editorial
La vergüenza de Europa
19/04/2015
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La Unión Europea se ha convertido en un lugar cada vez más inhumano y siniestro, y los ciudadanos harían bien en votar a aquellos partidos que exijan un giro radical en la manera de gobernar el continente. Esta semana, cerca de 1.500 personas, en su mayoría refugiados de guerras y hambrunas, muchos de ellos menores de edad, han muerto en el Mediterráneo intentando llegar a las costas europeas. La tragedia del 18 de abril, cuando un pesquero abarrotado de refugiados naufragó frente a las costas libias, es quizá la peor de siempre, y confirma que la política europea de inmigración y asilo no es solo un fracaso, sino que entra directamente en la categoría de lo doloso. Tras años de mentiras y declaraciones pomposas, los muertos se siguen acumulando, y las primeras reacciones parecen indicar que nada importante va a cambiar.
Tirando de cinismo, el presidente francés, François Hollande, ha culpado al empedrado y ha calificado como “terroristas” a los traficantes que trasladan a los depauperados que huyen de sus infiernos cotidianos. Hollande olvida que Europa no deja otra opción a millones de refugiados --porque muchos no son inmigrantes ilegales, sino simples refugiados-- salvo la de ponerse en manos de las mafias del transporte de personas.
El presidente español, Mariano Rajoy, ha declarado que la credibilidad de Europa está en juego y ha añadido que es hora de actuar. La frase da a entender que Rajoy acaba de llegar al cargo o que ha pasado los últimos tres años acudiendo a los consejos europeos para ejercer de bedel. O de marciano. Si tuviera un mínimo de responsabilidad, el presidente de un país que ha preferido construir y mantener una verja vergonzosa en sus plazas marroquíes –e incluso usar los antidisturbios contra personas en peligro-- antes que convencer a la UE de afrontar la realidad debería dimitir ipso facto.
En realidad, todos los gobernantes europeos, incluidos los de la Comisión, tienen hoy dos opciones: recapacitar y rectificar, o poner sus cargos a disposición de los ciudadanos. Por su parte, el Parlamento Europeo, si todavía le queda algo de respeto por el proyecto de la UE, debería someter a un voto de censura a las instituciones comunitarias. Las organizaciones humanitarias y el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) llevan semanas anunciando que el Mediterráneo se iba a convertir en una gigantesca tumba a cielo abierto este verano. La situación en muchos países africanos y de Oriente Medio es desesperada. Tras las guerras de Irak, Afganistán, Libia, Siria y el Sahel, el diagnóstico es evidente. Pero las autoridades europeas, en vez de tratar de evitar un genocidio anunciado, han preferido hacer oídos sordos, quizá pensando que las opiniones públicas del norte considerarían inaceptable tener que compartir los costes del operativo de vigilancia y salvamento en el Mediterráneo con los del países del sur.
Italia, casi en solitario, es la única nación que se ha comportado con un mínimo de decencia en este asunto. Bulgaria ha levantado una valla como la de Melilla en su frontera con Turquía, dejando a los refugiados el único camino del mar para poder escapar. Francia se ha lavado las manos, con su primer ministro, el exministro del Interior Manuel Valls, practicando el populismo, cargando contra Schengen y clamando por el cierre de fronteras para rascar algunos votos extremistas, mientras obliga a los pocos afganos y sirios que logran alcanzar el país a huir a Gran Bretaña colgados en los chasis de trenes y camiones.
El líder del continente, Alemania, que al menos abre un poco más la mano con los refugiados, parece demasiado ocupado en conseguir que Grecia pague las deudas a sus bancos y en seguir asfixiando a la población. Y España, que es puerta de entrada natural y parte central del problema, se sigue comportando como el camarero de los jefes del norte.
Así está la Europa de los mercados y las deudas. Convertida en un lugar siniestro, irresponsable, incapaz de atender las necesidades básicas, incluso la supervivencia, de los más débiles de dentro y de fuera.
La Unión Europea se ha convertido en un lugar cada vez más inhumano y siniestro, y los ciudadanos harían bien en votar a aquellos partidos que exijan un giro radical en la manera de gobernar el continente. Esta semana, cerca de 1.500 personas, en su mayoría refugiados de guerras y hambrunas, muchos de ellos...
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