LECTURA
'Erato' y 'Piedra de escándalo en la galería Aztec Land'
CTXT adelanta dos de los capítulos de la novela 'Nahui versus Atl'
Alain-Paul Mallard 20/01/2016
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Capitulo 40. Erato.
Un vasto auditorio en penumbra: el anfiteatro del Antiguo Colegio de San Ildefonso. Al fondo, al costado derecho del proscenio, varios reflectores iluminan un intrincado encabalgamiento de andamiajes y escaleras. Trepada al andamio, la silueta ventruda de un hombre en overol: el célebre Diego Rivera, a sus treinta y cinco años ya legendario. Sobre una plataforma, a media distancia y a su misma altura, Nahui posa con los hombros desnudos, su esbelta figura envuelta en una toga improvisada. Detrás, un mural a medio pintar.
Al pie del andamio, un gran banco de trabajo con planos y esbozos, trapos y botes de pinceles, cazos, botellas, estopas, frascos de pigmento. De espaldas, un joven rubio se afana ante una estufilla de butano.
Rivera retrata a Nahui directamente en el muro con gráciles, me- nudas pinceladas. Lleva en la mano un plato de peltre lleno de em- barres coloridos y un abanico de pinceles. Discurre, al pintar, con humorosa grandilocuencia:
−La técnica milenaria de la encáustica la resucité de unos frescos eróticos que yo mismo descubrí en una tumba etrusca...
−¡No me digas! −se mofa Nahui con fingido asombro−. Y tu barrigota, ¿pasó por el agujero?
−Pero la estoy perfeccionando: agregué baba de nopal a la fórmula, para ligar mejor el pigmento. Si los etruscos hubieran tenido a mano nopales, ¡su civilización vital no hubiera perecido ante el rastacuerismo arrollador de Roma!
−¡Nadie te gana a echar mentira, Diego!
Diego se vuelve y le clava la mirada:
−Porque en otras cosas, primor, ¿hay quien me gane?
El joven rubio, que funde cera y resina sobre las llamas azuladas, se dirige a Diego rodando las erres:
−Maestro, ¿puede bajar a ver estos ensayos?
−Ven, querida −responde Rivera−, bajemos a ver las pruebas de color. Así descansas un poco.
Diego desciende del andamio. El drapeado de la toga estorba un poco a Nahui. Él la ayuda a bajar de la tarima. Juntos se acercan al joven, un muchacho extranjero, tímido –casi un adolescente–, de gafas redondas, ojillos miopes y ropas oscuras y gastadas.
Ensayan los colores para los ojos de la modelo.
−Mire, éste tira más hacia el... vert-gris. Diego le responde en francés:
−Ajoute du noir, Jean; juste un soupçon de noir.
−Autant ajouter de la bave, puisque le Maestro y tient tellement...
−agrega Nahui.
El joven esboza una sonrisa, cómplice.
−Anda, Charlot −lo insta Diego−, asómate bien al fondo de esos ojos felinos. Pónganse a la luz. ¡Dios sepa qué descubrirás!
Jean Charlot y Nahui se acercan a los reflectores. Sus sombras se proyectan sobre el mural. Diego se queda ante el banco de trabajo, mezclando pigmentos.
Charlot se asoma a los ojos de Nahui. Unos ojos verdiazules, profundos.
Diego, entre tanto, discurre revolviendo colores:
−La verdad es que el problema de los ojos en la pintura está sobrevalorado. Sí, no tendrán nunca el brillo de lo vivo. Y pues ya que se aceptó el postulado, con el ojo de los egipcios basta.
Nahui devuelve al joven una mirada larga y seductora.
−Je... j’y mettrais plus de bl... −musita éste, cohibido. Diego los mira con el rabillo del ojo e interviene:
−¡Deja ya en paz al francesito! Lo vas a hacer salir corriendo a Catedral, a pedir confesión...
Charlot se ruboriza. Nahui ríe, complacida. Diego aparta al joven y ocupa su lugar. Toma a Nahui por los hombros desnudos. Es bastante más alto que ella. Le alza el mentón, el rostro.
−En cambio, un pecador como yo, un pecador irredento, por unos ojos así está dispuesto a arder mil años.
Escruta largamente en los ojos de Nahui:
−¡Mil veces mil años, querida! Charlot vuelve al banco de trabajo.
Una silueta menuda y enérgica entra, por el fondo, al anfiteatro.
Se detiene en seco ante la escena. La sigue desde las sombras.
−¿Sabes tú quién es Erato, Carmen? −pregunta Diego, galante.
−Nahui −rectifica ella.
−Sí, Nahui, ¡Nahui! Erato, ¿sabes?
−Me dijiste para engatusarme que una de las musas...
−¡Eso!, una musa como tú. Pero no te he dicho cuál: la poesía erótica. Erato, Eros. Poesía del deseo, ¡la que inspira todas las audacias amorosas!
La silueta oculta en sombras, menuda y calva, es de Atl. La acústica del anfiteatro amplifica los diálogos. Oculto, los sigue con creciente desazón.
Diego examina el rostro de Nahui cada vez más de cerca, cual disponiéndose a besarla. Nahui aparta ligeramente la cabeza.
−Tus cabellos los voy a hacer en pan de oro. ¡Qué mal hiciste en cortarlos!
−¡Tu opinión no es la única que vale! −se insurge Nahui.
−Claro, Nahuita, claro. Aquí Charlot y yo lo vamos a remediar. Los cabellos de Erato los vamos a hacer con hoja de oro. ¡Ninguna otra musa tendrá oro!
−Venez voir... −llama Charlot.
Nahui y Diego se inclinan nuevamente sobre las mezclas.
Atl aguarda crispado en la penumbra. Sin hacerse notar, se desliza fuera del recinto.
Diego señala a Charlot unos colores:
−Ponme estos tres en un peltre limpio. Y éste. Éste también. Terminaré las mezclas allá arriba.
El pintor acaricia los brazos desnudos de la modelo. Nahui se aparta, enérgica:
−¡Diego! ¡Ya!
Despechado, Diego arremete:
−Sé bien que Atl es un orate genial, pero, aquí entre nos, Nahuita,
un poquito viejo para una niña en flor? ¿Qué diablos hace una pantera con un chivo?
−Que tu Lupe te explique qué hace ella con un sapo −se defiende Nahui propinándole en el vientre un puñetazo juguetón−. Atl al menos no está fofo.
Diego suelta una sonora carcajada.
−C’est ça! −Nahui interpela a Charlot−. Échele baba de sapo a las pinturitas.
Divertido, Diego complementa:
−A ver Charlotán, ayuda a la pantera a saltar a su templete. Mais fais gaffe, elle sort vite les griffes!
El corpulento pintor vuelve a encaramarse al andamio con asombrosa agilidad.
−¿Sabes, querida −pregunta Diego desde arriba, ya ante el mural−, de qué me vine a enterar? Las palabras «pene» y «pincel» tienen la misma raíz latina. Peniculus: pequeño pene; penecito. ¿No te parece extraordinario?
−No.
Capitulo 67. Piedra de escándalo en la galería Aztec Land.
Gran concurrencia. Arcos y columnas en torno a un patio central. Hombres de traje y mujeres elegantes miran y comentan las fotografías que se alinean, en intervalos regulares, bajo las arcadas. Altos tiestos de helechos ornan la galería.
Nahui irrumpe en el vernissage con los cabellos casi al ras, la falda un palmo más corta que las de otras mujeres. Dueña de sí, avanza con desenvoltura. Se sabe hermosa. Los grupos se abren a su paso, se vuelven a mirarla. Pasada ella, cuchichean.
Nahui divisa a Tina y a Charlot y va hacia sus amigos.
−¡Nahui! Estás bellísima.
−¡Tina! ¡Juanito!
−Splendide. Pas une paire d’yeux qui ne te remarque.
Los saluda con besos en ambas mejillas. La concurrencia los mira de reojo.
−¡Gracias! ¿Qué, vengo muy outrée?
−De eso se trata, ¿no?
−¡Cuánta gente! ¿Quién vino?
−¡La mitad ni sabemos quiénes son!
−Prépare toi, Nahui: te espera una sorpresa −tercia Charlot.
−¿Me espega una sogpgesa?
Comienzan, bajo los arcos, a recorrer la exposición. Avanzan admirando las fotografías en el muro. Lavaderos de vecindad. Una cruz negra en una plaza vacía. Una escalera de azotea: formas casi abstractas, escandalosas superficies sin simbolismo alguno.
−¡Esa azotea yo la conozco! −exclama Nahui divertida−. ¡Es en tu casa, Tina! ¡El tinaco de Tina! ¡Ja! Donde me abucheaste mis poemas, Juanito.
−C’est pas vrai, Nahui. Nadie te abucheó nada.
−Oui, c’est ça... ¿Y eso qué es? −pregunta Nahui a Tina ante una fotografía.
−La panza de una vasija −explica Tina−. Edward tiene una nueva idea que no lo deja en paz: que quiere retratar la cosa en sí.
Dos mujeres miran la imagen siguiente.
−¡Qué cosa más impúdica! −comentan.
−Será una demente...
Un rostro llena por completo la imagen: el atribulado rostro de Nahui.
Nahui se reconoce en el muro y aparta a las mujeres de un empellón. En el revuelo, una maceta de helechos cae de su alta base y con un crujido sordo se fractura en el piso. Varias miradas convergen.
−¡Pinche Edward hijo de perra! ¡Pero cómo se atreve! −se exclama Nahui enfática, indignadísima.
Furiosa, intenta descolgar la foto del muro. Charlot y Tina la contienen, impidiéndoselo.
−¡Nahui, no! ¡No puedes hacer eso!
−¡Claro que puedo! ¿Dónde está? ¿Dónde está Edward?
Más gente mira. Charlot sujeta a Nahui con vigor, la arrastra detrás de un pilar de piedra. Intenta, tras los helechos, hacerla razonar:
−Ahora no, Nahui, ahora no. C’est pas le moment!
−¡Cómo se atreve a exhibirme así! ¡A mostrarme desnuda!
−Ya aclararán todo más tarde. En privado −pide Tina y se agacha a enderezar la frondosa planta caída.
−¡Ni siquiera estoy peinada!
Desde el fondo se aproxima una pequeña comitiva, ajena al alboroto: Weston, radiante y crecido; Diego, que discurre con sonoro entusiasmo; un apretado séquito que no se pierde palabra.
−... El tornillo, por ejemplo: un tornillo es forma pura. ¿Qué sabe un tornillo de sentimentalismos? ¡Nada! Un tornillo no es capaz de cursilería. Sus claroscuros, ¡dignos de un Velázquez! Tu tornillo,
Eduardo, tus visiones, anuncian la estética futura. No hay en Europa un fotógrafo –¡ni uno!– que reinvente como tú el arte de mirar. El arte –¡y la maña!– de mirar...
Diego divisa a Nahui que alega con Charlot. A grandes zancadas, se acerca a ella con brazos desplegados:
−¡Nahui! ¡Primor!
Nahui se vuelve. Diego llega hasta ella, la toma por la cintura y la lleva ante su retrato sin permitirle hablar.
−Mira nada más lo que ha logrado Eduardo: ¡ir más allá de tu apariencia! Te le diste con todo, canija. Weston unge tu belleza iracunda en uno de los emblemas del presente.
Diego señala la imagen en el muro y se vuelve, grandilocuente, hacia su séquito:
−Esta belleza, caballeros, es la nueva belleza.
Diego toma a Nahui nuevamente por los hombros para besarla en la mejilla y le susurra al oído:
−Su lente no se detuvo en tu piel... como impotente pincelito.
Alta, esbelta, una imponente morena vestida de blanco da un paso hacia delante e interrumpe, celosa:
−¿Y yo qué, pinche Panzas? ¿Estoy pintada?
Lupe Marín, su esposa, jala a Diego con firmeza del brazo y se lo lleva. Se vuelve hacia Nahui:
−No es contigo Nahuita, pero ya ves, nomás se descuida una tan- tito... −le lanza por encima del hombro−. Chula que te ves, Nahuita, llorosa y trasquilada. Por ahí me vas a ver colgada. ¡A mí el gringuito cabrón me retrató gritoneando!
−... Que es lo que haces mejor que nadie, Lupe −agrega Diego ya yéndose−. Eso reconócelo...
La comitiva ríe. Alguien ayuda a Tina a apartar la maceta.
−¡Vénganse a Mixcalco, vamos a celebrar con unos mezcalitos!
−les lanza Lupe a Nahui y a Charlot−. ¡Tráetelos, Tina, que se jalen!
Weston abraza, presuroso, a Nahui:
−Hi Nahui dear! You look chulísima, despampanante. Apura a Tina:
−Let’s go, Tina, let’s go! We’re leaving!
Weston corre a emparejarse con Diego y con la altiva y majestuosa Lupe.
Tina se vuelve hacia Nahui y Charlot:
−Bueno, ¿vienen? −pregunta molesta, sacudiéndo negra tierra de sus manos.
Se marcha tras del grupo que se aleja. Pasmados, Nahui y Charlot los dejan partir.
Nahui versus Atl. Alain-Paul Mallard. Turner.
Capitulo 40. Erato.
Un vasto auditorio en penumbra: el anfiteatro del Antiguo Colegio de San Ildefonso. Al fondo, al costado derecho del proscenio, varios reflectores iluminan un intrincado encabalgamiento de andamiajes y escaleras. Trepada al andamio, la silueta ventruda de un hombre en...
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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