Análisis
Hollande, un vacío que clama por ser llenado
El desprecio hacia la izquierda es seguramente el primer gran fallo político del presidente, que renegó muy rápidamente de sus promesas simbólicas
François Ralle Andreoli 16/09/2015
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François Hollande es bastante desconocido entre los españoles. Lo es en realidad para el conjunto de los europeos. Se es muy duro con él hasta en las mismas filas del Partido Socialista francés. Hace poco, un joven cuadro del PS me preguntaba con qué balance podría presentarse en 2017, cuando lleguen las elecciones, salvo “lo de las bodas gais”. Las críticas son duras por lo menos entre los que todavía se consideran herederos de las conquistas sociales, intrínsecas a la palabra República al norte de los Pirineos, los herederos de Jean Jaures, del Frente Popular de Léon Blum, del primer Mitterrand y hasta de Lionel Jospin, quien fue el último socialista en gobernar y reducir la jornada laboral.
En un momento en el que muchos se precipitan a condenar con facilidad a Tsipras como “un débil socialdemócrata más”, o vuelven a ilusionarse con la elección del británico Corbyn, es interesante revisar el balance del hombre que dirige la segunda economía del continente y potencia nuclear vecina.
François Hollande orientó su campaña de 2012 desde la izquierda, criticando la política liberal de Sarkozy. Sin embargo, una vez en el poder, por cálculo y seguramente por convicción ideológica, “socioliberal” o más bien “liberosocial”, no ha querido ser mucho más que un pequeño Schroeder francés, lo que no ha dejado de tener consecuencias para el conjunto del continente europeo.
Hollande orientó su campaña de 2012 desde la izquierda, criticando la política liberal de Sarkozy
Para entender mejor cómo se llega a la secuencia presidencial Hollande, es necesario volver al momento Sarkozy. No se puede entender el uno sin el otro. El nivel de desilusión producido en las filas de los que ansiaban un cambio después de 5 años de Sarkozy (y 10 de la derecha) produce a veces tal rencor que algunos quieren equiparar a ambos. Es cierto que el balance de Hollande es globalmente negativo. No ha cambiado realmente nada en lo importante: el paro y el estancamiento económico; el desmoronamiento de los derechos sociales como única solución a la crisis; la “capitulación” frente al orden liberal europeo impuesto desde Berlín. Tampoco se han reactivado con suficiente esfuerzo los pilares tan dañados por la derecha del consenso y el equilibrio republicano como puede ser l’Education Nationale (la escuela pública). Es verdad también que ambos presidentes han rivalizado con cuotas de impopularidad históricas en la vida política francesa y en instrumentalizar su vida “privada” con fines comunicativos. Pero Hollande no es Sarkozy.
Para recordar el nivel de descomposición de la vida política francesa que permite la llegada al poder de Nicolas Sarkozy en 2007 y luego, de rebote, de François Hollande, es útil retomar un libro cuyo título es emblemático en la Europa del ninguneo al 61% del referéndum griego. En Después de la democracia (Gallimard, 2008. Akal, 2010), Emmanuel Todd nos recuerda el nivel de violencia y de amoralidad (modales, insultos a ciudadanos…) que supuso el Gobierno Sarkozy. Subraya sobre todo la pérdida de referencias no solo políticas sino también sociales y culturales en los años 2000, de la que el presidente liberal fue tanto un resultado como un acelerador por medio de sus políticas. Vimos en el ámbito internacional cómo la Francia de Sarkozy era incapaz de inventar una voz diferente frente a Angela Merkel y salir del cauce de los banqueros ordoliberales alemanes. El resultado fue el tratado europeo Merkozy sobre estabilidad financiera y la implantación de la austeridad como dogma absoluto para la Eurozona. Observamos una Francia difícil de reconocer, volviendo al mando integrado de la OTAN 50 años después de haberlo abandonado. Un país muy diferente de aquel que se atrevía a la famosa amenaza del veto a la guerra de Irak por Dominique de Villepin en 2003, en las Naciones Unidas. Recordemos que el brillante diplomático De Villepin y el oportunista Sarkozy fueron rivales en la sucesión de Chirac. Pero, cuando en la historia gana el más mediocre, eso nunca es casual. Es cierto que en este caso al mediocre le ayudaron bastante los barones gaullistas, Juppé, Villepin y el mismo Chirac, salpicados por tantos escándalos de corrupción e irregularidades propias de una cierta “casta” conservadora. Sarkozy, en este ámbito de los trapicheos, sí que se mostró a la altura de sus predecesores.
Hadrien Clouet, de Sciences Po Paris, afirma que el PS ha conocido “una sangría de militantes y se ha retraído, reduciéndose a un partido de cuadros y cargos electos”
Según Todd, el momento Sarkozy es el emblema de una larga descomposición y pérdida de referencias en todo el país. No hay que exagerar este declinisme de moda en Francia, pero sí debemos entender que se trata de un proceso antiguo. El 2005 nos da una foto de estas contradicciones y mutaciones del país galo. Fue el año del NO rotundo al referéndum sobre el proyecto de Constitución europea, esperanzador para la nueva izquierda en formación. Se logró a pesar de la propaganda de los medios dominantes y de la unidad entre los conservadores y la mayoría del PS. Como suele ocurrir en la UE que hemos construido, el OXI francés también fue rápidamente anulado por el “golpe” del Tratado de Lisboa. Fue también 2005 un año de terrible violencia urbana, con los disturbios de noviembre, después de la muerte de dos adolescentes de la periferia perseguidos por la policía. Estas revueltas, que llevaron a decretar el estado de emergencia, son el reflejo de las fuertes tensiones sociales y el resultado de factores complejos sedimentados desde hace décadas a los que no se han dado respuestas: urbanismo segregador, pobreza y paro estructurales, explosión de las desigualdades económicas, complejos fenómenos identitarios en una sociedad multicultural que se nutren del fracaso social, dimisión del papel integrador de un Estado obsesionado por los recortes, sin olvidar el juego oscuro de la “diplomacia” religiosa de las monarquías del Golfo en los suburbios franceses, como lo analiza el politólogo Gilles Kepel. Muchas veces, estas perturbaciones sociales se entienden muy mal desde España y se reducen a un “problema migratorio”, como hace el Frente Nacional, sin entender que se trata más bien de la Francia multicultural de hoy y de un problema en clave principalmente socioeconómica, resultado de décadas de inmovilidad. La idea de Todd es que la incapacidad de enfrentarse a ambos problemas, la construcción de una Europa liberal que da la espalda a los pueblos desde una posición política fuerte y la terrible desigualdad social ha llevado a la Francia de hoy. Son el caldo de cultivo de las esperanzas de conquista del poder del Frente Nacional.
El giro ordoliberal de la socialdemocracia francesa
Es importante entender el papel central que juega en este proceso la incapacidad de reaccionar de la socialdemocracia francesa, como tantas más en Europa. No ha sido capaz de proponer una alternativa frente a esta liberalización acelerada del país impulsada por los liberales galos. No ha sabido inventar o recoger en su propia historia las claves de una respuesta contundente. En vez de ello, se ha vaciado de contenido y se ha entregado a la solución de una Europa de los mercados como único horizonte. De tal manera que el PS decidió alimentarse de modelos externos, como los de la deriva liberal en épocas de Schroeder del SPD alemán, que gobierna hoy en día con Merkel. Esa tendencia y tentación es bien anterior a Hollande. No es una deriva francesa sino que se reproduce en el conjunto de la socialdemocracia del continente, hasta en la España de la Transición como recuerda Juan Antonio Andrade: Un cambio de ciclo histórico marcado por el reflujo de las expectativas de transformación social en los imaginarios colectivos de Occidente. (El PCE y el PSOE en (la) Transición. Siglo XXI, 2012). Para algunos observadores, empieza con Mitterrand, en su segundo mandato en 1988, con la llegada de la austeridad como única opción política, incluso antes de los mandamientos de la Troika. El Partido Socialista gobierna en coalición con la derecha moderada y se hunde en escándalos de una izquierda fascinada por el mundo de la especulación y flirteando con gánsteres-emprendedores como Bernard Tapie, quien llegó a ser ministro de Mitterrand. Esa izquierda fascinada por el dinero se ha encarnado en el Gobierno Hollande en el ministro de Finanzas Cahuzac, quien tuvo que dimitir después de que Mediapart revelara que al mismo tiempo que exigía más esfuerzos fiscales de sus compatriotas había evadido dinero a Suiza: todo un símbolo.
En Francia, se acelera el vacío del Partido Socialista en los años 2000, tanto por mutación ideológica como por tacticismo. Así, la campaña de Lionel Jospin en las presidenciales de 2002, centrada en la conquista del electorado del centro, fue una campaña ajena al balance, con elementos sociales solventes de su gobierno rosa-verde-rojo. Para muchos, es este error estratégico lo que lo llevó a fracasar, dejando a Chirac y a Le Pen en un duelo insólito en la segunda vuelta presidencial. El abandono precipitado por Jospin de la vida política seguramente acabó de perturbar lo poco de coherencia que quedaba en el PS. Es significativo que el hombre que recoge el partido después de esta debacle sea François Hollande. Con Hollande de jefe de orquesta se reforzará paulatinamente el giro hacia el social-liberalismo. Asistimos, en consecuencia, a una campaña muy centrista y edulcorada de Segolène Royal frente a Sarkozy en 2007 en la que vimos multiplicarse las figuras socialistas encabezando grandes organizaciones liberales internacionales: Pascal Lamy en la OMC o Dominique Strauss-Kahn (quien era el mejor situado para candidato en 2012 antes de desaparecer estrepitosamente del mapa) en el FMI. De tal manera que hay muchos “socialistas” entre los hombres que construyen el marco de desregulación financiera y libre-comercio que permite la vuelta en pleno siglo XXI del capitalismo más duro y antisocial, promovido por holdings multinacionales gigantes más potentes que nunca. Es coherente con esta línea el apoyo incondicional a la Europa de los tratados, desde Jacques Delors hasta el actual comisario europeo Moscovici, otro exministro de Hollande. La adopción del credo ordoliberal alemán, es decir, la idea de que el Estado debe centrarse únicamente en la estabilidad monetaria para asegurar el marco más propicio a los mercados sin regularlos y favorecer la economía de la oferta, caracteriza la principal mutación de la socialdemocracia europea, como lo vemos con las actuaciones desde Bruselas de Almunia o Schulz. Es difícil determinar en qué se distingue este “centro izquierda” de los conservadores con los que votan el 80% de las directivas europeas.
En 1971, Mitterand conquistó el PS con un discurso rupturista muy radical plagado de referencias a una “Revolución” pacífica. Hoy, el primer ministro Valls propone quitar la palabra socialista al nombre del partido
En 1971, Mitterrand conquistó el PS con un discurso rupturista muy radical plagado de referencias a una “Revolución” pacífica. Hoy, el primer ministro Valls propone quitar la palabra socialista al nombre del partido. La realidad de las bases es más heterogénea y compleja: quedan figuras importantes muy críticas con esta derechización, pero muchos oponentes salieron como Mélenchon, Larrouturou o más recientemente el exeurodiputado Liêm Hoang-Ngoc, cada uno creando su propia fuerza política.
La mutación del PS en un partido de concepción meramente regulacionista también se acompaña de una lectura tacticista de la evolución del electorado francés por parte de un partido que ha antepuesto la preservación de sus cargos públicos a sus objetivos iniciales. En 2011, la Fundación Terra Nova, un de los think tanks más influyentes en el PS, elaboró un informe que aconsejaba a los socialistas franceses no centrarse en el mundo obrero y las clases populares, ya que estas estaban definitivamente fragmentadas y demasiado seducidas por el FN. Si hay elementos ciertos en el diagnóstico, era pasmoso ver que en ningún momento se analizaba el giro a la derecha del PS como una de las causas de esta desorientación de las clases populares. Como lo ha hecho Andrade con la historia reciente del PSOE, se tendría que analizar además la mutación sociológica de los que siguen en el PS a pesar de la importante crisis de militancia que sufre. Preguntado sobre esta cuestión, el sociólogo Hadrien Clouet, de Sciences Po Paris, afirma que el PS ha conocido “una sangría de militantes y se ha retraído, reduciéndose a un partido de cuadros y cargos electos”.
Tres años de Hollande, entre la prudencia visceral y la agresividad reformista
“Mi verdadero adversario (…) es el mundo de las finanzas”, aseguró Hollande en su campaña, dándose aires de futuro líder implacable con los banqueros. También prometió renegociar el tratado Merkozy redactado por su predecesor. Pero su primer gesto político de peso fue ratificar con una celeridad impresionante y sin ningún cambio este mismo tratado TSCG (equivalente del art. 135 de Zapatero), lo que permitió al Front de Gauche organizar una primera gran manifestación de la izquierda en contra del Gobierno en París, demostrando la fragilidad de las esperanzas que se habían invertido en Hollande. Aun así, las claudicaciones del mismo Frente de Izquierda y sus disputas internas, alimentadas con inteligencia por el PS al ofrecer alianzas electorales locales a los comunistas, le dejaría luego al presidente la vía libre de una oposición sólida, reduciendo la amenaza al espantapájaros del Frente Nacional y a la sombra de la vuelta de Sarkozy.
El desprecio hacia la izquierda es seguramente el primer gran fallo político de Hollande. Obsesionado por ganarse a la patronal, subestimó el hecho de que ni él ni su mayoría parlamentaria hubieran llegado al gobierno sin los millones de votos removilizados alrededor de Mélenchon. Pensó que con el apoyo de los ecologistas su travesía política de cinco años de gobierno estaba asegurada. Renegó muy rápidamente de sus promesas simbólicas a la izquierda francesa y, en particular, no amnistió a los sindicalistas, sistemáticamente criminalizados en épocas de Sarkozy. El tono estaba marcado. Hasta los ecologistas, a pesar de la heterogeneidad que compone ese partido y del oportunismo de varios líderes para ser ministros, acabaron saliendo en 2014 para no asumir la terrible impopularidad de las medidas gubernamentales.
El desprecio hacia la izquierda es seguramente el primer gran fallo político de Hollande. Obsesionado por ganarse a la patronal, subestimó el hecho de que ni él ni su mayoría parlamentaria hubieran llegado al gobierno sin los millones de votos removilizados alrededor de Mélenchon
No todo es negro en las políticas de Hollande y no todo se resume en su falta de carisma político. Es verdad que se tomaron algunas medidas de registro social importantes. La más reseñable fue el matrimonio gay aunque no cumpliría con la promesa de la PMA (reproducción asistida), que sin embargo Zapatero, en un contexto más duro, llegó a legalizar. Hollande decidió recular, frente a las manifestaciones de los ultraconservadores franceses. Algunas trazas de izquierda se pueden analizar en lo que se refiere a las medidas sobre la vivienda de protección social en las ciudades o la creación de un impuesto del 45% (después del fracaso constitucional de la improvisada propuesta de un tramo a 75%) para los más ricos. Además, no se recortó en educación pero en ningún momento se llegó a compensar la inmensa sangría de docentes (más de 80.000) de la época Sarkozy. Se crearon apenas 24.000 plazas de los 60.000 anunciadas. Las últimas reformas escolares siguen la pauta de la progresiva erosión de las condiciones de trabajo de los profesores, que se iniciaron con Sarkozy. Este divorcio del PS con el amplio sector educativo francés y sus potentes centrales sindicales es muy representativo.
Pero no deben estas medidas “cosméticas” desviarnos del eje central de la política de Hollande. Esta se funda esencialmente en una interpretación de los dogmas de la austeridad ordoliberal como única prioridad nacional. Por eso el quinquenio empezó con varios planos de recortes masivos que exigían a todos los sectores de intervención pública su participación en el esfuerzo general, con una orientación que recordaba mucho a la de Sarkozy. En vez de presionar a Alemania para que se aflojaran las reglas europeas y se permitieran políticas de inversión contra-cíclicas propias de la socialdemocracia keynesiana, se decidió cumplir mejor que nadie con los recortes. De esa manera, la “izquierda” socialista francesa culmina, como las demás, su recorrido hacia el campo de la economía de la oferta (suavizar las reglas de regulación del mercado para producir productos más competitivos con el argumento de una supuesta mejora económica), en vez de intentar plantear una política de inversión pública en un país con muchísimo potencial (economía del mar, transición energética…).
Los recortes promovidos por Hollande son colosales: en su primer “pacto de competitividad” decidió ofrecer a la patronal francesa amplios regalos fiscales por 20.000 millones de euros
Cuando criticamos los recortes de Hollande nos responden los socioliberales franceses que eso no es “austeridad” tal como se aplicó en Grecia y España. No sé qué pertinencia puede tener tal argumento ya que el nivel de bienestar y tolerancia social no es el mismo. Sin embargo, el grado de ineficacia económica de esas medidas parece similar. Los recortes promovidos por Hollande son colosales: en su primer “pacto de competitividad” decidió ofrecerle a la patronal francesa amplios regalos fiscales por 20.000 millones de euros (que se recortaban de los presupuestos o se alimentaban con subidas del IVA) sin contrapartida concreta, con la esperanza de que las grandes empresas relanzarían la economía. Pero, sin regulación o coerción desde el Estado, las empresas del CAC40 (el Ibex 35 francés) han seguido rebajando la inversión y aumentando los dividendos de sus accionistas.
Cuando llegó Manuel Valls en 2014, se propuso una aceleración de esta política a pesar de su fracaso, con el “pacto de responsabilidad” que preveía otros 15.000 millones de euros de regalos fiscales y un plan de recortes de 50.000 millones de euros en tres años para complacer a las exigencias de las instituciones europeas.
Como sucede en el resto de la zona euro, este amplio plan de austeridad no produce ningún efecto concreto salvo seguir asfixiando la economía francesa, que siempre se ha alimentado de la demanda interior (las exportaciones no pesan más del 28% del PIB). La verdadera contrapartida ha supuesto un amplio plan de erosión del aparato del Estado y de las prestaciones públicas. Mitterrand en 1981 marcó la llegada de la izquierda al poder con un aumento del 10% del salario mínimo. Hollande casi no lo ha tocado.
La austeridad siempre tiene una repercusión social: menos prestaciones o subidas de los tipos de IVA, por ejemplo, los más injustos socialmente. Pero no solo es una cuestión de recortes, Hollande ha puesto en marcha una serie de “reformas” antisociales muy agresivas, encarnadas por la figura del exbanquero y ministro de Economía, Emmanuel Macron. Primero, a pesar de haber combatido un proyecto similar de la derecha en 2003 y 2010, se aumentó, de hecho, la edad de jubilación hasta los 62 años, retrasando la edad máxima de jubilación a los 67. Luego dos proyectos de ley, ANI en 2013 y la reciente ley Macron, han supuesto un amplio ataque al derecho laboral francés, al facilitar los despidos para las empresas y favorecer el trabajo de noche y dominical… Se impusieron sin diálogo social y sin apoyo de las principales centrales sindicales, un hecho nuevo por parte de un gobierno del PS. En el caso de la ley Macron, se impuso a la propia mayoría parlamentaria socialista descontenta, utilizando el procedimiento acelerado (sin voto) “49.3” que tanto criticó Hollande en época de Sarkozy.
En ningún momento el Gobierno francés ha mostrado desde 2012 la mínima intención de suavizar esta orientación y Hollande reaccionó frente a los fracasos electorales de las municipales reafirmando su línea y sustituyendo a Jean Marc Ayrault por el “derechista” Valls, y al dimitido Montebourg por el “banquero” Macron. Más recortes como respuesta al fracaso de la austeridad.
¿Un gobierno de centro derecha?
El impacto de los recortes va más allá de un esfuerzo colectivo pasajero. Pone en cuestión la visión de las obligaciones del Estado republicano en el ámbito de la justicia, de la salud y en ministerios clave para la izquierda, como el de Cooperación y Desarrollo, Medio Ambiente o, por primera vez en un gobierno de izquierdas francés, en Cultura.
La sensibilidad ecologista es muy importante en el país vecino y el Gobierno se juega mucho con la organización de la cumbre sobre el cambio climático #COP21 en Francia este año. Pero tampoco ha brillado Hollande en políticas medioambientales, a pesar de haber incluido a los ecologistas en su gobierno durante dos años. No cerró, como había prometido, la central nuclear de Fessenheim, antigua y situada en una zona sísmica. En definitiva, se ha limitado a pequeñas medidas cosméticas con un toque de green washing. Pero quedarán en el recuerdo de la izquierda ecologista los enfrentamientos entre el gobierno y los activistas, reprimidos en ocasiones con mucha violencia, como cuando se opusieron al proyecto de un tercer macroaeropuerto francés en la zona de interés medioambiental de Notre-Dame-des-Landes. El símbolo trágico de esta ruptura entre Hollande y la importante esfera ecologista francesa es la muerte del joven Rémi Fraisse, durante un enfrentamiento entre la policía y jóvenes activistas en las obras de un embalse cerca de Toulouse.
Los accidentes ocurren, pero en este caso también se interpretó como una nueva señal de dureza asumida por Manuel Valls, quien intentó dar desde el Ministerio del Interior (donde estuvo hasta ser primer ministro a principios de 2014) la imagen de un Sarkozy de izquierdas al asumir como prioridad la lucha contra la inseguridad. La clave de la popularidad de Sarkozy (y de Valls) se fundó en sus llamamientos para recuperar el orden público. Esa estrategia le ha llevado a aventurarse en tierras de temáticas propias de la extrema derecha, como fue el caso de su polémica y calculada intervención sobre los migrantes gitanos rumanos. Afirmó que los “Roms” debían volver a Rumania, teniendo en cuenta su difícil integración en Francia debido a “sus modales y cultura muy diferentes”. Estas declaraciones chocan con la concepción universalista de la República francesa, por parte de un ministro nacido en Barcelona y acogido como tantos migrantes en una Francia universalista y multicultural. Estos acontecimientos no son detalles, son elecciones políticas que marcan una voluntad de ruptura con valores clásicos de la socialdemocracia gala.
A veces muchos se preguntan si las medidas de un gobierno de centro derecha por parte de los herederos de los democristianos del UDF como Bayrou no hubieran sido más suaves o muy diferentes.
"Francia ya no es lo que era"
Enmarcado en este contexto, se entiende el grado de ruptura que puede existir entre la izquierda real y el centro liberosocial hollandista en Francia. También se explica el nivel récord de impopularidad del triunvirato en el poder, con unos resultados económicos muy malos y un paro que no deja de crecer. Lo más grave para los europeos es que esta gestión técnica al servicio de la patronal y exclusivamente enfocada hacia las consignas del Eurogrupo y la posibilidad de refinanciarse a menor coste marca la aceptación por el PS de una forma de declinisme. Así lo expresa la frase que habría pronunciado el ministro de Finanzas, Michel Sapin, a su homólogo Varoufakis, quien esperaba un signo favorable a su país por parte de la socialdemocracia francesa e italiana : “Francia ya no es lo que era”.
Se habla mucho en la izquierda europea de la “claudicación” de Tsipras, pero se olvida que Hollande es el principal actor que hubiera podido buscar una salida menos humillante y más favorable a un pueblo cuya economía está en ruinas
Hemos visto a una parte de la prensa progresista española intentar escenificar una diferencia de matiz entre Hollande y Merkel en el marco de las discusiones entre el Estado griego y las instituciones internacionales dominadas por Alemania. Estamos históricamente tan acostumbrados a que el país vecino sirva de equilibrio contra la potencia teutona que se quiso enfatizar una suerte de resistencia francesa, que nunca hubo. Pensar que hubo un gesto consistente por parte de Francia es no entender a François Hollande y a la oligarquía del PS. Si François Hollande ha aceptado y utilizado la foto de la humillación de Tsipras frente a él y a la señora Merkel cuando firma el nuevo memorándum no es porque piense que ha conseguido imponerse a Alemania, sino porque el terrible “acuerdo” le parece la única opción posible para Grecia. Se habla mucho en la izquierda europea de la “claudicación” de Tsipras, pero se olvida que Hollande es el principal actor que hubiera podido buscar una salida menos humillante y más favorable a un pueblo cuya economía está en ruinas. ¿Por qué esta inmovilidad francesa y complicidad con Alemania cuando parecía que desde Europa del sur, en Grecia e Italia, emergían nuevos gobiernos dando un margen de contrapeso? La respuesta es seguramente que el marco ideológico en el que se mueven Hollande y Merkel es, al final, parecido, el de la estabilidad austeritaria. También es cierto que Hollande no consigue imponerse como un actor de peso internacional y no tiene lectura geopolítica de lo que es necesario para Europa. Es incapaz de imponer una nueva pareja franco-alemana equilibrada como pudieron ser las de De Gaulle y Adenauer, Mitterrand y Kohl. Cabe recordar por fin que en las promesas de Hollande estaba la de reorientar Europa hacia una solidaridad más amplia entre los países. En realidad, al participar en el hundimiento de Grecia, Hollande también piensa en los intereses nacionales de Francia. Ya señaló en 2013, en un viaje a Atenas, que la crisis griega era una oportunidad para las empresas francesas que podrían optar a beneficiarse de las privatizaciones impuestas por los memorándums.
¿Es consciente Hollande de que su presencia al lado de Merkel en el momento de la firma de Tsipras, una humillación de las nuevas fuerzas de izquierda, es un regalo de peso a Marine Le Pen? ¿Qué le ofrece el estatus de último outsider de peso al sistema eurocrático? Es probable que lo entienda perfectamente porque el PS siempre se ha movido con más comodidad enfrentántose al espantapájaros del FN, pidiendo el “voto útil”, que contestando a las demandas de progreso social de las fuerzas situadas a su izquierda.
Así se cierra este panorama del desencuentro entre Hollande y la historia, que ha dado paso a una Francia del vacío, donde la tasa de paro se incrementa, también las desigualdades, y donde viven más de 9 millones de pobres. Una Francia inquietante, donde se pueden producir todo tipo de sobresaltos, como ya se ha demostrado a lo largo de la historia, para lo mejor y lo peor. Seguramente Hollande tendrá un hueco en la historia de los sepultureros de la socialdemocracia al lado de los promotores de la Neue Mitte alemana o la Tercera Vía británica. Los partidos socialdemócratas construyeron su dinamismo sobre una exigencia absoluta de libertad frente a las democracias populares de antes de la caída del muro, y participaron en la puesta en marcha de consensos sociales razonablemente aceptables en la posguerra y en las transiciones democráticas de la Europa del sur. Pero después de la caída del muro, su incapacidad sistémica de proponer una alternativa sólida a las dinámicas del mercado, su tendencia a funcionar como simples aparatos electoralistas huecos, se han reforzado con los años.
Por inercia “realista”, el pragmatismo se transforma en pocos años, meses, días, en inmovilismo y complicidad. Surgen esperanzas, como en el caso de la victoria de Jeremy Corbyn, y se observan fenómenos de disensión desde dentro del Partido Socialista en Francia alrededor de los “contestatarios”. Pero parece mucho más interesante el surgimiento de la nueva izquierda española, con movimientos como Podemos y las plataformas municipales, que han decidido romper el tablero de la izquierda en vez de cambiarlo desde el interior de los viejos aparatos “progres”. Tal vez esta nueva izquierda se beneficiará de alianzas posibles con los socialistas a raíz de los movimientos balbucientes y críticos de las alas más izquierdistas de estos partidos. La experiencia Hollande y el fracaso de Tsipras en despertar a los socialdemócratas europeos y sus aparatos cómplices de los tratados europeos y de la austeridad deberían hacernos entender que una nueva hegemonía del cambio se construirá únicamente fuera de los viejos partidos “socialistas” o por lo menos desbordándolos y superándolos, como ha pasado en Madrid y Barcelona.
François Hollande es bastante desconocido entre los españoles. Lo es en realidad para el conjunto de los europeos. Se es muy duro con él hasta en las mismas filas del Partido Socialista francés. Hace poco, un joven cuadro del PS me preguntaba con qué balance podría presentarse en 2017, cuando lleguen...
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François Ralle Andreoli
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