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De los árboles frutales me gusta el melocotón/ y de los reyes de España, ya, Juan Carlos de Borbón/ que es el Rey de la España y se está quedando con tó. A Agujetas le he escuchado esta letra en tono burlesco pero también como apología de la Casa de Borbón. No hay nunca una posición política que el flamenco exprese con lemas. El flamenco es más político por la posición del cuerpo del cantaor que por lo explícita que pueda ser una de sus letras. Esta letrilla la hicieron los presos de Sevilla 2 en una celebración navideña, una de esas festivas jornadas de puertas abiertas y, claro, la aclamación del público fue brutal. Me lo contaba estas navidades pasadas Emilio, que había estado a la sombra circunstancialmente.
El hombre hablaba indignado de otra noticia relacionada con la monarquía. La gente –aunque me temo que Emilio se refería a los tertulianos de televisión- censuraba que el Rey, en caso de que la infanta Cristina acabase en prisión, fuese a visitar a su hermana a la cárcel. Con toda la razón, Emilio, preferiría un Rey capaz de esos gestos. Misericordia, caridad, piedad, es verdad, son palabras devaluadas en unas navidades copadas por Papá Noel y los Reyes Magos. Emilio decía que él tenía cinco hermanas y que las visitaría a todas en las cárceles del mundo, a todas, aunque estas mataran a sus maridos y a sus sobrinos, aunque fueran unas "monstruos", a él le gustaría poder ir a verlas a la cárcel, por lo menos verlas allí..
Volviendo al principio, la ambivalencia de las expresiones flamencas puede tener origen en cierto escapismo pero, finalmente, se han convertido en una poderosa herramienta dialéctica. Como dejó dicho Max Aub sobre el bueno de Eugenio Noel, el más feroz crítico antiflamenco, "no encontró otra manera de vivir con lo que más le gustaba que atacándolo, una manera de intensificar relaciones que había aprendido en los mismos ambientes flamencos que deploraba". Precisamente Noel sacaba en 1914 un número sexto de El Chispero, semanario antiflamenquista, con un aclarador artículo de Félix Manzano, director de Prisiones, que estaba a punto de publicar su Historia y costumbres de los gitanos con el sobrenombre de Pabanó. En el artículo trata de limpiar el buen nombre de los gitanos –también de los andaluces- de las malas costumbres flamencas, un habla germanesca y un modo de vida delincuente que se aprende en establecimientos penales.
Pabanó hace una somera descripción de las leyes especiales aplicadas a los gitanos, clases peligrosas, desde la Pragmática de los Reyes Católicos hasta la del Marqués de Ensenada, en el siglo XVIII, por las que estos, como raza o etnia, fueron habitualmente pasando por calabozos, cárceles y prisiones hasta convertirlas en una habitación más en sus vidas. La cárcel, como ya ocurría entre los jaques y pícaros sevillanos que describen Cervantes o Quevedo, no constituía tanto un castigo como un avatar, una suerte de estadio, a veces necesario, en el periplo vital. La cárcel como forma-de-vida. Estando yo preso en Cádiz / que yo me sentaba en el mío petate/ me ponía a cavilar / y no siento lo que yo había pasado/ sino lo que me quedaba a mí que pasar. En Umbrales, un seminario de arte y pensamiento que coordinó Dario Malventi, sorprendieron los testimonios de los miembros del taller flamenco del Centro Penitenciario de Albolote.
La naturalidad con la que hablaban de su experiencia carcelaria, la desdramatización a la que sometían al discurso institucional, el agradecimiento, si acaso circunstancial, que daban a los distintos agentes que le habían hecho habitable su estancia en prisión, fueron expresiones que dieron que pensar. La institución disciplinar, según la clásica definición de Foucault, no parecía tener aquí consecuencias disuasivas sobre la forma-de-vida de estas gentes. Es más, el descanso, la reparación y el aprendizaje eran palabras que se repetían referidas a prisión. No pretendo frivolizar pero ahí están las bromas sobre las estancias carceleras 5 estrellas del torero Ortega Cano o la tonadillera Isabel Pantoja, tan flamencos en ese punto como El Polaco o Farruquito. La cárcel, entre los flamencos, no deja de ser un episodio novelesco en el peor de los casos. Sentadito estaba yo en mi petate/ con la cabeza echá pa atrás/ yo me acordaba de mi mare/mis niños ¿Dónde estarán?
El fracaso de la institución disciplinar es evidente. Miles de familias gitanas pasan una y otra vez por prisión por delitos mayores y menores. Ellos lo consideran simplemente un avatar. El fracaso del sistema de prisiones no viene sólo de los abusos del panóptico, ni del régimen policial moderno que reserva el uso de la violencia para el Estado, ni tan siquiera del sistema social que tiene el campo de concentración como paradigma. En todos estos tiempos y lugares los gitanos han dado pruebas de su idiosincrasia y puesto en cuestión cualquier funcionalidad que se designe a la cárcel. Sobreviven. Por eso llama la atención la ceguera y malicia de nuestros políticos al intentar aplicar leyes excepcionales que incluyan, de facto, la vuelta de la cadena perpetua como pena de prisión. La matanza de París resulta una excusa ridícula, más si no se tomaron medidas después del 11 de Marzo en Atocha. Debe ser chovinismo. Lo que entonces se tuvo por ejemplar, la reacción contenida ante la brutalidad del atentado, deviene ahora ridículo. Se trata nuevamente de resignificar al poder. Algo así como: aquí mando yo y me hago la foto, ¡sabedlo! Antes era a costa de los gitanos, ahora le toca de nuevo al moro, islamistas radicales, yihadistas, no se sabe, ¡árabes! No es nada que tenga que ver con una raza determinada, ni son sus costumbres y usos sociales. La condición de marginal y delincuente es la que construye ese modo de vivir. Sobrevivir al estado de excepción permanente: ¡a eso se acostumbra el grupo! En las cárceles, desde aquellas prisiones generales dictadas por Católicos, Austrias y Borbones, los gitanos se encontraban con los moros, también con judíos, esclavos negros, sodomitas y malas cristianas de cualquier condición. Es allí donde la saeta se convirtió en carcelera. La sociedad de Monipodio es la que construye ese afuera en el que la cárcel es institución principal, a la vez, palacio, hospital y escuela. Es un sistema de exclusión, pera queda mitigado como castigo o penitencia. La cárcel es también un lugar de combate. Aquel que me pego los palos/ que motivo le doy yo/ si yo me había quedaíto dormío/ y el sueño rinde al león. Acaso no reciben los mismos palos en la cárcel que en el polígono donde viven. ¡O en la banlieue!
Los moritos a caballo/ y los cristianos a pié,/como ganaron la Casita Santa/ de Jerusalén. Los flamencos se identifican con los moros y con los judíos y con los gitanos y con los del más allá. Es su condición. Entienden a quien habla del mismo afuera, jergas carcelarias, se reconocen. El rey Moro con la paz/ que bien ha quedao/ toíta su gente lo han coronao/ pues dile que entre, se calentará/ porque en esta tierra ya no hay cariá. Además, ya nos lo recordó Rafael Sánchez Ferlosio, una advertencia singular, con aire de Giliana: Vinieron los sarracenos/ Y nos molieron a palos,/ Que Dios apoya a los malos/ Cuando son más que los buenos.
De los árboles frutales me gusta el melocotón/ y de los reyes de España, ya, Juan Carlos de Borbón/ que es el Rey de la España y se está quedando con tó. A Agujetas le he escuchado esta letra en tono burlesco pero también como apología de la Casa de Borbón. No hay nunca una posición política...
Autor >
Pedro G. Romero
Pedro G. Romero (Aracena, 1964) opera como artista desde 1985. Actualmente trabaja en dos grandes aparatos, el Archivo F.X. y la Máquina P.H. Participa en UNIA arteypensamiento y en la PRPC (Plataforma de Reflexión de Políticas Culturales) en Sevilla. Es director artístico de la compañía Israel Galván y comisario/curador del proyecto Tratado de Paz para la Capital Cultural DSS2016.
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