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Hay palabras que de tanto usarlas difuminan su valor semántico. Por ejemplo, corrupción. Ahí tienen la cadena de nuevos casos que están apareciendo sin que afecte excesivamente a la intención de voto sondeado. La corrupción se ha convertido en una rutina ciudadana. Convivimos con ella como con las alergias primaverales. Cada cierto tiempo se produce un brote agudo que alarma pero no sacude las conciencias, quizá porque necesitamos dormir tranquilos. Algo similar sucede con el neoliberalismo. Cuando se trata de culpar al sistema de todos los males que nos acechan sacamos el término y lo entendemos todo. “Eso se debe a la política neoliberal del Gobierno”. Lo mismo sucede con el populismo, con los programas electorales incumplidos y, si apuran, también con la lectura de las cifras del paro.
Carlos Pereda, un sociólogo cuya mirada aún conserva la propiedad de los rayos X para desnudar la cara obscena del mundo privilegiado, establece la definición exacta del neoliberalismo sin alhajas, para que podamos calcular bien la dimensión real de sus colmillos. “Es un ciclo que tiende a la desigualdad creciente y que se aprovecha de los periodos de crisis como el actual para introducir recortes que en época de bonanza serían injustificables”, dice.
Es decir, lo que está sucediendo en España.
La política económica del Gobierno de Mariano Rajoy se mueve en esta lógica aplastante. En la acumulación de unos para aumentar la desigualdad con el resto. En realidad, quizá se trate de las pocas verdades que nos cuentan en estos momentos de oscuridad. Es absolutamente cierto que España está saliendo de la crisis porque el ritmo de crecimiento es espectacular y las perspectivas son aún mejores. Pero lo son para el capital y el accionariado, no para el asalariado. En Madrid, por ejemplo, el 40% de la renta que producen sus ciudadanos se la quedan las grandes empresas como beneficios, y los salarios no crecen. Y lo mismo sucede en el resto del país. El sueldo del 30% de los españoles que tiene trabajo está al nivel de 1992 mientras que el 10% de los ricos han incrementado en un billón de euros su patrimonio. No es ninguna una interpretación altermundista, es una realidad. La realidad económica de esta España que unos pocos están construyendo. El dinero fluye para la mayoría trabajadora porque lo aporta ella misma.
¿Cuál es la consecuencia? Pues que el paro se reduce debido a que la gente ha vuelto a emigrar. Vayan sino a las estadísticas actualizadas de empadronamiento de Alemania y Reino Unido porque en los datos de la emigración española no lo encontrarán: Están desfasados o muy por debajo de la verdad. Quienes ostentan el poder sobre la vida son hábiles con el uso de las palabras.
Y así están ganando la guerra que hoy se libra en este país. Observen el operativo de salvación del régimen de 1978 que han montado. Es realmente brillante. Primero elevan hasta la estratosfera a Podemos para llegado el momento perfecto dejarlo caer al tiempo que proyectan una imagen ideal de Ciudadanos, un partido con pinceladas racistas realmente peligrosas. La genialidad de esta jugada estriba en que han salvado un sistema en descomposición. La ciudadanía exigía una profunda limpieza y así se está haciendo, pero sin que los centros del poder real pierdan el control social. Aunque duela, han ganado la primera partida, la de la esperanza de un cambio en profundidad. En parte, porque la única alternativa que dejan es el señuelo del equilibrio de las rentas para mantener la calma social, es decir, el Estado del Bienestar. El resultado electoral que vislumbran los sondeos es el peor que las mareas del pasado año podían imaginar: El PP y el PSOE casi empatados, muy cerca de ellos Podemos y finalmente, Ciudadanos, en cuarto lugar. ¿Qué margen de maniobra le quedaría a la formación de Pablo Iglesias en este escenario? Pues casi nada.
El error de fondo está en la estrategia planteada por Podemos para estas elecciones. Ese discurso “transversal” que defiende Íñigo Errejón puede reducir el planteamiento de una sociedad diferente a polvo en los caminos. “Más Gramsci y menos Laclau”, dijo hace unos días Carlos Fernández Liria, que es lo mismo que decir menos pragmatismo electoral y más ideología, porque hay una lucha de clases y la izquierda está perdiendo. Warren Buffett lo escribió al revés.
El sistema ha demostrado pocos problemas para devorar a sus hijos. Miren si no a la socialdemocracia europea, vapuleada sin piedad por aceptar que los desvaríos del capitalismo pueden ser domados con un poco de control social. Es decir, por intentar jugar a un juego que no es el suyo. Y ese es el escenario seductor en el que puede caer Podemos con su indefinición táctica. El poder financiero --las transnacionales y sus serviles medios de comunicación-- ha difundido la consigna: con el sistema no se juega. Syriza está sudando sangre en su intento de doblar el brazo a los amos del universo, pero no cede en sus principios. Si Podemos continúa con su pragmatismo científico y su indefinición ideológica, no le dejarán ni acercarse al campo de batalla.
Hay palabras que de tanto usarlas difuminan su valor semántico. Por ejemplo, corrupción. Ahí tienen la cadena de nuevos casos que están apareciendo sin que afecte excesivamente a la intención de voto sondeado. La corrupción se ha convertido en una rutina ciudadana. Convivimos con ella como con las alergias...
Autor >
Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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