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La serie 1992, estrenada hace unos días en Canal Plus, es una pequeña lección de historia política en diez capítulos. Producida por Sky Italia (propiedad de Rupert Murdoch), narra algunos hechos acaecidos durante aquel año enloquecido, cuando un violento terremoto judicial, social y político puso fin a la I República y a la partitocracia nacida tras la II Guerra Mundial. De las ruinas emergería rampante Silvio Berlusconi, magnate de la televisión y sultán de la putocracia, como amo de la nueva era política y salvador –por llamarlo de alguna forma-- de la patria.
El relato de aquel año frenético arranca con la detención en Milán del empresario socialista Mario Chiesa, presidente del Pio Albergo Trivulzio, una sociedad benéfica de ancianos. Chiesa, aspirante a la alcaldía de Milán, es capturado en flagrante delito de corrupción, mientras otro empresario le paga 7 millones de liras. Lo arrestan agentes de la Fiscalía de Milán, con el magistrado Antonio Di Pietro a la cabeza.
Ese día, 17 de febrero de 1992, nace el proceso Manos Limpias, también conocido como Tangentopoli (tangente: mordida, soborno), que provocaría la desaparición de varios partidos, entre ellos los dos más importantes, el Partido Socialista de Bettino Craxi –que terminaría exiliándose y muriendo en Hammamet, Túnez--, y la Democracia Cristiana de Giulio Andreotti, que sería procesado por su apoyo a Cosa Nostra, aunque acabó siendo absuelto por el Supremo, que declaró prescrito el delito.
Al ser interrogado por Di Pietro, Chiesa contó que la corrupción había carcomido desde muchos años atrás el sistema de financiación de los partidos y las concesiones de contratos públicos. Durante un año y dos meses, Di Pietro y su equipo de fiscales y policías interrogaron a cerca de 4.000 políticos y empresarios. Una treintena de ellos se suicidó, varias docenas fueron imputados, otros lograron la inmunidad colaborando con la justicia.
Amigo y protector de Berlusconi desde que en 1976 llegó a la secretaría del PSI –él fue quien introdujo al Cavaliere en la España felipista--, Bettino Craxi fue un político enérgico, carismático y fajador. Di Pietro lo acorraló durante meses y acabó acusándole de seis delitos. Craxi se resistió largo tiempo a admitir su culpa, aunque en su célebre y último discurso ante el Parlamento, el 29 de abril de 1993 (texto íntegro en el pie de página), reconoció que la financiación de los partidos, de todos los partidos, llevaba décadas siendo “irregular o ilegal”, y acuñó la expresión “persecución judicial” que tanto juego le daría luego a Berlusconi.
La noche siguiente, cuando salía de una cena en el hotel Raphaël, a dos pasos de la plaza Navona, Craxi fue increpado por una turbamulta que le lanzó monedas y billetes al grito de “ladrón”. Berlusconi prefirió salir por la puerta de atrás mientras su padrino político se enfrentaba en un último rapto de honor a la cólera del pueblo.
Un año más tarde, el 28 de marzo de 1994, Forza Italia, el movimiento de marketing (anti)político fundado por Berlusconi, ganaba las elecciones anticipadas con la extrema derecha, la Liga y Alianza Nacional, como aliada, abriendo así el ventennio berlusconiano que convertiría al magnate y excantante de cruceros en el primer ministro que más tiempo ocupó ese cargo, por delante de Mussolini.
Sabiendo que el principal corruptor de Craxi había sido él, Berlusconi se sacrificó y puso sus medios de comunicación y sus miles de empleados al servicio de la "Azienda Italia" (Empresa Italia). Esto le permitió cambiar leyes, abolir delitos, liquidar enemigos, comprar opositores y mantenerse lejos de la cárcel de San Vittore hasta que llegó a la edad necesaria. Di Pietro optó por dejar la judicatura y también saltó a la arena política, como una caricatura justicialista, fundando el partido Italia de los Valores.
Berlusconi se sacrificó y puso sus medios de comunicación y sus miles de empleados al servicio de la "Hazienda Italia" (Empresa Italia). Esto le permitió cambiar leyes, abolir delitos, liquidar enemigos, comprar opositores y mantenerse lejos de la cárcel de San Vittorio hasta que llegó a la edad necesaria.
La serie 1992 narra el ambiente de corrupción, caza de brujas, miedo y caos que definió aquel fin de época (“un clima infame”, lo llamó Craxi) a través de una galería de personajes ficticios: dos jóvenes policías que ayudan a Di Pietro; un gurú del marketing que trabaja para Publitalia, empresa de Berlusconi presidida por el bibliófilo Marcello Dell’Utri --el convicto mafioso siciliano que orquestó la operación Forza Italia--; un exsoldado bruto y bueno, diputado de la Liga del Norte; un zorro democristiano napolitano que se hace amigo de este, y una joven belleza aspirante a velina (bailarina televisiva) que para hacer carrera se zumba a varios de los protagonistas.
Viendo la serie, algunos pensarán que aquel decadente 1992 italiano se parece a la España de 2015. Pero el complejo laboratorio político italiano siempre ha sido un universo en sí mismo. Por un lado respiraba finura intelectual, por otro se zambullía en la pasión por la televisión más machista y deleznable. La clase política estaba hasta el cuello de fango, y las relaciones no siempre pacíficas entre el Estado, la mafia, la Logia P2, la CIA y la Iglesia marcaban el rumbo. Ese cóctel explosivo se unió a la valentía e independencia de los fiscales rojos, a la llegada de la crisis económica y a la salvaje reacción de la mafia –Cosa Nostra asesinó a los magistrados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino en abril y julio de aquel año-.
Todo eso junto convierte el escenario de cambio tranquilo que vive hoy España en una guardería. Pero en todo caso es un ejercicio divertido trazar algunas semejanzas y diferencias.
En España es indiscutible el desgaste de los partidos que han gobernado el país desde 1978. Y el 24 de mayo se han vivido unas elecciones locales muy parecidas a las que vivió Italia en 1992. Ya tenemos pluralismo. Y también tenemos nuestra Tangentopoli –en CTXT la llamamos Chorizópolis--, que ha arruinado el prestigio de instituciones, partidos, bancos, cajas y sindicatos. Los casos Gürtel, Púnica, Nóos, EREs, Pujol y otros conforman, aunque de forma dispersa y descentralizada, un megaproceso Manos Limpias, con imputados y sospechosos ilustres, incluidos el exjefe del Estado, el presidente del Gobierno, un exvicepresidente y numerosos altos cargos de Comunidades Autónomas, por no hablar de los centenares de alcaldes y concejales implicados.
Hay también docenas de empresarios que han sobornado a políticos, aunque a diferencia de Italia, aquí de momento la justicia ha evitado, o no ha podido, establecer quiénes son. Tenemos también algunos jueces ejemplares, como Castro, Ruz y De La Mata, y otros que lo parecían, como Garzón o Silva, y fueron apartados de la magistratura. A diferencia de lo que pasó en Italia, aquí los jueces han tenido que luchar contra el servilismo de muchos fiscales y en algunos casos han sucumbido a las presiones políticas, lo que confirma que la separación de poderes funciona peor que la italiana.
Una curiosidad es que tenemos –solamente-- un arrepentido, el heroico concejal de Majadahonda, José Luis Peñas, que destapó la Gürtel, lo que sugiere que la piel de los corruptos hispanos es más dura que la de los italianos, o su fidelidad a los jefes más sólida. De momento, por suerte, no ha habido suicidios entre la clase política –aunque los ha habido, y a centenares, entre los más dañados por la crisis y el latrocinio--; se ve que el dirigente español es menos partidario de las soluciones honorables y drásticas.
Lo mejor es que tampoco tenemos un Berlusconi a la vista o en la recámara, aunque algunas de las ideas y las técnicas usadas por el exprimer ministro italiano, sus aliados de la Liga y sus adversarios del PDS (hoy PD) aparecen repartidas entre las fuerzas políticas.
Ciudadanos se parece a Forza Italia en su vocación de parecer nuevo cuando en realidad no lo es; en su tendencia a explicar los grandes números como si el país fuera la caja central de El Corte Inglés, y en su defensa a ultranza del pensamiento único neoliberal con piel de cordero. También, como dice un personaje de 1992 refiriéndose a la tropa de empleados de Fininvest y Publitalia, los muchachos de Ciudadanos visten y se mueven como un "ejército de soldaditos de plástico".
El partido liderado por Albert Rivera recuerda a la Liga del Norte en su denuncia de la corrupción de la vieja política, aunque luego pacta sin problemas con los dos partidos más corruptos, y se permite colocar al frente de la Mesa de la Asamblea de Madrid a un abogado que ha trabajado para el grupo Villar Mir. También comparte con la Lega su origen periférico, su racismo hacia los inmigrantes pobres, la impreparación de muchos de sus cuadros y su empeño en despreciar a los pescadores del sur. Pero se distingue de los leguistas en que es ferozmente antinacionalista. Por fortuna, el estilo de su líder es menos rudo, más dialogante y sensato que el de Bossi.
En cuanto a Podemos, presenta algunos rasgos propios del PDS de Achille Occhetto: su gusto por el batiburrillo catocomunista (católicos y comunistas), esa alegre mezcla de cristianos de base y revolucionarios puesta al día con un discurso patriótico y social y un tono profesoral. Pablo Iglesias vivió en la Italia berlusconiana, conoció bien el poder de la televisión, respiró la movilización popular que late en los centros sociales y se trajo a casa la definición de casta acuñada por Walter Veltroni; la desconfianza hacia las élites económicas de la Liga y una pizca de la retórica deportiva que tan bien manejaba Berlusconi: salimos a ganar, asaltemos los cielos, partido a partido…
Vean ustedes, si pueden, 1992. Déjense llevar por la convulsión, el ansia de sexo y poder, el cinismo, la gama de grises y la sofisticación a medias malvada y romántica de sus personajes. Quítenle luego un 90% de finezza, toda la ironía y la violencia, pónganle un 80% de Ibex 35, cuarto y mitad de incultura endémica, un duopolio Madrid-Barça y toneladas de pánico empresarial, y la situación se parecerá un poco a la española de ahora.
Moraleja: ¿lo que estamos viviendo es un cambio de régimen o la famosa frase del Gattopardo? Lo sensato es escuchar a la Democracia Cristiana, la inmortal ballena blanca: “Moriremos democristianos”, dice en un momento de resignación el turbio protagonista de 1992. Y ahí los tienen: tras 20 años de berlusconismo-velinismo, todo ha vuelto a su ser: Mattarella, el presidente, es democristiano. Renzi, el primer ministro, también. Y si pudiera, el Papa Francisco votaría a Podemos.
Así que no teman demasiado, señores del PP y del PSOE. Si del caos emergiera un líder con coleta en vez de otro Rajoy o un Berlusconi, eso que llevamos ganado. Y que vengan los soviets una temporada es hasta sano, visto el colosal desastre. En todo caso, tampoco hace falta ponerse melodramáticos. El cortijo eterno seguirá siempre en su sitio. Y si hace falta, los de siempre decidirán, en el momento debido, quién es el capataz que más les conviene.
La serie 1992, estrenada hace unos días en Canal Plus, es una pequeña lección de historia política en diez capítulos. Producida por Sky Italia (propiedad de Rupert Murdoch), narra algunos hechos acaecidos durante aquel año enloquecido, cuando un violento terremoto judicial, social y político puso fin a...
Autor >
Miguel Mora
es director de CTXT. Fue corresponsal de El País en Lisboa, Roma y París. En 2011 fue galardonado con el premio Francisco Cerecedo y con el Livio Zanetti al mejor corresponsal extranjero en Italia. En 2010, obtuvo el premio del Parlamento Europeo al mejor reportaje sobre la integración de las minorías. Es autor de los libros 'La voz de los flamencos' (Siruela 2008) y 'El mejor año de nuestras vidas' (Ediciones B).
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