Tenis
La misión secreta de Donald Budge (y III)
David R. Sánchez 27/01/2016
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La misión secreta de Donald Budge (y III)
David R. Sánchez
Con dos Grand Slams en su haber y una Copa Davis que Estados Unidos no ganaba desde hacía once años, la temporada de Donald Budge en 1937 le consagró como el mejor tenista del mundo. Estaba en su mejor momento de forma y, consciente de sus posibilidades, confió entonces a su amigo Gene Mako sus ambiciosas intenciones para la temporada siguiente: levantar los cuatro grandes, un hito que nadie había conseguido hasta el momento.
El camino por delante, salvo un largo y extenuante viaje en barco hasta Australia, parecía despejado. El hecho de que Estados Unidos tan solo tuviera que defender el título de Copa Davis en la eliminatoria final eximía a los americanos de la disputa de las rondas previas disputadas en primavera, lo que le permitía acudir a París para la conquista de Roland Garros. Así que le pidió a Mako que le acompañara en su viaje a las Antípodas y se prometió que si ganaba allí, adelantaría a mayo el viaje a Europa.
Australia fue el punto de partida del reto. Tan solo 4 jugadores --Budge, Mako, Henkel y su principal enemigo, Gottfried Von Cramm-- se atrevieron a cruzar los océanos aquel año para la disputa del primer Grand Slam del año, un coto prácticamente privado para los tenistas australes. Cediendo un solo set y evitando a su gran rival Von Cramm, que había perdido en la otra semifinal, Budge no tuve excesivas dificultades para levantar el trofeo ante el australiano John Bromwich y se emplazó por tanto a viajar a Europa en mayo para disputar Roland Garros.
El torneo parisino suponía posiblemente el escollo más difícil: una superficie lenta y totalmente diferente a lo que Budge estaba acostumbrado. Aun así, su juego era tan completo que era superior a cualquiera en cualquier superficie. Además, Gottfried Von Cramm, que se presentaba como firme aspirante tras sus victorias en París en 1934 y 1936, acababa de ser encarcelado por la Gestapo. Sospechoso de “delincuencia moral” --años treinta, Alemania nazi-- su libertad fue reclamada por Budge y un gran número de tenistas en una carta dirigida al gobierno de Hitler que fue ignorada. Así, sin nadie que se interpusiera en el camino de Budge, el de Oakland se convirtió en el primer americano en ganar Roland Garros con su victoria sobre el checoslovaco Menzel.
Hacerse con los cuatro grandes torneos del tenis mundial era una especie de misión secreta que solo conocían él y Mako. Sin embargo, los medios de comunicación, incluso antes de su victoria en París, comenzaron a hacer conjeturas con esa posibilidad al comprobar que no había rival hasta el momento que le pudiera hacer sombra. La disputa de Wimbledon no hizo más que corroborarlo. En la obtención de su segundo título consecutivo, que tuvo como finalista al británico Bunny Austin, no cedió ni un solo set. Si eso fuera poco, volvió a repetir el triplete, con victorias en los dobles masculino y mixto --de nuevo acompañado de Mako y Marble--. Lo que comenzó como una ambiciosa y ardua misión estaba al alcance de su mano.
Cumplida su palabra al retener la Ensaladera de Copa Davis ante el conjunto australiano en Philadelphia, Budge se presentó en Nueva York para completar su proeza. De nuevo arrasando y de nuevo sin ceder un set, nada salvo la climatología pudo detener a Budge, que se metió en la final sin oposición. Solo el Gran Huracán de Nueva Inglaterra de 1938, con rachas registradas de casi 200 kilómetros por hora en lo alto del Empire State, obligó a retrasar la disputa de las semifinales durante seis días. Una espera que amenizó en compañía de Mako, que sorprendentemente se colaría en la final tras su victoria sobre Bromwich para ser testigo de excepción de la coronación de Budge.
Calmado el ciclón, la amistad quedó aparcada, y aunque el tenista de origen húngaro fue capaz de igualar la contienda a un set, nada pudo hacer para frenar a su compatriota. Era el final perfecto. El círculo del Grand Slam se cerraba ante quien le vio transformarse en promesa estadounidense en el Campeonato de los Estados Unidos junior de 1933. Encadenando seis Grand Slams consecutivos con los de 1937, aquel 1938 fue una temporada de récord: 43 victorias y 2 derrotas, cediendo tan solo cuatro sets en los cuatro grandes. Como refleja el periodista Bud Collins en su enciclopedia History of tennis, “durante dos años, nadie le ganó cuando realmente importaba”.
Budge decidió después pasarse al profesionalismo, con un paréntesis en el que se alistó al ejército durante la II Guerra Mundial. En uno de los campos de entrenamiento sufrió una lesión fatal que mermó notablemente su hombro y su juego, que no volvería ya a ser el mismo. Llevó una vida tranquila gracias al dinero bien invertido de sus años como profesional, y nunca dejó de estar ligado al tenis, a cuya enseñanza se dedicó con pasión en Nueva York, lugar al que se mudó tras su primer matrimonio, y en campamentos como el de Jamaica o Maryland que él mismo puso en funcionamiento. Budge, que falleció en el año 2000 con 84 años, rememoró con alegría durante toda su vida aquel épico 1938 que lo convirtió en leyenda en su país y en el mundo del tenis. Todo gracias a un travieso hermano y a una inocente pero efectiva provocación.
La misión secreta de Donald Budge (y III)
David R. Sánchez
Con dos Grand Slams en su haber y una Copa Davis que Estados Unidos no ganaba desde hacía once años, la temporada de Donald Budge en 1937 le consagró como el mejor tenista del mundo. Estaba en su mejor momento de forma y, consciente...
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