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Tengo dos hijas, y la cosa que más me asusta es que desaparezcan. Es el mayor miedo de todo padre. Pero, ¿por qué desaparecen los niños? Creo que es porque alguien se los lleva y tiene sexo con ellos. Y una vez has tenido sexo con un niño, tienes que deshacerte de él. Porque la gente odia a los tíos que tienen sexo con niños más que a cualquier otra cosa. Si matas a alguien, la gente encontrará una razón: “estabas enfadado”, “estabas deshidratado”, algo así. Si tienes sexo con un niño, tienes que quitártelo de encima, porque si se lo cuenta a alguien estás jodido. Así que no puedo evitar pensar que si rebajáramos el nivel de odio hacia la gente que tiene sexo con niños, al menos te lo devolverían. Lo que intento plantear es que el tipo pudiera llamarte y decirte “oye, me acabo de follar a tu hijo, ¿quieres que lo lleve al fútbol o te lo dejo en casa?”. Sé que es duro. Lo sé. Pero es cierto. Es cierto que si le diéramos menos importancia al abuso de menores, menos niños morirían. Es cierto. Ahora bien, no sé qué hacer con esa información.
— Louis C.K.
Louie es una serie de televisión estadounidense protagonizada por Louis C.K. en la que él mismo dirige y escribe una de las producciones de comedia más ácidas que nuestra generación ha tenido el placer de ver en sus pantallas. La no censura es el máximo estandarte de una serie que se reinventa capítulo a capítulo para ofrecer un humor más allá de ideologías, de creencias o de los casinos de Donald Trump.
En el décimo capítulo de la primera temporada, Louie aparece, como en cada episodio, en un escenario para hablar de lo último que se le ha pasado por la cabeza. Su escasez de pelo, su sobrepeso y su triste vida amorosa —mostrada a lo largo de la serie en contrapunto a sus apariciones con un micrófono— se funden con la brillantez de un cómico que encarna el humor negro a partes iguales en su figura y discurso. Y entonces se pone a hablar de la pedofilia, de cómo, en un análisis frío y terroríficamente sarcástico de la problemática subyacente al secuestro, violación y asesinato de menores, la sociedad podría cambiar el chip para evitar la parte en la que el pedófilo se deshace del niño. El público que le acompaña en la sala se ríe. Usted, que ve la serie en casa, probablemente también.
Y no pasa nada. Lo ve, se divierte, se ríe. “Qué cabrón”. Y continúa el capítulo. Sigue el humor. Louie va al dentista y acaba drogado y con un pene en la boca. Aparece Bin Laden también. Se habla de sexo interracial. Ha estado veinte minutos viendo un solo capítulo y ya se han tocado más tabúes que en toda la historia de El club de la comedia. El desparpajo a la hora de hacer comedia es importante. Tanto como no tomar al espectador por idiota. En el mundo del entretenimiento, el humor burdo y poco elaborado gusta; el humor inteligente y fresco encandila y te da el favor de la audiencia.
En estos días hemos vuelto a abrir por enésima vez el debate de los límites del humor. Y España se ofende. Un país garante del humor rancio. Un país en el que se lleva haciendo años el chiste de los negros, el coche y el kit-kat. Un país a la cabeza en chistes machistas sobre escobas y lavadoras. Un país que se toma demasiado en serio a sí mismo y a su malograda historia. Un país que ha trasladado esa falta de espíritu propio también a su forma de entretener y hacer comedia.
En la ficción televisiva española, el humor sigue erigido en los chistes de acentos y costumbres y la falta de empatía hacia un espectador que ya asume el papel de espectador pasivo. Un espectador sin alma, que ha adoptado el discurso del “humor para desconectar”. El humor en España se hace para desconectar, para pasar el rato, para soltar la risotada. Un humor zafio falto de contenido que va directo a las capacidades motrices básicas de sofá y que roza lo estrafalario.
Les voy a hacer un repaso rápido. Allí abajo, una comedia sobre todo lo malo de Ocho apellidos vascos que está más cerca del absurdo que de convertirse en algún tipo de referente del humor entre comunidades. Anclados, o una resaca muy gorda y desagradable de los guionistas de Aída. ¿Alguien echa de menos Aída? Con el culo al aire, cancelada el año pasado; una producción que cogía la bandera de la vulgaridad para tratar de representar de forma humorística la vida fuera de la legalidad en unas condiciones aparentemente dramáticas.
Esto de intentar representar problemas sociales es, por cierto, algo que le gusta mucho a la pseudocomedia española. En Física o Química, drama desesperado para imberbes, se pasó de la puesta en escena a acabar siendo el problema, y también la solución: antes o después tenía que acabar ese despropósito. Si vas a jugar a las crisis de identidad, mírate bien antes no sea que la crisis la tenga tu serie.
De crisis de identidad también saben nuestros actores. Hemos dejado atrás la idea de ver a actores interpretar a personajes para verlos a ellos mismos haciendo de sí mismos. El encasillamiento de nuestra industria del entretenimiento asusta. Los mismos actores y guionistas se pelean por hacer los mismos chistes para la misma audiencia en las mismas cadenas y los mismos formatos.
Sin ir más lejos, el mejor chiste que se ha hecho este año en la ficción española no fue un chiste, ni tampoco vino de la mano de una serie de humor. Fue en El ministerio del tiempo, representando al dictador más ridículo de la historia: el nuestro. No hacían falta filigranas para recrear el bochorno de Franco en Hendaya, solo un poco de amor propio por el producto al que se estaba dando forma.
La comedia española es una caricatura de sí misma en la que no solo lo políticamente correcto ha sucumbido ante un país incapaz de dejar a un lado extrañezas y muecas de falso dolor. Todo el tejido humorístico en televisión de nuestro país se basa, a día de hoy, en seguir un modelo de comedia casposa más pendiente de cubrir las horas de prime time que de apostar por un espectador cansado de que no se le tome en serio y que poco a poco ha ido abandonando el televisor y pasándose a la pantalla del ordenador.
Vivimos en un país en el que homólogos de Cameron y Mitchell de Modern Family son Mauri y Fernando de Aquí no hay quien viva, en el que nuestro aprecio por Dani Rovira es inversamente proporcional a su papel como uno de los mejores humoristas de nuestro país, y en el que el Follonero se ha convertido en todo un referente periodístico.
El humor no, pero el esperpento se nos da de puta madre.
Tengo dos hijas, y la cosa que más me asusta es que desaparezcan. Es el mayor miedo de todo padre. Pero, ¿por qué desaparecen los niños? Creo que es porque alguien se los lleva y tiene sexo con ellos. Y una vez has tenido sexo con un niño, tienes que deshacerte de él. Porque la gente odia a los tíos que...
Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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