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No sé quién estaba asesorando a los grandes bancos cuando advirtieron a los votantes catalanes la semana pasada de que un voto por la independencia provocaría la salida en masa de Caixa Bank (que acaba de adquirir mi banco Barclays), Banco de Sabadell, las filiales de los bancos madrileños, y así el colapso total de la economía catalana. Quizás era el mismo experto que aconsejaba a Tony Blair cuando advirtió a los votantes en las primarias laboristas de que la selección de Jeremy Corbyn supondría la salida masiva de votantes y el colapso del partido laborista. O de George Osborne cuando advirtió de que la independencia escocesa provocaría una desastrosa huida de capitales y el colapso de la economía al norte del muro de Adrian. O el asesor de Wolfgang Schäuble cuando advirtió a los votantes griegos antes del referéndum de julio de que rechazar el programa de ajuste de la troika supondría la salida masiva de capitales de la banca griega y el colapso de Grecia como país capacitado para permanecer en la zona euro.
No sé quiénes son los asesores pero deberían ser despedidos cuanto antes. Porque Blair ayudó a Corbyn a sacar un extraordinario 59%. La advertencia de Osborne, en la primavera del 2014, coincidió con el inicio de un largo ascenso del voto a favor de la independencia que por poco acabó con el Reino Unido tras 414 años. Pese a (o a causa de) las advertencias de Schäuble, el 60% de los griegos votaron contra el programa de la troika en el referéndum griego. Y apuesto a que en los comicios catalanes de hoy más de un votante basará su decisión de votar a un partido independentista –la CUP, me imagino-- en aquella amenaza de los amos del universo de la Castellana y la Diagonal.
Es decir que si hay algo que debería entender un banquero catalán o español, un ex primer ministro de la tercera vía hecho multimillonario, un chancellor of the exchequer de sangre aristocrática, o un monetarista alemán excitado por el castigo permanente, es que en la Europa de la post crisis, el ciudadano de a pie hará todo lo posible por llevarles la contraria. Por una sencilla razón. Los despreciamos.
Un buen asesor de Tony Blair, preocupado ante el auge del candidato de la izquierda dura, habría dicho algo así como. “Tony. Can’t you see that they hate you?”. Un asesor inteligente de Osborne en Edimburgo le habría susurrado al oído “George, if ye canna keep yer mooth shut, goo back tae London”. Un buen asesor de Schäuble ante el referéndum griego habría pronunciado: “Herr Schäuble, nicht Sie verstehen? Wenn Sie sagen, ja, werden die Griechen sagen nein”. Y un buen asesor de los grandes banqueros catalanes y españoles les habría aconsejado, antes de que hicieran ningún comentario público sobre las elecciones: “Isidre, Josep: una mica de discreció, si us plau. ¿Habéis entendido, Ana Patricia y Paco?".
Pero no. Los poderosos aun creen que estamos en aquellos tiempos en los que la gente de la calle era responsable. Cuando creíamos que Felipe González entendía qué significaba una unión monetaria y Jordi Pujol, un estado plurinacional. Cuando Alemania aún era la socialdemocracia federal que nos protegería. Cuando la convivencia de los buenos europeos era la meta de todos los que habíamos viajado con un billete Euro Rail. Aquello fue antes de aquella terrorífica epifanía. Cuando nos dimos cuenta, de repente, de que todo era mentira. Que Europa era el proyecto de Siemens y el Banco Santander. Que España había perdido su soberanía y las elecciones ya no servían para nada. Algunos vieron la luz cuando se anunciaron los rescates públicos a los grandes bancos mientras exigían la austeridad para bajar los déficits. O cuando convirtieron las pequeñas cajas locales en bancos internacionales pese a que los bancos internacionales habían provocado la crisis. A otros, cuando cambiaron las reglas europeas y la Constitución española para asegurar que los votos contra la austeridad no cambiarían nada. A otros, la epifanía les ocurrió cuando salieron los datos sobre las subidas disparatadas de beneficios corporativos y remuneración de ejecutivos mientras el salario medio caía en picado. Otros sintieron el cambio tras hartarse de leer sobre las tramas interminables de corrupción urdidas en al era de la burbuja. Había una serie de tipping points (Malcolm Gladwell no los entendería) que nos inclinaban hacia una nueva política de la irresponsabilidad. La filosofía del “¡Que todo salte por los aires!”, de la gran butifarra, del “fuck you!”.
Qué duda cabe de que esta política del “¡que se jodan todos!” proviene en gran parte de la impotencia que sentimos de estar atrapados por una férrea ortodoxia ideológica, y, aun peor para los españoles y griegos y catalanes, por una ortodoxia monetaria en una zona euro que es una réplica del patrón oro de los años veinte. Es una ironía histórica que los dos movimientos de independencia en dos de las estados mas antiguos de Europa hayan surgido en un momento en el que ni los estados-naciones grandes a los que pertenecen tienen demasiada soberanía. Sobre todo España, uno de los países más cruelmente sometidos a la perversa dinámica del desarrollo desigual de la Unión Monetaria. En ese sentido, la idea de que una Escocia o una Catalunya puede ser, propiamente dicha, independiente es tan absurda como el compromiso de Syriza de que Grecia podía rechazar la austeridad dentro de la zona euro. El único nuevo estado que se construye en la zona euro es el superestado europeo, cuyo modelo, en lo que se refiere a derechos democráticos, puede ser China.
Muchos dicen que no se debería hacer una política de pasión y de reivindicaciones extremas cuando la ortodoxia del "no hay alternativa" solo deja un margen minúsculo para la política soberana. Tsipras era irresponsable porque prometió lo que no podía entregar. Los escoceses eran irresponsables porque apoyaban a un partido que defiende una independencia inviable. Los corbynistas son irresponsables porque jamás ganarán las elecciones Y los catalanes que reivindican el derecho a decidir son irresponsables porque la Constitución es la Constitución. Pero los griegos, los escoceses, los laboristas británicos, quizás los independentistas catalanes puede que entiendan mejor que nadie el arte de la política de la impotencia.
“Sabemos que Tsirpas no va a poder hacer gran cosa, pero no queremos ser humillados más”, me repetían los votantes griegos cuando cubría las elecciones en Atenas en enero. Los escoceses han utilizado su voto con gran destreza para protestar contra Westminster, conscientes de que poco pueden hacer. Pregunté a quien votó a Corbyn y pocos creen que llegará a ser primer ministro. Estamos en tiempos en los que el simbolismo, los gestos impotentes de la irresponsabilidad, lo son todo. Yo no lo menospreciaría. Por algún sitio hay que empezar.
Antes de esta campaña electoral catalana, pensaba que reivindicar el derecho a decidir con un SI NO o un NO NO sería suficientemente irresponsable. Quizás Pablo Iglesias tiene razón y sin Rajoy no haría falta la ruptura. Parte de la izquierda corbynista dice lo mismo sobre Escocia, pese a que muchos apoyasen a grupos republicanos como Commonweal, que defendían el sí en el referéndum escocés. Si mandasen Iglesias y Corbyn ¿por qué haría falta desmantelar los históricos reinos de España y Gran Bretaña? Yo era de esa corriente de la política de la irresponsabildad. Pero luego, el día que llegué a España, vi esos titulares de cuerpo grande y a cinco columnas en los medios responsables de Madrid y Barcelona, todos a sueldo del poder empresarial y bancario: “Los bancos advierten de que abandonarán una Catalunya independiente". Y empecé a entender a quienes en Catalunya quieren hacer la gran butifarra.
No sé quién estaba asesorando a los grandes bancos cuando advirtieron a los votantes catalanes la semana pasada de que un voto por la independencia provocaría la salida en masa de Caixa Bank (que acaba de adquirir mi banco Barclays), Banco de Sabadell, las filiales de los bancos madrileños, y así el colapso total...
Autor >
Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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