Mohammad Rasoulof / cineasta iraní
“Quiero entender cómo funciona el sistema totalitario y su máquina represiva”
Jesús Cuéllar Menezo 23/01/2025
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Cuando en la primavera de 2024 las autoridades iraníes confirmaron la condena a ocho años de prisión y una serie de latigazos para el director Mohammad Rasoulof, la experiencia carcelaria y el exilio interno no eran algo nuevo para él, puesto que ya se había enfrentado en varias ocasiones a la represión y la censura de la República Islámica. Sin embargo, en ese momento, recién finalizado el rodaje clandestino de La semilla de la higuera sagrada (el director tenía prohibido tanto filmar como salir del país), Rasoulof, nacido en la localidad iraní de Shiraz en 1972, tuvo que decidir en muy poco tiempo algo que nunca había querido: el exilio en otro país.
Después de un azaroso periplo de casi un mes, y con la ayuda de las autoridades consulares alemanas de un país vecino, consiguió llegar a Europa, donde poco después recibió el premio especial del jurado en el Festival de Cannes por esta película rodada en condiciones sumamente difíciles y montada en Alemania, y que se estrena en España estos días.
Sobre su reciente exilio, Rasoulof dice: “Desde el mes de mayo [de 2024] que abandoné Irán, he viajado tanto que no puedo decir que tenga una idea real de lo que es el exilio. Sigo con mucho interés lo que ocurre en Irán, y en estos últimos meses han pasado muchas cosas inesperadas, tanto allí como a nivel mundial, así que tengo esperanza de que haya más cambios”.
La semilla de la higuera sagrada, rodada con un equipo muy reducido, y sin que el director asistiera físicamente al rodaje, se centra de lleno en la vida de una familia del régimen
La semilla de la higuera sagrada, rodada en unos 70 días entre 2023 y 2024, con un equipo muy reducido, y sin que el director asistiera físicamente al rodaje para no despertar sospechas, se centra de lleno en la vida de una familia del régimen. Durante los meses de turbulentas y reprimidas manifestaciones posteriores al asesinato en septiembre de 2022 en una comisaría de la joven Jina Mahsa Amini por no llevar adecuadamente el preceptivo hiyab, Imán (el actor Missagh Zareh), recién nombrado juez de instrucción, ve cómo la situación de su hogar se va deteriorando, entre la sumisión habitual de su esposa y la contestación directa de sus dos hijas.
“Llevo muchos años tratando de entender cómo funciona el sistema totalitario y los elementos de su máquina represiva”
¿Por qué, después de ocuparse en películas como Un hombre íntegro (2017) y La vida de los demás (2020) de cómo la dictadura envilece de diversas maneras a la población iraní, decidió Rasoulof adentrarse en el entorno familiar de un agente de la represión? “Llevo muchos años tratando de entender cómo funciona el sistema totalitario y los elementos de su máquina represiva”, afirma. Esto se evidencia, por ejemplo, en La vida de los demás, donde, a través de cuatro historias, se habla de cómo afecta la pena de muerte vigente en Irán, no solo a sus víctimas y familiares, sino a los verdugos que las ejecutan, a veces jóvenes que hacen el servicio militar. “Por mis películas me he encontrado muchas veces en la posición del acusado. Me acusan de crímenes, me condenan y yo siempre me he preguntado cómo funcionan las personas del régimen. He construido el personaje de Imán y toda esta historia basándome en mis experiencias personales”.
Cuando estallaron las manifestaciones masivas por el asesinato de Jina Mahsa Amini, que dieron lugar al movimiento Mujeres, vida y libertad, Rasoulof se encontraba en la cárcel, al igual que otro importante cineasta iraní, Jafar Panahi. Cuando, entre rejas, trataban de enterarse de qué ocurría fuera, a Rasoulof le impresionó que algunos de quienes venían a interrogarlo, o los propios funcionarios de prisiones, le dijeran que estaban avergonzados de la represión que se estaba produciendo, y que alguno incluso le confesara que había pensado en suicidarse.
Rasoulof, un hombre de semblante serio, en cuya obra no hay espacio para el humor, insiste en la importancia que para él tiene el relato que cuenta, que es “solo el de una familia específica”, y en la necesidad de supeditarlo todo a esa narración. Pero esta se sirve de ciertos símbolos, como el anillo que llevan los represores en la película, el mismo que lleva el líder supremo iraní, o la higuera sagrada que da título al filme. Se trata de un árbol parásito que acaba con el huésped que permite su crecimiento, y que el director iraní, muy aficionado a las plantas, descubrió en los últimos años, cuando, imposibilitado de salir del país, estaba confinado en una isla. “Lo más importante para mí es siempre el relato, que tiene que ver con temas en los que he pensado, pero luego, siempre que el relato se construye, hay aspectos simbólicos, metafóricos que se pueden utilizar como señales. Los símbolos siempre vienen de la historia misma”. Otro de los símbolos que más extrañeza pueden causar al espectador son las fotografías recortadas, de tamaño natural, que se ven en varias ocasiones en los pasillos del juzgado donde trabaja Imán, y en las que aparecen diversas figuras con la mano en el pecho, en señal de sumisión a Dios. En el tramo final del filme sabremos de dónde vienen esas imágenes que, inertes, se yerguen entre los ejecutores de la represión.
En el seno de la familia donde se produce el choque simbólico entre autoritarismo y resistencia encontramos, además de a Imán, a su esposa Najmeh (la actriz Soheila Golestani, que había sido detenida durante las protestas por no llevar el velo) y a sus dos hijas Rezvan y Sana (Mahsa Rostami y Setareh Maleki, que, al contrario que Golestani y Zareh, sí consiguieron huir al extranjero junto a Rasoulof). Imán y Najmeh evolucionan de forma contraria: el primero es inicialmente reacio a firmar las penas de muerte que le piden, en tanto que ella, casi como una interesada Lady Macbeth (y Rasoulof parece remitirse a la obra de Shakespeare en una impactante imagen en la que Najmeh no puede retirarse la sangre de las manos) insta a su marido a cumplir con los deberes de su cargo. Sin embargo, el curso de los acontecimientos va produciendo un efecto contrario en ambos personajes. Las tres mujeres acaban oponiéndose, gracias al impulso innegable de las hijas, que se informan por vías alternativas de la situación real en las calles, al poder de un padre cada vez más confundido, desbordado y autoritario. Con todo, Rasoulof no cree que esté haciendo un retrato social: “No se puede hablar de la sociedad iraní en general, ni de algo que se generalice a todas las mujeres iraníes. La función que tiene la madre es conservar la estabilidad familiar. Por eso, cuando su marido vacila, ella intenta cimentar esa estabilidad. La historia se presenta al espectador como un drama familiar”. También como un thriller, como una película de terror, e incluso como un documental, gracias a las impactantes imágenes reales tomadas por móviles durante las manifestaciones, y que, en la fase de posproducción, introdujo en el filme el montador Andrew Bird, colaborador habitual del director turco Fatih Akin.
“A medida que avanza la historia, se abandona esta dimensión familiar y el foco se amplía para hablar del patriarca en la sociedad iraní”
“A medida que avanza la historia, se abandona esta dimensión familiar”, matiza Rasoulof, “y el foco se amplía, para hablar del patriarca en la sociedad iraní, en la historia de Irán. Empiezo dando información sobre los personajes antes de abrir el foco a la sociedad. En el caso de Imán, a medida que avanza la historia, vamos descubriendo su pasado”.
Cuando se le pregunta por sus influencias, Rasoulof, que ahora reside en Alemania, advierte de que solo quiere mencionar obras iraníes. “Por el control total del régimen, el cine era uno de los medios de abrirse, de relacionarse con el mundo externo”. Como era de esperar, señala que “la mayor influencia en mi generación ha sido Abbas Kiarostami [1940-2016], porque su obra no era solo importante cinematográficamente, sino por la identidad que transmitía y, por lo menos a mí, me ha permitido reflexionar sobre la mía y sobre mi posición en el mundo. El poder inventar y crear un lenguaje de cine propio, de cineasta, es el regalo que Kiarostami nos hizo a mí y a los directores de mi generación”. A continuación, Rasoulof menciona a dos directores algo menos conocidos en Occidente: “Amir Naderi [1946-] nos ha enseñado la importancia del esfuerzo que hay que dedicar al cine. Bahrām Beyzāie [1938-] es quien nos enseñó la riqueza, el tesoro de la literatura iraní y su importancia para las artes contemporáneas, y también la historia del teatro, de las artes escénicas en la cultura iraní”.
Rasoulof ha filmado una película visceral, que, según él mismo ha reconocido, habría filmado de forma diferente si hubiera podido rodarla en otras circunstancias. Su cine, como ocurría con El verdugo de Luis García Berlanga o Queridísimos verdugos de Basilio Martín Patino, no solo habla de los actores de la represión, sino de la sociedad que permite que existan y del régimen que los empuja a ejecutarla. Al mostrar los entresijos de una familia cuyo cabeza de familia vive agobiado por las penas de muerte que debe firmar, por la contestación dentro de su propia casa y por el descrédito de gente como él entre la población iraní, Rasoulof retrata con brío, y también con esperanza, la situación del Irán actual. Con sus imágenes parece decirnos, cómo ha reiterado en entrevistas después de su exilio, que el movimiento en defensa de las mujeres está produciendo cambios irreversibles en Irán, porque la minoría que dirige el país se está reduciendo. Ojalá esa joven sin velo que, haciendo el signo de la victoria, se ve en La semilla de la higuera sagrada acabe con esa planta inmisericorde que amenaza con devorarlo todo.
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(Agradezco la labor de la traductora de farsi, Massoumeh Laijd)
Cuando en la primavera de 2024 las autoridades iraníes confirmaron la condena a ocho años de prisión y una serie de latigazos para el director Mohammad Rasoulof, la experiencia carcelaria y el exilio interno no eran algo nuevo para él, puesto que ya se había enfrentado en varias ocasiones a la represión y la...
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