Cincuentona y a mucha honra
Cita a sordas
Marta Rañada 2/09/2015
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Como muchos —muchas, para ser exactos— me habéis preguntado estos días por mi “cita a ciegas” no me queda más remedio que confesar la verdad: Ojalá hubiera sido una “cita a sordas”, porque aquello que se sentaba frente a mí en la mesa del restaurante no era un hombre sino un radiocasete presuntuoso. A los diez minutos ya había empezado a echar de menos mi kit de manicura —mi ocupación favorita para perder el tiempo— tras haber soportado dos o tres lecciones sobre la vida aderezadas con torpes comentarios sobre pibones rubios y morenos de 1,80. Es cierto que yo no soy Kim Basinger, pero tampoco él era Bruce Willis, como mucho, su abuelo; detalle insignificante si hubiera dado una mínima tregua a su verborrea o, al menos, me hubiera preguntado algo tan nimio como mi nombre. Todavía algunas noches me despierto sobresaltada —y sudando, por supuesto— cuando en mis sueños se cuela esa voz que no cesa y taladra mi cerebro. Cada vez que esto ocurre me pregunto la razón que me empuja a aceptar este tipo de retos, trato de encontrar una explicación y sospecho que no es otra que mi orgullo. Siempre me ha molestado no ser capaz de contestar correctamente a una pregunta sencilla y últimamente me topo a menudo con una que se me atraganta.
Para que se me entienda, debo aclarar que, además de casi cincuentona, estoy divorciada. Sí . Divorciada. Tampoco es tan raro. Recuerdo haber leído en algún periódico digital que el 61% de los matrimonios acaban en ruptura, así que no debo ser la única. Una vez firmas los papeles, descubres que has pasado a formar parte del batallón de mujeres que periódicamente se enfrentan a la gran pregunta: “¿Has rehecho tu vida?” Tú, que ya has pasado tu duelo, que has luchado por reinventarte y que te sientes a punto de conseguirlo, contestas orgullosa: “Sí. Soy más feliz que antes, he vuelto a escribir, participo en un montón de proyectos que me divierten, hago teatro, voy al gimnasio…” Mientras hablas, una luz de aviso en la que parpadea la palabra “error” se enciende en los ojos de tu interlocutor. Tardé en darme cuenta de que lo que éste espera de ti es un simple monosílabo: sí o no, porque parece ser que todo el mundo sabe —menos tú— que rehacer tu vida es sinónimo de tener un nuevo novio y claro ¿cómo explicar que reponer una pieza por otra es exactamente lo contrario a rehacer tu vida? Es más fácil pasar por el aro y cambiar tu extensa respuesta por un “no” categórico. Realmente no tengo novio y, visto el riesgo que hay que correr para encontrarlo, prefiero mantener en secreto mi nueva felicidad y disfrutar de la compañía de mis hijas mientras pueda. Pero ésa es otra historia…
Como muchos —muchas, para ser exactos— me habéis preguntado estos días por mi “cita a ciegas” no me queda más remedio que confesar la verdad: Ojalá hubiera sido una “cita a sordas”, porque aquello que se sentaba frente a mí en la mesa del restaurante no era un hombre sino un radiocasete presuntuoso. A...
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