Kornel Filipowicz, el mundo en pocas palabras
Teresa Benítez 24/02/2016
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"Ojalá las frases de mi abuelo suenen algún día en español", rezaba la dedicatoria del libro que acababa de regalarme Maria, la profesora del curso de traducción literaria, en la cena de mi despedida de Polonia. Aunque recordaba que el primer ejercicio práctico de sus clases se centró en uno de los cuentos de aquel autor, fue solo en ese momento cuando supe que quien me había inculcado el interés por las letras polacas era la nieta de Kornel Filipowicz. No desaproveché, pues, la oportunidad de aceptar el enorme reto —Filipowicz no está publicado en español, aunque sí en ruso, alemán y francés— y de sumergirme en la fascinante figura de uno de los prosistas más geniales, pero también más desconocidos, de la literatura polaca del siglo pasado. Un intelectual completo y pieza indispensable del engranaje cultural de la Polonia de posguerra, que vivió y escribió su presente sin apenas preocuparse por su acceso al Olimpo literario.
Filipowicz es el cronista de las historias en minúsculas. El escenógrafo de los dilemas morales y las sensaciones que vivieron seres anónimos en espacios y ambientes de una época crucial. Desde la Segunda Guerra Mundial no ha habido en Polonia un narrador que haya logrado con tanta maestría dar cuenta del sentir de toda una generación que fue testigo de la Historia con mayúsculas. Y sabe de lo que habla pues él está dentro de sus relatos. Su propia experiencia vital, siempre en busca de la libertad y la independencia, es en sí misma un personaje en cada una de sus narraciones.
Nació en 1913 en Ternópil, ciudad situada actualmente en Ucrania, pero que en distintos periodos ha sido territorio de Lituania, el Imperio ruso y Polonia. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, su familia se vio obligada a errar por distintas ciudades de Polonia hasta que consiguió instalarse en Cieszyn, en la frontera con la actual República Checa. La ciudad gozaba de un excepcional ambiente de tolerancia religiosa entre católicos, protestantes y judíos, que Filipowicz anheló el resto de su vida. Durante la Segunda Guerra Mundial, luchó con el Ejército polaco contra las fuerzas de ocupación alemanas. Fue apresado por los alemanes, pero en poco tiempo consiguió escapar. Colaboró con el movimiento intelectual de resistencia clandestino Polska Ludowa (Polonia Popular) hasta que en 1944 fue arrestado por la Gestapo y enviado primero al campo de concentración de Gross-Rosen y luego al de Oranienburg, de donde, de nuevo, volvió a escaparse. En Cracovia, la ciudad donde pasó casi toda su vida y donde murió en 1990, se forjó como un influyente y respetado intelectual muy comprometido con la recuperación de la actividad cultural, dramáticamente mermada por el conflicto bélico. Casado con Maria Jarema, pintora vanguardista, el ejercicio libre del arte se tornó para él en motivo de activismo. Si bien durante los años 30 militó en las Juventudes Socialistas, el régimen comunista que, a partir de 1945, se instauró por la fuerza en Polonia bajo la batuta de la Unión Soviética, lo condujo a adoptar una postura muy crítica con el statu quo, por lo que a veces tuvo que burlar a la censura para poder publicar. En 1980 fundó, junto con otros dos socios, la revista literaria Pismo. Pese al entusiasmo que envolvía el proyecto, su actividad quedó interrumpida durante el periodo de la Ley Marcial (de diciembre de 1981 a julio de 1983), y en 1983 Pismo cerró definitivamente por motivos políticos. El espíritu de Pismo tuvo, no obstante, un renacer con el original proyecto NaGłos, en cuya concepción y organización participó Filipowicz. Se trataba de una revista en vivo —na głos significa "en voz alta"— en forma de tertulias semiclandestinas con público, donde los autores, guiados por un crítico literario, presentaban sus textos y los comentaban junto con otros literatos. NaGłos se celebró en 25 ediciones, desde diciembre de 1983 hasta finales de 1989.
A todo ello Filipowicz sobrevivió para contarlo en más de treinta obras de narrativa, varios guiones cinematográficos y dos libros de poemas. Unas veces firmados con su nombre real, y otras como Eustachy Rybeńko, seudónimo que hace un guiño a su pasión por la pesca —rybak significa pescador en polaco—, habitual escenario de sus cuentos. Aunque antes de la guerra ya había publicado algunos artículos y poemas, fue en 1947 cuando realmente debutó en la literatura con la publicación del libro de relatos sobre la guerra Paisaje impasible. Los campos de concentración, las experiencias carcelarias, los dilemas de los sobrevivientes vuelven a ser temas recurrentes en obras posteriores como El jardín del señor Nietske o Paisaje que sobrevivió a la muerte.
Tal vez el vivir en una época y un país que lo obligaban a conducirse con extremada precaución y observancia determinaron su particular estilo narrativo que desarrolló ajeno a las modas literarias. Guiado por la mirada realista del biólogo que era de formación, en muy pocas palabras, casi en silencio, traza perfiles íntimos del alma de personas y paisajes. Se inmiscuye, pues, en la realidad pero huyendo de la introspección. Le parecía un esfuerzo gratuito. Estaba convencido de que el mecanismo de la vida interior del hombre es casi imposible de conocer. El autor de Mi amigo y los peces no da respuestas, más bien plantea las preguntas precisas para llegar al interior del hombre "conectando los lazos que hay entre una persona y otra, entre personas, animales y cosas, e incluso entre cosas y cosas".
Considerado el heredero polaco de Chéjov, en sus relatos nunca falta la ironía en su justa medida, ni la presencia activa de la naturaleza. Esta capacidad de convertir a la naturaleza en un personaje más —en ocasiones, incluso, en protagonista— ha sido muy aplaudida por sus coetáneos. Especialmente por quien lo amó durante más de veinte años, hasta el final de sus días, la gran poeta Wisława Szymborska. En uno de sus poemas más célebres, Un gato en un piso vacío, la premio Nobel describe la sensación de abandono que irrumpe en el alma humana cuando desaparece la persona amada del espacio que habitó. Ese lugar concreto en el que Szymborska pensaba al hablar de una emoción tan universal era el despacho cracoviano donde Kornel Filipowicz se citaba con ella y otros escritores para discutir de literatura o desarrollar actividades conspiratorias, cuando no se refugiaba allí de la realidad para observarla con calma y precisión. El rincón íntimo desde donde, con las palabras justas, se sumergía en el alma.
El libro que aquel día recibí de manos de la nieta de Filipowicz, Modlitwa za odjeżdżających (Plegaria por los que parten), fue publicado por la editorial polaca Rosner i Wspólnicy en 2004. Ahora, la revista CTXT presenta en estas páginas uno de los relatos recogidos en él, Instante de libertad, una conmovedora reconstrucción del breve pero turbador viaje que realiza un prisionero de la Gestapo —podría ser el mismo Kornel— hacia las tinieblas.
"Ojalá las frases de mi abuelo suenen algún día en español", rezaba la dedicatoria del libro que acababa de regalarme Maria, la profesora del curso de traducción literaria, en la cena de mi despedida de Polonia. Aunque recordaba que el primer ejercicio práctico de sus clases se centró en uno de los...
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