Si gana la derecha el gobierno de municipios importantes y comunidades también importantes, unos amigos míos y yo nos vamos a llevar un berrinche. Berrinche, aunque distinto, albergado también en los hígados de las fuerzas combatientes en las actuales convocatorias electorales.

La derecha de hodierno es berrinche supino porque no soporta que advenedizos desde no se sabe dónde ni por qué, lleguen taimados a disputarles sus lucrativas poltronas, sólo, no es explicable de otra manera, por joder. Nadie, piensan, puede gobernar mejor que ellos. Y un par de partidos se bastan para repartirse el polimorfo suelo patrio por muy polifónicas que sean las voces que lo ocupan –habitarlo sería otra cosa-.

Mis amigos míos y yo, que somos unos rojos de mierda desde nuestra juventud, inclinados al prejuicio contra la derechona de siempre, pensamos que esa derechona no ha gobernado estos años, sino que ha hecho caja y que con su adhesión al sacrosanto sistema –genocida si nos atenemos a las estadísticas- justifica centenares de medidas que empobrecen a los más y enriquecen, y mucho, a los menos. Han florecido así por cientos, ¿por miles?, sinvergüenzas laureados que acumulan millones de euros que tendrían infinitos destinos más meritorios que sus bolsillos.

La izquierda, mientras, se enzarza estúpidamente en discusiones estériles que entorpecen cerrar filas ante el enemigo común derechuno.

En defensa del statu quo denigrante, Aguirre –es un poner- arremete con maneras viperinas contra quien se le enfrenta, y es paradigmático el desgarrador denuedo con el que, a salivazos, intenta vapulear a Manuela Carmena. No me extraña que, para equilibrar juicios sobre la exjuez, Podemos airee en Facebook los pecados de ésta:

“Manuela a los 33 años era abogada en el despacho laboralista de la calle Atocha donde fueron asesinados cinco de sus compañeros.

A los 45 años como juez de vigilancia penitenciaria, abogó por que la prisión fuera una oportunidad de rescatar al ser humano. Insistió en tener psicólogos en su equipo y en conseguir la rehabilitación de los toxicómanos.

A los 49 años fue decana de los juzgados de Madrid, y suprimió las denominadas "astillas", que eran un soborno muy extendido que cobraban los funcionarios para agilizar la tramitación de los asuntos.

A los 52 años, como vocal del Consejo General del Poder Judicial, renunció al coche oficial para utilizar la bici y el transporte público y pidió bajarse el sueldo.

A los 65 como relatora de las Naciones Unidas, criticó severamente las violaciones a los Derechos Humanos en países como Venezuela.

A los 66 ya jubilada, invierte parte de sus ahorros en montar una tienda social en Malasaña de ropa de bebé hecha por reclusas.

A los 71 años, es posible que Manuela sea Alcaldesa de Madrid” Y, como ha prometido, rebaje su sueldo a la mitad.

Como no voy a dejar a Gabilondo, mi otro candidato favorito, también rojo irredento, solo en la estacada, reseño aquí parte de la doctrina de sus entrañas extraída de su libro “Por si acaso”. Y comienzo por si eso ayuda a paliar berrinches con:

“Sin sentido del humor, los otros sentidos son vulgares”

“Lo que uno calla no lo dice otro”

“Cada cual hace su propio e insustituible ridículo”

“La prudencia no es una disposición, es un modo de acción, un ejercicio, un comportamiento que no se reduce a tomar precauciones, sino ajustadas decisiones”

“Despertarse lleva a veces años.”

“Puestos a cambiarlo todo, conviene incluirse.”

“No es fácil dilucidar si alguien esta callado o en silencio”

“Hay quienes tienden a suicidar a los demás”

Y así, cientos de ideas, esa especie de cucarachas pisoteables: ideas. ¡Qué asco! Qué coñazo! Donde estén las cifras (maquilladas), las estadísticas (sin contexto), las mentiras tan atronadoras que ensordecen…

Cobo del Rosal, adjunto de su tío Juan del Rosal, catedrático de Derecho Penal, nos puso una mañana un examen escrito. Uno de mis compañeros, inmediatamente después del dictado de las preguntas, levantó la mano. Cobo del Rosal le dijo que qué quería. Titubeó el alumno que, con absoluta seguridad, estaba a punto de naufragar en un examen al que no sabía por donde meterle mano:

- ¿Podemos contestarle con.. Con… Con… ideas?

El profesor lo pensó un par de segundos y respondió, amable, cercano.

- Sí, preferiblemente con ideas.