MARTA SANZ / Escritora
“Escribir desde mi clase y desde mi género es una urgencia”
La autora publica ‘Cíngulo y estrella’, un cancionero de celebración en el que trata el amor con un lenguaje nuevo, alejado “de esa zona domesticada y cursi en la que casi siempre están escritos los poemas amorosos”
Rocío Niebla 28/10/2015
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Es probable que si usted entra en una librería preguntando por lo más sonado de la narrativa actual, le digan este nombre: Marta Sanz. La escritora con música propia propone en cada publicación una dosis de riesgo en la que, sin embargo, siempre retumban notas comunes. Con un dominio absoluto del lenguaje, regala piezas soberanas. Doctora en Filología, con un buen manojo de novelas de su autoría, y desde hace unos pocos años también de poemarios, experimenta con las letras inventando mecanismos para sorprendernos, proponernos otros tipos de juegos narrativos, pero siempre partiendo del compromiso social y desde la responsabilidad de plantearnos asuntos para reflexionar.
Lo más reciente de Sanz es el poemario Cíngulo y estrella (Bartleby Editores, 2015), un cancionero sobre sus 30 años de amor y convivencia con su pareja. No esperen algo cursi y corriente, porque su poesía hace ruido, es ensordecedora y tremendamente combativa. Si buscamos sus últimas novelas (tiene que estar a punto de publicar algo nuevo) damos con la reedición de La lección de anatomía (Anagrama, 2014) que ya había sido publicado en Ediciones B en 2008. Este texto revisado y prologado por Rafael Chirbes cuenta de manera autobiográfica la Marta Sanz de niña, de joven, de mujer; contemplándose en otras mujeres como su madre o su abuela para entenderse y poder dibujar su propia historia. Tiene una verdadera obra de arte anterior: Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2013). La novela trata de cómo en la transición se construye el modelo de mujer, más libre, menos enclaustrada en los tabús y emancipada del rol de ama de casa y de los cuidados. Esta mujer aparentemente más independiente acaba convirtiéndose en el auténtico culto a la imagen, al cuerpo como reclamo publicitario o a la simple mercancía. En el género de ensayo tenemos No tan incendiario (Periférica, 2014) en el que trata la posición de la cultura y sus protagonistas en base al compromiso político o con la ciudadanía. A Marta Sanz (Madrid, 1967), finalista del Premio Nadal, premio Mario Vargas Llosa de Relatos y Ojo Crítico de Narrativa, pueden leerla también en El Cultural, en Babelia o en El Viajero de El País.
Marta Sanz es un verdadero referente. Aventúrense a entrar en sus textos.
¿Cómo fueron sus inicios como lectora y escritora?
Mis inicios de lectora fueron muy rebeldes, era una niña a la que no le gustaba demasiado leer. Muy dinámica; lo mío era jugar, correr, el escondite y el balonmano. Mi padre estaba muy preocupado porque decía que a los 10 u 11 años él ya había leído libros que yo no había ni olido. Me recomendaba que me acercase a Julio Verne y Emilio Salgari. Que ya ves lo que me podían motivar alguno de los dos, nada. A mí lo que me gustaban eran los tebeos, Esther y su mundo y esas cosas. Entonces me busqué una justificación muy buena con mi padre: no leo porque escribo. Y a partir de ese momento me puse a escribir historias. Luego, del gusto por escribir vino la afición por la lectura. Lo mío fue construir la casa por el tejado.
Mi conexión real con la literatura, y con lo que ello implica, no solamente la intimidad de tu cuarto, sino con el mundo, el mercado, el campo literario y cultural, empieza cuando me matriculo en la Escuela de Letras. Allí conozco a Constantino Bértolo, que es quien me abre las puertas de la editorial Debate. La novela El frío fue mi proyecto de fin de estudios, y él me dijo que me la publicaba y así empezó todo.
Su primera novela salió en Debate y, años más tarde, en Caballo de Troya.
En el año 95 salió en Debate en una colección que se llama Punto de partida, en la que publicamos prácticamente a la vez Loriga, Luis Magrinyà y yo, y luego gente que no ha seguido, como una señora estupenda que se llama Dolores Guerra. Más tarde, Constantino recogió el testigo de lo que había hecho en Punto de partida en la editorial Caballo de Troya.
No me considero una pensadora, tampoco una militante. Y lo digo para no desmerecer el trabajo de gente que se lo curra de verdad
¿Cómo fueron sus inicios políticos, como pensadora de izquierda y feminista?
No me considero una pensadora, tampoco una militante. Y lo digo para no desmerecer el trabajo de gente que se lo curra de verdad. Yo he sido siempre una compañera de viaje. Mis inicios políticos y mi concienciación social están estrechamente relacionados con mi padre. Él fue toda la vida militante comunista, desde la universidad; fue de los que se encerraron en la Facultad de Económicas cuando expedientaron a Aranguren y a Tierno Galván. En mi casa eso se ha mamado. Mis abuelos paternos también. Mi abuela fue del Socorro Rojo, y a mi abuelo le tocó luchar en el bando republicano.
Mi concienciación feminista viene bastante más tarde. Las mujeres que empezamos a escribir en la década de los 90 pensábamos que ya lo teníamos todo hecho. Creíamos que la lucha feminista ya no tenía sentido, que nuestros derechos eran muy parecidos a los de los hombres. Considerábamos que teníamos que escribir de una manera neutra, que es la manera masculina, que no nos significara como mujeres, y eso nos ha hecho mucho daño. Con el paso del tiempo, evidentemente, me he dado cuenta de que no tenemos los mismos derechos ni de broma, y para mí es una urgencia escribir desde mi clase, pero también desde mi género. Vivimos una ficción, una especie de fantasía de derechos conquistados que era irreal, que pasó en el ámbito del género, y que también ha pasado en el ámbito de la clase.
¿Cómo pueden tener las palabras comunista y feminista connotaciones tan negativas?
Justo el otro día estaba con Cristina Fallarás en un encuentro en la Biblioteca Eugenio Trías del Retiro y salió el mismo tema. Las palabras se rellenan de connotaciones en función de quien mande. Llevamos muchísimos años en los que el discurso dominante, la hegemonía, ha hecho una construcción arcangélica del capitalismo y se ha dedicado a demonizar sistemáticamente el comunismo, no solamente como socialismo real, sino como ideología. Y ha situado ahí el mal. Es algo que viene desde el poder y que se enfrenta a una construcción de la historia del capitalismo donde parece que no hubo derramamiento de sangre. Nos hacen creer que para llegar al Estado este que tenemos del bienestar (poniéndole todas las comillas del mundo a bienestar), no hay masacres, no hay muertos, no hay víctimas ni verdugos.
Y con el feminismo la gente ni siquiera sabe lo que es. Hay mujeres y hombres que oponen feminismo y machismo, considerándolo categorías equivalentes. El machismo es un estado cultural, pervertido, consecuencia de un dominio ejercido a lo largo de muchos siglos por el hombre hacia la mujer. Y el feminismo es un movimiento intelectual articulado precisamente para corregir todo ese estado de cosas.
Vivimos una ficción, una especie de fantasía de derechos conquistados que era irreal, que pasó en el ámbito del género, y que también ha pasado en el ámbito de la clase
Hablando de militancia, a veces se le puede leer como si fuese un ejercicio de política.
Los escritores podemos militar de muchas maneras diferentes y podemos presentarnos en una lista, y esto lo digo por la demonización de personajes como García Montero. Parece que la gente del mundo de la cultura es la única que no pudiera manifestarse públicamente como tal ciudadano que es, porque pertenece al mundo del arte y del sexo de los ángeles.
Además, tenemos el privilegio de que con los libros que escribimos podemos intervenir modestamente en la transformación de lo real. Ahora que se habla mucho del nuevo realismo, pues el realismo precisamente es cuando tú eres un escritor y tienes la confianza de que tus libros parten de la observación de la realidad y de alguna manera van a repercutir en ella. Luego ya se pueden encontrar diferentes estilos, distintas formas de trabajar con el lenguaje. Lo digo porque tenemos una visión del realismo muy pacata, muy decimonónica y cuando decimos realismo pensamos inmediatamente en el siglo XIX, y no es así.
Después de escribir No tan incendiario ¿qué conclusiones ha sacado sobre los motivos por los que los artistas son tan poco comprometidos?
Tiene que ver con un prejuicio romántico, el de que el artista es un ser especial, tocado por el dedo de Dios y que está bastante al margen de lo divino y de lo humano, y que no se puede enfangar con las cosas de la realidad y vida cotidiana. También en No tan incendiario planteo la idea de que tampoco los partidos y las asociaciones se lo han puesto fácil a los artistas para que ellos renuncien a una parte de su individualidad y puedan aportar algo. Ha habido ahí una especie de mala sintonía.
Los escritores tenemos el privilegio de que con los libros que escribimos podemos intervenir modestamente en la transformación de lo real
Esa no implicación del artista en la política y en la realidad tiene relación con el neoliberalismo. Sabes que si te connotas, si te significas, vas a tener adeptos a tu causa, pero vas a escatimar y restar a una parte muy importante del mercado. Por otra parte, también vivimos en un momento en que la crisis, en el mundo de la narrativa, se está convirtiendo en un gancho, en una especie de estímulo de merchandising, lo cual me parece bastante peligroso.
En RNE me encontré a un rapero que tiene un programa de música. Le dije que de rap solo escuchaba a los Chicos del Maíz, y él me dijo que eso no es rap, que ellos hacen pura propaganda.
Eso tiene que ver con lo que hablábamos antes, con esa demonización. Hay una visión de la literatura y del arte donde parece que hay temas que no se pueden tocar porque van a ensuciar el texto. Cuando tú hablas de las zonas oscuras de la realidad, y lo haces con una intención de denuncia, parece que excede los límites del arte tradicional.
Cuando el arte y la literatura empiezan a dar vueltas y se enquistan en sí mismas, se convierten en una manera de ponerse unas gafas para no ver lo que pasa, para mantener la literatura al margen de la vida y de lo que pueda importar. Convertirla en un placebo.
Convertirla en puro entretenimiento.
Parece que los escritores que tenemos una postura más comprometida tenemos que ser unos ladrillos aburridísimos. Yo no tengo nada en contra de la literatura de entretenimiento. A mí me gusta y, en la medida de lo posible, trato de que mis libros no sean plomizos para el lector. El problema es cuando la literatura de entretenimiento se lo come todo, cuando toda la literatura tiene que serlo, o no ser. Ese es el gran problema. Paca Aguirre contaba una tarde en la Librería Alberti que para ella, de niña, en la época de la Guerra Civil, fue muy importante disponer de libros de fantasía que le permitieran evadirse de su realidad cotidiana. Hay veces que la literatura de evasión es necesaria desde un punto de vista social, y sirve para determinadas personas, y otras veces que la literatura comprometida, que algunos califican de mera propaganda, resulta que es literatura de urgencia y también sirve y no hay que demonizarla. Hay que analizar las cosas en su contexto. No podemos separar los textos de los contextos.
¿Puede que el arte esté creado por y para eruditos?
Puede pasar. Es un riesgo que corremos sobre todo los escritores que pensamos que estas disciplinas en fondo y forma son indisolubles, y entonces estamos siempre intentando buscar otras maneras de expresión y estilos para reflejar de alguna manera una realidad cambiante. En eso hay un margen de experimentación con el lenguaje y con los códigos que puede apartar del lector medio (lo que eso sea) y hacerte que solo te dirijas a un lector muy enterado, informado y que sabe qué tipos de experimentos estás haciendo con las palabras. Creo que es una de las grandes contradicciones que tenemos un tipo de escritor político, al que nos parece que tenemos que iluminar las zonas oscuras de la realidad, pero también hacerlo de una manera que no sea formalmente complaciente, y que suponga un riesgo, no solo para nosotros, sino también para la persona que está leyendo. Tenemos esa paradoja entre el elitismo y la literatura popular.
Equiparar la balanza de no bajar el nivel pero descubrir cómo poder llegar.
Cuando trabajo es algo que me planteo cotidianamente. A veces me digo: “Los libros que yo escribo quién los va leer”, y no hablo solamente de vender libros, sino de qué gente quiero yo que me lea, a qué gente le puedo ser yo útil. A veces me doy cuenta de que estoy optando por una serie de opciones formales que tienen que ver con la ideología, porque para mí la forma es ideológica, que me van a separar muchas veces de lo que serían mis receptores naturales.
¿Para usted escribir es un parto o un paseo por una playa?
Depende del libro y depende del rato. Soy una de esas escritoras que con unos libros sufro una barbaridad, con otros no sufro en absoluto, y que se puede dar la circunstancia de que con algunos pase ratos buenísimos y ratos horrorosos. El que más disfruté escribiendo es La lección de anatomía, ahí hice el ejercicio de memoria, volver a mi infancia y rescatar eso que pensé que podría ser doloroso y difícil. Resultó que fue uno de los momentos más placenteros de escritura.
¿Y cómo hace para no volverse loca con tantos registros?
No lo sé. A mí lo que me preocupa es aburrirme. Si me aburro voy a terminar durmiendo al lector. Así que voy buscando distintos registros, estilos e historias. Cada historia tiene su lenguaje. En mi oficio tenemos la responsabilidad de buscar en cada una su forma, he ahí el motivo de los cambios de registro. Por eso a mí lo que me da mucho miedo, y eso no sé hasta qué punto consigo hacer, es que los escritores se conviertan una marca a través de un estilo reconocible.
¿Desde cuándo escribe poesía?
Mis primeros pinitos literarios, cuando era joven, incluso una niña, fueron poéticos. Cuando entré en la Escuela de Letras, dejé la poesía y me volqué en la narrativa. Muchos años después, tras el proceso de escritura de la novela Black Black Black, en la que todo tenía que estar perfectamente enlazado y justificado, me costó tanto desde el punto de la disciplina y el oficio, que el cuerpo, de repente, me pidió escribir un poemario y escribí de corrido Perra mentirosa.
Ahora alterna prosa y verso.
Cuando estoy en una cosa, estoy en una cosa. No simultaneo las dos. Lo que sí estoy haciendo últimamente es escribir una obra de ficción narrativa y un poemario. Esto llevo haciéndolo años.
¿Cómo definiría su último libro de poemas?
Es un cancionero. Los cancioneros tradicionalmente cuentan una historia sentimental. Como gran parte de mi literatura es autobiográfica, hablo de la historia de una mujer casada, que muy reconociblemente soy yo. Es un cancionero de celebración de treinta años de convivencia con la persona a la que quiero. He intentado sacar el lenguaje amoroso de esa zona domesticada y cursi en la que casi siempre están escritos los poemas amorosos. Hablo del amor, no solo de las cosas habituales como la ilusión, el romanticismo o la fantasía, sino del sentido de la propiedad, del ahorro, una forma de generosidad un tanto extraña. Hablo del amor con un lenguaje nuevo. Un amor en el que el paso del tiempo no es siempre desgaste.
Vivimos con unos códigos amorosos que nos hacen muy infelices. Nos condenan a ello, a veces, porque nos inoculan una ilusión desmesurada, y nos plantean las cosas de una forma que no puede ser porque nos aboca a la tragedia. Como si los amores tuviesen que ser trágicos, siempre en un pico sentimental y nervioso. Yo intento contar que el amor es otra cosa. En gran medida este cancionero se relaciona mucho con mi anterior poemario, Amor Fou, en el que hablaba de cómo un amor tranquilo puede ser subversivo en una sociedad en la que el amor se ha convertido en un estereotipo cursi, o directamente pornografía en la época del capitalismo.
¿Sus lectores de novela le siguen en poesía?
Creo que sí. Se produce el fenómeno de que mis textos son bastante reconocibles, y al lector que le gusta cómo manejo el lenguaje en la novela también le gusta cómo manejo el lenguaje en la poesía, aunque sea completamente diferente. En las novelas me gusta llevar la contraria a ese estereotípico lenguaje plano, aséptico, asequible, entretenido, y hay veces que en las novelas me pongo muy barroca o complicada, o hago juego de palabras que a un lector le puede desconcertar mucho. Mientras que en la poesía me gustan los poemas que no suenan a poemas, me gustan los que suenan como si un herrero estuviera dando martillazos contra un yunque y el lector dijese: “¡Pero qué es esto!”.
Es probable que si usted entra en una librería preguntando por lo más sonado de la narrativa actual, le digan este nombre: Marta Sanz. La escritora con música propia propone en cada publicación una dosis de riesgo en la que, sin embargo, siempre retumban notas comunes. Con un dominio absoluto del...
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Rocío Niebla
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