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Desde que mi padre no está, mamá habla y habla de instalarse en Tokio. No me cuesta imaginar que quiera cambiar de aires, pero --¿qué quieres que te diga?-- en Japón no había pensado. Si me hubieras dicho que la idea es --¿qué sé yo?-- Algorta, o Viveiro, o El Puerto de Santa María, te habría contestado que no creo, que mamá no se mueve así como así. Pero lo de “los almendros, el Fujiyama, Seiko, y las niñas putas de Kabukichô, Butterfly, Pinkerton y todo el copón…”, no, no me habían pasado por la cabeza.
Aquí, donde vivo yo, ya no puedo ir a las reuniones de los propietarios de los condominios porque no vale la pena. Conmigo todo son malas caras. Hace tiempo que no puedo pagar las cuotas y eso ha traído que además de que los vecinos anden encabronados conmigo, haya perdido la posibilidad de opinar y votar en las asambleas. No dedico tiempo a explicar que es una situación incómoda que me hace sentirme violento (abrumado quiero decir, no peleón; ¡faltaría más!), deudor como si viviese en Salónica o El Pireo, y mal mirado.
Por darle un enfoque simplemente administrativo y no perder práctica para cuando me ponga al día y pueda volver a hablar, a opinar, a dar la vara con si los dueños de caballos pueden tenerlos sueltos en las zonas comunes o no, represento documentado y con todo derecho a mamá en las reuniones de las comunidades de propietarios que a ella le aburren tanto y, sin embargo, a mí me mantienen activo y peleón.
Aconsejo a mi madre que no tome una decisión como ésa, como la de Tokio, sin antes tener algún contacto con aquel ambiente. Por lo menos viajar allí y ver cómo se desenvuelve sola en una ciudad tan distinta. Cuando cree que le estoy poniendo pegas por picajoso y cenizo es cuando se envalentona más y dice cosas como “a mí el idioma me importa un comino, voy a hablar igual, y como oír ya no oigo casi…”. Me deja chafado; encabronado y chafado. Sé que va a terminar haciendo lo que le dé, lo que haya pensado ese día al levantarse.
Cuando está enfadada y algo deprimida se cura en la peluquería o comprando zapatos. Y como alguna pista necesito para buscar una zona de la ciudad en que se encuentre más o menos a gusto, he pensado que en Ikebukuro podría hallarse al principio. Es una de las áreas de Tokio donde hay más actividad comercial, con tiendas elegantes, almacenes de toda clase, hoteles con habitaciones minúsculas que se alquilan hora a hora (y suelen sobrar unos cuarenta minutos), sex shops de los que llamarían la atención --los primeros días-- en Bilbao, y además está muy bien comunicado el barrio.
Ella quiere tener su coche propio y, dentro de la locura, parece que lo sensato sería comprarlo allí, a pesar de la dificultad que tiene de entrada el que el equivalente al ayuntamiento, en Tokio, no permite que se adquiera un vehículo si no se demuestra que se tiene donde guardarlo, un garaje vaya.
Pero el mundo no se acaba aquí. Quizá se acaba en Japón, pero aquí (y esta vez hablo de Bilbao) no. De momento y mientras lo de Tokio va adelante o “ya veremos”, yo tengo que “pelear” con los vecinos de la casa de la plaza de Arrikibar. Es difícil ponerles de acuerdo, y más cuando aparezco con ideas elementales pero que a los propietarios de los niveles superiores --y no me digas por qué-- les parecen una patochada. “Ya está el listo”, suelen decir.
En esta ocasión la falta de acuerdo viene por lo de los tagetes. De hecho yo creo que ahí nos hemos enconado unos y otros y va a costar avanzar.
Mi idea, en términos globales, es uniformar lo común. Digamos que se trataría de que quien nos observe desde fuera (y no hablo del espacio exterior sino de la acera de enfrente, o a todo lo más desde la manzana siguiente) nos vea como “un todo”.
Los geranios, gitanillas o no, las petunias, los pensamientos son una belleza y un motivo de colorido y alegría en la fachada de un edificio que no tiene por qué dejar ver lo que se cuece dentro. No es más que añadir complejidad a lo complicado. Esa diversidad exige cuidados exquisitos y manos para la jardinería que no tienen todos los vecinos, o no de la misma manera. (Pienso en Doña Adela que llegó a poner escarolas en su ventana).
Cuando digo tagetes naranjas para la fachada entera --en la misma línea de pensamiento--, no me detengo ahí. Me he propuesto que la comunidad completa --o cuando menos los pocos que asisten a las reuniones-- apruebe que el perro modelo de Alameda de Rekalde 57 sea el teckel de pelo duro. Hay otros perretes maravillosos pero el teckel de pelo duro aporta todas las ventajas que ya expuse en la reunión (y que no es momento de repetir).
El martes voy a dar un paso más y a proponer que si el tercer piso es el que tiene una altura más equilibrada, en la práctica no existe la posibilidad de que ni con el peor tiempo de Bilbao llegue a tener goteras, está a un nivel sobre la calle en la que los ruidos de los coches apenas molestan, y si llega el caso --Dios no lo quiera-- de que el ascensor se averíe, todos mal que bien podríamos subir por la escalera con tal de no llevar bolsas de la compra o maletas a la vuelta de algún viaje, pues si en eso estamos de acuerdo, vivamos todos juntos en el tercer piso; somos vecinos y podemos terminar entendiéndonos.
De las dos compañías aéreas más importantes --JAL y ANA-- mamá prefiere viajar con la primera. He llegado a pensar que la otra le recuerde a alguien. Cuando alcanzamos alguna edad tenemos esas cosas que los demás encuentran raras.
Desde el aeropuerto Narita hasta Ikebukuro hay cerca de ochenta kilómetros. El taxi le va costar a mi madre casi como el viaje desde Europa. Le voy a recomendar el tren. Primero hasta Keisei, luego tomar la línea Yamanote y en horita y media estás en el apartamento donde te espera la chica de AirBnB. Lo hacen muy bien. Así les está yendo.
(Picture under license, by Nekane Vado que es amiga mía).
Desde que mi padre no está, mamá habla y habla de instalarse en Tokio. No me cuesta imaginar que quiera cambiar de aires, pero --¿qué quieres que te diga?-- en Japón no había pensado. Si me hubieras dicho que la idea es --¿qué sé yo?-- Algorta, o Viveiro, o El Puerto de Santa María, te habría contestado...
Autor >
Ángel Mosterín
Nací en Bilbao. Me he dedicado a lo que he podido. Fecha y lugar de fallecimiento: desconocidos (se comunicarán en su momento).
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