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De aquí al domingo 5 de julio nos vamos a hartar de leer dos argumentos que deslegitiman la decisión del Gobierno griego de convocar un referéndum para que el pueblo decida si la oferta realizada por “las instituciones” (la Troika) es aceptable o no.
El primero de estos argumentos ya venía utilizándose desde hace semanas. Según el mismo, Tsipras y los suyos son unos amateurs, no entienden la naturaleza de la negociación que se traen entre manos y no acaban de asimilar cómo se hacen las cosas en la UE. De hecho, su gestión ha sido tan errática que desde que Syriza llegó al poder, la tímida recuperación que venía apuntándose se ha convertido en una nueva recesión y se está produciendo una fuga de capitales que, sin el apoyo del Banco Central Europeo, se transformará inevitablemente en un pánico bancario, obligando al Gobierno a imponer un “corralito”.
El Gobierno griego, prosigue el argumento, tenía un acuerdo al alcance de la mano, pero en el último momento ha arrojado por la borda todo el proceso negociador a causa de su rigidez ideológica y su deficiente entendimiento del poder de negociación que tiene Grecia ante las instituciones europeas y el FMI. Si los gobernantes griegos asumieran la realidad, se darían cuenta de que su posición es de gran debilidad dentro de la UE y que el tiempo corre en su contra. Sin embargo, por motivos electorales y de mantenimiento de poder, Tsipras ha preferido jugar la carta nacionalista y someter a su propio país a un chantaje inaceptable, con una pregunta incomprensible para el griego medio y apenas una semana para deliberar.
Estoy seguro de que hay una parte de verdad en este argumento. Es fácil imaginar las dificultades de Syriza y los errores que ha debido cometer en estos meses, empezando por el histriónico y egocéntrico Varoufakis. Pero debe recordarse que no ha habido nada parecido a los cien días de tregua de rigor en todo país: el nuevo Gobierno lleva negociando desde el momento mismo en que se constituyó. Aun sin conocer los detalles de la negociación, da la impresión de que la rigidez tampoco ha estado ausente en las-instituciones-antes-llamadas-Troika, pues siguen sin aceptar la restructuración de la deuda, a pesar de que una mayoría de los economistas más razonables consideran que dicha restructuración es ineludible y que cuanto antes se haga, mejor. Asimismo, parece que “las instituciones”, en representación de los acreedores, aún no han asimilado que las políticas de ajuste no solo no están funcionando, sino que han provocado una catástrofe humana que atenta contra los valores constitutivos de la Unión Europea y que a muchos nos hace sentir vergüenza de ser europeos.
Las políticas de ajuste no solo no están funcionando, sino que han provocado una catástrofe humana que atenta contra los valores constitutivos de la Unión Europea y que a muchos nos hace sentir vergüenza de ser europeos.
El establishment europeo va a echar toda la culpa de la ruptura de las negociaciones a Syriza. Y, por supuesto, va a argumentar que un referéndum es la peor solución posible. Entre las razones contra el referéndum, se dirá que se trata de un arma que utilizan los dictadores (como hizo Hitler en 1934, Franco en 1966, etc.) para mantenerse en el poder. Que los referéndums siempre simplifican la realidad, obligando a la gente a elegir entre dos opciones extremas, cuando las opciones intermedias serían las más adecuadas. Y que la gente vota por consideraciones ajenas a la pregunta que se plantea y es altamente manipulable por la propaganda oficial del gobierno de turno.
Pero debe recordarse que en el proceso de integración europea el referéndum ha sido un instrumento habitual. Haré memoria: algunos Estados han sometido a referéndum su ingreso o su permanencia en la UE: Irlanda, Noruega y Dinamarca en 1972, Gran Bretaña en 1975, Austria, Finlandia, Suecia y Noruega en 1994, 8 países del Este y Malta en 2003. Noruega, en las dos ocasiones, rechazó entrar en la UE. También ha habido múltiples referéndums sobre los Tratados. Con motivo del Acta única, hubo referéndums en Dinamarca (1986) e Irlanda (1987). Con el Tratado de Maastricht hubo referéndums en Irlanda y Francia en 1992 (en Francia ganó el sí por poco más de un punto) y dos en Dinamarca (en 1992 y en 1993, se repitió porque en el primero ganó el no). También hubo cuatro referéndums sobre la no nata Constitución europea, en dos salió que sí (España e Irlanda), en dos que no (Francia y Holanda) y se dio por fracasado el proyecto. Se han celebrado asimismo dos referéndums sobre el euro, en Dinamarca (2000) y Suecia (2003), y en ambos ganó el no.
¿Por qué entonces produce tanto nerviosismo un referéndum en Grecia? Yorgos Papandreu ya lo intentó en 2011 y le costó el puesto de primer ministro. Y ahora todo el establishment europeo se muestra escandalizado con el referéndum del 5 de julio. La diferencia con los otros referéndums antes mencionados estriba en que el griego hace visible en grado máximo el choque entre tecnocracia y democracia. Las negociaciones las protagonizan tres instituciones, las tres con muy escasa o nula legitimidad democrática: el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Y cuando intervienen los gobiernos de la eurozona, adoptan una posición casi colonial con Grecia. En estas condiciones, la intervención del pueblo pone de manifiesto la degeneración democrática que se ha producido en la UE con la crisis del euro.
Las negociaciones las protagonizan tres instituciones, las tres con muy escasa o nula legitimidad democrática: el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Y cuando intervienen los gobiernos de la eurozona, adoptan una posición casi colonial con Grecia. En estas condiciones, la intervención del pueblo pone de manifiesto la degeneración democrática que se ha producido en la UE con la crisis del euro.
Desde el punto de vista del Gobierno griego, el referéndum parece una respuesta lógica. Sin poder de negociación ante la Troika, en una situación desesperada ante la perspectiva de una nueva dosis de políticas de ajuste, el único recurso que le quedaba era apelar a la soberanía democrática. Por lo demás, la convocatoria del referéndum podría contribuir a desbloquear la situación: Varoufakis ha insistido en que si los acreedores hacen alguna concesión relevante durante los próximos días, Syriza podría recomendar el “sí”. Si, en cualquier caso, los griegos, asustados ante las consecuencias de la ruptura de las negociaciones, optan por el “sí”, Tsipras podrá cerrar un acuerdo y desembarazarse del ala más izquierdista del partido. Si, por el contrario, gana el “no”, Tsipras tendrá un mandato popular claro con el que legitimar su oposición a los planes de la Troika que aumentará su poder de negociación.
Aun admitiendo que el Gobierno griego haya podido cometer errores graves en estos meses, creo que la responsabilidad última de que se haya llegado a este punto recae sobre los países acreedores y las instituciones de la Troika, pues las políticas que han impuesto bajo coacción económica han supuesto la destrucción de la economía griega y han causado un problema humanitario sin precedentes en Europa (ha habido casos similares, pero siempre como consecuencia de conflictos bélicos).
La Troika y los gobiernos acreedores (con la colaboración ignominiosa de gobiernos cómplices como el español) no han querido rectificar ni reconocer el fracaso. La postura de la Troika no obedece a ninguna racionalidad económica o política reconocible y traiciona los ideales más profundos del proyecto europeo. La única manera de frenar esta involución consiste en dejar hablar a los griegos. Quizá no quieran oponerse al acuerdo ante los riesgos de una quiebra del Estado griego, pero en todo caso deberían tener ellos la última palabra sobre su destino.
De aquí al domingo 5 de julio nos vamos a hartar de leer dos argumentos que deslegitiman la decisión del Gobierno griego de convocar un referéndum para que el pueblo decida si la oferta realizada por “las instituciones” (la Troika) es aceptable o no.
El primero de estos argumentos ya venía utilizándose...
Autor >
Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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