Kingsley Amis escribió Hemingway en el espacio y unos cuantos relatos más de ciencia ficción, algo que, al menos a mí me lo parece, desdibuja para bien su perfil. Lo descubro al investigar el índice de sus Cuentos completos, que Impedimenta acaba de publicar, traducidos por Raquel Vicedo.

Hemos pasado muchas tardes del último invierno trabajando juntas, Raquel y yo. Ella con la traducción de Amis y yo escribiendo; viéndome inmersa de vez en cuando en pequeños debates lingüísticos sobre la conveniencia de utilizar tal o cual expresión; sobre la dificultad de desentrañar el significado de alguna palabra sin equivalente directo en nuestro idioma. Su labor, la de traer hasta el castellano el mensaje de Kingsley, interesante por lo inclasificable, me parece una obra de titanes.

Todo eso pienso mientras los Cuentos completos descansan sobre el sofá. Pienso también que es un libro bonito, esa clase de edición que, incluida en una exposición al lado de sus iguales, llama la atención sobre el resto y nos atrae como un imán: queremos tenerla, aunque no vayamos a leerla nunca (o sí).

Hace mucho tiempo que leer dejó de ser la única razón.

Empecé a seguir el rastro de Kingsley Amis por casualidad, gracias a la extraordinaria novela de McEwan, Operación dulce. En ella, McEwan se sirve de un trasfondo real, poblado de autores que sí existieron, para respaldar a sus personajes imaginarios, y Kingsley es uno de los de verdad. Hasta ese momento, de haber escuchado su nombre en algún lugar, gracias a la cultura inabarcable de los buenos amigos que me rodean, seguro que debí limitarme a pensar: "Fíjate tú, el padre de Martin", suficiente. He aquí una muestra más de mi curiosidad, que tiende peligrosamente hacia el Sálvame porque, es un hecho, necesita de cebos brillantes para desear acercarse incluso a los mejores.

Y eso es justo lo que han sabido hacer dos editoriales que están desarrollando un gran trabajo más allá de sus impecables catálogos. Han conseguido -¡menos mal!- que caiga en la trampa. Malpaso, con su oportuna publicación de Sobrebeber, también de Kingsley, e Impedimenta, a la que ya he mencionado, esconden a dos perspicaces equipos, que añaden a su criterio para publicar buena literatura la capacidad de darle un valor al libro como objeto. Hasta los caramelos van envueltos en papeles de colores, para llamar la atención.

¿Por qué compramos libros?

No caigamos en el error de creer que esta es una pregunta de respuesta única, porque las respuestas son infinitas, y es posible que sólo quien dé con las razones más excéntricas acabe salvándose; por desgracia, el mundillo literario (como el cinematográfico y todos los relativos a cualquier disciplina creativa) se halla hoy más que nunca regido por las leyes de la selva amazónica (época Aguirre). No basta con ser inteligente, con ser el genio de una generación, también, y sobre todo, hay que ser listo.

Atravesamos una etapa propicia para los lazarillos.

El 29 de mayo comienza de nuevo en Madrid la Feria del Libro. Seguro que compraré. Siempre caigo en la tentación y acabo llevándome a casa algún título no previsto. Ya me pasó este último domingo en la Feria del Libro de Ocasión. No pude resistirme a una novela de Nabokov que no conocía y que ahora me observa inquisitiva desde lo alto de la pila de libros que preside mi mesita de noche. Se llama Desesperación.