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Nos gusta lo diferente, la sorpresa, el engaño. Apreciamos las terceras vías, no sólo en política, también en la vida. Y desde luego en el fútbol. Entre el Madrid y el Barça, el Atleti. Entre Messi y Cristiano, Arda. Siempre Arda. Es casi una obligación moral. Arda Turan y los demás.
El penúltimo día de enero de 1987, en el barrio de Bayrampasa, situado en la parte occidental de Estambul, nació el hijo mayor de Adnan y Yuksel, los Turan. Bayrampasa es una de esas zonas humildes, de clase trabajadora, que crea un fuerte sentido de pertenencia en sus habitantes. Un “Vallecas a la turca”. Allí Arda, junto a su hermano Ökan y otros amigos, dio sus primeras asistencias. Asistencias, sí, pues siempre gustó más de poner centros que de rematarlos. Va con su naturaleza generosa y creativa, sin obsesionarse por las estadísticas. En eso también se diferencia de los hijos de la legislación vigente, de los que necesitan cubrirlo todo de oro. Nuestro protagonista empezó jugando en el equipo de la zona, el Bayrampasa Altintepsi Spor Külubü (“Mi padre y mis tíos también jugaron allí”, suele comentar) pero enseguida, a los 11 años, ingresó en las categorías inferiores del Galatasaray. Allí su fútbol tomó vuelo y los técnicos empezaron a tener claro que aquel niño cabezón (en una ocasión llegaron a medirse el perímetro craneal y el suyo era, tal y como sospechaban, el más destacado) conocía todos los arcanos del juego. “Nos quedamos asombrados por su manera de conducir el balón, brillaba como una joya”, recordaba Fatih Ibradi, entrenador de las categorías inferiores del Galata, impresionado desde que vio al chico por primera vez. Parecía claro que llegaría lejos, aunque mientras tanto participaba desde una curiosa posición en los partidos del primer equipo: la de recogepelotas. Arda se situaba en algún lugar de la banda del viejo Ali Sami Yen y disfrutaba de cerca con las maniobras de uno de sus ídolos de la infancia, el mediapunta rumano Gica Hagi.
Turan tenía buen gusto hasta para elegir a sus referentes. Hagi era un virtuoso y fue precisamente el rumano el que posibilitó su debut en el primer equipo cuando, el 22 de enero de 2005, le dio la alternativa en un partido de Copa contra el Bursaspor. Días antes de cumplir los 18 años, Arda había llegado. El fútbol turco era ya un lugar un poco mejor. Más cálido. Menos ajeno.
Tras ese fecha, vendrían muchas más vestido de rojo y oro. Seis años y medio, hasta junio de 2011, culebreando desde la mediapunta, habitualmente partiendo desde el perfil izquierdo, del Ali Sami Yen. Seis años y medio con un pequeño paréntesis, entre enero y junio de 2006, en el que Arda se puso la camiseta del Vestel Manisaspor, humilde club de la región de Manisa al que el hijo de Yuksel llegó como cedido en una de esas aventuras que cualquier joven vive cuando pelea por ir haciéndose un hueco en la élite. Allí, en una de las ciudades más ricas de Turquía, Arda probó una experiencia nueva en su vida: la de formar como “carrilero” por la derecha en un sistema de 3-5-2. Lo hizo sin rechistar: “Cuando fui cedido a Manisa, el entrenador que estaba allí (Ersun Yanal) me enseñó mucho. Jugábamos en 3-5-2 y a mí me ponía en la banda derecha de los cinco. Todo el partido de arriba para abajo, de carrilero”. Subió y bajó la banda cuantas veces fue necesario, y demostró ser un tipo disciplinado y trabajador que no se cree más que nadie.
Una vez concluida la mili de Manisa, volvió con galones a Estambul. Se puso el ´66´ del Galata, pidió el balón y comenzó a jugarlo. Limpio y bien. Fragante. Lleve el número que lleve, Arda es el perfecto ´10´, pero ese número en aquel momento lo portaba el brasileño Lincoln, otro pelotero de nivel. Nuestro protagonista tuvo que esperar a la salida de su compañero para graparse a la espalda el dorsal que correspondía a tanta magia.
El de Bayrampasa permaneció allí hasta el verano de 2011, tiempo en el que pudo levantar una Liga y una Copa con su equipo del alma. En esos años Arda se hizo indiscutible también con una selección turca a la que llevó hasta las semifinales en la Eurocopa 2008. Arda era el ídolo del país, el referente de la hinchada más numerosa de Turquía, la estrella de la selección, un icono que acabó por agobiarse ante la continua presión mediática pues no solo le rodeaba la prensa deportiva, sino también la rosa, por su relación con la actriz Sinem Kobal.
Y en ese momento apareció en su vida el Atlético de Madrid. Manzano quería creadores y en el verano de 2011, un sonriente Turan se presentaba en Barajas con la siguiente declaración de intenciones: “Aunque tuviera una oferta del Real Madrid, prefiero al Atlético”. Un chico listo que pronto comprendió cómo son las cosas por el Manzanares.
El centrocampista sobrevivió a unos primeros meses duros, de adaptación a todo y a todos. Un paisaje nuevo en el que Ata, su álter ego, fue una pieza fundamental. Un personaje clave; si alguien quiere llegar a Arda, él es el hombre. Arda lo contrató como traductor para que le ayudara con un idioma que desconocía y fueron haciéndose amigos. Conduce su coche, gestiona su agenda y está siempre a su lado. Arda le tomó tanto cariño que, en una ocasión, ante la insistencia de Miguel Ángel Gil porque aprendiera a hablar español, un agilísimo Arda le contestó, en presencia de Ata: “Pero jefe, si yo hablo español, ¿de qué trabaja este?”. Respuesta torera que dejó a todos con la sonrisa en la boca y postergó para otro momento el asunto de aprender el idioma. Ata llegó a estar en primera línea del vestuario para traducirle las instrucciones del buen Gregorio. Tiempos oscuros. Un Atleti fofo y frágil que se acabó a finales de diciembre de 2011, cuando llegó el hombre providencial: Diego Pablo Simeone.
“Te daré mi corazón”, fue lo primero que el centrocampista turco le prometió al argentino. Diego Pablo lo ha contado mil veces, añadiendo siempre un “Me prometió y ha cumplido”. Y eso que Arda fue suplente en el primer partido oficial de Simeone. Un empate a cero contra el Málaga. La manera que tuvo el Cholo de decirle: “Eres muy bueno. El mejor, si quieres, pero tienes que aprender a correr hacia atrás”. Arda, trabajador, disciplinado, profesional y ganador, lo entendió perfectamente.
Desde entonces las buenas noticias han sido constantes. Arda ha sido y es el sostén creativo de la maquinaria mejor engrasada de Europa. Un producto de artillería pesada, industrial, perfectamente encajado, que te gana por aplastamiento sin que se desajuste una tuerca. Y entre tanto orden, tanta intensidad, tanto laboratorio, entre la velocidad, el repliegue y la estrategia, entre las carreras y el sudor, una certeza de buen juego. Cuando Arda tiene la pelota, el Calderón es un lugar mejor. Y la nación atlética sonríe tranquila, dispuesta siempre a presenciar un nuevo milagro.
Porque cuando Arda decide que el esférico es suyo, ya pueden empeñarse los demás. Y aunque se trate de una final de Copa, contra el Real Madrid, y en el mismísimo Bernabéu, Arda se acostará en una banda y rodeará con su cuerpo al balón, acunándolo, hasta hacerlo desaparecer. Cuando aparezca, puede que esté en las botas de cualquier delantero rojiblanco que, sin saber cómo ni por qué, se encuentra encarando solo al portero rival. Y Arda sonríe…siempre sonríe. Incluso cuando un compañero le priva, rizo a rizo, de su imagen, para pagar una de esas apuestas que se hacen antes de las finales. Arda dirá “slowly, cabrón”, se partirá de risa, y todo seguirá su curso.
Hemos repasado mil veces cómo paró el tiempo en la Supercopa de Europa contra el Chelsea: aquella carrera previa al tercer gol de Falcao en la que fue arrancando y frenando, amagando a todos sitios, brindando al sol, riéndose de todas las certezas, reflejando que otro fútbol es posible. Un fútbol que no va de salir disparado corriendo con los brazos tiesos y el cuello hacia atrás, para sacar partido a las cuatro horas de gimnasio. Un fútbol que desprecia el ansia pero no la victoria. Aquella jugada fue tan victoriosa como la que más: acabó en gol. Pero, además, fue un ejemplo de cómo se puede llegar a la victoria a otro ritmo. De la misma manera, en multitud de ocasiones hemos revivido sus goles al Milan, Real Madrid, Chelsea, Juventus, Oporto… Arda tiene una curiosa facilidad para marcar a los rivales grandes en los partidos importantes. Por eso fue tan terriblemente dolorosa su ausencia en Lisboa.
Arda es un tipo feliz. Un chico que paga la luz y el agua de todo su bloque de vecinos en Bayrampasa. Un hijo generoso que, en cuanto empezó a tener dinero, le regaló a su padre (exempleado de THY- Turkish Airlines) una gasolinera, lo que siempre había querido tener. Solo los terrenos le costaron 640.000 euros. Un tipo rodeado siempre de amigos turcos, el conocido Frente Kebab, curiosa agrupación de apoyo a Arda Turan con una sede extraoficial: el restaurante Ilham Casa Turca.
El pequeño genio barbudo ha dado lugar a una religión 2.0, alumbrada al calor de las redes sociales, que aparece como una letanía cada vez que el turco ilumina todo de nuevo: el ardaturanismo. Que es, básicamente, ir caminando y sonriendo allá donde otros van corriendo y con el gesto tenso. Y además llegar antes.
Nos gusta lo diferente, la sorpresa, el engaño. Apreciamos las terceras vías, no sólo en política, también en la vida. Y desde luego en el fútbol. Entre el Madrid y el Barça, el Atleti. Entre Messi y Cristiano, Arda. Siempre Arda. Es casi una...
Autor >
Juan E. Rodríguez
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