Análisis
De la desintegración de CiU a la agonía de Unió Democràtica
UDC, el partido que lideraba el veterano Josep Antoni Duran i Lleida, sufre por su existencia tras no conseguir ningún escaño en las elecciones
Joan Mas 13/01/2016
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Catalunya, principios de enero de 2016. El país vive en un escenario de ingobernabilidad que casi deriva en unas nuevas elecciones. El acuerdo, sin embargo, llega en el último último minuto. Durante tres meses, la investidura de Artur Mas como presidente del Gobierno catalán –que finalmente recaerá en la figura de Carles Puigdemont-- ha dependido de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP), una organización independentista y de fermento anticapitalista que toma todas sus decisiones de forma horizontal y asamblearia. ¿Quién se hubiera imaginado un escenario así hace cinco años? Seguramente no lo hubiera predicho nadie.
La crisis económica y el auge del proyecto independentista han cambiado el panorama político catalán de manera muy abrupta en sólo un lustro. En Catalunya, los partidos clásicos de corte constitucionalista van a la deriva y el régimen de la Transición se hunde a un ritmo acelerado: mientras las fuerzas independentistas dirimen sus posiciones y diseñan sus planes de ruptura con el Estado español en medio de las trabas para formar gobierno, el PP –hermético y reaccionario en todos sus planteamientos-- prosigue su caída en picado, el PSC-PSOE hace más profunda su decadencia con una propuesta de reforma constitucional poco creíble y Ciudadanos se erige como nuevo baluarte en defensa de la unidad de España a través de un discurso regeneracionista y de ambigüedad neoliberal.
En la metamorfosis del tablero político catalán, también hay varios partidos con una representación relevante en las instituciones de poder catalanas hasta hace poco tiempo que ya han empezado a quedar atrás. En el campo de la izquierda reformista, Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) y Esquerra Unida i Alternativa (EUiA, sucursal catalana de Izquierda Unida), se han sumergido desde los comicios municipales de mayo pasado en el nuevo magma de candidaturas ciudadanas que lideran partidos como Podemos o la Barcelona en Comú de Ada Colau.
Cambio de rumbo entre la derecha catalanista
La dinámica de cambio acelerada que sacude el escenario político catalán también ha afectado directamente a los partidos de derecha de tradición catalanista. La fractura de Convergència i Unió (CiU) tras más de 30 años de acción y legislaturas de gobierno conjuntas es el resultado más patente de ello. La alianza entre Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) y Unió Democràtica de Catalunya –UDC, una formación de matriz democristiana encabezada hasta hoy por Josep Antoni Duran i Lleida-- se formalizó en 1979. Desde entonces, ambos partidos lideraron codo con codo los últimos pasos de la Transición en territorio catalán y gozaron de una hegemonía casi absoluta en plena época pujolista que duró más de dos décadas. De hecho, las dos formaciones gobernaron mano a mano en la Generalitat durante la última legislatura hasta que se consumó su divorcio en junio de 2015.
En el interior de CiU, CDC siempre gozó de una posición preeminente con respecto a Unió. La coalición estaba integrada por las dos fuerzas políticas, pero Convergència tenía una presencia mucho más extendida y concentraba un mayor número de votos, militantes y cargos electos que su compañero de organización democristiano. Aun así, muchos altos dirigentes de Unió atesoraron cuotas de poder e influencia notables durante los años de gobierno más dorados de CiU. Duran i Lleida fue de los que se llevó algunas de las porciones de mando más suculentas: llegó a ostentar el cargo de secretario general de la federación y también se ocupó de la presidencia del grupo parlamentario de CiU en el Congreso de los Diputados.
Aunque los conflictos internos entre CDC y Unió eran recurrentes, las dos organizaciones acostumbraban a resolver sus diferencias y se ponían de acuerdo. En 2001, ambas formaciones estrecharon sus lazos con un pacto que convirtió la coalición de CiU en una federación. Sin embargo, la mutación política que vive actualmente Catalunya ha provocado que las diferencias entre los dos partidos catalanistas de ideología más liberal se hicieran insalvables a mediados de 2015.
La desaparición de CiU
Tras el impacto de las movilizaciones masivas en Catalunya que reclaman la independencia, Convergència se vio obligada a derivar de posiciones autonomistas a postulados independentistas. Aun así, el auge del soberanismo no hizo cambiar de postura a Duran i Lleida. Una parte considerable de la militancia de Unió se mostró a favor de la vía independentista, pero el líder de la formación democristiana se negó desde el inicio a aceptar cualquier apuesta de ruptura con el Estado español e instó al diálogo con el Gobierno central para encontrar una solución intermedia.
En junio de 2015, Unió Democràtica celebró una consulta que dividió el partido en dos partes. La dirección, capitaneada por Duran i Lleida y Ramon Espadaler, hizo una propuesta de límites para secundar la hoja de ruta soberanista que habían pactado CDC y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). La proposición que presentaron los altos cuadros dirigentes de Unió abogaba por buscar un pacto con el Estado dentro del marco constitucional existente. También rechazaba cualquier estrategia independentista de desobediencia o unilateralidad que estuviera al margen de la legalidad española. El resultado de la votación fue ajustado: el 50% de la militancia aprobó las líneas rojas que proponía la dirección del partido, mientras que el 47% restante –favorable a la independencia-- rechazó la propuesta de Duran.
Duran i Lleida consiguió que su posicionamiento fuera la postura oficial de Unió, pero la fragmentación interna ya estaba larvada. Una parte de la militancia abandonó la formación democristiana para integrarse en CDC y otros miembros que no aceptaron los resultados fueron expulsados del partido. La posición ajena a la independencia que se impuso en la consulta de Unió también fue la gota que colmó el vaso dentro de CiU. Después de 36 años de acción conjunta, los partidos de la derecha catalanista rompían la federación para ir cada uno por su lado.
La desorientación de la derecha catalanista
Desde la desintegración de CiU, CDC ha intentado reinventarse. Los casos de corrupción, la caída en gracia de Jordi Pujol y el fin del relato pujolista han perjudicado al partido. A su vez, las políticas de privatizaciones y de recortes del sector público que adoptó el Gobierno de Artur Mas han deslegimitado a la propia formación y al actual líder de CDC. Tras la pugna con la CUP, Mas no ha podido revalidar su cargo de presidente de la Generalitat y ha tenido que ceder su posición a Carles Puigdemont, un político en ascendencia dentro de Convergència que para muchos catalanes todavía es una cara nueva.
La situación de Unió Democràctica es aún más complicada que la de CDC. Junto con Esquerra Republicana, el partido de Duran i Lleida es de las pocas organizaciones políticas catalanas que siguen en activo desde los tiempos de la II República. Sin embargo, la formación democristiana pasa actualmente por una travesía del desierto que podría culminar con su desaparición. Unió nació en 1931 como un partido catalanista favorable a la legalidad republicana que defendía el pleno autogobierno de Catalunya bajo unos valores inspirados en el humanismo cristiano. Entre los referentes de influencia del partido estaba Luigi Sturzo, padre de la democracia cristiana italiana. Más adelante, con el estallido de la Guerra Civil, los miembros de Unió recibieron palos por todas partes: muchos integrantes del partido fueron acosados por su ideología democristiana durante las persecuciones contra eclesiásticos y hombres de religión en la zona republicana. El destino del líder del partido, Manuel Carrasco i Formiguera, tampoco fue afortunado. Encarcelado en Burgos por las tropas franquistas y condenado a muerte tras un juicio sumarísimo, el político catalán fue ejecutado por orden de Franco pese a las quejas del Vaticano.
Después de la dictadura, Unió retomó la actividad política en el marco de la legalidad y en 1979 firmó su alianza con Convergència Democràtica. “Desde su retorno, la formación democristiana reivindicó su herencia ideológica fundacional y se articuló a través de un catalanismo conservador, pero no entró demasiado en la cuestión religiosa”, explica Joan Garriga, profesor y doctor en historia contemporánea.
La caída libre de Unió
Tras la ruptura de CiU, Unió concurrió sola por primera vez desde los años treinta en los comicios electorales de los últimos meses. El partido democristiano presentó su propia candidatura para las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre y también lo hizo para los comicios generales del 20 de diciembre. Su objetivo era sacar por lo menos algún escaño y así seguir visible en el mapa político institucional, pero sus resultados fueron desastrosos.
En las elecciones al Parlamento catalán, la lista que encabezaba el exconseller de Interior Ramon Espadaler llegó a conseguir 100.000 votos. Sin embargo, el número de sufragios no fue suficiente para superar el umbral del 3% que el partido necesitaba para lograr algún escaño. Aun así, Unió no tiró la toalla y también se presentó a las elecciones generales. Esta vez, las esperanzas estaban puestas en Duran i Lleida, primero en la candidatura y cara visible del partido en Madrid por su larga trayectoria como miembro del Congreso de los Diputados. No obstante, la formación democristiana fue sentenciada a muerte: no obtuvo más de 65.000 votos.
“Hoy en dia, Unió es un partido político que no motiva. Ha recibido tradicionalmente el apoyo de un sector de población catalanista y católica, pero se trata de un espacio social cada vez más reducido. Si no se hubiera juntado en su momento con CDC, sería una formación residual que habría desaparecido con el paso del tiempo”, apunta el historiador Joan Garriga. “Los planteamientos de Unió ya no tienen validez para la población catalana, están completamente desfasados. Desde los inicios de la Transición, el partido no se ha rejuvenecido en ideas ni en posturas”, añade el experto en historia contemporánea.
Unió, un partido agonizante y endeudado
La desaparición de Unió del mapa político institucional también ha afectado a sus finanzas. La formación democristiana debe más de 16 millones de euros a las entidades bancarias con las que contrajo créditos. Se trata de una cantidad económica muy alta para un partido sin representación en los espacios de poder más relevantes de Catalunya y del Estado.
Para muchas personas, Unió es una fuerza política que durante sus etapas de gobierno ha ido de la mano de los intereses de los grandes poderes económicos y el empresariado. Cuando tenía representación en las instituciones, el partido recibía financiación procedente de subvenciones públicas de carácter estructural. Sin embargo, su fuente principal de dinero eran las donaciones privadas. Según un informe del Tribunal de Cuentas de 2013 que también contabiliza la deuda del partido, Unió recibió un total 4,8 millones de euros procedentes de varias empresas entre 2009 y 2013. Parte de este dinero lo obtuvo la fundación de la formación democristiana, el Institut d’Estudis Humanístics Miquel Coll i Alentorn (INEHCA), que se embolsó 2,6 millones de euros de origen privado.
Empresas constructoras y de servicios, grandes entidades bancarias e incluso algunas patronales están entre las corporaciones que financiaron la fundación de Unió con una cantidad total de 2,74 millones entre 2009 i 2013. BBVA es el grupo financiero que más dinero entregó a la entidad vinculada al partido de Duran i Lleida con una aportación de 580.000 euros. Entre sus donantes también están Banco Santander, la patronal Farmaindustria, la multinacional textil Inditex y las fundaciones de Iberdrola, de Gas Natural y del grupo constructor ACS.
Créditos a interés cero
Más allá de la financiación privada, Unió Democràtica también ha conseguido préstamos de los bancos en muy buenas condiciones. Según el Tribunal de Cuentas, el partido democristiano consiguió 23 préstamos de varias entidades bancarias sin tener que devolverlos con ningún tipo de interés. “Entre las élites económicas, los grupos de presión o la patronal, Unió es un partido que no da miedo. La tercera vía que planteaba Duran era una opción muy útil para sus intereses, pero no ha prosperado porque no es una propuesta que esté adecuada a los inicios del siglo XXI”, comenta Joan Garriga.
Con todo, después del fracaso de las pasadas elecciones generales, Unió se encuentra en un proceso de renovación interna. El pasado 16 de enero, Josep Antoni Duran i Lleida fue de los primeros en mover ficha: el líder democristiano renunció a la presidencia del partido y declaró que abandonaba la primera línea política después de varias décadas al frente de la organización. ¿Podría Unió Democràtica resurgir de sus cenizas? El futuro en la centralidad política de la formación parece estar muy crudo a día de hoy, pero el tiempo lo dirá. *
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* El último párrafo del artículo se añadió el 20 de enero, tras la dimisión de Duran i Lleida.
@jmasautonell
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