN MUNDO MUCHO MEJOR PARA LOS QUE SOBREVIVAN” (KISSINGER). Una de las características del trumpismo es su idea –compartida, glups, por China y Rusia– de que no existe orden internacional alguno. Lo que alude y describe a las dos guerras en marcha este 2024, en Ucrania y en Israel, emitidas ya desde esa lógica, y ante las cuales el mundo ha hecho poco o nada, precisamente por el desvanecimiento, zas, de una idea de orden internacional. Los conflictos de Ucrania y de Israel son, así, ensayos, sin control alguno, del conflicto en esta época, a la espera del gran conflicto, un anunciado enfrentamiento China-USA en el Pacífico, en previsión del cual Trump retirará en breve, cabe suponer, sus tropas y recursos de Europa/Ucrania –spoiler para 2025: Europa sola no podrá pagar la guerra de Ucrania; menos aún con Alemania en recesión–. A la espera de esa guerra militar/comercial/nacional en el Pacífico, Ucrania e Israel son lo que viene: conflictos nacionalistas –ese género identitario y antidemocrático de la primera mitad del siglo XX–, la pulverización del precario orden internacional existente a través del nacionalismo de Estado –ese gran transmisor para el mito y la ira–. Son también el fin de algo que empezó a gestionarse en el XVIII: la regulación de la guerra, como se percibe a través de la profusión del crimen de guerra en estos conflictos –desmesurado, particularmente agudo en Gaza–. Son conflictos que no solo parten de la nueva cosmovisión soberanista y nacionalista –evidente en Rusia e Israel, pero también en Ucrania–, sino que también son conflictos internos. De hecho, en cada uno de los tres Estados en conflicto está sucediendo una suerte de revolución cultural vertical. En Rusia se ha conseguido que la percepción de la guerra, fruto de su propia invasión, sea la de una cruzada defensiva, en Ucrania la guerra es de utilidad pública para la persecución de la izquierda local, y en Israel la guerra está siendo la excusa para crear una idea sociedad sin matices, ni disidentes, y para reformular el sistema periodístico, sus límites. La censura, en fin.
Ucrania e Israel son lo que viene: la pulverización del precario orden internacional existente a través del nacionalismo de Estado
-“NADIE SABE LO QUE SUCEDE Y ESO ES LO QUE SUCEDE” (ORTEGA). El régimen de Bashar al Asad ha caído en modo inopinado, fulgurante y sin ninguna meditación o información previa al respecto. Lo que explica, en primer lugar, la dificultad para emitir previsiones en un mundo sin orden internacional. Pero también, y por lo mismo, la dificultad para emitir previsiones, a secas, en un mundo sin realidad palpable, sometido al mito y a la ira. Por otra parte, se han sucedido ataques terroristas en el Báltico –en este 2024, no a oleoductos, pero sí a cables telefónicos y de datos– y en el Caspio y Mediterráneo, sin que se sepa a ciencia cierta su autoría. El nuevo mundo, además de difícil de leer, es opaco. Un indicio de que precisa no ser visto, ni oído, ni hablado. Lo que dibuja un nuevo-nuevo-periodismo, en construcción, sumamente inquietante.
-“EL ESTADO NADA POSEE SALVO LO QUE QUITA” (PROUDHON). Este año ha nacido una nueva institución. Que, como todo lo que nace, ya existía. Se trata de un nuevo Estado. Unipersonal. Su precedente son los Estados-empresa, empresas tan grandes que negocian de igual a igual con el Estado, de manera que determinan políticas. Por ejemplo, fiscales. Deciden lo que pagan al Estado en impuestos y, en ocasiones, aconsejan, modulan –es decir, pugnan por imponer– políticas. El siguiente paso, cuya puesta de largo ha sido este 2024, dibuja más y mejor la época. Consiste en convertir en Estado a un nuevo tipo de empresario, poseedor de Estados-empresas tan determinantes para la economía en un territorio que el Estado lo trata como un igual. Ese ha sido el caso de Elon Musk, nuevo miembro del Gobierno Trump. Es decir, un Estado-persona federado a los USA. No se pierdan la evolución de esta nueva Unión. Es la época. Es el Estado en la época.
-“TRAIGO LA PAZ EN ESTE PAPEL” (CHAMBERLAIN). En Europa, este 2024, la nueva extrema derecha ha asomado el hocico en el Gobierno de seis Estados. Ha vencido en Francia –donde sigue venciendo, parece, ante la ausencia recurrente de un Gobierno apañado y operativo sin extrema derecha–. Y ha obtenido un resultado extraordinario en las elecciones europeas de este año. La Comisión de Von der Leyen podría haber encarado ese hecho de diversas maneras, pero ha optado por la más divertida: integrar, tan ricamente, a dos comisarios provenientes de la extrema derecha italiana y húngara, lo que es un decálogo, el fin definitivo, no solo de una tradición, sino de los reparos frente a la barbarie. Ha finalizado, definitivamente, la posguerra europea –las posguerras solo acaban con el olvido definitivo de la guerra–. A su vez, tanto la Comisión como los gobiernos de diversos Estados de la UE –y de fuera de la UE, como el de UK, que poseía el interés de ser el único gobierno socialdemócrata sin la Comisión en la chepa–, han felicitado a Giorgia Meloni por su modelo de solución a lo que la extrema derecha, la derecha, y la socialdemocracia europea consideran el gran problema de Europa: la inmigración. No hemos cruzado una puerta, sino varias. Y todas han quedado abiertas para la nueva extrema derecha.
En 2024 la entrada de inmigración en Europa ha costado, cada día, una media de 30 muertos, según la OIM
-“LA ESPECIE HUMANA DEBE PROCEDER DE ÁFRICA” (DARWIN). Este año, precisamente, han aparecido pruebas genéticas en fósiles encontrados en las actuales Alemania y Chequia, de la hibridación del Homo Sapiens con otra especie: el Neandertal. El Sapiens, la única especie humana que hoy habita el mundo, se expandió desde África hacia Asia, primero, después a Oceanía y después a Europa y a América. Y, en ese trance, se mezcló con otras especies Homo que se fue encontrando, en tanto las reconoció como iguales. Ese periplo de colonización y expansión por el mundo de nuestra especie no ha finalizado, pues ese periplo somos nosotros, seres que se desplazan –cuya originalidad es, de hecho, el desplazamiento continuo– y que, al reconocerse, se mezclan. Estar en contra de esa inmigración non-stop es estar en contra de nuestra especie. Y no ha habido nada ni nadie que lo haya impedido en 2024, un año en el que la entrada de inmigración en Europa ha costado, cada día, una media de 30 muertos, según la organización Caminando Fronteras. Un precio inasumible sin aproximarse a la bancarrota moral, si bien un factor apreciado y necesario en la política europea.
-“LA MEJOR POLÍTICA INDUSTRIAL ES LA QUE NO EXISTE” (SOLCHAGA). La Comisión ha protagonizado otros dos noticiones este 2004. Por una parte a), la publicación de un informe encargado por Von der Leyen al ex-casi-todo Draghi. En él se dibuja una Europa no-future, a menos que se proceda a su reindustrialización competitiva, en modo INI, pero planificada desde la Comisión, no desde los Estados. Para ello sería necesaria la inversión de un pastizal, inasumible para los Estados, pero sí para la UE si emite deuda y practica ese gasto. Se trata del fin del neoliberalismo –matizado y ya aludido–. En su capítulo de agradecimientos, el informe explica quién está a favor de él. Las grandes empresas, las Empresas-Estado, los Hombres-Estado, personas y entes que precisan economías vivas y coleando. No hay izquierdas, claro. El neoliberalismo se basta a sí mismo para sucederse, una vez que ha arrasado con todo, también con las izquierdas. El informe Draghi, compartido por los tres sectores de la CDU alemana –los tres, por cierto, a favor del gasto y de la deuda; el neoliberalismo, lo dicho, está pajarito–, es, ahora, el único debate en Europa. El único que puede asumir el resto de debates. Tal vez, la única diferenciación, la única brecha, de la derecha con la extrema derecha. No se pierdan cómo crece, o cómo muere, ese debate en 2025. La cosa b) es el tratado de libre comercio de la UE con Mercosur, que –todo apunta a ello– finiquitaría –zas– la agricultura, la ganadería y la pesca en la UE. Un tratado como este es un mito neoliberal, emitido cuando estamos ya, visto lo visto, a por otras. Lo que explica el mundo. Confuso, y en el que conviven diferentes opciones –la emisión de deuda, la vuelta al gasto y, a la vez, la brutalidad neoliberal, su abandono de sectores y regiones de la sociedad al mercado–. Usted se encuentra aquí.
-“POR TODO ELLO Y ANTE ESTA SITUACIÓN DE EXTREMA GRAVEDAD (…) ES RESPONSABILIDAD DE LOS LEGÍTIMOS PODERES DEL ESTADO ASEGURAR EL ORDEN CONSTITUCIONAL” (FELIPE VI). Como consecuencia de la Ley de Amnistía aprobada por el Legislativo, el Ejecutivo está siendo sometido a una presión por parte del Judicial inexplicable sin la utilización del palabro prevaricación. Palabra que resultaría acertada si consideramos que, desde el Judicial, se está perfilando practicarle un Lula a Sánchez. La intentona, robusta, sostenida, si bien carente de inteligencia y estilización –es lo que tienen los golpes de fuerza– transcurre a lo bruto, en modo siglo XIX, a través de tres casos judiciales –el caso Begoña Gómez, esposa de Sánchez; el caso David Sánchez, hermano de Sánchez; el caso García Ortiz, el Fiscal General, que, todo apunta a ello, será juzgado por haber encausado al novio de Ayuso, delincuente confeso que, como tal, solicitó en su día un pacto con fiscalía–. La radicalidad de estos casos es tal que eclipsa el único caso judicial con visos de verosimilitud, un caso de corrupción típica y tópica, posiblemente protagonizado por el exministro Ábalos. Los tres casos dadás, y netamente políticos, se nutren de noticias fakes, que en ocasiones construyen la única acusación, admitida como verosímil y con peso de prueba en los juzgados. Por lo que, para existir, todos esos casos necesitan de cierta coordinación entre medios e instituciones políticas y judiciales. Es la época. Y una idea de pueblo y de nación previa y superior a la idea de democracia. El mito, la ira. Como en otras regiones del mundo, todo esto también participa de un intento de delimitar lo posible delimitando la prensa. Ya han empezado, en ese sentido, las primeras denuncias a periodistas –Xabier Fortes y Enric Juliana– por parte de políticos, con el objetivo de acallarlos, de moderar su lenguaje. A su vez, también se ha intensificado los ataques desde redes a periodistas –Pedro Vallín–, con el objetivo de que sean despedidos, esa forma efectiva de modular las perspectivas de los periodistas.
-“AHORA ESTOY FUERA. Y AHORA ESTOY DENTRO” (EPI Y BLAS). Con la amnistía y el resto del pack de pactos entre PSOE y Junts, Junts ha vuelto a estar dentro de la política. Pero, muy posiblemente, dentro de un dentro sumamente extraño y contemporáneo. La Guerra Cultural, ese afuera, esa antipolítica, sustentada no en la realidad sino en el mito, la ira y su fruto: la polarización social. Los partidos de Guerra Cultural hoy suponen, y esto es sumamente importante, la mayoría absoluta en el Congreso. PP, Vox, Junts, Podemos y, en ocasiones ERC, son sensibles a esa disciplina. Esa mayoría absoluta podría ser determinante de alguna manera que, aún hoy, no sabemos ni aunar ni calcular. Dentro del campo –y playa– de la izquierda, esa disciplina puede suponer un conflicto violentamente acalorado –en el que, paradójicamente, participarían pocas personas, pero muy ruidosas–, que podría determinar el fin de la mayoría gubernamental tras unas posibles elecciones anticipadas. Y el advenimiento de la nueva extrema derecha, esa cosa que viene para no irse. Plas-plas-plas.
-“ME CAUSA PERPLEJIDAD HABER CONOCIDO PERSONAS QUE FUERA POSIBLE QUE HICIERAN ESTO” (AZNAR). Tres décadas después de que, en 1997 –el primer año del primer Gobierno Aznar– se liberalizara el suelo, un gobierno ha reconocido el problema de la vivienda como el principal en la sociedad. La aplicación de la política, como la de la Justicia, para ser operativa, debe ser rápida. No lo ha sido.
-“NO FUE NECESARIO QUE NADIE ME PUSIERA AL DÍA” (MAZÓN). La noticia local del año no es la DANA, sino su gestión. Una gestión que ilustra el sistema español. Una monarquía. Constante y en todos los niveles, al punto que no existe la posibilidad de destitución del incompetente. Más aún cuando los hechos han dejado, no de ser importantes, sino válidos. Lo determinante ahora son los mitos. Y las sensaciones. La ira. Si montas el caballo del trumpismo no hay límites. Es la reformulación del mundo. Sin lo real –sin la ciencia, por lo mismo; algo inquietante en una crisis climática–. Niéguense al mito y a la ira. Y a la ira. Y a la ira. Y a la ira.
-N DEL T. “Lo hago en 10 minutos, mamá” es una frase mangui, pues en la vida nunca jamás ha sucedido nada en 10 minutos. Lo que nos lleva a la pregunta, dos puntos, ¿cuál es la unidad temporal de la cosas?, ¿cuál es el segmento nimio de tiempo dotado de espacio suficiente como para contener un...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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