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El otro día un economista me comentaba que estamos inmersos en una especie de tuiterización del pensamiento, que quedan pocos espacios para decir las cosas con tiempo, ese lujo que se me antoja demasiado lejos. Me lo dijo un martes y nunca pude imaginar que, 72 horas después, íbamos a asistir al espectáculo de llamadas, tuits y whatsapps entre los señores que se postulan para presidir este país (parece que nadie quiere, esto parece una comunidad de vecinos).
El viernes por la tarde, Rajoy sacó el atril y una corbata de medio luto e hizo lo que los taurinos llaman una larga cambiada, nos fastidió el cierre y la conciliación (no te lo perdonaré jamás) y dijo que se va a la barrera del 9 a ver cómo se mata el resto. El sábado por la mañana, el boletín de radio de las 13:00 en la Cope anunciaba que Albert Rivera (que debe llevar fatal que en esta fiesta esté en la lista de espera de invitados, con lo que ha sido) había trasladado la necesidad de alcanzar un acuerdo en un tuit. “En un tuit”.
Debe ser que estoy a punto de cambiar de década, pero este periodismo de mensajes y cuelga tú me pilla mayor y bastante harta. Como si no tuviéramos suficiente con el destrozo que hace Pedro Sánchez con el infinitivo, válgame.
The New York Times, ese medio al que todos nos gusta abrazar siempre aunque lo leamos de viral en viral, acaba de publicar un artículo en el que la editora, Margaret Sullivan, reconoce que los lectores le piden menos colorín y más seriedad a la hora de cubrir la campaña. Menos foco en Hillary Clinton y más atención a los problemas serios del país.
Si Sullivan aterrizara en España ahora mismo, le da un parraque y no vuelve más. Porque más que tuiterización, hay tontización del pensamiento.
Menos mal que tenemos a Luis de Guindos, entrevistado por la revista Papel, que decidió poner en portada “Así salvé España”. De Guindos tiene un acento de pijo de manual pero un físico para llevarlo de tascas y catar patatas bravas. Es del Atleti, cita al Cholo y a MAFO (Miguel Ángel Fernández Ordóñez) y recuerda que no le invitaron a la comida-homenaje que le organizaron a Rodrigo Rato varios miembros del PP. Come frutos secos y no quiere atizarle a Montoro (debe ser de los pocos españoles), pero responde a todo. Y dice que no quiere volver a la iniciativa privada en un tiempo. Querido, se llama incompatibilidad. Pero se quedó tan ancho.
A De Guindos tenía que haberle llevado al bar donde desayuné el domingo. Pedí un café con leche y me pudieron queso, jamón y un par de tapas de tortilla de patatas con chorizo. Y por si me quedaba con ganas de dulce, dos galletas. Allí, al menos una decena de mujeres alimentaban el estómago antes de ir a misa de doce. Señoras como las que se imagina: con pelo corto, algo cardado, con ese tono de tinte café con leche (un color de camuflaje, para pasar desapercibidas), ese cuerpo con forma de barrica que da la edad y el desgaste, preocupadas porque los papeles de la Seguridad Social ahora los tienen que hacer en Usera y les pilla regular desde casa, esa casa que nunca está bien ordenada del todo y que hace tiempo quedó vacía.
Esas señoras, a su manera, también salvan España (compararlas a De Guindos me suena demagogo, pero no puedo ni quiero evitarlo), y hacen comentarios, a su manera, sobre las gafas de Soraya Sáenz de Santamaría y lo bien que le sienta el traje oscuro a Zidane. Salvan un poco España con un trabajo apenas reconocido y cuentan sus chascarrillos. Mira, como el periodismo que hacemos. Aquí y hasta en The New York Times.
El otro día un economista me comentaba que estamos inmersos en una especie de tuiterización del pensamiento, que quedan pocos espacios para decir las cosas con tiempo, ese lujo que se me antoja demasiado lejos. Me lo dijo un martes y nunca pude imaginar que, 72 horas después, íbamos a asistir al...
Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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