Tribuna
Socialdemocracia, las crisis le sientan muy bien
Víctor Lapuente Giné 13/07/2015
El líder socialdemócrata sueco Olof Palme
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“En el contexto de crisis que vivimos… la izquierda se ha encontrado con que las referencias clásicas fundamentales en décadas anteriores han dejado de serlo… la socialdemocracia se encuentra en un callejón sin salida…acabando por asumir los neoliberalismos más ortodoxos….” Quien escribía estas líneas sobre la “crisis de la socialdemocracia”, y contraponiéndola a los “nuevos movimientos sociales” era Gerardo Iglesias para un especial sobre la crisis de la izquierda publicado en El País el año…1985.
Treinta años, y trescientos mil artículos, más tarde, seguimos con la misma cantinela: “la socialdemocracia rendida”, “el declive del ciclo socialdemócrata”, “el desplome de la socialdemocracia”, “la socialdemocracia en su laberinto”, “el desmoronamiento de la socialdemocracia”, “el centrifugado del centro izquierda”. Desde 1985 todo a nuestro alrededor ha cambiado: ipads, bares sin humo, vuelos low-cost, teletrabajo. Incluso políticamente, hemos visto muchos cambios. Pero en la mayoría de países europeos los partidos que más años han gobernado durante las últimas tres décadas – y que menos se han refundado (muchos partidos conservadores han cambiado de siglas, de orientación, hasta de logo con “flat design”) – han sido los socialdemócratas. La crisis les sienta muy bien.
En CTXT aparecieron hace unos días dos críticas sensatas al papel de la socialdemocracia durante la crisis griega: La socialdemocracia rendida, de José Antonio Pérez Tapias (fenomenalmente diseccionado en este otro artículo de Aurora Nacarino Brabo), y De Marx a Hartz, una historia de renuncias en el SPD, de Roger Suso. Comparto con los autores que la socialdemocracia “ha faltado a la cita” y “ha dejado atrás a Grecia”. Ciertamente, no se han significado los líderes socialdemócratas por aportaciones originales a la resolución de la crisis. No obstante, es un error generalizar, como ya hacíamos en 1985, sobre “la deriva de una socialdemocracia que no sale de la órbita sobre la que el neoliberalismo la puso a girar” (P. Tapias), que “es hoy una caricatura de lo que fue” (Suso).
La socialdemocracia Europea duda y es prudente, porque, en una crisis tan complicada como ésta, sólo los dogmáticos lo pueden tener todo claro. Abogar por las posiciones de Juan Torres o Vicenç Navarro, como hace Pérez Tapias, porque “se manifestaron claramente no sólo a favor de Grecia y, por ende, en contra de las posiciones de la Troika, rayanas en el chantaje al gobierno heleno, sino también nítidamente a favor del “no”” es un ejercicio bien acogido en tiempos de creciente polarización en los que parece que hay que tomar partido por un bando o el otro: o estás con Tsipras o con Merkel-SPD-Troika. Este maniqueísmo es absurdo para los muchos que pensamos que ambos han cometido incontables errores y que hay incontables combinaciones intermedias más óptimas.
A la socialdemocracia, y a la sociedad en general, le ha ido mal siempre con la polarización. Le fue mal en la crisis de los 30 (los “social-burgueses” o “social-fascistas” no eran precisamente muy populares), les va mal ahora, cuando en Europa se está vaciando el centro sensato y las placas tectónicas se están fracturando entre un Norte de Europa más escorado hacia la derecha intransigente y un Sur virando, si bien de momento solo discursivamente, hacia una izquierda populista. Siempre que hay polarización – pensemos también en lo que ocurre en Cataluña, donde el federalismo del PSC se ha empequeñecido – la socialdemocracia sufre. Cuando la política se transforma en una guerra de trincheras, a la socialdemocracia la ametrallan siempre en la tierra de nadie.
Porque esa es su tierra. La tierra de nadie. La tierra de paz entre el libre mercado y la solidaridad. Cuando se ha dejado arrastrar por la tentación de ir a la trinchera, lo ha pagado caro tanto la socialdemocracia como el país entero. La comparación que hizo la investigadora Sheri Berman entre el SPD alemán, que mantuvo unas posiciones relativamente maximalistas en el periodo de entreguerras (a pesar de que Suso los critique por su “traición a la Revolución de Noviembre de 1918-1919”; Dios sabe dónde estaría ahora Europa si el SPD hubiera optado por los Soviet), y el SAP sueco, que sostuvo una postura más pragmática y consensual, muestra las ventajas para los socialdemócratas, y para el país, de elegir la vía de la moderación en tiempos de polarización. Los más tibios socialdemócratas suecos se sentaron a dialogar con los capitalistas mientras los más duros alemanes defendían posturas más radicales y contribuyeron a la polarización social de entreguerras.
La “tibieza de la socialdemocracia, su impotencia para presentar batalla” de la que se queja Pérez Tapias ha sido históricamente la clave del éxito de la socialdemocracia. Es cuando la socialdemocracia ha buscado el consenso cuando ha dominado el centro político y se han llevado a cabo las políticas de bienestar más desarrolladas del mundo. Unas políticas que siguen estando en Europa, pero no en toda Europa, sino en la Europa donde la socialdemocracia se ha acercado más a lo que Suso precisamente reprocha: una “historia de renuncias”. Allá donde, como los países nórdicos en los 30 o la Europa continental de la postguerra, los partidos socialdemócratas han padecido más el “síndrome de Estocolmo en relación a ese neoliberalismo por el que fue abducida” (Pérez Tapias”; allá donde los partidos socialdemócratas reciben donaciones de empresas como, entre otros entes terribles (excepto si invierten en nuestro país, claro), “Daimler, la empresa automovilística que produce los Mercedes-Benz” (Suso).
Esto debería llevar a Pérez Tapias, Suso y los lectores de CTXT a preguntarse lo siguiente: si consensuar políticas (o plegarse a la “hegemonía” como dicen nuestra progresía intelectual), incluso formando parte de gobiernos de coalición (como el del SPD y CDU en Alemania o los gobiernos “púrpuras” que pilotaron reformas exitosas en Holanda), y recibir donaciones de empresas (y sindicatos; en vez de sólo de sindicatos), durante años y años, ha llevado a la construcción de unos estados de bienestar con mil problemas, pero mejores que los que hemos construido en los países donde la discusión política sigue anclada en la dialéctica de “ortodoxia neoliberal”(o “los mercados”) contra la “auténtica socialdemocracia” (o “la gente”), ¿no será que somos nosotros los que estamos equivocados?
¿No será que ha llegado la hora de cambiar la dialéctica épica de “presentar batalla” y pasarnos a una dialéctica de firmar la paz?
Victor Lapuente Giné es profesor de ciencias políticas de la Universidad de Gotemburgo y autor de El retorno de los chamanes (Península), de próxima publicación.
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