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El valor de los pensamientos mínimos, de las ocurrencias inesperadas y los desvíos gana peso en una cultura como la contemporánea en la cual Facebook y Twitter marcan el paso. La literatura, sin embargo, los revalorizó mucho antes, abrevando en su riqueza de hallazgo.
Acerco tres casos que deparan, además, gratas lecturas. El protagonista de una novela de Pablo De Santis (Filosofía y letras, si mal no recuerdo) fantaseaba al pasar, por ejemplo, con la idea de escribir su biografía a través de los cafés que había bebido a lo largo de su vida, la ocasión -solo o acompañado y por quién- y los sitios donde lo había hecho cortado, manchado, café con leche, capuchino y así....
En uno de los artículos de su Enciclopedia del crepúsculo (Acantilado) Rafael Argullol juega con la idea de armar un libro con las páginas descartadas por los escritores, un gran mapa con lo que no fue incluido para recuperar bocetos y devaneos.
Ricardo Piglia, reciente premio Formentor, usa desde hace décadas su diario personal como laboratorio para sus novelas. El comienzo de El camino de Ida (Anagrama) replica una de las entradas de Fragmentos de un diario, el bellísimo catálogo de la muestra que hizo en 2012 junto al artista plástico argentino Eduardo Stupía.
Esta lógica de la lateralidad -bordar un tema al sesgo, desviarse de lo previsible para hallar un camino propio y ahondar sentidos- es la misma que recorre Victoria Ocampo va al cine. En estupenda edición de Libraria que incluye imágenes, manuscritos, el nuevo ensayo del crítico y traductor Eduardo Paz Leston (Buenos Aires, 1936) es una biografía sui generis de la fundadora y directora de la mítica revista Sur, quizá la mayor mecenas y gestora cultural que tuvo la Argentina.
Nacida en una familia aristócrata (hermana de la escritora Silvina Ocampo y cuñada de Adolfo Bioy Casares, quien conoció a Borges en una tertulia en su casona de Beccar), Victoria Ocampo (1890-1979) debió dejar de lado su temprana vocación de actriz, porque las costumbres de su tiempo entendían que el oficio no era propio para "una mujer decente".
Logró, con todo, tomar clases con la célebre Marguerite Moreno, amiga de Mallarmé, que llegó a Buenos Aires en 1905 y se quedó hasta 1913. Y vio, tanto en su ciudad como en sus viajes por el mundo, todo el teatro y el cine que pudo saborear, privilegio adosado a su gran fortuna.
Esa vocación actoral no concretada tuvo mucho que ver, asegura Paz Leston, en sus gustos, elecciones e incluso en su decisión de abrir la revista en 1931: "Espacio de interacción, sociabilidad y gestualidad, Sur fue de algún modo el teatro intelectual y cultural que construyó Victoria Ocampo para expresarse". A través de ella, Ocampo publicó las obras de jóvenes autores argentinos y difundió en cuidadas traducciones a los escritores europeos y estadounidenses que se encontraban fuera del circuito comercial de la época. Juan Carlos Onetti recordaba, por ejemplo, haber leído por primera vez a William Faulkner en una traducción de Sur.
"Adicta a las imágenes" (en el archivo de Villa Ocampo, hoy perteneciente a la Unesco por donación de la escritora, se conservan, nos cuenta el autor, más de 800 fotos), Ocampo amaba el cine. Su increíble cultura la convirtió en una crítica atípica: muchas veces ha visto la película sobre la que escribe en París o Berlín y es capaz de ir más allá del argumento, la actuación y dirección, refiriéndose con autoridad a la moda, la arquitectura o la música.
Pero son dos las singularidades que evidencian con más convicción lo vanguardista de su mirada y aún hoy distinguen sus reseñas (tanto las de Sur, como las previas, que incluyó en su serie de Testimonios): "Otra de sus características, nada común, es escribir con las glándulas, gozosamente; sin falsos pudores (...) La sensualidad con la que describe a los actores muestra una mirada que es difícil encontrar en los escritos de sus contemporáneos", afirma Paz Leston.
Desfilan por esas gozosas críticas, que se anticipan varias décadas a la liberación sexual en su reafirmación del deseo femenino, desde Marlon Brando ("una antorcha de carne") hasta Henry Fonda ("su andar silencioso de sonámbulo y su rebeldía de animal joven que no quiere dejarse enjaular"). Pero también su mirada sobre el cine de Eisenstein (a quien conoció y con quien mantuvo correspondencia) y su fascinación por el neorrealismo italiano. Curioso por otra parte para alguien que fue educado en francés es su poco interés por el cine de ese origen.
La segunda característica que diferencia las críticas de Ocampo es la importancia que le asigna a la capacidad del filme que analiza para transmitir vida. Una impronta aprendida del fotógrafo Alfred Stieglitz, según cuenta ella misma en una deliciosa anécdota incluida en el libro: El día de mi visita a su estudio, cuando Stieglitz hubo acabado de mostrarme sus fotografías y los numerosos lienzos de Georgia O'Keefe (...), nos aproximamos juntos a una ventana. Nueva York subía frente a nosotros, en grandes surtidores de rascacielos. Stieglitz me señaló con un ademán la ciudad (...): 'La he visto crecer. ¿Es esto belleza? No lo sé. No me importa. No uso la palabra belleza. Es vida'.
Sutil conocedor de la obra de Ocampo -tradujo al francés, prologó y anotó dos de sus epistolarios y parte de sus Testimonios, además de realizar una antología sobre Sur-, Eduardo Paz Leston ofrece en su documentado ensayo un perfil de Victoria Ocampo desde la cotidianidad de su amor por las imágenes, y subraya la valía de su obra como escritora (fue la primera mujer en ser elegida para integrar la Academia Argentina de Letras), traductora y defensora de los derechos de género.
Aquilatado por recuerdos y anécdotas, el relato crece al acercarnos a la intimidad de Ocampo (un apunte es su identificación con el mecenas Luis II de Baviera y su decepción ante la ingratitud de quienes fueron ayudados por él, que se evidencia en su crítica acerca de Ludwig, de Visconti) y al retomar aspectos poco conocidos de los 26 días que estuvo en la cárcel en 1953, acusada por el peronismo de "participar en un complot terrorista".
Presa política en la cárcel del Buen Pastor junto a otras diez mujeres, Victoria ofreció a sus compañeras de desventura compartir escenas que hicieran menos ingrato ese tiempo de prisión. Paz Leston recupera el testimonio de Susana Larguía, una de esas mujeres, e ilumina de otro modo la inteligencia de Ocampo: A diario escogía en el arca inagotable de su memoria. Casi sin gestos representó Living Room y Gigi, sin saltar una escena. Relató infinidad de cuentos y novelas (...) Ante nuestros ojos desfilan las películas italianas y francesas en su original novedad, a punto tal que no sé aún hoy si las vi o no alguna vez en la pantalla".
No hay mayor elogio para la gran actriz que quiso ser.
El valor de los pensamientos mínimos, de las ocurrencias inesperadas y los desvíos gana peso en una cultura como la contemporánea en la cual Facebook y Twitter marcan el paso. La literatura, sin embargo, los revalorizó mucho antes, abrevando en su riqueza de hallazgo.
Acerco tres casos...
Autor >
Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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