En un tiempo marcado por la desconfianza hacia los partidos tradicionales, no tenía sentido que solo surgiese un nuevo competidor en la izquierda. El advenimiento mediático y meteórico de Ciudadanos, su discurso moderado y sensato, y su puesta en escena entre Disney y Varón Dandy viene a equilibrar la situación.

Los votantes decepcionados del PP ya pueden contemplar una alternativa en el partido de Albert Rivera, de la misma manera que los votantes del PSOE pueden plantearse el tránsito a Podemos. La diferencia es que el PSOE se encuentra emparedado entre las dos nuevas fuerzas políticas, con posibles fugas en ambas direcciones, mientras que ahora el PP solo tiene una vía de escape por el centro.

La aparición de Ciudadanos pone fin a la anomalía de que un único partido, en este caso el PP, cubriera una mitad entera del espectro ideológico, desde el centro derecha hasta la extrema derecha. Durante mucho tiempo se pensó que la ruptura se produciría por el extremo, con la aparición de algún partido xenófobo, similar a los que se han desarrollado en otros países europeos (estilo Frente Nacional en Francia), pero al final la verdadera competición se va a producir en el centro.

Como todas las opciones que no se definen ideológicamente, que no se reclaman ni de izquierdas ni de derechas, Ciudadanos llega envuelto en la ambigüedad y las buenas palabras, dispuesto a sacar tajada del derrumbe de los grandes partidos, a pactar con quien sea preciso si se cumplen sus condiciones anticorrupción, y a ser la bisagra de cualquier gobierno que pueda formarse. Pero debe recordarse que, en su anterior encarnación, Ciutadans era algo bien distinto: se correspondía con lo que los anglosajones llaman single issue-party, un partido de tema único, obsesionado con el nacionalismo. Su postura en Cataluña no ha sido ni centrista ni integradora; impulsado por algunos de los intelectuales más aguerridos de este país (los Boadella, Espada, Azúa, etc.), Ciutadans adoptó en Cataluña una postura intransigente, más dura incluso que la del PP.

De ahí el pasmo de tantos catalanes cuando ven a Rivera convertido de repente en lo que ahora muchos llaman el “yerno ideal” de España. El partido cuenta con una sólida reputación en la cuestión catalana y no necesita reafirmarse en ella. Ahora puede dedicarse a otros temas, como la regeneración y modernización de España, el asunto favorito de nuestras élites económicas e intelectuales, sobre todo cuando el miedo les aconseja aplicar la doctrina del Gattopardo: "Si queremos que todo siga igual, hace falta que todo cambie".

Se conocen mejor las propuestas específicas de Ciudadanos que sus principios ideológicos: tipo único del 20% en el impuesto de sociedades, ley de segunda oportunidad, apoyo a los autónomos, contrato único, estímulos para la formación de empresas de tamaño mediano, complemento salarial a las rentas más bajas… Muchas de estas propuestas suenan bien y se agradece en cualquier caso su concreción frente a tantas promesas vaporosas y tanta campaña en verso. Pero no acaba de cristalizar qué modelo de sociedad ofrece la renovación naranja, y tampoco aclara lo más importante: ¿será más generoso que el PSOE con los débiles y más duro que el PP con los potentados? 

Para tomar distancia de Podemos, y hacerles aparecer como un cambio exótico y enloquecido, Rivera se presenta como adalid del cambio sensato y ha hecho suyo ese dilema un tanto pueril y simplista que viene presentando el economista Luis Garicano desde hace meses, según el cual España debe decidir si quiere ser como Venezuela o como Dinamarca. Se trata de una disyuntiva tramposa. Dada su renta per cápita y su inserción europea, España, gobierne quien gobierne, no será nunca Venezuela. Y con las propuestas liberales de Ciudadanos no se accede al selecto club de la socialdemocracia escandinava, con un sector público considerablemente mayor que el nuestro y un Estado del bienestar mucho más desarrollado.

Más bien, parece que Ciudadanos nos empuja hacia un postcapitalismo liberal y privatizador, de corte anglosajón, con un mercado de trabajo altamente desregulado (salvo, curiosamente, en el caso de la prostitución, cuya legalización defiende -justo cuando Francia acaba de prohibirla-). Da la impresión de que, si plantean medidas para corregir excesivas desigualdades económicas, es porque la derecha neoliberal ha descubierto que esa brecha puede llegar a ser un freno al consumo y al buen funcionamiento de los mercados, y lastrar la productividad.

En fin, Rivera propone un neoliberalismo más amable que el austericidio, y trata de vestirlo con ropajes socialdemócratas para una sociedad que sigue situándose mayoritariamente en el centro izquierda. El exabogado de La Caixa es un político joven, pragmático y habilidoso, y nadie debe descartar que, si no comete errores de bulto en los próximos meses, acabe ganando las elecciones. Mientras tanto, Pedro Sánchez ha propuesto un nuevo Estatuto de los Trabajadores… El tiempo dirá dónde desemboca este cruce apasionante entre lo viejo y lo nuevo. O entre lo viejo y lo que trata de parecer nuevo, aunque tenga en sus filas a gente tan poco nueva –y tan peculiar-- como Javier Nart y Arcadi Espada. ¿Se los imaginan gobernando, al frente de Exteriores y Cultura?