TRIBUNA
Las dificultades de la socialdemocracia europea
La única salida que tiene la izquierda es construir un proyecto político donde Europa sea una pieza muy relevante de sus soluciones
Ignacio Urquizu 27/01/2016
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Dentro del debate ideológico de la socialdemocracia hay un consenso que sostiene casi todo el mundo: existe un problema de definición de su proyecto político. A partir de aquí surge el disenso. Tanto si nos detenemos en las causas de esta indefinición, como si tratamos de trazar las principales ideas fuerza de un proyecto socialdemócrata para el siglo XXI, observamos distintas visiones. De hecho, ambas cuestiones están íntimamente relacionados. Para poder definir en qué consiste la izquierda y cuáles son sus principales retos, necesitamos realizar primero un diagnóstico de fondo sobre las dificultades a las que se enfrentan los partidos socialistas.
El punto de partida sería reconocer dos factores relevantes que, por muy evidentes que sean, no siempre se resaltan suficientemente. El primero de ellos es que la socialdemocracia nace en Europa, se desarrolla en el espacio europeo y fuera de nuestro continente no encontramos proyectos políticos semejantes. Democracias avanzadas como Estados Unidos o Japón no han establecido modelos de sociedad similares a los que caracterizan a los partidos socialistas europeos. Las razones que explican que seamos un “oasis” son diversas, desde luego. Pero, seguramente, el desarrollo histórico de los acontecimientos y decisiones que han ido retroalimentándose a lo largo del tiempo han permitido que Europa haya desarrollado un modelo de sociedad único.
El segundo factor es que en un mundo tan abierto y globalizado, la única forma de lidiar con él es desde uniones regionales. Y es aquí donde Europa cobra todavía más sentido para la izquierda. Aspirar a una sociedad del bienestar como la que defiende la socialdemocracia va a necesitar de más Europa, pero sobre todo de una Europa distinta. Cuestiones como el mercado laboral, el modelo energético o el comercio internacional sólo tendrán una salida progresista si se hace desde una dimensión europea. Pretender resolver estos problemas siendo un país pequeño debilitará profundamente cualquier aspiración de la izquierda. Pongamos como ejemplo el mercado laboral. Las grandes diferencias que existen en salarios, derechos laborales, etc. entre países que comercian con una intensidad tan elevada como España, Francia o Italia sólo podrán resolverse si existe un marco europeo laboral.
Por todo ello, la única salida que tiene la socialdemocracia es reconstruirse en un escenario europeo con el objetivo de resolver algunos de los desafíos que tienen nuestras sociedades. Pretender mantener nuestros modelos de sociedad en países pequeños y cerrados al mundo exterior ya no es una opción. Así, los partidos socialistas europeos deben ponerse a trabajar ya en un proyecto europeo de progreso. No obstante, aspirar a una socialdemocracia de dimensión europea tiene sus dificultades. ¿Cuáles son?
En primer lugar, como escribí hace un tiempo en CTXT, no hay un diagnóstico compartido de las causas de la crisis y del papel que ha jugado Europa en ella. Dentro de la socialdemocracia, mientras que los “críticos” hacen especial énfasis en el mal diseño de la unión monetaria, los más “moderados” se centran en la ausencia de un proyecto de país defendible en las instituciones europeas. Seguramente ambos planteamientos son ciertos. Pero la ausencia de un consenso en el diagnóstico hace más difícil comenzar a elaborar un proyecto político compartido por todos.
En segundo lugar, las cuestiones nacionales tienen una gran influencia en el desarrollo de las propuestas programáticas de los partidos socialistas y durante esta crisis se han agudizado, observándose una clara diferencia entre el norte y el sur. Mientras que los socialdemócratas del norte de Europa mostraban una gran preocupación por las cuentas públicas de los países del sur, los socialdemócratas mediterráneos reclamaban un mayor margen de maniobra para sus ajustes. La influencia de la política doméstica en los debates ideológicos no es el resultado de un cierto nacionalismo. En la medida en que no existe un demos europeo y una democracia europea que pueda recibir tal nombre, todos los partidos están mucho más pendientes de sus opiniones públicas nacionales que de desarrollar un proyecto socialdemócrata compartido por el conjunto de la familia ideológica.
En tercer lugar, el grado de diversidad económica y social dentro de Europa es enorme. El indicador que mejor resume el nivel de desarrollo de una sociedad es la renta per cápita. Este dato suele correlacionar de forma muy elevada con otros indicadores como el nivel educativo, la corrupción o la esperanza de vida de un país. En la Unión Europea, la diferencia entre la sociedad más rica y la más pobre es de más de 15 a uno. Es decir, Luxemburgo tienen 15 veces más de renta per cápita que Bulgaria. Si comparamos con otras sociedades que aspiran a vivir unidas, en EEUU la diferencia entre el Estado más rico y el más pobre es de 1,5 a uno. En España, la diferencia entre regiones es de 1,7 a uno. Y si echamos la vista atrás, la diferencia que había en la URSS en 1991 entre la república más rica, Rusia, y la más pobre, Tajikistan, era de 6 a uno. Muchos analistas señalaron este factor como uno de los que pudo contribuir al colapso de la URSS.
Desarrollar un proyecto socialdemócrata europeo implica salvar esta gran desigualdad interna. Para ello sería necesario poner sobre la mesa políticas de cohesión. No obstante, niveles tan elevados de desigualdad pueden convertirse en un lastre si uno de los grupos se niega a redistribuir la renta en beneficio de los que menos tienen por considerar esta redistribución abusiva. Si además debe realizarse en términos étnicos o nacionales, los problemas se agravan. Algunos estudios académicos han señalado que la ausencia de un Estado del bienestar más potente en Estados Unidos se debe a que parte de la redistribución se produce entre grupos étnicos, y los blancos se han negado durante tiempo a transferir parte de su renta a los afroamericanos o a los latinos.
En cuarto lugar, el tiempo en política es fundamental, tal y como recuerda Daniel Innerarity en su último libro (La política en tiempos de indignación, Galaxia Gutenberg). En el mundo actual, todo pasa demasiado deprisa. Y si la ciudadanía no percibe que los problemas se resuelven a la misma velocidad que a ellos les afectan, la desafección puede hacer su aparición. Europa ha sido un proyecto político que siempre ha progresado de forma muy lenta. Cualquier cambio profundo o cualquier tratado ha exigido años. La evolución temporal de Europa, por lo tanto, no encaja con los tiempos actuales en política. Así, construir una socialdemocracia a nivel europeo que huya del populismo, la respuesta fácil y las consigas, y que sea rigurosa en los diagnósticos y las propuestas llevará algo de tiempo.
En definitiva, la única salida que tiene la izquierda es construir un proyecto político donde Europa sea una pieza muy relevante de sus soluciones. Pero como se acaba de señalar, existen varias dificultades en el camino. Solucionarlas no va a ser fácil. Además, cada vez tenemos menos tiempo para esta tarea. Por ello es urgente ponerse a ello ya. Si la socialdemocracia no es capaz de resolver los problemas que tienen las sociedades actuales, los ciudadanos comenzarán mirar a otras opciones políticas. Desde luego que la socialdemocracia seguirá siendo una corriente ideológica relevante, pero ya no será eje vertebrador de mayorías como en los últimos 70 años.
Ignacio Urquizu es diputado del PSOE por Teruel y profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid (en excedencia).
Dentro del debate ideológico de la socialdemocracia hay un consenso que sostiene casi todo el mundo: existe un problema de definición de su proyecto político. A partir de aquí surge el disenso. Tanto si nos detenemos en las causas de esta indefinición, como si tratamos de trazar las principales ideas...
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