EDITORIAL
Mas y Rajoy, nunca más
9/09/2015
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Las elecciones son el método que se han dado las democracias para elegir a sus gobernantes para un periodo predeterminado, cuatro años en nuestro caso. La modalidad plebiscitaria tiene escasos precedentes y a menudo ha sido un recurso vinculado a opciones autoritarias. Esta es la vía a la que ha apelado Artur Mas para tratar de comandar la voluntad secesionista que demanda una parte de la población de Cataluña. Desde hace tres años, tanto Mas como Mariano Rajoy han hecho permanentes invocaciones a un diálogo que nunca han practicado. Y así, de grito en grito, haciendo mucho ruido mediático para tratar de acallar las protestas generadas por asuntos más urgentes y menos sentimentales y electoralistas (el austericidio, el aumento de la desigualdad y el paro, su gestión económica ultraliberal y su bochornosa cercanía a los escándalos de corrupción), hemos llegado a unas vísperas electorales en las que dos listas --Junts pel sí y la CUP-- podrían conseguir la mayoría del Parlamento catalán, y prometen declarar unilateralmente la independencia de Cataluña.
Este proceso hacia la ruptura entre instituciones es el resultado de un cúmulo de errores en el que han participado con similar fervor los dos Gobiernos. El primer hito fue la decisión del Gobierno de Zapatero de avalar, bajo la presión del tripartito que encabezaba Pasqual Maragall en Barcelona, una reforma del estatuto catalán con el rechazo manifiesto de un Partido Popular radicalizado y echado al monte, al que los socialistas catalanes se habían comprometido a aislar mediante el pacto del Tinell. El previsible recurso del PP al Tribunal Constitucional se saldaría con una sentencia castradora de una parte sustancial del Estatut, justamente la que pretendía satisfacer sin ruptura política la gestión continua de la identidad de CiU. Y lo que podía haber sido una pieza estabilizadora por un periodo de varias décadas se convirtió en detonante de la teatral deflagración --alentada hasta el hartazgo por los medios subvencionados por los dos gobiernos-- que nos ha traído hasta aquí.
Estamos ante la tercera convocatoria de elecciones catalanas en cuatro años. Es un evidente fracaso de Mas, que sin embargo ganó las dos primeras y se convirtió así en uno de los pocos líderes europeos que consiguió la reelección durante la Gran Depresión. Y nada hace pensar que esta vez el President vaya a salir peor parado. Lejos de perjudicar a Mas, la parálisis de Rajoy --que primero prefirió mirar hacia otro lado y ahora opta por cabalgar el miedo al "se rompe España", quizá para tratar de sumar votos anticatalanistas al mantra de la recuperación-- ha servido de gasolina al acorralado líder de Convergéncia.
La rotunda negativa del presidente español a dialogar sobre la legítima aspiración democrática de una mayoría de la sociedad catalana --cambiar las leyes españolas para poder convocar un referéndum de independencia-- ha exacerbado odios y rencores, y ese clima ha animado a Mas, que como su mentor Pujol nunca fue un independentista, a envolverse en la estelada y erigirse en víctima del sistema del que siempre formó parte el catalanismo pujolista.
Hábil como es, el President se las ha arreglado para volver a las urnas negando el dictamen de los ciudadanos ante su política económica, que nada tiene que envidiar al destrozo promovido por su socio ideológico a escala española. Conviene no olvidar que, entre otras cosas, CiU apoyó la regresiva reforma laboral del PP y los sucesivos recortes en sanidad y educación; con alevosía, porque sus votos no eran matemáticamente necesarios.
Lo cierto es que Mas y Rajoy comparten mucho más de lo que les separa, y parece claro que la puesta en escena del jaleado conflicto entre Estados les ha concedido a ambos más réditos que problemas: nada mejor que un gran enemigo inventado para desviar la atención del público. En materia de libertad de prensa y corrupción los dos líderes pueden darse la mano junto a sus respectivos partidos, habituados a poner los medios públicos y privados a su servicio y a financiarse --desde siempre-- mediante un sistema clandestino de comisiones en la adjudicación de contratos. Naturalmente sin que ninguno de los dos supiera nada de las apestosas corrientes subterráneas de dinero negro con las que PP y CiU estafaban a la Hacienda pública, financiaban campañas, pagaban sobresueldos y aun enriquecían a tesoreros e incluso a padres de la patria, como Jordi Pujol (y familia).
Bien mirado, se trata de los dos políticos españoles que, al margen de su talante (desaliñado y afásico Rajoy, relamido y napoleónico Mas), coincidirían en casi todo en una hipotética mesa del Consejo de la UE. De hecho, nadie parece haberse escandalizado mucho al saber que los dos se reunían en secreto mientras interpretaban ante los focos una confrontación irresoluble...
Cabe pensar que la estrategia de los dos partidos que, junto al PSOE y el PNV, forman la médula del Régimen del 78 es, en parte, un intento desesperado de frenar el desgaste del bipartidismo a cuatro. En ningún sitio como en Cataluña se evidencia la crisis del sistema de partidos nacido hace 38 años, y esa nueva pluralidad de fuerzas es una noticia saludable para nuestra democracia low cost. El PSC es casi irrelevante, el PP recurre a un exaltado xenófobo para tratar de rascar un puñado de votos y la venerable CiU se hizo pedazos tras perder la alcaldía de Barcelona ante Ada Colau, una brillante activista antidesahucios.
Este declive del Sistema explica en buena parte el ataque de independentismo y el giro casi socialdemócrata de Mas, que tras romper con Unió ha tratado de presentarse como un político sin pasado y ha buscado amparo en el cuarto puesto de una amalgama electoral "ciudadana" --apropiándose de paso del estilo y el lenguaje de las plataformas municipalistas-- con Esquerra. Pero los electores catalanes deberían preguntarse qué se propone Mas hacer con sus votos si llega a alzarse, como parece posible, con la mayoría parlamentaria. ¿Hará algo concreto y rápido con el derecho a decidir? ¿Va a corregir acaso la política que ha disparado los índices de pobreza y desigualdad en Cataluña aún más que los españoles? ¿Sus planes van a contribuir a crear empleo para más de medio millón de parados? ¿Piensa tal vez corregir los recortes de gasto que han originado una sanidad dual que solo presta determinados servicios a quien pueda pagarlos?
Sea cual sea el escrutinio de las urnas, estas son cuestiones prioritarias que el 28 de septiembre seguirán preocupando a la mayoría de los catalanes y que Mas no va a resolver. La suya es una hoja de ruta que no afronta los problemas reales y que conduce irremediablemente a un choque de trenes, un choque que la mayoría de los españoles no quiere y ni siquiera --pese al manipulador bombardeo mediático-- parece temer: según el último sondeo del CIS, los nacionalismos son la preocupación número 16 de los ciudadanos.
Cataluña y España necesitan oxígeno, justicia y más democracia para superar su crisis sistémica: políticos capaces de poner en práctica programas de emergencia social para los sectores que ha marginado la crisis, líderes con sentido de Estado que estén dispuestos a abordar la relación Cataluña-España mediante el diálogo y una nueva cultura democrática, desde la convicción de que el modelo vigente ya no sirve y que será necesario buscar un nuevo consenso y una nueva Constitución. Pero esa es una tarea para la que han quedado inhabilitados tanto Mas como Rajoy, quien, en un penúltimo gesto de autoritarismo y desprecio a la separación de poderes, se apresta a aprobar una peligrosa reforma exprés de la ley orgánica que regula el Tribunal Constitucional. La maniobra no deja de ser irónica para un presidente que lleva cuatro años diciendo que con la Constitución no se juega.
El 27 de septiembre se votan las autonómicas catalanas; las generales serán probablemente el 20 de diciembre. Es de esperar que en ambos casos la afluencia a las urnas sea masiva y traiga vientos de cambio. Son dos oportunidades de oro para mandar a casa a los dos políticos que han cometido la irresponsabilidad histórica de azuzar la división y las bajas pasiones, y que, gobernando de espaldas al interés general, la honradez y la equidad, han dejando a Cataluña y a España en una situación social mucho peor de la que había cuando llegaron al poder. La mayor contribución de la nefasta pareja a esas patrias que tanto les excitan será haber demostrado a los ciudadanos que la esclerosis del sistema de poder que ambos protegen no necesita un Gattopardo mal disimulado sino un cambio real y una democracia más abierta y profunda.
Las elecciones son el método que se han dado las democracias para elegir a sus gobernantes para un periodo predeterminado, cuatro años en nuestro caso. La modalidad plebiscitaria tiene escasos precedentes y a menudo ha sido un recurso vinculado a opciones autoritarias. Esta es la vía a la que ha...
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