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The Sadies giraban por España y Sergio Vinadé los acompañaba. Al finalizar uno de sus conciertos, Sergio cargaba los instrumentos y amplificadores en la furgoneta mientras un hombre lo observaba desde lejos. Esa clase de situaciones me ponen nervioso. Tú no puedes hacer nada más y nada menos que lo que haces y en el modo en que lo haces, pero alguien se obstina en perseguirte en silencio, sobre la punta de los ojos, invadiendo tu espacio personal a diez o doce metros de distancia. Hay auditorías menos invasivas que algunas miradas.
Al cabo de un rato el hombre se acercó a Sergio para ofrecerle su ayuda y se puso a cargar el equipo con él. Un panorama bastante extraño al que le quedaba, no obstante, una última vuelta de tuerca: se trataba de Viggo Mortensen. Unos meses más tarde, Vinadé comentaría: "Me estaba ayudando a cargar los amplis Aragorn, hijo de Arathorn, heredero de Isildur". Cuando me contó esta historia Sebas Puente Letamendi, compañero de Sergio en la célebre banda de pop y rock Tachenko, pensé que era tan rara que en realidad no lo era en absoluto. Uno está haciendo su trabajo, como siempre, como cualquier otro día, y Viggo Mortensen aparece para echarte una mano. Y de repente todo es lógico y normal y tiene sentido. Que un perfecto desconocido se ponga a cargar la furgoneta contigo sería algo extraño, casi impensable. Que lo haga Viggo Mortensen es una de esas cosas que, simplemente, pueden pasar.
En ocasiones la normalidad es solo la forma en la que se presenta lo extraordinario. Como aquella vez que Brad Pitt y Angelina Jolie se perdieron en Castrejana, camino de Elciego, y Esteban, un barrendero del Ayuntamiento de Bilbao que no habla una palabra de inglés, les indicó la dirección correcta dibujando una línea en perfecto castellano en un mapa extendido sobre el capó de su flamante mercedes, "justo en el cruce para coger hacia Zorroza o Alonsotegi". Pocas cosas más insólitas se me ocurren, y al mismo tiempo más normales.
Hace muchos años conocí a una chica llamada Mafalda. Mafalda Soto Valdés. Simpática, inteligente, guapa. Tenía mucho a su favor para que las cosas le fuesen bien aquí. Sin embargo terminó la carrera de Farmacia y se marchó a Malaui como voluntaria en un hospital comunitario situado a unos cien kilómetros de Lilongüe, la capital del país. A través de su labor comenzó a darse cuenta del infierno en que vivía la población albina africana. Considerados por muchos como fantasmas cuyos cuerpos se esfuman una vez muertos, como engendros nacidos de la maldición, son mutilados para obtener su corazón, su nariz, sus orejas o sus genitales -órganos con los que se trafica para ser usados en hechizos y ejercicios de magia negra--, violados porque se cree que el sexo con un albino es suficiente para curar enfermedades, o directamente asesinados debido al odio, la intolerancia y el desprecio de sus compatriotas.
Sin embargo existe un problema aún mayor: el sol. La ausencia de melanina provoca en los albinos de África problemas de visión y es responsable de su gran desgracia, el cáncer de piel, que los diezma miserablemente hasta reducir su esperanza de vida a apenas veintipocos años de edad.
Mafalda se mudó a Moshi, una ciudad del norte de Tanzania, en la Región del Kilimanjaro, donde se da la mayor concentración de población albina de África, y allí puso en marcha un programa solidario destinado a la elaboración de cremas fotoprotectoras cuyo precio en importación las convierte en un producto inviable que en la mayoría de los casos, además, caduca en las aduanas antes de llegar a su destino. Después de años de duro trabajo logró obtener la colaboración de laboratorios, empresas químicas, fundaciones, oenegés y colegios profesionales, y desarrolló la crema solar Kilimanjaro Suncare, con la que consigue proteger de la radiación a alrededor de seis mil albinos al año. La elaboran con los escasos medios de que disponen, y piden a quienes la solicitan que les devuelvan el envase cuando la terminen para poder seguir fabricando más a un coste asequible y así continuar salvando las vidas de las personas más desamparadas del continente.
Y a mí se me pone la carne de gallina. La escucho hablar de cómo entra dentro de sus planes abrir más clínicas y llevar la crema a la gente de Uganda, Kenia o Malaui que también la necesita y solo puedo sentir orgullo y admiración. Actos normales como cargar una furgoneta o perderse estando de viaje pueden ser realizados por personas muy alejadas de lo ordinario. Pero a veces son personas normales las que son capaces de llevar a cabo los actos más extraordinarios. Y convertir lo imposible en posible. Lo extraordinario en normal. Ojalá algún día aparezca un Viggo Mortensen cualquiera y ayude a Mafalda a llevar a cabo un trabajo que ella seguirá haciendo como siempre. Como cualquier otro día. Eso sí sería extraordinario.
The Sadies giraban por España y Sergio Vinadé los acompañaba. Al finalizar uno de sus conciertos, Sergio cargaba los instrumentos y amplificadores en la furgoneta mientras un hombre lo observaba desde lejos. Esa clase de situaciones me ponen nervioso. Tú no puedes hacer nada más y nada menos que lo que...
Autor >
Manuel de Lorenzo
Jurista de formación, músico de vocación y prosista de profesión, Manuel de Lorenzo es columnista en Jot Down, CTXT, El Progreso y El Diario de Pontevedra, escribe guiones cuando le dejan y toca la guitarra en la banda BestLife UnderYourSeat.
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