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El escritor del dinosaurio, Augusto Monterroso, era poco obsecuente a las leyes del mercado del libro. Su escritura no le permitía medirse en términos de éxito con los mandamases de la literatura mundialista. Le bastaba para rebasarles (o intentarlo) con tomar el papel del náufrago al que el agua no llega a mojar jamás. Compartía con César Vallejo, Pablo de Rokha, Borges, Lezama Lima y Juan Rulfo la ventura de ser un islote de la mejor literatura en el idioma de Quevedo (“Añadan algún islote más, por favor”, hubiera sugerido gentilmente el propio Monterroso).
Escritor antisolemne, sabía que la solemnidad es un recurso del cuerpo para ocultar las fallas de la inteligencia. Si Chéjov aseguraba que podía crear un cuento sobre tal o cual objeto que viera, por insignificante que fuera, “ese mantel manchado de vino o la pipa encendida de aquel paisano ajeno a todo”, Monterroso era capaz de escribir sobre cualquier palabra y, aun más, hasta sobre cualquier letra, incluso sobre la letra E.
En su decálogo para escritores proponía: “No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote”. “Aunque el éxito es siempre evitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan”.
Leer a Monterroso puede convertirse en la mejor medicina contra los trastornos nerviosos e intestinales, y demás dolencias.
El escritor del dinosaurio, Augusto Monterroso, era poco obsecuente a las leyes del mercado del libro. Su escritura no le permitía medirse en términos de éxito con los mandamases de la literatura mundialista. Le bastaba para rebasarles (o intentarlo) con tomar el papel del náufrago al que el agua no llega a mojar...
Autor >
José Luis Merino
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