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Yo no sé si se puede decir que ahí está mi casa, pero entrar en otros detalles no haría más que complicar las cosas. Es el sitio donde más veces hago y deshago maletas así que sí, a casi todos los efectos es mi casa.
El sitio del que hablo es uno de ésos en el que las visitas, que han dado veinte vueltas antes de llegar --algo tarde-- al lugar donde esperas, preguntan siempre “¿…pero no habías dicho que vivías en X?”. Y es que es uno de esos municipios que montan en el límite del ayuntamiento vecino y que si no es en los extremos (geográficos) de los dos pueblos no tienes nada claro si todavía estás en la calle Real (de uno) o ya estás caminando la Gran Vía (del otro).
En el otro, en el que no está mi casa, estuvo durante años el Instituto Toxicológico Nacional y el nombre del lugar era conocido en todo el país porque en las noticias de las emisoras de televisión siempre mencionaban la localidad cuando tenían que hablar de crímenes, análisis de documentos falseados, o alcaldes que habían huido a Aruba con la Reina de las Fiestas del Verano.
Pero el tiempo es uno de lo criminales más temibles. Acaba con todo. Deja huellas y todo eso, pero acabar acaba con el más pintado; hasta con el Instituto Toxicológico que terminaron trasladando a no sé dónde.
Ese traslado de los científicos, y la llegada de la Ciudad del Fútbol y la Selección a donde yo vivo, terminó por inclinar la balanza de la popularidad municipal de un sitio al otro como por limpia magia borragia.
Para que parezca que hago algo paseo bastante, y en mis recorridos me resultan tan familiares un sitio como el otro (de los dos que hablo, que tampoco tienen tanto misterio).
Pero ahora, antes de seguir con el cuento con el que vengo, tengo que hacer un pequeño alto para referirme a las Madres Reparadoras.
Las monjas Reparadoras se dedican fundamentalmente a la enseñanza, y también a la oración. Originalmente más a la oración y al desagravio, que fue la intención primera de la fundadora. El objetivo primero, por encima de cualquier otro, era “reparar” en lo posible las ofensas y feos de todo tipo que otras personas menos devotas hacían a Nuestro Señor, que dio su vida --y cómo-- por todos y de manera especial por los más malos.
Me paro en estas explicaciones sencillas porque el nombre de la orden puede llamar a engaños y hacer que personas voluntariosas pero mal informadas crean que el edificio en cuya fachada hay un gran rótulo que dice “Sagrado Corazón - Reparadoras”, resulte un establecimiento en el que arreglan largos de mangas de camisa, ajustan el bajo a pantalones o cogen puntos a las medias. Sería equivocarse de cabo a rabo.
Una de mis rutas pasa por el colegio de las Reparadoras que cuenta con un precioso patio con terreno amplio y algunos árboles, y hierba verde hasta ahora en que ya ha empezado el calor.
Con el buen tiempo, esta mañana hemos coincidido en hora un grupo de unos cincuenta chavalillos que estaban sentados en el suelo mientras tomaban el aire y escuchaban las palabras de un sacerdote joven que les hablaba de Jesús, allí en el jardín del colegio, y yo que pasaba con unas zapatillas recién estrenadas que no me van a dejar quedarme en casa hasta que se me pase la ilusión (por lo nuevo).
Para que se sepa lo que pueden ser las casualidades, justo cuando yo pasaba ha sufrido el cura lo que me ha parecido un ataque al corazón y en nada el hombre ha fallecido allí rodeado de los pequeños que habían hecho como que escuchaban hasta hacía un momento, y que ahora mismo, maravillados, veían cómo el alma del sacerdote abandonaba su cadáver y ante la chiquillería ascendía suavemente hacia el cielo, supongo.
Pasada la primera impresión, y sabiendo que yo allí ya no pintaba nada, he continuado mi camino y me he dado cuenta de que eso, que por pura causalidad había presenciado, no se da en un centro público. La estampa del alma del cura yendo al cielo ante los niños ha sido --así lo he visto--, como una clase práctica, una de laboratorio. Y eso no se enseña en cualquier parte.
Yo no sé si se puede decir que ahí está mi casa, pero entrar en otros detalles no haría más que complicar las cosas. Es el sitio donde más veces hago y deshago maletas así que sí, a casi todos los efectos es mi casa.
El sitio del que hablo es uno de ésos en el que las visitas, que han dado veinte vueltas...
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Ángel Mosterín
Nací en Bilbao. Me he dedicado a lo que he podido. Fecha y lugar de fallecimiento: desconocidos (se comunicarán en su momento).
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