Voluntarios de una ONG reparten comida a refugiados afganos en la Plaza Victoria en Atenas.
Georgina NoyEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Al conversar con Mehdi Seyedi, joven afgano originario de la ciudad de Herat, se hace difícil imaginar el infierno que ha vivido en las últimas semanas. Con una insólita entereza y un inglés fluido, el refugiado, de tan sólo 16 años, cuenta el trágico periplo que ha sufrido desde que huyó de su Afganistán natal rumbo a la soñada Europa, donde espera al fin prosperar y vivir en paz. Son muchos los afganos que se han instalado en la céntrica Plaza Victoria de Atenas, donde han montado un improvisado campamento a la espera de poder continuar su ruta hacia el norte del continente europeo.
Mehdi Seyedi: "Me fui de mi país porque el Estado Islámico (EI) se apoderó de Herat. Mi familia es chií y ellos son suníes. Un día, nos enviaron una carta a casa diciendo que si no huíamos nos matarían"
Afortunadamente, Seyedi ha llegado sano y salvo a Atenas, pero varios compañeros de viaje no tuvieron la misma suerte. Fueron acribillados en el camino. "Lo más difícil fue pasar de Afganistán a Irán. Cruzando la frontera nos dispararon los guardias iraníes, y cuatro compañeros murieron en las montañas", cuenta con desesperación. De Irán cruzó a Turquía, y de la costa turca zarpó en un saturado cayuco con 48 viajeros rumbo a la isla griega de Lesbos. La embarcación se agujereó, pero por fortuna un lugareño griego rescató a los pasajeros. Tras pasar tres semanas en el campo de refugiados del puerto de Mytilene, logró in extremis un billete rumbo a Atenas.
"Huí de mi país porque el Estado Islámico (EI) se apoderó de Herat. Mi familia es chií y ellos son suníes. Un día, nos enviaron una carta a casa diciendo que si no huíamos nos matarían. Yo me marché solo, pero cinco familiares míos han sido asesinados", relata Seyedi. Este grupo aterroriza ya diversas provincias afganas, a lo que hay que sumarle el peso de los talibanes. Pese a la ofensiva militar occidental, estos siguen siendo poderosos. No controlan grandes franjas de territorio, pero tienen un gran poder desestabilizador.
Como la mayoría, Seyedi espera pacientemente el momento oportuno para alcanzar Alemania o los países escandinavos. Su suerte está en manos de las mafias que se acercan a ellos para ofrecerles un siguiente destino en su travesía a cambio de altas sumas de dinero.
Afganistán lleva décadas sumida en sangrientos conflictos armados. Los soviéticos invadieron el país para frenar a los insurgentes muyahidines, entonces apoyados por la CIA; los talibanes se impusieron en otra cruenta guerra civil en 1996, instaurando un régimen bárbaro basado en la Sharia; y Estados Unidos, junto a los países aliados, terminó por devastar el país, tras los atentados del 11-S, en busca de su archienemigo: el difunto líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden.
Según cifras de la ONU, el pasado mes de julio más de 77.000 afganos habían huido a territorio europeo. Durante generaciones, los afganos se han situado entre las diez nacionalidades con más refugiados del mundo
Actualmente, Ashraf Ghani lidera un endeble gobierno de unidad nacional electo en 2014, inoperante por sus divisiones políticas internas y una corrupción rampante. Está prevista para dentro de dos años la retirada casi al completo de las tropas aliadas y no hay un plan de futuro trazado. Este año ha sido el más sangriento desde la invasión de 2001: ya van más de 10.000 muertos.
Según cifras de la ONU, el pasado mes de julio más de 77.000 afganos habían huido a territorio europeo. Durante generaciones, los afganos se han situado entre las diez nacionalidades con más refugiados del mundo. En 2013 solo aquellos que estaban bajo el mandato de ACNUR superaban los dos millones y medio.
Los refugiados de la Plaza Victoria se amontonan al mediodía en una esquina bajo la sombra para protegerse del sol abrasador. Allí, un grupo de voluntarios griegos, movilizados vía Facebook, han organizado el puesto de ayuda Free Food for All, que se dedica a cocinar enormes pucheros de comida fresca para los hambrientos refugiados. Pavlos Georgiadis, uno de los jóvenes activistas griegos, comenta que "al principio la comida se distribuía entre griegos afectados por la crisis. Ahora, debido al drama que viven los refugiados, repartimos unas 2.000 raciones al día en distintos puntos de la ciudad". Decenas de solidarios atenienses se apresuran en terminar la cocción y repartir cuanto antes las raciones. Justo enfrente de los afganos, otros lugareños se relajan en modernos cafés para tomar el almuerzo.
"Dejé mi país por la inseguridad. El nuevo Gobierno afgano lo empeoró todo y ahora ya no se puede vivir. Si no fuera así, no hubiera venido aquí", asegura Ahmad Jafarí
Abolfazal Ibrahimi tiene 17 años y está impaciente. A cada instante, mira la pantalla de su smartphone para ver si puede contactar con su familia. La arriesgada ruta que inició hace dos semanas es similar a la de Seyedi. "Cruzando la frontera con Irán nos dispararon, y un niño pequeño murió en las colinas", recuerda horrorizado. Pagó 1.200 dólares por un arriesgado pasaje desde Turquía a Lesbos, donde también fue internado en un campo de refugiados. De milagro, consiguió billetes para desembarcar en Atenas. "No tenemos ningún tipo de facilidades. La verdad, esperaba un poco más de hermandad", asegura visiblemente frustrado. De momento, él y su colega Javad Mirzaci han logrado comunicarse con los suyos para decir que están sanos y salvos.
En la Plateia Victoria duermen hombres, mujeres, jóvenes y bebés. Algunas madres distraen a sus pequeños haciendo figuras de plastilina, que colocan en línea en los bordes de las jardineras. Otras arropan a los pequeños en improvisadas camas de sábanas ubicadas en un callejón contiguo. Los afganos, desesperados tras décadas de brutales guerras en su país, huyen con lo puesto, aun sabiendo que las puertas europeas están cada vez más cerradas.
"Dejé mi país por la inseguridad. El nuevo gobierno afgano lo empeoró todo y ahora ya no se puede vivir. Si no hubiera sido por eso, no habría venido aquí", asegura Ahmad Jafarí, licenciado en Económicas en la Universidad de Kabul. Las noticias de que el ejecutivo húngaro, liderado por el derechista Viktor Orbán, ha sellado definitivamente su frontera reducen sus esperanzas todavía más. A pesar de ser catalogados como "ilegales", el joven afgano solo reclama que el ejecutivo griego facilite su acogida. "Podemos hacer cosas por el país, somos gente formada y trabajadora", exclama. Mientras sigue esperando a que la Unión Europea mueva ficha para paliar el drama que sufren él y sus compañeros, no desespera. "Aquí estamos relativamente bien. Tenemos comida y agua, y los griegos nos reciben con los brazos abiertos".
Al conversar con Mehdi Seyedi, joven afgano originario de la ciudad de Herat, se hace difícil imaginar el infierno que ha vivido en las últimas semanas. Con una insólita entereza y un inglés fluido, el refugiado, de tan sólo 16 años, cuenta el trágico periplo que ha sufrido desde que huyó de su...
Autor >
Ofer Laszewicki Rubin
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