Tenis
La misión secreta de Donald Budge (II)
David R. Sánchez 13/01/2016
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Continuación de la primera parte de La misión secreta de Donald Budge
Finalizado el ejercicio tenístico de 1935, la ambición y moral de Don Budge estaba por las nubes. Tras llegar a Europa con la vitola de gran promesa americana, sus primeros enfrentamientos ante los mejores tenistas del mundo alimentaron enormemente la convicción de su capacidad para ser el número uno del mundo. Aficionados y medios de comunicación tenían claro que sería el sucesor, tarde o temprano, de Fred Perry y Gottfried Von Cramm.
La progresión definitiva para alcanzarlos llegó en 1936, una temporada en la que el británico Perry se convirtió en bestia negra y en modelo para su juego. El número uno del mundo eliminó a Budge en las semifinales de Wimbledon y lo doblegó no sin dificultades, en un apretadísimo quinto set de la final del Abierto de Estados Unidos, el último gran título ante de despedirse del tenis amateur. Pero su principal obstáculo en el camino hacia el trofeo no fue Perry sino una irregular dieta que le ocasionó serios problemas durante el torneo. Los batidos de chocolate, perritos calientes y bebidas gaseosas con su colega Gene Mako, con el que celebraba cada victoria, le produjeron durante la última semana náuseas y vómitos y un desfallecimiento en la manga decisiva de la final que probablemente le privó de su primer Grand Slam. Un imprevisto del que surgió un compromiso rotundo: su condición física no sería nunca más la causa de una derrota. Abandonó el chocolate y las comidas fritas y realizó una dura pretemporada en Oakland junto a su entrenador Tom Stow para mejorar su capacidad aeróbica y su musculación. Budge, 70 años antes que Djokovic, experimentó lo que una variación sustancial en la dieta podía suponer.
Este ligero cambio alimenticio se vio acompañado de una clarificadora visión durante la preparación de la siguiente temporada, que encumbró a Budge como un jugador prácticamente imbatible. Los promotores de la primera gira de Perry como profesional decidieron invitar a Chicago a un juez de silla muy especial: el propio Don. Desde ese privilegiado lugar, el californiano descubrió, fascinado, lo que nunca antes había percibido en la pista, la razón por la que todos los tenistas sucumbían a su juego. Observó cómo en lugar de golpear violentamente la pelota, Perry llevaba a su rival de esquina a esquina con un golpeo temprano, aprovechando la potencia que el rival imprimía a la bola y sin apenas dejar que se elevara. Esto le permitía acortar el tiempo del rival para recuperar la posición y llegar a la red en una situación ventajosa.
Budge, según constató en sus memorias, fue consciente en aquel momento de la importancia de lo que acababa de descubrir: “Un nuevo concepto se había comenzado a formar en mi cabeza. ¿Imaginan a un hombre que pudiera golpear la pelota con tanta potencia como Vines [hasta entonces referencia en el juego para Budge] y hacerlo tan pronto como Perry? ¿Quién podría derrotarlo?”. La obsesión de Budge por incorporar las bases del juego de Perry fue tal que el americano llegó incluso a tratar de imitar su elegante vestimenta. Mientras, en lo psicológico, Stow hizo el resto. Aquel invierno le mentalizó para que en cada momento se viera y pensara como si fuera el número uno. La consigna era clara: “Estoy convencido de que eres el mejor jugador del mundo. Ahora ve y demuestra que estoy en lo cierto”, le dijo Stow antes de comenzar la temporada.
Y, sin lugar a dudas, Budge lo demostró. En 1937 ocupó el trono vacío dejado por Fred Perry y comenzó a dominar sin piedad el circuito a costa de Gottfried Von Cramm. Su imparable periplo se inició en Wimbledon, donde cosechó un insólito triplete en la historia del torneo: tras ganar en Queens, y como cabeza de serie número uno, se impuso en la final individual a Von Cramm. Durante el torneo únicamente perdió un set. También venció en dobles, junto a su inseparable amigo Mako, y en dobles mixtos, en compañía de la estadounidense Alice Marble. Al éxito londinense se sumó la Copa Davis, haciendo así realidad la profecía de Walter Pate. Once años después, la Ensaladera regresaba a Estados Unidos tras una victoria ante Gran Bretaña que contó con la inestimable ayuda de Mako en el dobles. Por el camino tuvo lugar una reedición de las semifinales ante la Alemania de Cramm, decidida en un quinto partido entre los dos números uno, catalogado por muchos como uno de los mejores de la historia del tenis.
El colofón a esa gran temporada se produjo de regreso a casa, al hacerse con la victoria en el Abierto de los Estados Unidos, de nuevo frente a Cramm. Un estelar año que le sirvió a Budge para recibir el reconocimiento de la Unión de Atletas Amateurs, que le concedió el prestigioso Sullivan Award. A día de hoy, Budge sigue siendo el único tenista que aparece en su palmarés. Mientras tanto, los promotores del circuito profesional trataban de convencer al californiano con mareantes ofertas. Budge, que quería mantenerse al menos un año más como amateur para poder defender el título de Copa Davis, rechazó cifras astronómicas y, confiado en su estado de forma, se planteó cotas más ambiciosas.
Para entonces, Don Budge ya se había convertido en una estrella del tenis y del deporte americano. Las voces críticas se tornaron en adulación y The New Yorker afirmaba sin reparos que estaba “en el camino de convertirse en el ídolo tenístico más popular desde la década de los años 20”. También el experto público de Wimbledon cayó rendido a sus pies, no solo por sus actuaciones, sino también por su carácter despistado y espontáneo.
Una peculiar anécdota protagonizada con la realeza británica explica la simpatía que sentían los británicos hacia su figura. Era habitual que los reyes asistieran al torneo de Wimbledon. Cuando estos hacían acto de presencia en el palco real de la pista central, el público se ponía en pie mientras los jugadores se giraban firmemente hacia la zona noble, y el juego se interrumpía hasta que ocupaban su asiento. Cuentan algunos periodistas que en una ocasión Budge quedó desconcertado por lo ocurrido, ignorando hasta el cambio de campo la causa que había provocado la pausa. Una vez ubicado en el lado de la pista que daba al palco y llevado por la espontaneidad, esgrimió una avergonzada sonrisa y saludó a los monarcas. El público, asombrado por lo insólito de la situación, contuvo la respiración hasta que la Reina, estupefacta, le devolvió el saludo y se inclinó haciendo una reverencia, en lo que aún se recuerda como uno de los gestos más simpáticos provenientes de la realeza.
Budge recibía la admiración de los aficionados, pero también del mundo del cine. En la década de los 30 el tenis ya era un deporte de gran popularidad en los Estados Unidos y era conocida la afición de numerosas estrellas de Hollywood por la raqueta. Budge solía visitar en Los Ángeles las mansiones de Charlie Chaplin, los hermanos Marx o Errol Flynn para disputar partidos acompañado de Mako o Alice Marble. “La gente del cine parecía admirarnos del mismo modo en que nosotros los admirábamos a ellos”, recordaba el tenista de Oakland.
El californiano se había consagrado ya como número uno y rechazaba mareantes ofertas para sumarse a los Perry, Tilden o Vines en las famosas giras del tenis profesional. Budge se había comprometido a continuar un año más en el circuito amateur. Así, podría defender el título de Copa Davis que tanto anhelaba Estados Unidos, y tendría tiempo de emprender una ambiciosa misión secreta que le permitiría ocupar un lugar en la historia de su deporte.
Continuación de la primera parte de La misión secreta de Donald Budge
Finalizado el ejercicio tenístico de 1935, la ambición y moral de Don Budge estaba por...
Autor >
David R. Sánchez
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