EVA MARÍA GARRIDO / BAILAORA Y COREÓGRAFA
“Hay veces que le digo a Yerbabuena que la odio”
Paco Sánchez Múgica (La Voz del Sur) 2/03/2016
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Un vuelco a su carrera, nuevos métodos de trabajo, un espectáculo largamente pensado. En plena madurez artística y personal, Eva María Garrido, madre de dos hijas, tiene un DNI oficial en el que pone que nació en 1970 en Francfort. De casualidad. De vuelta a Granada, donde se crió y creció, duplicó su identidad sumando también la de Eva Yerbabuena, que no necesariamente es su alter ego en los escenarios pero que sí da nombre a una compañía de danza flamenca que cumple 18 años. Mayoría de edad para un proyecto artístico que va indisolublemente unido a la música del guitarrista sevillano Paco Jarana, marido de Eva y compañero de fatigas de Yerbabuena.
Estamos en un hueco de uno de los camerinos del Teatro Villamarta. Enjuta y risueña, no deja de mirar a los ojos en cada respuesta. Cuando escribimos esta entradilla ya se ha producido el estreno de Apariencias, el nuevo triple salto mortal de la bailaora y coreógrafa granadina. Cuando se produce la entrevista, apenas faltan poco más de 24 horas más para levantar el telón del XX Festival de Jerez con el estreno absoluto del nuevo trabajo de la Premio Nacional de Danza (2001), una mujer inconformista, una lectora empedernida y amada hija adoptiva de la inmortal Pina Bausch.
¿Qué le da el Festival de Jerez para que usted le devuelva tanto?
Muchísima suerte. Estrené Lluvia, y no he parado de trabajar y fue un éxito impresionante. Espero que con Apariencias ocurra igual, que es estreno también. Además es que me acuerdo que fue un día como hoy, estuvo lloviendo hasta el día de antes. No sé, me gusta mucho Jerez. Cuando entro por Jerez me siento como en casa, es una energía que me gusta, es un reto que me ayuda, que me da impulso…
Habla de suerte, ¿es supersticiosa?
¡Sí, claro! [risas].
Su rostro, además, compone la imagen bicéfala, junto a Mario Maya, que ilustra el cartel de esta edición tan especial.
Es una apariencia [risas], nunca mejor dicho. Te ves ahí y dices: madre mía, ¿así soy? Pero bueno, es maravilloso y estoy encantada. Este Festival es cercanía, arte, que es lo principal, y se ha convertido para los artistas en un punto de encuentro que nos encanta, sobre todo para contarnos artísticamente cuáles son las inquietudes de cada uno de nosotros.
¿Queda algo que no sea apariencia en la sociedad de hoy?
Uf, lo veo muy difícil yo ¿eh? De hecho Apariencias es un pensar, un sentir y una reflexión en voz alta de todo lo que nos está pasando: diferencias sociales, religiosas… Ahí se toca todo esto, es un trabajo que no es solamente voy a disfrutar, a cantar, a bailar… Hay interpretación y cuando lees la sinopsis son todo preguntas porque, en este sentido, tengo muchísimas dudas y no puedo conformarme con nada de lo que está pasando. A veces todo lo que me rodea me parece irreal, me tengo que preguntar dónde estoy viviendo y por qué estamos viviendo esto. Una película que me afectó mucho en su momento fue El show de Truman y hay momentos en los que digo ¡hostia, es increíble! Hay mucho control, mucha manipulación, mucha mentira, ya no sabes en qué creer, y no es fácil.
La muerte es el gran símbolo del espectáculo, es inevitable que estuviese
¿Hay que saber pararse?
Pararse siempre es necesario. Creo que ya no solamente en la vida de cada ser humano, en lo artístico también. Hay un momento en el que tienes que saber controlar, es lo más difícil, pero es imprescindible, vital.
Usted ha bailado a la soledad, a la pérdida, a la memoria. ¿Cómo se le baila a la muerte?
Es la única apariencia que nos hace iguales a todos. En términos generales. Ahí no hay ni diferencia de clases sociales, ni hay poder, ni hay influencia. Nada.
El que se tenga por grande, decía la petenera.
Exaaactamente. Es eso. Entonces eso tiene que estar en la obra, es inevitable. Es el gran símbolo del espectáculo.
¿Es malo gustarle a todo el mundo?
Quizás es más malo para ti que para el mundo. Es muy difícil gustarle a todo el mundo, los artistas cuando vemos que todo el mundo te dice qué bien, malo. Nadie mejor que uno sabe qué tiene y de qué carece. Eso lo tengo clarísimo. Te digan lo que te digan tú tratas de buscar siempre lo que necesitas. Y menos en el momento en el que vivimos. Antes cuando veías bailar o escuchabas a alguien, o te pasaba algo en la cotidianeidad, te conmovías, te impresionaba, decías: ¡Dios, ¿esto qué es?! Hoy ese sentimiento cada vez está más perdido, continuamente tenemos muchísima información, hay mucha técnica.
Ya no es irse a ver el trabajo de alguien y sentir que poco a poco ese sentimiento se ha ido haciendo tuyo. Luego, cuando voy a hablar otra vez de ese sentimiento, hablo, pero no es una copia de aquello que vi sino que he sido capaz, por no poder volver a verlo, de adaptarlo y hacerlo mío. Ocurre como con las historias familiares, pasa algo en la familia y cuando pasan unos años cada uno lo ve de una manera: así no fue, así sí, estábamos, no estábamos. Pasa con todo.
¿En quién se transforma la Yerbabuena cuando se levanta el telón?
Has ido al grano [risas]. Te puedo decir que Eva Yerbabuena al comienzo de este espectáculo empieza despojándose de todo aquello que haga posible que los demás te consideren flamenca. No te puedo decir más. He necesitado despojarme de todo para saber qué es lo que realmente necesito. Por eso este espectáculo ha ido de no tener nada a ir evolucionando y coger su propio camino.
¿Y en general, cuando sale al escenario, quién es usted?
Hay un juego maravilloso que yo no quiero perder nunca. Eva no sería Eva sin Yerbabuena. Yerbabuena no sería Yerbabuena sin Eva. De hecho, el espectáculo, no te lo debería de decir, pero termina con un poema de Miguel Hernández que es maravilloso…
¿Y eso es más de Eva o de Yerbabuena?
Es de Miguel [risas]. Es mucho de Miguel pero mira, termina diciendo: de tanto amarte te odio y de tanto odiarte te amo, y eso a mí me pasa muchas veces.
Estoy cansada del flamenco más puro, menos puro, más vanguardista, descontextualizo, deconstruyo. Hay una moda, esto se lleva y lo hago
¿Contigo misma?
Claro, hay veces que le digo a Yerbabuena: ¡te odio!, y a veces que Yerbabuena me dice a mí: te amo. Es lo que nos tiene… ahí.
¿Siente miedo en algún momento del proceso creativo o cuando se enfrenta al público?
No. El miedo lo siento cuando ya está aquí el espectáculo. Entonces digo: ya no hay solución. Aquello que me ha hecho sentirme segura de que esto es lo que quiero, esto no, esto sí, esta luz no, sí a esta música… Eso que te ve la gente y te dice, déjame que te explique y le dices no, no, no, porque ya lo tienes claro. Cuando está y lo ves, dices: ¿qué hago, para dónde tiro? Ya no, ya está ahí. Pero de verdad que estoy muy contenta, hay cosas que ya no podía callarme. Estoy un poco cansada de historias de flamenco más puro, menos puro, más contemporáneo, más vanguardista, descontextualizo, contextualizo, deconstruyo, construyo. Hay una moda y entonces esto se lleva y lo hago. No ha sido fácil, llevo un año y medio de locos. Hay una frase de Nietzsche que para mí es lo más flamenco del mundo, es algo que está pasando: es necesario ser un mar para que una corriente turbia no te haga impuro. Algo así era. No sé cuántos años hace que escribió eso pero es lo que está pasando ahora.
¿Hay muchas corrientes turbias en la danza flamenca?
Puf. Muchísimas.
Schonpenhauer decía que era la maldad la que distingue sobre todo al hombre de los animales, ¿qué hay más en este mundo de la danza y el flamenco, maldad o vanidad?
[Risas]. Mira, creo que siempre ha estado todo. Cambian las medidas. Un perfume es más fuerte, más dulce, pero es perfume. En el flamenco es igual: habrá habido malicia, habrá habido envidia, sentimientos más inocentes, pero la diferencia está en medir qué es lo que tienes tú más acentuado de todo. Puedes ser un intérprete conmovedor, pero a lo mejor como persona eres un hijo de puta. Entonces qué quiero yo, ¿comer contigo o me siento en un patio de butacas y te veo? Pues decido yo. Tengo que decidir para que no me afecte ni una cosa ni la otra. No es fácil.
¿Ha tenido la tentación de arder en la hoguera de la vanidad?
Ay, la vanidad. Paco [Jarana] me dice muchas veces: “cariño, no se puede despreciar a nadie que se acerca”. No es desprecio. No puedo despreciar a nadie que se acerca a decirme “Eva, me haces llorar”. Hasta ahí puedo llegar. Pero mi oído está educado para retorcerse cuando alguien me dice cosas como 'qué grande eres'. Cierro. Ahí no hay nada que hacer porque no es así. Es que no hay nadie mejor que nadie ni nadie más grande que nadie. Somos diferentes y esa es la riqueza que puede llegar a tener un país, que cada uno es diferente. Si no, no tendríamos donde escoger, seríamos máquinas.
¿Cómo traduce el lenguaje musical de Paco Jarana a su baile, cómo es el proceso, se entienden sin mirarse ni oírse?
Paco es maravilloso. Para mí, y separando que es padre de mis hijas y compañero, tiene una habilidad que muy pocos la tienen. Él guía, te lleva: “cógete de la mano y vámonos”. Va acentuando todo lo que necesita ese momento. Es increíble. Cómo hay música presente cuando hay un silencio. Cuando tenemos una rueda de prensa o algo le digo: Paco, me da mucha pena tener que definir yo tu música porque a lo mejor no es lo que es, o lo que tú entiendes. Y él dice: a mí no me preguntes, yo no te voy a decir qué es lo que he hecho. Es una pasada. Ha sido un proceso muy enriquecedor. Me reuní con Antonio Coronel y con él, y les dije: mirad, yo tengo la necesidad de tener una voz negra en el espectáculo. Mi creencia no está en la India, creo que todos venimos de África, todo nace de ahí, era una necesidad que tenía que calmar y necesitaba esa voz para ver a dónde me puede llevar. Lo entendieron, ahí está y han enriquecido la idea con el lenguaje musical. La primera música que se escucha es de Antonio, muy ancestral, cascabeles y tambores.
¿El escenario da la felicidad, la ha encontrado ahí?
Sí, sí, he encontrado la felicidad porque te das cuenta que hay momentos en los que te evades, creces, aprendes, tienes la oportunidad de viajar, conocer otras culturas… todo eso te lo da el poder compartir escenario, no solamente aquí si no fuera. Hay cosas que conoces a través del público. Cada día vas conociéndote a través de desconocidos. Es increíble pero es así. Nunca me imaginaba que la gente podía percibir esto o que yo podía transmitir esto.
Hay cosas que conoces a través del público. Cada día vas conociéndote a través de desconocidos. Es increíble pero es así
¿Para qué le ha servido la crisis? Imagino que habrá tenido apuros con su compañía.
Uf [risas], mejor no hablamos de apuros. No pretendo ir contracorriente, pero simplemente es que cada uno tiene una necesidad y yo no soy de decir 'como ahora hay crisis y no tengo, pues voy yo sola'. No. Yo tenía la necesidad de ir sola después de tener a Marieta [su segunda hija], ahora no. Ahora necesito rodearme de cuatro bailarines, de voces, es una necesidad.
¿Cansa que la comparen con Pina Bausch?
Hombre por Dios, para mí es un honor. Sería horrible y muy absurdo pensar otra cosa. Es impensable que me lleguen a comparar con Pina. Pina lo que me ha dado es amor, seguridad, me ha ayudado a no tener miedo, me ha ayudado diciéndome: “Eva, tienes intuición, y esa no te va a fallar”. Y es lo que el ser humano cada vez trabaja menos. Entonces, confía en eso. Lo que te dicte el corazón, hazlo.
¿Esa fue su gran lección?
Sí, sí. Y observarla. Ella era un ser especial y distinto a todos los seres que yo he conocido. Cuando también me dicen que les recuerdo a Carmen Amaya; me quiero morir. Me da pavor, madre mía. Todo lo contrario. Esas cosas son un honor.
Un vuelco a su carrera, nuevos métodos de trabajo, un espectáculo largamente pensado. En plena madurez artística y personal, Eva María Garrido, madre de dos hijas, tiene un DNI oficial en el que pone que nació en 1970 en Francfort. De casualidad. De vuelta a Granada, donde se crió y creció, duplicó su identidad...
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