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Todas las profecías terminan por autocumplirse. La que dice que el papel impreso, el libro tal y como lo conocemos, está por desaparecer no es, desde luego, nueva: el título de esta columna está tomado del relato de Octave Uzanne que, en 1894, a la luz del recientemente inventado fonógrafo, auguraba la desaparición del libro y su sustitución por ciertos artefactos para lectores. Así que es una vieja historia, pero ahí están los e-books que le hubieran encantado, de no haber muerto en 1931... Pero más le hubiera gustado la preciosa edición que acaba de publicar Trama Editorial de El fin de los libros y otros cuentos para bibliófilos.
Uzanne fue un personaje contradictorio, reaccionario y moderno a un tiempo. Un raro, apasionado bibliófilo, militante de diversas causas de la belleza, y muy especialmente de la buena factura física de los libros, pero cargado con la melancolía de quien ve que pertenece a un mundo que se acaba. Una melancolía que ciertamente no nos es desconocida. De todos los relatos de ese libro curioso, prefiero ‘La Herencia Sigismond’, un cuento casi gótico que subtitula ‘Luchas homéricas de un auténtico bibliófilo’, y que no les voy a contar. Uzanne compartió, curiosamente, su afición a los libros bellos, raros y bien hechos con la de la moda femenina.
Una casa sin libros nos produce una sensación de orfandad, aunque se pasen años en los estantes: nos hacen compañía
Y no, feminista no venía a ser: muy al contrario, mantenía con cierta furia la inferioridad creativa e intelectual de las mujeres y su imposible incorporación al mundo del trabajo, de la esfera pública y, desde luego, de las artes y las ideas. Vayan, vayan a San Google, pero, haciendo abstracción de lo que, por otro lado, eran lugares comunes de la época –la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX-- su antifeminismo, su ambigua misoginia, se carga con esa misma melancolía: él ya ve que esa historia, la de las mujeres “inferiores”, también se acababa.
El libro de Octave Uzanne forma parte de toda una línea editorial y temática que se mueve en torno al mundo del libro, y que está llevando adelante la editorial que dirige Manuel Ortuño. Un auténtica joyita es El amante de los libros, de Charles Nodier, el bibliotecario romántico, el gran bibliófilo, maestro de Uzanne y de tantos. El perfil del personaje, y de la biblioteca de El Arsenal que prologa este pequeño libro, es un delicioso texto de Alejandro Dumas, absolutamente recomendable. Como lo es el panfleto irónico y completamente actual de Voltaire El horrible peligro de la lectura, que hace casi de editorial en el último número de la revista Texturas que, sobre el tema y vicisitudes de libros y textos, de editoriales y bibliotecas, publica la misma editorial.
Y aquí sí, aquí los retos son estrictamente contemporáneos –como en la colección tipos móviles-- y hablan de los riesgos y problemas de la edición y, ay, de la comercialización del libro, sin dejar de contar, muy al contrario, las llamadas nuevas tecnologías y su repercusión en el mundo de los derechos de autor y de la propia autoría, así como los cambios en el modelo de negocio editorial. Todo esto, desde una perspectiva internacional, y con, al menos, un objetivo: la bibliodiversidad. En fin: que todo sobre los libros.
Todavía no he entrado en el mundo del e-book, pero no lo descarto. Con un cierto escalofrío, hay que decirlo
Es que para los que vivimos y hemos vivido rodeados de libros, para los que el mundo del libro viene a ser nuestro mundo, está temblando el suelo. Nos resulta impensable una casa sin libros, nos produce una sensación de orfandad, aunque se pasen años en los estantes: nos hacen compañía.
Y luego, como la vida es corta, se convierten también en un peso, en una pesada mochila: más, en una chepa, que forma parte de nuestro cuerpo mismo. Representa, esta biblioteca que hemos ido haciendo –no bibliófilos en el sentido “profesional” del término: más bien bibliómanos, por usar la distinción que hace Nodier-- nuestra biografía intelectual. Y quién separa lo intelectual de lo vital. Yo no, desde luego. Los que están y los que faltan, los libros que me miran y a los que miro, los que ni tengo ni quiero tener, los que quisiera tener y no tengo…. Preferencias, frustraciones, excesos y carencias. Pero eso es, así es, la vida.
Esa especie de melancolía que no nos era desconocida. Y que crece con la amenaza. ¿Cómo va a desaparecer el libro? Las profecías tienden a autocumplirse, pero espero que ésta no, que ésta sea sólo el peso de las palabras, y más, de las palabras escritas. Y publicadas. ¿Que siempre es así, en todas las profecías? Ya. No hay más que darse una vuelta por la prensa en estas jornadas poselectorales, donde se profetizan los deseos con la esperanza de que se cumplan. ¿Y que, en esta (nostálgica) defensa del libro físico, publicada sin embargo en esta revista digital, entro en contradicción? Claro. Por supuesto. Todavía no he entrado en el mundo del e-book, pero no lo descarto. Con un cierto escalofrío, hay que decirlo.
Todas las profecías terminan por autocumplirse. La que dice que el papel impreso, el libro tal y como lo conocemos, está por desaparecer no es, desde luego, nueva: el título de esta columna está tomado del relato de Octave Uzanne que, en 1894, a la luz del recientemente inventado fonógrafo,...
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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